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martes, 18 de junio de 2019

Exilio distante: Roberto Bolaño y el exilio en México

Por Martín Cinzano
Carcaj.cl, 02.09.2018



A la mitad de este verso Roberto Bolaño me hace una pregunta idiotamente dostoievskiana y lo perdono es poeta el huevón y en su patria donde está sentado (riente soberano) en una verga de burro el cadáver de Nicanor Parra, mueren quelonios, batracios, grillos, palomitas, ardillas de inquieta cola, pavorreales de hermoso abanico, niños, ladillas en los testículos, putas, sobrenombres, fantasmas, hombres, señoras y señores dando vuelta a la plazuela, el arca de Noé en pleno
y todo
contra su muy puta y muy perra y muy leal voluntad
Orlando Guillén, Versario pirata (1979)


En escritores como Ernest Hemingway, José Revueltas o Jack Kerouac hay ciertos espacios entre biografía y obra por donde se cuela toda una imaginería, como las invenciones infantiles que a la postre acaban convirtiéndose en pequeños mitos, privados y públicos: un relato que alguien se cuenta frente al espejo, agregándole o restándole a cada tanto nuevos detalles. Y uno de los más visitados territorios en estos autorrelatos es el de la guerra; haber estado en la guerra, cualquier tipo de guerra, personal o colectiva, sangrienta o puramente literaria, revolucionaria o imperialista, para, desde ahí, montar una obra como el ajado documento de un sobreviviente. ¿Es que el silencio de quienes vuelven de esos campos, al cual se refería Walter Benjamin, se troca por la locuacidad megalómana de los escritores, reacios a aceptar o harto dispuestos a disimular aquel dictum según el cual “somos pobres en historias memorables”? En Chile, el caso cómico, desbordado, es el de Vicente Huidobro, destacado mitómano que regresó de la Segunda Guerra Mundial cargando un teléfono que, según él, pertenecía a Hitler. Roberto Bolaño, que después de todo era un narrador, construyó un relato más sólido, y su obra narrativa, podría afirmarse, en buena parte es otra construcción del mito del sobreviviente, pero con implicancias y estrategias particulares que impactan directamente en su lectura.

Desde 1968 Bolaño fue un inmigrante chileno en México. Después viene ese interregno biográfico, tan vivencial y tan ficticio: en resumen, viaja “por tierra y por mar” a Chile, a “participar en la construcción del socialismo”; cae detenido; es liberado gracias a un par de policías que lo reconocen como antiguo compañero de liceo; regresa a México y en el camino —capítulo huidobriano— dice llegar a conocer a los asesinos de Roque Dalton.

Como sea, desde 1974 a la calidad de inmigrante se sumará la de exiliado político. Su pasaporte no lleva el famoso sello oficial de la letra “L” con el cual se marca a los exiliados chilenos, aunque muchos de ellos simplemente optan por salir del país antes de caer, o recaer, en manos de la dictadura. Ambas condiciones migratorias de todos modos acercarán y a un tiempo alejarán a Bolaño de los contingentes de la diáspora sudamericana en México, cuyos testimonios durante el mandato presidencial de Luis Echeverría (1970-1976) por lo general dan cuenta de una intencionada ceguera ante la política interna del anfitrión en virtud de la “política de puertas abiertas” implementada por los gobiernos priístas. De algún modo, como dice en 2666 el profesor Amalfitano refiriéndose a los intelectuales mexicanos, a los exiliados esta política los desoreja. Ahí está, por ejemplo, el dirigente socialista Alejandro Witker, que en 1974 recibe un salvoconducto expedido por la UNAM y logra salir de Chile luego de permanecer cautivo en los campos de concentración de Isla Quriquina y Chacabuco; en Prisión en Chile (un libro editado en 1975 por el Fondo de Cultura Económica), relata: “El 17 de octubre partí rumbo a México. Estaba abierta la hospitalidad de sus instituciones académicas de nobles tradiciones y la activa solidaridad de su digno presidente, Luis Echeverría”.

Las palabras dignidad y solidaridad son a estas alturas muletillas frecuentes en el lenguaje de la izquierda y de la argucia política en general, pero para los socialistas de la época de Salvador Allende aún tenían sentido. Y sin embargo es un exiliado, un exiliado recién salido de un campo de concentración, quien se las endosa al que a todas luces era, y es, el señalado responsable de al menos dos carnicerías de carácter marcadamente político, Tlatelolco 1968 y el Halconazo de junio de 1971. Aun cuando se trate de un testimonio escrito al calor de una experiencia difícil, en ocasiones extrema, como la del destierro, se podría decir que la política del exilio chileno —del “exilio chileno oficial”, por llamarlo de algún modo, donde resalta la propia Hortensia Bussi—, por tanto, consistió en irse con pies de plomo a la hora de darle una mirada al contexto político mexicano. El gobierno anfitrión (hoy también) parece decir: pasen, los invito a mi casa, les doy trabajo, escriban, pero cuidado: mantengan las manos alejadas del refri. ¿Cuál era la postura de Roberto Bolaño como inmigrante/exiliado al respecto? Un testimonio del infrarrealista José Rosas Ribeyro puede señalar algunos factores a considerar:

            Eran los años del sexenio de Echeverría y todo el mundo parecía haberse olvidado que ese individuo había sido secretario de gobernación en 1968 y uno de los responsables directos de la masacre de Tlatelolco. Recuerdo que en algunos sectores    se trataban de organizar sindicatos independientes, pero era muy difícil y arriesgado enfrentar a los burócratas y matones del PRI.  Con los infrarrealistas no discutíamos casi nunca de política, con Bolaño, en particular, un poco. Se ha dicho que Roberto era trotskista y eso no es verdad. (…) Ocurrió por esos días que un grupo de gentes, “enemigos de Octavio Paz”, tomaron el diario Excélsior y expulsaron arbitrariamente a Julio Scherer y sus colaboradores. La revista Plural, que dirigía Paz y editaba Excélsior, cayó así en manos de una mediocre banda de escritorzuelos medio hampones. Creo yo que los infrarrealistas cometieron entonces (y no digo “cometimos” porque yo me negué a participar en eso) un grave error político al meterse a colaborar con ese nuevo y lamentable Plural. Lo hicieron, creo, sin reflexionar lo suficiente, porque odiaban a Paz y a todo lo que Paz pudiera hacer, decir o fomentar. Más allá de las discrepancias reales que se podía tener con él, lo odiaban visceralmente, a ciegas, y tenían unas ganas muy fuertes y justificadas de     tener un espacio de expresión, el cual les era cerrado debido a las posiciones rebeldes, inconformes, irreverentes, parricidas (en algunos casos) de los infrarrealistas. Así, en ese efímero Plural, tan dudoso en su “izquierdismo” como mediocre en la creación y el pensamiento, se publicaron algunos textos infrarrealistas, algunos excelentes. Textos que hubieran merecido aparecer en otra parte. [1]

Es harto común que en una agrupación pequeña —para colmo integrada por poetas— como es el infrarrealismo, cada quien tenga su versión del movimiento. En ocasiones (aún hoy) la pandilla parece una bolsa de gatos, y el testimonio de Rosas Ribeyro es tan sólo una pequeña muestra de las serias discrepancias existentes entre sus miembros. Pero, precisamente, al tiempo que en el infrarrealismo ocurre lo mismo que después de todo sucede al interior de cualquier partido político, la beligerancia, el “terrorismo cultural”, intentar joderse a Paz (y fracasar en el intento) a costa de cometer gruesos errores, parece un modus vivendi. Ahí quizá se podría hallar, aguzando la vista bastante, un hilo tendido entre Bolaño y su presunto “trotskismo” (con aditamentos de “internacionalismo” incluidos) en cuanto figura de la disidencia: la “tormenta permanente”, ir saltando a la deriva, vagabundear expuesto a la intemperie, “dejarlo todo”, jugarse a fondo en el amor e inventarse un mito son acciones revolucionarias, pero de una revolución (o más bien: de una rebeldía) continua, imposible de contener dentro de los límites impuestos por la burguesía.

No es posible, así, alinearse con la resistencia chilena en el exilio mientras es esa misma resistencia la que silenciosa y diplomáticamente avala la Guerra Sucia en México. Por tanto, se puede y debe blasfemar contra la dictadura gorila de Pinochet, pero desde una postura propia, más aún: una postura propia acreditada por un periplo automitificado como es el viaje de ida y vuelta de Bolaño a Chile. Éstas, por supuesto, no son más que suposiciones acerca de una presunta, muy vaga, posición política del Bolaño exiliado, pero al menos en algunos de sus relatos hay una marcada simpatía hacia aquellos expatriados chilenos más del estilo del Ojo Silva que el de quienes pertenecen a una oficialidad partidista: “No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el DF: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados”. Asimismo, el distanciamiento ante aquellos círculos, además de operar de acuerdo a la poética contestataria del infrarrealismo frente a las camarillas mafiosas de la poesía mexicana, se interpone desde un punto de vista, ante todo, moral.

            Por aquellos días se decía que el Ojo Silva era homosexual. Quiero decir: en los círculo de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierdas que pensaba, al menos de la cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile. (“El Ojo Silva”).

Y en otro relato de Putas asesinas, “Días de 1978”, el narrador señala: “La realidad, una vez más, le ha demostrado que la demagogia, el dogmatismo y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto”. La ubicación de Bolaño en cuanto al exilio chileno en México (y en Europa) quizá forme parte importante de su educación política —toda vez que es ahí donde entra en conflicto con las directrices reaccionarias enraizadas en la propia “gente de izquierdas”—, pero se diría que es justamente a la vista de ese exilio cuando la actividad política deja de gravitar; poco a poco, o de golpe, el pragmatismo, “la demagogia, el dogmatismo y la ignorancia” arraigados en el sistema político —en cuanto estatutos inamovibles de las bajas y altas esferas latinoamericanas— van conformando un obstáculo insalvable para convertirse en el indócil escritor de carrera que Bolaño quiso ser y sin duda fue, gracias, en buena parte, a la introducción de ese sistema, de sus contradicciones y aberraciones, en su narrativa. Porque la actividad política, la grilla del infrarrealismo frente al resto de las cúpulas sectarias será un tema literario y también una forma de hablar y de narrar (en ocasiones, asumiendo cierta voz de autor puro, de desertor perteneciente al linaje de Arquíloco). Específicamente, la política de los años sesenta y setenta en Latinoamérica pasa a convertirse en su materia literaria; y el exilio, en todas sus variantes (y contra el cual despotricará la mayoría de escritores latinoamericanos, algunos de los cuales Bolaño admira), será pues la condición de la literatura, o mejor, como él mismo propuso en uno de sus “Discursos insufribles”: “Literatura y exilio son, creo, las dos caras de la misma moneda, nuestro destino puesto en manos del azar”.


[1] Fragmento de una entrevista de Raúl Silva a José Rosas Ribeyro, como parte de un libro en preparación sobre el infrarrealismo.











miércoles, 5 de julio de 2017

Una ucronía literaria bajo árboles sin sombra*

Por Jessica Atal
Revista La Panera, Chile. 10.01.2017
 


 
«Viento blanco», de Carlos Almonte, no es, en rigor –según su autor-, un homenaje a Roberto Bolaño, sino “un gesto de amistad y de extrañamiento”. Una vez leída «Los detectives salvajes», surgió en Almonte la necesidad de volver a interactuar con los personajes de la novela. “Tenía ganas de saber más de sus vidas”.

No es fácil seguir el camino de Bolaño y muchos se pierden en el intento, pero en el caso de Almonte, escribió una buena obra, poética, atrevida, una historia que transcurre entre poetas “de putamadre”, de esos que “algo se traen entre rimas”.

Los capítulos se estructuran en torno a sus personajes favoritos: Font, Salvatierra, Lupe, Piel Divina, Belano… Aquí siguen con una “nueva vida”, en otros contextos, en un relato que da para “tanta posibilidad y sub-posibilidad y sub-sub-posibilidad”, que hasta la misteriosa Cesárea Tinajero, fundadora del movimiento de los “real visceralistas” en «Los detectives salvajes», reaparece con poemas y reflexiones, entre litros de tequila, como si la vida se tratara de episodios sueltos, desarticulados, cuentos sin final, armados por una sintaxis a veces abrumadora, suprarrealista. Los hechos parecen no conducir a ninguna parte, a pesar de la infinidad que se mencionan (no sabemos exactamente si ocurren o no), como si, al igual que pasa con los personajes, el relato perdiera “toda coordinación, toda conexión interna y externa”. Sin duda, se trata de un texto metaliterario, es decir, un texto que interactúa con otras obras literarias; en este caso, con la de Bolaño. En palabras de Almonte, es una “ucronía metaliteraria”, ya que si en una ucronía la trama ocurre en un mundo desarrollado a partir de un momento rastreable, en «Viento blanco», el punto de partida es también ficción, es otra ficción.

Esta es también una novela coral, donde conviven personajes, sus visiones y peculiares formas de actuar. Todos ellos, sus historias, manías o fetiches, confluyen hacia una búsqueda común, representada parcialmente en cada capítulo y, fundamentalmente, en la unión de todas las partes. Por esto, la novela se puede leer por capítulos, pero es la fusión total la que permite desentrañar su misterio. «Viento blanco» tiene una alta dosis lírica que transcurre en paisajes desolados, yermos, solitarios: tormentas de nieve, montañas lejanas, desiertos, lugares de la ciudad donde los personajes viven su soledad, etc. Pero nos quedamos, por cierto, con la sensación de que el destino final es hacia la nada, pues es allí, tal vez, donde se encuentren. Buena literatura, para lectores exigentes, sin ningún rasgo liviano.



*El título refiere a un artículo que versa sobre dos libros: Viento blanco (de Carlos Almonte) y Árboles sin sombra, volumen de cuentos de Graciela Pino Gaete. El artículo completo puede encontrarse en: http://www.lapanera.cl/una-ucronia-literaria-bajo-arboles-sin-sombra/






viernes, 11 de diciembre de 2015

Antes del umbral

por Carlos Almonte
Viento blanco, 2013




De la intervención fundamental que realiza la novia de Juan, estando los cuatro varados en medio de la nada sin saber adónde ir; de lo bien que hace a veces apurar las cosas y del intercambio de impresiones apuradas, aunque precisas, que orientaría al grupo en la dirección correcta de la búsqueda.

*

 En el décimo mes los patos salvajes se dirigen hacia el sur,
llegando su migración hasta cierto punto; luego regresan.
Sung Chih-Wen


Son las seis treinta de la mañana. El viento arrecia sobre los tejados, provocando lúgubres chirridos y acomodos. El desierto, allá al fondo, tiñe sus praderas secas de amarillo y rojo. Los coyotes aúllan, tal vez solo en mi imaginación, a una luna cada vez más blanca y transparente. Nos detenemos frente a una señal. Hemos llegado. Hace poco, un día o dos, nos hemos enterado de que nos persiguen. He apretado la mano de mi Juan al escucharlo, a él y a sus amigos. Ya sabía yo que esto pasaría, les he soltado, provocando más que nada un silencio tenso y enrabiado. Yo no tengo la culpa, he concluido, pero la mirada de Ulises me ha hecho callar. Le he pedido a Juan que no les haga caso. Le he dicho al oído que debemos irnos, separarnos de este par de locos, pero pareciera que no escucha. Organiza juegos de memoria, de ingenio, de conocimientos básicos de historia. Todos parecen divertirse, menos yo. Me preocupa lo que pueda suceder. Quisiera estar en casa, sola, descansando, bebiendo una cerveza en el rancho de mi abuela. Observo a la pasada mi reflejo en el retrovisor. Estoy fea, demacrada. No me he bañado en días, o semanas. Huelo mal. Todos huelen mal. Prefiero no acercarme a ellos. Si no abrimos las ventanas huele a fruta podrida, a comida añeja, a orines incluso. Y entonces pienso en que tal vez no fue una buena idea salir de la ciudad. Les pregunto cuáles son los planes. Me miran como si hablara en aleutiano. Les propongo una salida y les entrego un mapa dibujado por mí misma hace unas horas. Hay una cruz marcada en el lugar exacto. Ahí debemos ir, les digo. Les recuerdo que yo soy la mujer, que eso me otorga ciertos privilegios, pero nadie me responde. Arturo, por aburrimiento o por exceso de maneras, recibe mi papel y lo escudriña. Se sonríe. Al comienzo no me queda claro si se burla o realmente le interesa. Vuelve a sonreír. Qué te pasa, le digo aguantándome las ganas de zamarrearlo. Nada, nada, me responde, y le pasa el papel a Ulises, que de malas ganas lo abre y examina. El muy puto empieza a sonreír. Me desespero. Miro a Juan como diciéndole: haga algo, pues, usted es el hombre, usted es mi hombre, pero Juan se queda mirando hacia el desierto, como si en alguna parte le estuvieran escribiendo la respuesta a la existencia. Vamos, vamos, que alguien diga algo, los apuro. Me doy cuenta de que mi falda está subida y de que Juan me hace cariños donde no es debido, no en público al menos. Tomo la mano de Juan, se la pongo encima de su verga y entonces me contesta la mirada y se sonroja. Pienso en lo extraño de su reacción, es decir, ya nos conocemos lo bastante. Le pido el mapa a Ulises quien me pide que me espere. Lo estudia fijamente. Belano le pregunta que qué pasa. Ulises no responde. Saca un libro desde abajo del asiento, busca el índice y después la hoja, posa el dedo en el papel, posa otro dedo sobre el mapa, mira alternativamente uno y otro, y luego de un minuto y medio o dos, dice: vamos… la hemos encontrado.





miércoles, 29 de abril de 2015

"En la ficción de Bolaño, la poesía es una forma de enfrentar la vida". Entrevista a Chris Andrews

por Juan Manuel Vial
La Tercera. 25.08.2014


El responsable de llevar al inglés novelas y cuentos del autor chileno 
publica el revelador estudio 
Roberto Bolaño’s fiction: an expanding universe



Chris Andrews tradujo diez libros de Roberto Bolaño al inglés, actividad que le permitió sumirse, como pocos lo han hecho, en las profundidades, en los pasadizos oscuros e intrincados de aquella maquinaria enorme, compleja y fenomenal que es la literatura del celebrado narrador chileno (“El policía de las ratas”, uno de los cuentos de El gaucho insufrible, está dedicado a Andrews). Hace algunos días se publicó en Estados Unidos Roberto Bolaño’s fiction: an expanding universe, un estudio en el que, con inteligencia, claridad y precisión, el escritor australiano revela las capas ocultas del método, para muchos lectores misterioso, con que Bolaño compuso sus obras más famosas.

En el primer capítulo, el autor se pregunta por qué la ficción del narrador chileno fue tan bien recibida en el mundo angloparlante (sus respuestas son de crucial importancia, ya que él mismo, en calidad de traductor, es responsable en buena medida de aquel éxito). En los seis capítulos restantes, Andrews se dedica a revisar temas que les resultarán apasionantes a los seguidores de Bolaño: el manejo de la tensión dramática, la forma en que los personajes evolucionan a lo largo del tiempo, cómo ellos se protegen y dañan unos a otros, y qué valores políticos y éticos entran en juego por medio de aquellas interacciones.

Tras la muerte de Bolaño han aparecido varios estudios de su literatura, escritos en diferentes idiomas, pero dados la amplitud de los conocimientos de Andrews, el valor de sus juicios -casi siempre novedosos; a veces arrojados-, y debido también a la peculiar intimidad que un traductor puede alcanzar con el material traducido, no hay riesgo en afirmar que Roberto Bolaño’s fiction: an expanding universe es un obra superior, y, a todas luces, definitiva.


Parte advirtiendo que su libro es un libro de crítica literaria, pero se lee como una investigación que tiene muchos rasgos bolañescos: ¿Qué les diría a los lectores que se asustan con la mención de “crítica literaria”?
Partí de esa manera para despejar una confusión que surge a veces en el mundo anglófono: aquí hablo de la obra de Bolaño, y no de la traducción de su obra. Lo poco que puedo decir sobre la traducción no tiene mucho interés comparado con lo mucho que queda por decir sobre la ficción de Bolaño. Quería ir al grano. Entiendo que hay lectores para quienes los términos de la narratología, por ejemplo, son intimidantes. A ellos les diría que podrían saltarse el capítulo dos. Espero no haber abusado de una terminología recóndita. Traté de escribir de la manera más clara posible, para que el lector pueda saber hasta qué punto está de acuerdo con mi argumentación (y en dónde empieza su desacuerdo).

Dentro de las razones que en su opinión explican el éxito de Bolaño en inglés llama la atención la siguiente: “Bolaño suple una carencia en la ficción norteamericana”. ¿Cómo llegó a tal conclusión?
Allí hago eco de algo que viene diciéndose desde el boom de las escuelas de “escritura creativa”: lo que falta no es destreza ni inteligencia, sino que la osadía y la excentricidad de los autodidactas.


En su libro cita a Alberto Manguel, quien opina que “algunos críticos impresionables” serían en parte responsables del éxito de Bolaño en EE.UU. Manguel también sugiere que libros como Los detectives salvajes y 2666 son obras menores. ¿Cuánto de conservadurismo estético y cuánto de falta de comprensión hay en sus juicios?
Me pareció sobre todo un juicio apresurado, y quizás una reacción al éxito de Bolaño en el mundo anglófono. Para algunos críticos, la popularidad es sintomática de una falta de calidad literaria. Lo que sostengo es que la popularidad es tan incierta que no puede servir como medida de la calidad. Así, los esnobs que dicen “este libro no puede ser bueno porque se vende bien”, y los populistas que dicen “por eso precisamente es bueno”, caen en la misma trampa: dan demasiada importancia a los azares del mercado y de la vida literaria.


Declara que “ninguno de los escritores que los libros de Bolaño nos permiten tomar en serio piensa en términos de una carrera literaria”. ¿Hasta qué punto es responsable sostener hoy que Bolaño no tenía grandes ambiciones literarias?
Bolaño tenía grandes ambiciones literarias, de eso no hay dudas. Sin grandes ambiciones literarias no se escribe una obra como 2666. El quería que sus libros llegaran a muchos lectores. Sin embargo, no creo que pensara en términos de una carrera literaria, que viera su trabajo como una serie de peldaños por los cuales debía trepar para alcanzar una posición alta y dominante en el mundo literario y social. Un escritor puede tener éxito sin ser arribista.


Cuando Jean Franco, la experta inglesa en literatura latinoamericana, sostiene que Bolaño “a menudo suena como un anarquista romántico”, usted interpreta que ella usa el término de manera peyorativa. De modo que decide ir más lejos y argumenta que Bolaño es un anarquista romántico, claro que sin una connotación negativa. ¿Podría explicar las bondades en esa clasificación?
Donde se ve más claramente el anarquismo de Bolaño es en su examen implacable de las seducciones del poder institucional. En el universo de su ficción, ceder a tales seducciones, como Sebastián Urrutia Lacroix, en Nocturno de Chile, o El Cerdo, en 2666, es un pecado capital. Esa arista crítica me parece muy valiosa, muy saludable, porque las instituciones siguen manufacturando auras de prestigio que se prestan a muchos abusos. El romanticismo de Bolaño se ve en su valoración de la poesía, que tiene un papel simbólico en su ficción: representa una manera abierta y juvenil de enfrentar la vida, un estilo vital que no es propiedad exclusiva de los jóvenes. De hecho, adquiere su verdadero valor en personajes relativamente viejos, como Cesárea Tinajero o Amadeo Salvatierra en Los detectives salvajes.






miércoles, 20 de junio de 2007

1 de enero





Hoy no he escrito nada. Tampoco creo que lo haga más tarde. Los trabalenguas no me gustan. Los días invisibles tampoco. Sólo me preocupa el día triste que no llega, esa tarde de sol negro que me impregna de resina y alquitrán. La tensión se advierte en el aire. Todos están listos. La partida es inminente.