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miércoles, 9 de agosto de 2023

Duelo de gigantes: la historia inédita de la pelea de Roberto Bolaño con Pedro Lemebel

Por Marcelo Soto

ExAnte.cl, 30.07.2023





Los 20 años de la muerte de Roberto Bolaño, uno de los grandes escritores chilenos del último medio siglo, autor de obras maestras como Los Detectives SalvajesNocturno de Chile y 2666, no tuvieron la repercusión que algunos esperaban. No hubo grandes actos oficiales en su homenaje. No se inauguró una calle en Santiago que lleve su nombre. Y las ventas de sus libros han bajado.

 

El poeta Sergio Parra, socio de la librería Metales Pesados, dice que “con suerte se vende un libro suyo al mes. Hace una década era un best seller, los jóvenes lo leían con devoción, incluyendo a Boric. Ya no es así, porque han surgido otros autores, traducidos a varias lenguas, como Benjamín Labatut, Alejandro Zambra o la argentina Mariana Enríquez”.

 

Parra fue probablemente el primer amigo de Bolaño cuando el narrador volvió a Chile en 1998, después de 25 años viviendo en México y España. Fue una amistad intensa y breve, que esconde pasajes inéditos como su pelea con el escritor Pedro Lemebel.

 

 

Aterrizaje exitoso 

 

En 1998, luego de una carrera llena de dificultades, en la que debió trabajar como guardia de un camping y otros empleos mal pagados, Bolaño por fin conocía el éxito gracias a Los Detectives Salvajes, que ganó el premio Rómulo Gallegos, uno de los más importantes de la lengua española. Fue en ese contexto que aterrizó en Santiago como miembro del jurado del concurso de cuentos de Revista Paula.

 

Pocos saben que Sergio Parra, quien había leído sus poemas a mediados de los 80, tuvo un rol importante en la visita de Bolaño. Un año antes, cuando era vendedor en la Feria Chilena del Libro, llegó a sus manos Literatura Nazi en América, del escritor chileno. A Parra le encantó el libro y llamó a Malala Ansieta, de Editorial Planeta y le recomendó efusivamente que publicara La Pista del Hielo, otra novela de Bolaño.

 

Cuenta Parra: “En 1998 conocí a Roberto con su esposa Carolina. ‘Me han contado que te gusta mucho lo que escribo y me dijeron que también eres poeta’, me dijo. Nos fuimos a almorzar, íbamos bajando el ascensor y preguntó: ´¿Has leído a Houellebecq? Acaba de publicar Las Partículas Elementales’. Abrió su mochila y me regaló el libro. Atrás me puso su correo. Fuimos a comer al Bar Nacional, en Bandera. El quería probar una empanada. Ya no tomaba alcohol. Yo pedí una copa de vino, la Carolina también. Empezamos a conversar del ambiente chileno. Yo le hablé de Lemebel. ‘Tengo ganas de conocerlo’, me dijo”.

 

Parra recuerda que hablaron sobre escritores como Eduardo Anguita, Braulio Arenas y Campos Menéndez, que habían apoyado a la dictadura. “Bolaño me preguntaba qué autores chilenos faltaron en su libro sobre autores nazis, pero sentenció: ‘Los chilenos son muy fomes’. Supongo que había cierto odio hacia Chile”.

 

 

Lanzamiento estelar

 

Bolaño lanzó La Pista del Hielo en la plaza Mulato, en Lastarria. Fue un hito de la narrativa chilena de la época. Un entusiasta Carlos Franz alabó su trabajo. Sergio Parra llegó con Lemebel. Luego de las presentaciones de rigor, Lemebel le contó la historia de Mariana Callejas y los tallares literarios que se hacían en su casa, que tenía un subterráneo que había sido un centro de torturas de la DINA. Bolaño tenía una comida con otros escritores, alguno de los cuales visitaban ese taller, pero después de un rato les pidió: “Esperen, me voy con ustedes”.

 

Se fueron a un restaurante peruano en Lastarria. “Roberto le empezó a preguntar a Pedro qué novelitas le gustan. Y a Pedro le importaba un carajo hablar de ese tipo de cosas. ‘No seas aburrido’, le dijo. Bolaño no sabía hablar mucho de otra cosa que no fuera literatura. Roberto era como un pistolero. O estabas con él o no estabas con él. Si se aburría contigo, te disparaba”, dice Parra.

 

 

Amistad rota

 

La segunda vuelta a Chile, en 1999, fue más conflictiva. Parra recuerda que habló con Lemebel por teléfono. Este último le dijo: “Me llamó Robertito (así le decía), quiere que nos juntemos con él, pero me da una lata feroz. De todos modos, lo voy a invitar al programa de radio Tierra que hago en la Casa La Morada”.

 

Ese programa tendría consecuencias lamentables. “Llegué a las seis de la tarde a La Morada.” recuerda Parra. “Me quedé en el patio fumando y de repente veo que Roberto sale muy enojado, muy mal, descompuesto. Luego aparecen Pedro con la Raquel Olea muertos de la risa. Todo era bien extraño”.

 

Se fueron a comer al Venezia. Al tercer pisco sour, aunque Bolaño no tomaba, se desahogó: “Ese puto programa salió  muy mal. ¿Cómo me traes a esta vieja dinosaurio, la Raquel Olea, esta crítica dinosaurio que se quiere burlar de mí por mi acento español?” .

 

Lemebel intentó defender a Olea, que era su amiga. Pero Bolaño seguía muy enojado. “Está lleno de dinosaurios en Chile, partiendo por Gladys Marín”, dijo el novelista. Parra sostiene que Bolaño en ese punto tocó un tema sensible.

 

“Ahí Pedro se le tira encima: ‘Qué te pasa con Gladys Marín, es mi amiga’. Bolaño respondió: ‘Pero es una dinosauria del Partido Comunista’. Empezó una discusión a gritos”. Estaban a punto de irse a los golpes. Parra en un momento dijo: “Ya, se acaba esta discusión. Terminemos acá”.  Bolaño pagó la cuenta, y antes de subir al taxi, ofreció la mano para despedirse. Pero ni Lemebel ni Parra se la dieron.

 

 

Desencuentro en la Estación

 

Al día siguiente Lemebel y Bolaño tenían una conversación estelar en la Feria del Libro en la Estación Mapocho, cuando la Feria atraía a miles de personas. El encuentro entre Lemebel y Bolaño era el gran atractivo del evento. El cronista de El Zanjón de la Aguada pensó no asistir, pero decidió que no iba a dejar que Bolaño ocupara su espacio. Parra pasó al camarín, donde Pedro se estaba maquillando. Había una fila gigante para entrar, tanto por Bolaño como por Lemebel, las dos estrellas literarias del momento.

 

Sergio Parra se sentó en primera fila y vio pasar las 7 de la tarde, las 7:15, con el local lleno. Una hora después, Lemebel no salía. La gente empezó a gritar que saliera Pedro. Y Bolaño estaba en el escenario con cara de rabia. Ante la demora, la organización decide darle la palabra a Bolaño. Parra vio que “Pedro estaba detrás de una cortina mirando todo esto. Y cuando Bolaño va a abrir la boca, sale y lo deja callado. Pedro era así, dramático, una especie de diva”.

 

“Lemebel se sentó de lado, casi dándole la espalda a Bolaño. Le hacen una pregunta a Pedro, y dice: ‘¿Se escucha? Antes de empezar esta conversación con Robertito, quiero saludar a una gran amiga que está presente acá: Gladys Marín’. A Bolaño la cara se le descompuso”, describe Parra.

 

 

Enemigos íntimos

 

“Pedro decía lo que quería y Roberto decía lo que quería. Y nunca llegaron a conversar. Nunca”, reflexiona el poeta. “Al final Pedro se sacó una foto con Roberto, un abrazo muy falso. Nos fuimos a una mesa a tomar un café, con varios escritores, y Bolaño apura el tranco y me dice: ‘Me hicieron una encerrona malditos de m…’ , unos insultos fuertísimos. ‘No los perdono’, amenazó. ‘Ok, chao’, respondió Lemebel. Se da media vuelta y se va. Nunca más lo vi. Pedro tampoco”.

 

De acuerdo con el socio de Metales Pesados, “hicimos un pacto con Pedro (quien falleció en 2015) de nunca hablar de lo que había pasado. Lo que sintió Pedro era que Roberto no era suficientemente feminista. Es cosa de ver su su lista de escritores favoritos y son puros hombres. Bolaño después escribe Nocturno de Chile con la historia que le había contado Pedro sobre los talleres de Callejas. Y nunca reconoció que gran parte de esa novela Pedro se la contó. Pero fue gracias al apoyo de Bolaño que Lemebel se hizo famoso internacionalmente. Lo recomendó con entusiasmo en España. Una paradoja”.

 

La historia tuvo un final inesperado. “Años después, limpiando cosas en mi departamento, me encuentro con un sobre sellado que decía ‘Roberto Bolaño, Blanes, España’. Lo abro y era un disquete con poemas de Roberto que me había mandado para ver si yo podía buscar una editorial para que los publicaran. Y todavía tengo guardado el disquete, pero nunca lo he abierto”.

 

 

 

Fotografía: Mural “Bolaño y Lemebel”, de Afropunk (Pedro Moraga), 

ubicado en Pasaje 21 Sur esquina de Avenida Central, 

Población José María Caro, Lo Espejo.
















lunes, 18 de julio de 2022

La ilusión de conocer a Roberto Bolaño

Por Jorge Morales

Maremoto (Maristain). 03.06.2021





En ese tiempo vivía en Barcelona, sin papeles. Había entrado como turista en mayo de 2001 y tenía un pasaje de vuelta para Chile fechado en julio de ese mismo año. Pero no quise regresar. Ya me las arreglaría, pensé. Lo único seguro es que necesitaba uno, dos o como mucho, tres años, para aclararme en la vida y encontrar mi camino. Y ese camino pasaba por la Poesía. Solo en la Poesía podría encontrar el bálsamo capaz de curar todos mis males. Mal de amor. Mal de vida. Nostalgia. Melancolía.

 

La llamada de la Poesía era como un aullido salvaje que retumbaba en medio de la noche y yo quería ir en su búsqueda. Vivir a la intemperie. Saciar una sed de aventuras capaces de justificar no solo la juventud sino la vida entera. La consagración a un ideal que requería arder en la misma llama en la que se consumían los sueños. Leer, leer vorazmente, aferrándose a las palabras como el náufrago al tablón. Leer con método y con disciplina. Este mes leeré a los franceses. Este invierno lo pasaré en compañía de los románticos ingleses. Me dormiré soñando con John Keats y su urna griega, con las manos frías y pálidas de Mary Shelley. Leer a los clásicos y a los autores mal llamados menores, que son, como me enseñaría Enric Sòria años después, “la alegría misma de cualquier tradición literaria que se precie”.

 

Ahora es cuando. Y mientras tanto, los cuadernos se llenan de apuntes. Miles de versos hierven en el corazón. Pero la mano no sabe aún escribir. Las palabras se empujan una tras otra. Nos reunimos todos los miércoles en el Muy Buenas y allá nos escuchamos, recitamos, compartimos hallazgos y canciones. Y crecemos.

 

Un día di por acabado un conjunto de versos. Un amigo canario me hizo fotocopias y bajo el título de En los bordes, fue mi primer libro de poemas. Albert Compte escribió un generoso prólogo y mis amigos me felicitaron. Pero sentía la necesidad de comentar mis poemas con alguien que no fuera un amigo mío cercano. No conocía ningún editor y creo que fue el rapsoda Esteban de Aguilera quien me animó a llevarle un ejemplar al nuevo agregado cultural del Consulado Chileno en Barcelona, el actor Julio Jung, a quien todos admiramos.

 

Y le hice caso. Me presenté una mañana en el consulado y la secretaria recibió mis folios y apuntó mis datos. Semanas después, un domingo, cerca de las once de la noche, sonó el teléfono en el piso del Carmel donde vivíamos con Ricardo Santander, quien tomó el aparato. Yo estaba durmiendo. Mi fiel amigo me fue a despertar: “Jordi, Jordi, me dijo. Es Julio Jung que quiere hablar contigo”. Salté de la cama  y al otro lado de la línea, la voz metálica, gruesa e inconfundible del gran actor chileno, me pedía disculpas por llamar en un horario tan poco habitual. Pero es que acababa de leer mis poemas y no se había resistido al impulso de llamar. Le gustaron mis versos y me convocaba para el día siguiente al mediodía en el consulado chileno.

 

De la emoción que sentí no pude dormir y casi llegué tarde a la cita, pues me dormí cuando ya era de día. Conversamos de todo con Julio Jung. Se interesó por mi situación en Barcelona, me hizo preguntas. Le expliqué que en Chile había trabajado como profesor de Historia y me dio una cátedra sobre su visión fatalista de la historia nacional y que lo único que se salvaba, era la cultura, que había florecido a pesar de tener todo siempre en contra. Ahorraré, por pudor, las palabras elogiosas que dedicó a mis versos. También se lamentó ante mí de no poseer contactos ni amistades en el mundo editorial. Sin embargo, afirmó que estábamos de suerte. ¿Y sabes por qué?, me preguntó.

 

Yo no sabía por qué estábamos de suerte, aunque para mí el solo hecho de estar con él hablando de mis poemas, era una buena suerte. Julio Jung me dijo que a una escasa hora y media en tren desde aquí, vive el más grande escritor chileno después de Neruda y que ese tan grande escritor sin lugar a dudas se interesaría por mí y que él sí que me podría ayudar. Tú ya sabes a quien me refiero, ¿no? me preguntó Julio Jung. ¿A Roberto Bolaño? Le contesté con un hilo de voz. Efectivamente, me confirmó. Y agregó, muy seguro de sí mismo: Yo te voy a presentar a Roberto Bolaño. Y él sí que te podrá ayudar. Pero ayudarte no solo a publicar tu libro de poemas, sino a mucho más. Imagínate todo lo que Roberto Bolaño podría llegar a enseñarte a ti. Yo sé que él es un hombre muy ocupado -continuó- que rehúye los cenáculos literarios y que es muy, muy exigente y crítico. Pero no he visto a nadie más apasionado por la literatura y más generoso con los jóvenes que él, aseguró don Julio.

 

Yo estaba temblando por dentro. Lo recuerdo vivamente. Cuando salí del consulado, llamé a mis amigos y les conté que Julio Jung me iba a presentar a Roberto Bolaño. ¿Cuándo? No lo sabía. Pero apenas se pudiera, me inventé. Esa fue una hermosa ilusión que supimos celebrar. Mientras, me dediqué a seguir puliendo mis versos. Cada vez iba transformando más los poemas de En los bordes, fui descartando poemas enteros y el libro fue mutando hasta convertirse, años después, en La casa de las arañas. Volví a leer Los detectives salvajes, los cuentos de Llamadas telefónicas y esperaba pacientemente que llegara el día de conocer a Bolaño.

 

Seguimos en contacto con Julio Jung. Le conté que estaba haciendo unos recitales poéticos los miércoles por la noche, en un bar de barrio cerca del Palau de la Música catalana, en una estrecha callejuela antigua, llamado Verdaguer i Callís. No le conté a don Julio que tenía un buen acuerdo con María, la ama del local, que me pagaba un dinerillo por cada recital. La idea era que hubiera algún público con una mínima capacidad de consumo, pero mis amigos eran chilenos que alargaban la única o dos únicas cervezas que se podían permitir, así que el tema iba tirando por la pequeña fracción de la clientela habitual del bar que se sumaba a los recitales. Recuerdo con especial cariño a un hombre llamado Alejandro, cuyo apellido he olvidado. Rondaba la sesentena y vibraba con los poemas. Era un gran lector, me habló de Antonio Tabucchi, de Claudio Magris, de Gil de Biedma y de Vázquez Montalbán. Militaba en ICV, partido de izquierda eco-socialista.

 

Julio Jung se ofreció a venir y participó en unos tres o cuatro recitales. Fue impresionante. La primera vez, la gente no sabía quién era, pero el carisma que irradiaba hizo que, desde que entró en el local, todas las miradas se pusieran sobre él. Se acercó a María, se presentó como representante diplomático de Chile y como tal, le agradeció efusivamente por “cuidar a mis muchachos”. Acto seguido, le tomó la mano y se la besó de manera tan elegante y cortés, como si todos los focos de Hollywood hubieran estado iluminando la escena. María se emocionó y se puso roja como un tomate. Estaba tan contenta. Todos aplaudimos, espontáneamente. Pasamos al salón trasero, preparado para el recital con una tarima, micrófono y dos altoparlantes. Julio Jung preguntó por la carta, seleccionó las tapas que consideró mejores y pidió doble ración de todas ellas. Cuando fue servido, invitó a todos a servirse. No faltó el sinvergüenza que sugirió, por suerte, en voz baja, que don Julio invitara también una ronda de cervezas para todos. Pero eso hubiera sido demasiado jolgorio.

 

Lo mejor fue escucharlo recitar. No necesitó micrófono. Su voz de actor fogueado en mil y un combates, era suficiente. Ofreció de memoria un repertorio amplio de poesía chilena, con textos de Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo de Rokha. De repente, unos versos me parecieron familiares. Él mismo lo anunció, seleccionó unos poemas míos y los memorizó y los recitó. Las dudas que aún albergaba sobre mis propios versos, se disiparon tras escucharlos declamados por la poderosa voz de Julio Jung. ¡Qué honor que me hizo! Y esa no fue la única colaboración que tuvimos con el mejor agregado cultural que hayamos tenido nunca en Barcelona. También nos ayudó en la organización del acto de homenaje por los 40 años del golpe de estado de Chile, que centramos en la figura de Víctor Jara.

 

Pero volviendo a nuestro tema, esa amistad con Julio Jung, esos recitales poéticos, se desarrollaron a la espera de poder un día encontrarnos los tres con Roberto Bolaño. Seguía todas las novedades de este gran autor, los lanzamientos de nuevos libros, las noticias y artículos en la prensa, hasta que una mañana, de manera totalmente abrupta, un Álvaro Ramírez demacrado e histérico, irrumpió en mi casa blandiendo un ejemplar del diario El País y preguntándome si me había enterado. ¿Enterarme de qué? De la muerte de Roberto Bolaño, con solo 50 años, producto de una larga enfermedad.

 

No tenía idea. No lo podía creer. Fue como un mazazo en la cabeza. Se me puso todo negro. A la hora después, estábamos ebrios, llorando, lamentándonos de la mala suerte que nos persigue. Por un grande que nace entre nosotros, la puta muerte cabrona e injusta se lo lleva antes de tiempo. Vimos en la tele imágenes del velorio. No quisimos ir. Por no molestar. La tristeza revive al escribir estas líneas, tantos años después. Inevitable no pensar en cuantos libros tenía aún por escribir este genio de la literatura.

 

A la semana siguiente me llamó Julio Jung. Estaba conmovido. Yo también. Esto es una tragedia, Jorge. Me dijo Julio Jung. Así es. Y yo me quedé con ese dolor, con la ilusión de haber conocido a Roberto Bolaño.






















jueves, 21 de febrero de 2019

Los rastros y los mitos de Bolaño

Por Joaquín Sánchez Mariño 
Diario La Nación, Argentina. 12.07.2015




Roberto Bolaño Ávalos es llevado en auto hacia un hospital de Barcelona. Tiene 50 años y necesita un trasplante de hígado. [Este] No llega: durante la madrugada del 15 de julio de 2003, luego de entrar en coma, muere. Unas horas después, en Chile, la presentadora Carolina Zúñiga anunciará en la televisión: "Se ha muerto Chespirito, se ha muerto el Chavo".

El equívoco es ilustrador: a pesar de haber nacido en Chile, y haber escrito sobre Chile, y haber teñido pesadillas horribles y hermosas sobre Chile, el escritor nunca llegó a ser profeta en su tierra. Y no bastó con que le aclararan a Zúñiga que Roberto Bolaño no era Roberto Gómez Bolaños (el Chavo), porque ni ella, ni los productores, ni la gente en general sabían quién era. Aunque ahora sí: "¿Bolaño? Ah, el que la Zúñiga confundió con el Chavo".

Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.

* * *

"Hay una infancia chilena, la adolescencia, el año 73, en fin, cosas pequeñas y misteriosas, casi sin importancia, o sin el casi, probablemente cosas sin ninguna importancia, pero que son también las cosas que van construyendo un destino".

(Entrevista de Bolaño con Carolina Díaz)

* * *

Hijo de León Bolaño y de María Victoria Ávalos, Roberto nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953. Sin embargo, sus primeros años los vivió en la calle Mercedes, del cerro Los Placeres, en Valparaíso. Luego, en 1960 se mudaron a Quilpué, donde pasarían algunos de los años más felices de su infancia. Tenían una casa grande con un jardín delante y detrás, una casa que hoy sigue en pie y que en su frente tiene una placa conmemorativa, acaso la única de todo Chile. Tocamos el timbre, pero nadie acude, solo los cuatro perros que viven ahí, y que ladran y custodian más la privacidad que la placa, que al final del cuento es solo un pedazo de piedra.

Quilpué es una ciudad cercana al mar a la que se llega entre curvas. Desde la altura parece una pequeña villa de pescadores, aunque no tiene mar ni puerto. Casas de madera y cerros con callecitas de tierra. La gente es amable, indica las direcciones sin hablar demasiado. Y camina por el frente de la casa de Bolaño como si nada. Como el chico de unos 12 años que pasea por ahí arrastrando un monopatín. Nos mira, mira la cámara de fotos, la atención inexplicable con que estudiamos la roca. Entonces le preguntamos:

¿Conoces a Roberto Bolaño?
¿El profesor de deportes?

No, un escritor que vivió acá.
Ah. No, po.

Y se va. Entonces nos dedicamos a recorrer Quilpué buscando algunos de los mitos que el propio escritor fue sembrando. Lo hizo en su literatura o en las entrevistas que dio entre 1996 y 2003, los únicos años en los que pudo vivir exclusivamente de la escritura, gracias a la sucesión de premios (el Rómulo Gallegos y el Jorge Herralde), y a la posterior influencia mundial de su obra.

De esos años en Quilpué, Roberto recordaba un caballo. Se llamaba Poncho Roto y se lo regaló su padre, un boxeador profesional, camionero y ganador de varios concursos de físico en la playa, según reconstruye la periodista Mónica Maristain en su biografía El hijo de Míster Playa. Ese caballo vuelve a aparecer en el cuento “Últimos atardeceres de la tierra” (del libro Putas asesinas), donde el personaje lo recuerda con el nombre de Zafarrancho.

También contó varias veces que en ese tiempo le atajó un penal a Vavá. Bien podría ser fabulación, una construcción de sí mismo, o un recuerdo futbolístico glorioso para alguien que nunca fue un gran deportista. Según su relato, vivía al lado del centro deportivo de Quilpué, donde se concentraba la selección brasileña en el Mundial de 1962, y él podía entrar a verlos. Ese centro deportivo sigue estando a 50 metros de la casa que fue de Bolaño. Tiene reposeras, piletas, campos de fútbol. A pocas cuadras de ahí está la Escuela Pública N° 98, donde Bolaño estudió un año y donde su madre daba clases. Frente a la escuela, limpiando la vereda, un hombre pregunta qué hacemos. Decimos “Roberto Bolaño” esperando la expresión de duda que antecede el recuerdo de Chespirito. Pero el hombre abre bien los ojos y dice: "Mi mujer fue al colegio con él". Su mujer es Erna Heidke, compañera de Bolaño hasta quinto básico en el Colegio Alemán, el segundo al que asistió Roberto en Quilpué.

¿Lo recuerda?
Sí, como a un compañerito más. Su cara, sus rasgos Sí, era el Roberto.

¿Cuándo supo que era un escritor reconocido?
Ya hace tiempo, porque nosotros todavía con los compañeros del colegio estamos en contacto, tenemos un grupo y nos reunimos, y por ahí una vez alguien contó y todos nos sorprendimos. Es lindo de pronto saber que uno fue al colegio con una persona tan importante.

¿Recuerda alguna anécdota con él?
Me acuerdo una vez que nos llevó a todos a ver a la selección de Brasil, porque el padre trabajaba con camiones y no sé qué hacía con el centro deportivo y tenía acceso, entonces él nos invitó a sus compañeros. Fue muy lindo.

¿Y le atajó un penal a Vavá?
Ah, eso no recuerdo. ¿Quién es Vavá?

Bolaño 1, Vavá 0.

Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio o como marcha triunfal, ¿no?

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"Toda literatura, en cualquier época, se apoya en sus, digamos, Troyas portátiles, y en ocasiones las crea. En el caso de mi generación, bueno, nuestro valor no fue tan grande como nuestra inocencia o estupidez. Digamos que, en esa épica, lo que contaba era el gesto. Mediante gestos uno construía su novela de aprendizaje, algo que, bien mirado, es bastante tonto y que, a la postre, si las cosas hubieran sido diferentes nos habría convertido en víctimas o verdugos".

(Entrevista con Daniel Swinburn)

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La Biblioteca Nacional de Santiago de Chile tiene 185 entradas con el nombre de Roberto Bolaño. Están sus libros, hay traducciones, ensayos. Hay textos de entrevistas que lo nombran a la pasada, otros que lo enaltecen y otros que lo destrozan. Su relación con el mundo literario chileno fue más bien polémica. Llamó “escribidora” a Isabel Allende, que le respondió luego de su muerte, diciendo que era un tipo bien desagradable. Se declaró ciento por ciento seguidor de Parra antes que de Neruda o Mistral, los poetas nacionales. Dijo cosas como que en Chile los escritores se preocupan demasiado por la respetabilidad, que es lo peor que puede hacer un escritor, y que la literatura chilena estaba más bien muerta.

Sin embargo, sí tuvo la voluntad de publicar Estrella distante en su país natal. En ella narra una historia de horror -tragicómico, otra vez- durante la dictadura de Pinochet. En su momento, mediados de los noventa, le mandó la novela a su amigo Jaime Quezada y le pidió por carta que llevara el manuscrito a "cualquier editorial que pague". Jaime lo hizo: se la acercó a Carlos Orellana, que en sus Memorias de un editor cuenta: "Quezada trajo Estrella distante con el encargo de ofrecerla a alguna editorial nacional. Yo trabajaba por esos años (1993 y siguientes) en Planeta-Chile. Tardé un par de meses (o acaso más) antes de leer Estrella distante, y comprobar entonces que tenía entre mis manos una novela de un escritor de primer orden. Me conseguí su teléfono con el poeta mensajero y me comuniqué con Bolaño. Demasiado tarde. Ante la falta de noticias de Chile había contactado a la editorial Anagrama". Jaime también lo recuerda y aporta una postal en la que Roberto le anuncia que consiguió editorial para su libro. Nos la muestra en una mesa del bar “El Valle de Oro”, donde Quezada se reunía con un grupo de poetas en la década del 70, los años en que Bolaño volvió de regreso a Chile para participar de la revolución.

Antes de su regreso, hubo varias mudanzas internas y una externa. Después de Quilpué, la familia se mudó a Cauquenes y luego a Los Ángeles, de donde era León. De Los Ángeles se fueron en 1968 rumbo a México. Roberto tenía 15 años. En esa época llegó Jaime Quezada a México y se hospedó dos años en su casa. Le presentó el mundo de poetas, lo sacó por las calles del DF. Le presentó, entre otros, a la poeta argentina Diana Bellesi, que hoy recuerda: "Fuimos amiguitos en nuestra juventud". A los 20, Roberto decidió volver a Chile y subirse al sueño socialista. Llegó a Santiago el 30 de agosto. Once días después el sueño de Allende terminó en manos del golpe militar.

Todo lo que empieza como comedia termina como película de terror.





* * *

En esta casa del barrio La Cisterna, entonces residencia de Jaime Quezada, permaneció Bolaño en los días previos al golpe de 1973.

"Estuve detenido ocho días, aunque hace poco, en Italia, me preguntaron: ¿qué le pasó a usted?, ¿nos puede contar de su año y medio en prisión? Y eso se debe al malentendido de un libro en alemán donde me pusieron medio año de prisión. Al principio me ponían menos tiempo. Es el típico tango latinoamericano. En el primer libro que me editan en Alemania me ponen un mes de prisión; en el segundo, en vistas de que el primero no ha vendido tanto, me suben a tres meses; en el tercer libro, a cuatro meses; en el cuarto libro, a cinco meses, y, como siga, todavía voy a estar preso".

(Entrevista con Eliseo Álvarez)

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Llega el 30 de agosto y se hospeda en lo de Jaime Quezada, en el barrio La Cisterna, donde hoy hay casas bajas, gente trabajadora, poco ruido. La calle La Blanca 0559, habitación en el pasillo, justo frente al baño. Hoy es habitada por Francisco Quezada, sobrino de Jaime, un cantor popular que hace shows en los ómnibus y vende empanadas. A dos cuadras de ahí [al momento de escribir esta crónica], digamos que por casualidad, se entrena la selección brasileña para la Copa América.

Durante aquellos días antes del Golpe, Roberto recorría la ciudad con Jaime como si fuera un turista. Él lo llevaba al bar “El Valle de Oro” a conocer poetas, iban a la biblioteca, caminaban sin rumbo. "Este recorrido de Bolaño sobre la ciudad de Santiago no se ha hecho nunca", dice Jaime, que reunió gran parte de sus experiencias junto a su amigo en el libro Bolaño antes de Bolaño. "La figura de los detectives, por ejemplo, tan emblemática en su obra, la tenía interiorizada desde muy chico. Recuerdo una vez en México que íbamos a jugar al policía y ladrón, y él dijo: Yo quiero ser detective, para seguir al policía y al ladrón", recuerda Jaime con entusiasmo. Luego abre un libro y nos muestra un fragmento de una entrevista con Mihály Des en la que Bolaño relata sobre el Golpe: "Yo vivía en casa de Jaime Quezada, que ahora es un poeta casi oficial. En aquella época era un poeta joven, amigo de mi madre. Me despertó temblando y me dijo: Roberto, los militares han dado un golpe. Lo primero que recuerdo es haber dicho: Dónde están las armas, que yo me voy a luchar, y Jaime diciéndome: No salgas, no vayas, ¿qué le voy a decir a tu mamá si te pasa algo? Yo no conocía el barrio y Jaime estaba dispuesto a quedarse encerrado todo el día en casa. Fue muy divertido. Fui a casa de un chaval que sabía que era de izquierda y le pregunté: ¿Quién está organizando la resistencia en el barrio? Porque yo voy de voluntario. Y el chaval me dijo: Yo también quiero ir de voluntario. Yo tenía 20 años, pero él tenía 15. Y fuimos juntos a la célula de unos comunistas, que eran los únicos que tenían organización. Había gente de todos los partidos allí. Era la casa de un obrero comunista. Un hombre que estaba muy, muy asustado. Recuerdo, además, que en su aparador tenía libros de Marcial Lafuente Estefanía, esos pequeños libritos de vaqueros. Fue muy tierno. Muy desolador y muy tierno”.

Jaime se ríe. Lanza una risotada larga y feliz. Le preguntamos si es cierto. "Roberto siempre fue un gran narrador, y esto lo engrandece aun más. Él creó su propio relato. Nada de eso sucedió: nunca preguntó dónde estaban las armas. En cambio, nos quedamos todo el día juntos en la casa porque no se sabía nada y era muy peligroso".

Él cuenta en varias entrevistas y en un cuento incluso (“Detectives”) que luego lo detuvieron ocho días y estuvo al borde de la muerte, temiendo ser torturado. Es parte de su poder narrativo. La verdad es que él se sintió atado a Chile a partir del Golpe. El 20 de septiembre se fue para Los Ángeles a visitar a unos parientes que tenía y luego a Concepción a ver a un amigo. En la estación de Concepción lo detienen. Y ahí lo tuvieron un tiempo hasta que averiguaron sus antecedentes.

¿Estaba comprometido? Dice que lo salvaron dos compañeros del liceo que lo reconocieron.
Los que vivimos esa época sabemos que eso no era posible. Roberto había venido de México con una chaqueta militar, hablaba como extranjero, el pelo largo Llamaba la atención, era esperable que lo detuvieran. Pero no hubo cárcel, solo lo interrogaron y lo liberaron. Ahí se vino para mi casa, hicimos los trámites con la embajada mexicana y se fue para allá otra vez.

* * *

"Detesto, con algunas excepciones, los libros de memorias. Suelen ser grandilocuentes, a veces desde el título mismo; piense, si no, en Confieso que he vivido (de Neruda), un título estúpido de donde los haya, pues nadie, ni el torturador más necio, tratará de hacer confesar a alguien que ha vivido. Una respuesta tonta para una pregunta inexistente () En realidad, los únicos a los que se les debería permitir escribir libros de memorias es a los aventureros sangrientos, a las actrices de cine porno, a los grandes detectives, a los traficantes de droga, a los mendigos".

(Entrevista con Rodrigo Pinto)

* * *

Cuando Roberto Bolaño Ávalos murió, el poeta Nicanor Parra le dedicó un poema visual que decía "Le debemos un hígado a Bolaño". Si es cierto que su tierra no lo reconoció a tiempo, creo que le habría alcanzado con el regalo del Antipoeta. Según Jaime, sin embargo, el país siempre le dio y le sigue dando lugar. Cuando le mencionamos que la mayor parte de la gente lo reconoce por la anécdota de Chespirito, se ríe y dice que eso no habla de Bolaño, sino de Chile. Y otra vez se ríe. Y quedamos en plena calle de Santiago mirando el faraónico Centro Cultural Gabriela Mistral, que está justo enfrente, como cayéndole encima a “El Valle de Oro”, donde nadie sabe que ahí estuvo el autor de Los detectives salvajes. Pienso que Parra diría que la única justicia es siempre imaginaria: debió haber sabido Roberto Bolaño que diez años después de su partida, cuando efectivamente muriera el Chavo, en esta tierra de poetas muchos se iban a acordar de él.

Todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el vacío.



Fotos: Hugo Infante










martes, 14 de noviembre de 2017

Lola, la novia olvidada de Roberto Bolaño

Por Francisco Javier Alvear (en Cataluña)
Diario Clarín, 2013



Lola, a la izquierda junto a Roberto y Mónica (Barcelona, 1977)


 
Hace un tiempo, “no quería hablar más de Bolaño”, no sé si fue el escritor mexicano Juan Villoro o el catalán Javier Cercas quien lo dijo. Compartiendo entonces, plenamente, ese estado de ánimo, aclaro que no se debía a una traición ni de un brusco y repentino hartazgo para con el desaparecido autor y su obra. Todo lo contrario, pues igualmente, como buen aprendiz de “bolañólogo”, comparto, con la misma contundencia y rotundidad de Jorge Volpi, que “después de Bolaño se acabó la literatura”; junto con declarar, una vez más, también, con uno de aquellos que uno “no se cansa de sorprenderse con su relectura”. Pero es que, siendo honestos, la desaforada construcción mítica de Bolaño llevada a los niveles de paroxismo, desemboca, la mayoría de las veces, en un genuino bodrio, por más entusiasta y archiconvencido “bolañista” que uno se precie.

En efecto, luego de la muerte de Bolaño y desde un tiempo a esta parte, precisamente cuando se cumplen diez años de su lamentable partida y sesenta de su nacimiento (Santiago de Chile 28 de abril de 1953), se ha dicho de todo y más. Cuestiones francamente absurdas, hasta de mal gusto e incluso no poco difamatorias. Un tiempo que, dicho sea de paso, ha estado cruzado por la solapada defenestración que hizo su viuda, Carolina López (de la cual llevaba casi una década separado) del amigo, asesor y albacea literario del desaparecido escritor, Ignacio Echevarría, tras firmar un suculento contrato con el poderoso y temido agente literario estadounidense, Andrew Wylie, alias “El Chacal”. Así recordó éste, hace un tiempo, cómo se produjo el encuentro entre ambos: "cuando estuve en Barcelona, supe que Carolina López, la viuda de Bolaño, quería hablar conmigo y, evidentemente, dije que sí". Faltaría más.

Verdaderas patrañas y no pocas aberraciones se han vertido sin el más mínimo recaudo y con total desapego a la verdad. Que van -la última que escuché- desde la burda historia del perro que deambula por Blanes que se dice que fue suyo, solo falta que se organicen tour para ir hasta la Costa Brava a acariciarlo, hasta su (ficticio) pasado “yonqui” en el Raval (suficientemente desvirtuado). El decadente y mítico Barrio Chino de Barcelona, “atestado de ladrones, ‘camellos’, ‘yonquis’, putas, travestis, maricones y migrantes” en donde -vía jeringuillas- habría contraído la mortal hepatitis “C” que a la postre terminaría consumiendo el hígado y su vida, aquella calurosísima madrugada del 15 de julio de 2003 en el Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona. Un despropósito monumental de la “bolañomanía” a la cual ha contribuido, y no poco, en mi opinión, la publicación de ciertos “dispositivos” narrativos con un sagaz ojo comercial pero completamente al margen de todo rigor y juicio estético. Cuestiones que, seguramente, jamás hubieran visto la luz de haber sobrevivido el vate. Tal es el caso del desafortunado poemario suelto publicado con el sugestivo título de La Universidad Desconocida (Anagrama, 2007); que, a la corta y a la larga, junto con representar una seria amenaza a la esplendida obra de un narrador imprescindible de nuestro lengua, terminará por matar la gallina de los huevos de oro.

Pero conocí a Lola, a Lola Paniagua. La novia olvidada de Bolaño, a la que tuve la suerte de conocer. Una sencilla y al mismo tiempo que involuntaria activista (ecologista), portadora de una pequeña pero no menos significativa historia personal, pues representa una pieza valiosísima del puzzle por armar de la vida de Bolaño. Un verdadero eslabón perdido, que ni siquiera el completísimo Arxiu Bolaño (CCCB, Barcelona), fue capaz de recoger (como sí hizo con la historia, también pequeña, de Edna Lieberman), aunque indiscutiblemente se trata de una magnífica y exhaustiva muestra que recoge toda clase de artefactos, hasta los más ínfimos objetos, del malogrado autor chileno. Tanto que ha viajado más de 14 mil kilómetros para ir a presentarse nada menos que al Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, para cerrar, junto al tributo rendido hace unos días en Madrid por la hermosa Biblioteca Nacional de España, con un broche de oro la serie de merecidos homenajes realizados al vate en el 2013.

Lola es todo un personaje. Tiene un extraordinario parecido con el personaje Mags del distrito IV de la saga Los juegos del hambre: en llamas. Con su cabello largo y blanco, que denuncia el paso de los años, pese a su jovial aspecto “hippie” (“artesa”, dirían en Chile); es de hablar bajo y pausado, dueña de una receptiva y cálida sonrisa sutil y naturalmente posada en su rostro y de unos gestos de amabilidad casi orientales que invitan a charlar como antes. Distendido, con empatía y respecto por los argumentos del otro. Nació en Buenos Aires de padres españoles migrados a América, que decidieron retornar a Bilbao cuando apenas Lola cumplía su año y medio de vida. Siendo casi una adolescente se trasladaría a la ciudad de Zaragoza para estudiar la carrera de química, como su padre. “Lo hice un poco para escapar del ambiente que vivía”. Allí, a la par de los estudios, se adhiere a la lucha antifranquista, lo cual la lleva a militar en uno de los tantos grupúsculos “marxistas libertarios” de la época. En verdad resulta casi imposible entender la resistencia antifranquista, como resistencia al golpe, sin el rol neurálgico que jugaron las mujeres; las que, no olvidemos, no solo por cuestiones ideológicas sino que por asuntos de género estuvieron siempre en el punto de mira del régimen dictatorial.

Una experiencia, para nada gratificante, pues la llevó a pasar por el túnel. Un día cualquiera llegó al piso que compartía con otros compañeros de la Brigada de Investigación Social, la temible policía secreta franquista, más conocida como “La Social”. Fue detenida y sometida a un severo castigo durante cuatro largas semanas. Una eternidad. Un episodio traumático que dejó profundas huellas en su vida y de cuyos detalles Lola no menciona palabra, pero que dada la crueldad con que operaba el régimen y sus peligrosos esbirros en esta clase de “procedimientos”, son fáciles de imaginar. Tanto o más dura y desalentadora resultó finalmente fruto de la incomprensión y desconfianza con que recibieron su libertad sus propios compañeros de lucha, producto del dogmatismo y la sobre-ideologización que se vivía por entonces. “Era como si sintieran envidia de mi terrible detención”. Una incomprensible y absurda reacción que terminó, haciéndole el juego al horror de la tortura y la vejación, con Lola metida hasta el cuello en una profunda crisis psiquiátrica. Fue, entonces cuando, algo más recuperada, comprendió que no podía seguir así y que no tenía nada más que hacer en Zaragoza.

De tal modo que arribó a Barcelona. Era un otoño del 77, hace exactamente 36 años, pues fue más o menos en esta época, en que recaló en un piso compartido con otros jóvenes izquierdistas de diferentes grupos en L’Hospitalet, la segunda ciudad (comuna) de Barcelona en importancia de ascendencia migrante extremeño-andaluza. Toda iba bien hasta que se hizo presente, una vez más, el brazo largo de “La Social”. El mensaje fue terminante y claro: “estás controlada, sabemos lo que haces”. Aunque a esas alturas Lola ya no quería saber nada de su antigua vida ni de la lucha antifranquista, también, comprendió, que ya no podía seguir expuesta en un piso de jóvenes, por lo que decidió que había que huir nuevamente, pero esta vez perdiéndose en el bosque, justo al centro de la ciudad y de una vida familiar aparentemente normal.

Fue en medio de ese periplo en que se enteró por medio de un anunció en el periódico que se alquilaba una habitación en un departamento de la Gran Vía cerca de las estaciones de metro Rocafort y Plaza España, pleno centro de la ciudad Condal. Allí se encontró con Victoria Ávalos, una cincuentona chilena que vendía bisutería en compañía de su joven novio catalán. Bastaron dos o tres palabras para terminar cerrando el trato por la anunciada habitación del amplio piso modernista, propios de este céntrico sector de la ciudad. Se enteró, además, de que Victoria era divorciaba y tenía un par de jóvenes hijos, Salomé y Roberto. Roberto era el mayor, tenía 24 años y venía recién llegando a Barcelona procedente de México a juntarse con ella y su hermana. Esa fue la primera vez que escuchó pronunciar su nombre, sin que le despertara ni la más mínima expectativa.

“Al principio pasaba encerrada en la habitación. Salía solo cuando un amigo me venía a buscar para llevarme de la mano al siquiatra de la Seguridad Social… Un día salí al pasillo y me encontré con Roberto. Luego vine al comedor. Había más gente. Conversamos de todo. Roberto era un conversador a tope y se definía como poeta. Se sentía un poeta. Inmediatamente nos hicimos muy buenos amigos… Él tenía miedo en salir a la calle porque no tenía papeles. Estaba ilegal y temía ser detenido, por lo que también pasaba encerrado”. Aun estaba fresco el recuerdo de la detención que casualmente ambos fueron objeto el año 1973, él durante tres semanas y ella durante cuatro. Una coincidencia que consigna Estrella distante (1996) en donde Lola es el personaje de Ana y que termina siendo asesinada por su ex. Por lo que “apenas salíamos por las tardes por el barrio a dar unas vueltas y a conversar. A veces nos escapábamos al cine, jamás a una biblioteca. Roberto sabía mucho de cine. Seguía a directores y sus películas, a las que analizaba a fondo”, recuerda Lola. Unos paseos un tanto paranoides con sobradas y justas razones, a los que solían sumarse Álvaro Montané –el hermano de Bruno- y Mónica, una amiga.

No pasaría mucho tiempo sin que Lola y Roberto se hicieran más que amigos. Fue en ese momento en que decidieron irse a vivir juntos. “De amigos pasamos a amigos con roce casi sin darnos ni cuenta, y fue entonces cuando alguien nos dio el dato de un departamento que se alquilaba en la calle Tallers”, recuerda Lola. Resultó ser un minúsculo departamento de unos 25 metros cuadrados en la cuarta planta de un edifico (antiguo convento) ubicado en la adoquinada carrer Tallers del casc antic de Barcelona, en el mítico barrio El Raval a un costado de Las Ramblas y a un par de cuadras de la Plaza Catalunya. El mismo que inmortalizará Jean Genet en su Diario del ladrón (1949): “El Paralelo es una avenida de Barcelona paralela a las célebres Ramblas. Entre estas dos arterias, muy anchas, una muchedumbre de calles estrechas, oscuras y sucias forman el Barrio Chino”.

Un departamento sin portero eléctrico, con baño compartido y sin ducha (una pésima característica de casi todos los edificaciones de las grandes capitales europeas que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX) y ventanas interiores. Así lo describe Roberto en una de las pequeñas libretas, en las que solía escribir, que comparte vitrina – en “Arxiu Bolaño”- con otras tres más grandes, tituladas Diario de vida, ejercicios de 1979, y cuyo primer volumen se subtitula “Notas de vigilante nocturno del camping Estrella de Mar”, y a unos ejemplares de Algunos poetas en Barcelona: “el cagadero en el pasillo compartido con otros dos pisos sin ducha…”. Corría finales de 1978. “En invierno del 78, en Barcelona, ¡cuando aún vivía con Lola!”, señala un fragmento de uno de sus sonetos. Sobrevivían con la mercadería (artesanía) que Victoria les pasaba para que vendieran, labor que Roberto combinaba con unos trabajos de corrección de unos textos en compañía de Bruno Montané, poeta y amigo suyo, chileno de ascendientes catalanes que conocía de México y que se había venido poco antes que él a Barcelona.

“Trabajaba duro, dormía más bien poco y bebía incasablemente té, una parte principal de nuestra dieta junto al arroz blanco y los bocadillos de mortadela. No alcanzaba para más. Hubo un par de meses en que no me pagaron el paro. ¡Ah!, y el infaltable cigarro. Roberto fumaba muchísimo. A veces prendía un cigarro le daba una o dos caladas y lo dejaba”, puntualiza Lola. Luego, en el verano de ese año, Roberto empezaría a trabajar en uno de los “oficios de sudakas”, como les llamaba con su característico humor negro a los subempleos que ejerció: cuidador nocturno del camping “La estrella de Mar de Castelldefels”. Una ciudad a unos 20 km de Barcelona, hasta donde Lola solía acompañarle. Allí, como sabemos, Roberto estaría algún tiempo y un par de largos inviernos, entre los años 1979 y 1981, antes de radicarse definitivamente en la Costa Brava, primero en la ciudad Girona y, luego, en el pueblo de Blanes hasta el fin de sus días. Allí compartió piso en la Rambla Joaquim Ruyra con la discretísima Carmen Pérez de Vega, su última pareja.

Pese a toda la adversidad y los difíciles tiempos, “Roberto -recuerda Lola - era un tío súper optimista, un ser dulce, comprensivo y amable. Hablaba con todo el mundo y era capaz de experimentar una inmensa ternura por todo. Pero al mismo tiempo combativo y lapidario especialmente con todo escritor –como con la izquierda- que no le gustaba, al tiempo que eran sus verdaderos héroes aquellos escritores que eran sus favoritos. En estos temas era capaz de pasar rápidamente del tío más tierno al más ácido, siempre dando la impresión de que se lo había leído todo. Era el más erudito de todos, pero nunca infravaloraba a nadie, algo no muy común en tiempos en que todos hacían gala de saber demasiado… Roberto era para mí un ángel en medio de la mierda”, señala en medio de un profundo suspiro.

Y, seguramente, que lo siguió siendo pues conserva –desde siempre, de antes que fuera conocido- con reliquiaria devoción una serie de papeles, cartas, fotografías y un verdadero tesoro: un par de ejemplares originales de sus primeros libros, a saber, Algunos poetas en Barcelona de La Cloaca editorial (1978) y Reinventar el amor. Este último editado en México un par de años antes, en 1976 contiene una hermosa dedicatoria con bolígrafo azul y que señala: “Para Lola, niña hermosísima, con mucho amor. Roberto. Barcelona 78”. Tal y como aparecen en la siguiente imagen:
 


 
Mientras los días pasaban vertiginosa y rutinariamente, Roberto escribía guiones y seguía trabajando en la corrección y estilo de algunas de las obras de Manuel Puig; seguramente en Pubis angelical (1979) o Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980), ambas editadas en Barcelona, ya que El beso de la mujer araña, también editada acá, en su primera edición data de 1976. Lola empezó a experimentar la sensación de que algo no iba bien. Comenzaban, nuevamente a hacer estragos los efectos psicológicos de su larga y traumática detención, lo cual sumado al natural agobio ocasionado por la difícil situación económica, hizo que Lola sucumbiera. Así lo recuerda: “Conocí a alguien, nos enrollamos y me fui del piso. No sin antes despedirme de Roberto. Lo tomó muy bien y nos despedimos con un buen polvo. Era un gran amante, siempre salía cosas distintas. Una vez más en las Ramblas nos dijimos cuídate y suerte”. Nunca más lo volvería a ver.

Al cabo de un tiempo Lola se enteró de que Roberto se había ido definitivamente de carrer Tallers y de Barcelona, pese a que “a él le gustaba mucho Barcelona, a pesar de que añoraba México siempre se sintió bien viviendo en Europa”. Prueba de ello es que se fue del Raval no sin poca resistencia. Hizo un último y desesperado intento por permanecer allí, una vez que se fue Lola, con su antiguo y también fracasado amor (mexicano), Edna Lieberman, que había viajado expresamente de México D.F. a unirse a él. Era su segunda breve historia de amor en ese lugar que también al poco tiempo terminó mal. “Terminó en un verdadero infierno”, para ser más o menos exactos, tal y como lo recordó Antoni García Porta en uno de los dispositivos audiovisuales del “Arxiu Bolaño”.

Finalmente partió y estando lejos de allí es cuando su intensa vida literaria empezó lentamente a dar sus iniciáticos pasos, pues es indudable que sus inicios como escritor están íntimamente vinculados a esta época y, muy especialmente, a la gran amistad que desarrolló en ese tiempo con Bruno Montané, con el cual creó la revista de poesía RVAC (Rimbaud vuelve a casa) y con el poeta–editor Xavier Sabaté dueño del proyecto editorial La Cloaca, en donde publicó su primer libro de poemas en Europa, Algunos poetas en Barcelona (1978); y, poco después, con Antoni García Porta, con el cual escribió a cuatro manos su primera novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984) y su primer cuento conocido como Diario de Bar (1984), ambos textos editados por Acantilado.

“Salíamos a caminar y charlar de literatura o bajamos a la Granja Parisien o al Café Céntric, que estaba justo bajo su casa. A los futbolines (taca-taca en chilensis) y al Cine Céntrico (que fue inaugurado en 1934 y que cerraría más tarde en 1985, precedido de la mala fama de cine de mala muerte luego de convertirse en escenario de un asesinato y de frecuentes y furtivos contactos de homosexuales en sus baños) en el mismo edificio de Ediciones 62”, señala García Porta en el citado vídeo de la muestra del "Centre de Cultura Contemporània de Barcelona" (CCCB). Indiscutiblemente eran tiempos plagados de proyectos, novelas y guiones… pero que a Roberto, sin duda, comenzaban ostensiblemente a sobrarle o a traerle mala vibra. “Desde que llega a Catalunya estaba verdaderamente obsesionado con la idea de aprender a hacer novelas, es por ello que lee y escribe infatigablemente, para volver a leer y escribir sin descanso, prácticamente, todo el día como en un bucle sin fin”, recordó, por último, García Porta.

“Qué decir sobre los crepúsculos ahogado de Barcelona. / ¿Recordáis? / El cuadro de Rusiñol Enric Satie en el sue estudi? /Así / Son los crepúsculos magnéticos de Barcelona, como los ojos y la Cabellera de Satie, como las manos de Satie y como la simpatía / De Rusiñol. / Crepúsculos habitaciones por siluetas soberanas, magnificencia / Del sol y del mar sobre estas viviendas colgantes o subterráneas/ Para el amor construidas. La ciudad de Sara Gibert y de Lola Paniagua, / La ciudad de las estelas y de las confidencias absolutamente gratuitas. / La ciudad de las genuflexiones y de los cordeles”. (“Crepúsculos de Barcelona”, en La universidad desconocida).
 
Así, Roberto se fue despidiendo de su querida Barcelona y allegándose a su entrañable y definitivo Blanes. Luego de un breve paso por el casco antiguo de la hermosa ciudad de Girona a donde arribó en 1980, se trasladó a ese pequeño y solitario balneario, salvo en los veranos que está plagado de “guiris” (gringo en buen chileno), borrachos y de turismo de bajo standing, el cual hizo su macondo. El tiempo seguía su curso y a ratos parecía no poder olvidar a Lola, como consta en este breve poema titulado simplemente “Lola Paniagua”, publicado en La Universidad Desconocida: “Contra ti he intentado irme, alejarme/ La clausura requería velocidad/ Pero finalmente eras tú la que abría la puerta. / Estabas en cualquier cosa que pudiera/ Caminar llorar caerse al pozo/ Y desde la claridad me preguntabas por mi salud. / Estoy mal Lola, casi no sueño”. Corría el año 79 y, parafraseando a Carmen Pérez de Vega, su verdadera viuda, Roberto comenzaba a transformarse en Bolaño, en Roberto Bolaño.



Lola Paniagua, Tarragona, 2013