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martes, 3 de octubre de 2023

¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?, por Enrique Vila-Matas

Prólogo a “Adiós a Bolaño”, de Roberto Brodsky

Rialta Ediciones, 2019





Querido Brodsky:

 

Hace un rato, solo y en la noche muy lejana del barcelonés barrio del Coyote, donde vivo, he regresado por una vía impensada a esos últimos días del pasado siglo, de los que probablemente nunca salí. Y he vuelto a Chile, a Valparaíso, a aquel fin de milenio en la terraza inagotable del Brighton, ya sabes: donde la pólvora. He vuelto a aquella madrugada en la que hablamos hasta el amanecer del amigo común al que tanto admirábamos: Roberto Bolaño. Hacía sólo cuatro años que había publicado Estrella distante, un puntal imprescindible de su obra, pero de lo que en gran parte hablamos aquella madrugada fue sólo de una incógnita: nos preguntábamos si sus poemas, sus novelas, sus cuentos no surgían de vivir en un espacio que no era el suyo y que percibíamos duro, a pesar de los días gloriosos en los que el amigo se había sumergido.

 

Madrugada eterna del Brighton. Sólo hablamos de  Estrella distante  al final. Y no sé quién de nosotros se empeñó en evocar, a modo de letanía que lo puntuaba todo,  Impromptu de Ohio, de Beckett, donde dos individuos, frente a frente, se repetían de una forma obsesiva: “Queda poco por decir”.

 

No veo mejor forma que esta carta breve y urgente para ampliarte información sobre la misteriosa cita de Faulkner que se halla al frente de Estrella distante. Te imagino sorprendido. ¿Cómo suponer que en uno de nuestros tantos “últimos atardeceres en la tierra” acabaría teniendo yo algo más que decir sobre la cita? Pero así es. Incluso cabe la posibilidad de que podamos dejar de parecer unos seres resignados a pulsar siempre unas mismas notas sobre Valparaíso y nuestra amistad cuando en realidad somos instrumentos de muchas cuerdas.

 

Verás, todo empezó por algo aparentemente trivial oído en un fin de año reciente, en Palma de Mallorca, hace dos veranos. Todo se puso en marcha cuando a un amigo, en medio del estrépito de la pólvora isleña, se le ocurrió decir que le había llamado la atención en mi recién aparecida novela, Mac y su contratiempo, que la única cita que el narrador daba por verdadera fuera la que Roberto Bolaño, en su epígrafe de Estrella distante, había atribuido a William Faulkner: “¿Qué estrella cae sin que nadie la mire?”.

 

La cita, dijo el amigo, encajaba en aquella fiesta de fin de año, y hasta abría el juego para una pregunta desmesurada: ¿Podían existir personas que celebraran, por ejemplo, miles de fines de milenio sin que nadie las mirara? Por mucho que quisiera evitarlo, su pregunta sonó tan rara que hicimos bien en volver a lo que nos ocupaba: en Mac y su contratiempo el narrador decía que nadie había sabido localizar aquella frase en la obra de Faulkner, y acababa concluyendo que la cita podría ser inventada, aunque todo indicaba que era de Faulkner, porque Bolaño no solía inventarlas, y menos aún si eran para un epígrafe.

 

Y recordé que un crítico español, Javier Avilés, comentando aquel enigma, había dicho que, analizada y bien rastreada toda la narrativa de Faulkner y algunos de sus ensayos y alocuciones, la única referencia a las estrellas aparecía en La paga de los soldados, su primera novela: “Y las estrellas eran unicornios dorados pastando en silencio sobre praderas azules a las que horadaban con sus cascos agudos y centelleantes como el hielo”. Por tanto, decía Avilés, irremediablemente la frase de aquel epígrafe de Bolaño sólo podía encontrarse en algún poema de Faulkner.

 

Y no se equivocó. El otro día, Margaret Jull Costa, que estaba traduciendo Mac y su contratiempo al inglés, me escribió un correo para decirme que con Sophie Hughes, que le ayudaba en su trabajo, habían encontrado la cita en  The Marble Faun and A Green Bough, de Faulkner: “what star is there that falls, with none to watch it?”.

 

Podemos modificar la frase de tu novela, sugería Margaret, y traducirla así: “As far as I know, no one has yet been able to locate this line in Faulkner’s work…” (“Hasta donde yo sé, nadie ha sido capaz de localizar esta línea en la obra de Faulkner…”). De ese modo, venía a decir Margaret, el error recaería sobre mi narrador, por saber menos que ellas y que yo sobre ese verso de Faulkner.

 

Evidentemente, querido Brodsky, queda por averiguar en qué traducción española de The Marble Faun and A Green Bough encontró Bolaño la cita. Tras arduas indagaciones, me inclino por creer que pudo encontrar el verso en una edición bilingüe de 1997,  Si yo amaneciera otra vez: doce poemas de Faulkner, pertenecientes a A Green Bough, traducidos por Javier Marías, acompañados de un recorrido por el Mississippi de la mano de Rodríguez Rivero. Se da la circunstancia de que Margaret Jull Costa es la traductora de gran parte de la obra de Marías al inglés, por lo que quizás ahí se cierre un círculo, aunque sin duda para que se abran otros. Sin ir más lejos, hace un momento y por pura casualidad, me he cruzado con unos conocidos versos de John Donne entre los que se encontraba este: “¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?”. Juraría que Faulkner dialogó con ese poema de Donne cuando escribió el verso que luego Bolaño citaría para abrir su deslumbrante Estrella distante.

 

Dicho queda –directo hacia Nueva York, donde los Brodsky– y que por muchos milenios quede algo más por decir.

 















lunes, 17 de abril de 2023

Cuchicheos en torno a la zona invisible: las cartas entre Roberto Bolaño y Enrique Lihn

Por Martín Cinzano
Carcaj.cl, 24.01.2023




Carta a un joven poeta. O, mejor, telegrama: No escriba. Stop.

Escríbase. Siempre que tenga algo que perder. 

Stop. O siembre papas en su aldea.

Enrique Lihn

 


En 1981 Roberto Bolaño tiene veintiocho años y está instalado en Gerona, donde intenta sobrevivir y perfilarse como escritor. Mientras tanto, el poeta de larga trayectoria que ya para aquel entonces es Enrique Lihn, pese a sus intentos de autoexilio y a sus estadías en Barcelona y Nueva York, permanece y permanecerá hasta su muerte en el “horroroso Chile” de la dictadura de Pinochet, desde donde mantendrá una nutrida correspondencia con editores, universidades, amistades y poetas residentes en el exterior. Entonces Bolaño le escribe una carta y Lihn se la contesta, iniciándose un intercambio que se extenderá hasta 1984. [1]


       A primera vista, se trata de una relación franca y más o menos común entre un escritor en ciernes, ansioso por exhibir sus textos, y un poeta más bien reticente y seco, en algún momento de tono admonitorio, que carga con una sólida obra a cuestas, además de un galardón importante en aquel entonces: el Premio de Poesía Casa de las Américas de 1966. Así, será Bolaño quien lleve la voz cantante: sus cartas y postales, la mayoría escritas a mano, serán notoriamente más extensas que las de su interlocutor, escritas a máquina, abundando en diversos temas y sucesos, desde una gata a punto de parir hasta recuerdos de infancia y juventud, pasando por intentos y planes de novelas, poemas y sabrosos “cuchicheos”. Entre estos últimos, destacan los referidos a la famosa carta que Lihn enviara al Primer Encuentro de Poesía Chilena en Rotterdam, realizado bajo el patrocinio del Centro Salvador Allende en abril de 1983.


        “Cuchicheos”, escribe Bolaño en noviembre de ese mismo año: “que tu carta-ponencia del Encuentro de Rotterdam dividió al personal. Yo no fui pero me contaron que había más de 50 poetas jóvenes chilenos, ¡horror!”. La exclamación debió sacar sonrisas a Lihn, quien ya en una carta de junio de 1981 enviada a Gerona, a propósito de otro encuentro de poetas “en la penosa Sociedad de Escritores” de Chile, había caracterizado dicha reunión como la de “una serie de huevones de ambos sexos, para llorar a los exiliados y pedir repatriaciones, etc. Gestiones políticas necesarias, pero obvias y estúpidas que se resuelven, generalmente, cantando loas a los genios que tenemos en el exilio, y silenciando los nombres de quienes hemos vivido en esta mierda durante todos estos años”.


      No sobra recordar que en la mentada carta enviada al encuentro en Rotterdam (donde estuvieron presentes Cecilia Vicuña, Gonzalo Millán, Omar Lara y Antonio Skármeta, entre otros y otras), Lihn había zanjado de entrada: “no puedo decirme amigo de ustedes”, y todavía más: “desconfío de algunos de los invitados”. También al mismo Bolaño, en la citada carta de 1981, le había advertido: “No te queridizo ni te estimizo, porque la verdad esos o son formalismos anglosajones o resultan cuando uno estima y/o quiere a alguien, previo conocimiento de persona y causa”. Las advertencias hoscas tal vez pueden perturbar, pero si se observan a la luz de la trayectoria poética y política de Enrique Lihn y su lucha permanente por demarcar un lugar ajeno a fórmulas protocolarias, no parece muy extraña; antes bien, forman parte de su acervo beligerante y antidiplomático.


        Esto a Bolaño por supuesto le fascina; en su narrativa, en sus poemas y en las mismas cartas a Lihn no dejará pasar la oportunidad para avivar la cueca de este resentimiento que a fin de cuentas comparte con su antimaestro. En una postal de agosto de 1983, al comunicarle a Lihn la pronta publicación de la “Carta a los poetas en Rotterdam” en el segundo número de la revista Berthe Trépat (editada en Barcelona junto al poeta Bruno Montané), con humor lanzará algo más de leña al fuego, al pormenorizar las circunstancias en que la consiguió, gracias uno de “los insignes y ubérrimos mil poetas jóvenes chilenos que recorren este viejo continente (acerca de esto, yo me pregunto, ¿de dónde salen tantos? —porque son muchísimos—, ¿no será una maniobra de Pinochet para desacreditar para siempre a la literatura chilena?”).


      De esta manera, preguntas socarronas mediante, Bolaño intentará hacerse espacio en el estrecho territorio del poeta chileno que esté donde esté, dentro o fuera del país, discurrirá por un sendero distinto al del circuito más o menos establecido, más o menos oficial, de la cultura de resistencia a la dictadura. Podría decirse: con Lihn, Bolaño reafirma su interés por quienes, como él, viven un destierro en los bordes del destierro, al modo de El Ojo Silva, personaje aparecido posteriormente en el libro Putas asesinas (2001): “No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el DF: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados”.


        “No frecuentaba los círculos de exiliados” quiere decir, en el contexto de Lihn: no frecuentaba los círculos culturales de la resistencia —que sí conocía—, ni supeditaba su quehacer crítico, poético y político a los debates de una red intelectual comprometida con el derrocamiento de la dictadura. Sin embargo, pese a dicha posición periférica, o junto con ella, hay también una constatación ineludible e “irremediable”, la de la pertenencia; en otro de los relatos de Putas asesinas, el narrador dirá: “B detesta a los chilenos residentes en Barcelona, aunque él, irremediablemente, es un chileno residente en Barcelona. El más pobre de los chilenos residentes en Barcelona y también, probablemente, el más solitario. O eso cree él”. Lo decisivo de esta creencia, en ambos, es que conlleva también una actitud de desplazado, de ninguneado, expresada en una permanente y cada vez más aguda molestia que por su parte Bolaño blandirá con cierto orgullo derrotista en las mismas cartas y en poemas-manifiestos como “La poesía latinoamericana” u “Horda” (en el cual, por ejemplo, se ponen en boca de “Poetas de España y Latinoamérica, lo más infame / De la literatura”, estas palabras: “No te preocupes, Roberto, dijeron, nosotros nos encargaremos / De hacerte desaparecer”). 


        En lo que a la literatura chilena respecta, en una carta de octubre de 1982 Bolaño le escribe a Lihn con tono irónico: “Completamente fuera de la literatura chilena y, horror, dentro de 6 meses cumpliré 30 años. ¿Qué será de mí?”. Aunque esta exclusión ciertamente se relativice al hallar a Bolaño en una antología de poesía política chilena publicada en 1977 [2], es pues esta invocación a la soledad propia de un estar-fuera (como un lugar desde el que, sin embargo, se escribe) la que en cierto modo los unirá en la correspondencia y los llevará a establecer una especie de red entre Gerona y Santiago.


        Pero como la literatura no conforma una orgánica política (pese a que en ocasiones sus representantes hagan todo lo posible para afirmar lo contrario), a la par de los intereses comunes también se presentarán divergencias; en paralelo a su correspondencia con Bolaño, esto es lo que Lihn, a su vez, le “cuchichea” al peruano Edgar O’Hara en una carta de julio de 1981: “hay otro poeta más joven al que no conozco personalmente, que me envía sus trabajos desde un pueblucho de España (?), de nombre Roberto Bolaños [sic]; hizo una mala antología para la Editorial Extemporáneos (México) con un vergonzante prólogo-poema de Efraín Huerta”. Sin duda, la presencia de Huerta en su antología (hablamos de Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego: once jóvenes poetas latinoamericanos, de 1979) significó para Bolaño un verdadero espaldarazo de legitimación asegurada, y en eso, al menos, no se distingue de ningún o ninguna poeta joven (o no tan joven) de estas tierras. Ahora bien: tanto la factura de la antología como la “gauchada” de Infraín, tal cual se ve, no dejó muy bien parado al joven “Bolaños” ante los ojos de su implacable destinatario.





Lihn a esas alturas necesitaba otro tipo de espaldarazo, mucho más urgente. Al leer sus cartas y ensayos de aquel tiempo, la política interviene con una frecuencia que lo convierte en un descarnado analista, en clave íntima, de las consecuencias culturales arrastradas por la Guerra Fría. Quién publica a quién, dónde está el problema, cómo se excluyen y autoexcluyen ciertas escrituras: hay un mapa político en esas cartas como trasfondo de una desesperación creciente por huir algún día de Chile. Y será dicha desesperación la que le hará solicitar recomendaciones a personalidades literarias de poder en ciertos circuitos culturales; así, el 16 de octubre de 1982 le escribirá a Octavio Paz (quien en 1977 lo había invitado a colaborar en Vuelta), con el fin de obtener por segunda vez la famosa Beca Guggenheim: “uso o abuso, una vez más, de su buena voluntad: usted sabe que los chilenos somos, por situación, ligeramente minusválidos, aun los que como yo se mueven como ardillas. Necesito, otra vez, salir de este país a respirar”.


Ni en sus peores pesadillas, Bolaño, el Bolaño de México DF, Gerona y Blanes, le solicitaría apoyo a Octavio Paz con el fin de obtener una beca. Para la ardilla Lihn, en cambio, dado el contexto opresivo de la dictadura, casi cualquier opción le ofrecía una posibilidad para algún día lograr “salir de este país a respirar”. Pero, al menos en el papel, sabemos que nunca pudo hacerlo, incluso viajando: “mis viajes que no son imaginarios / tardíos sí -momentos de un momento- / no me desarraigaron del eriazo / remoto y presuntuoso”, había sentenciado en “Nunca salí del horroroso Chile”, poema ya célebre publicado en el libro A partir de Manhattan, de 1979.


Por otra parte, se diría que en esas cartas Bolaño ya explora en un estilo y además perfila relatos que más tarde trabajará y publicará; en su correspondencia se instala una especie de taller para sus proyectos futuros como narrador y poeta. “Una carta es literatura”, escribió Paul Valèry; vale decir: no sólo se trata de enviar textos con vistas al examen crítico de un gran lector, sino más bien de considerar el cuerpo mismo de esas cartas y postales acaso como los primeros esbozos de relatos incluidos en libros posteriores. Y si bien Lihn le advierte en junio de 1981: “No me bombardees con ‘poemas elefantiásicos’, mándame algo que me interese”, las cartas de Bolaño se harán más extensas al incorporar detalladas narraciones de algunos sucesos propios tanto de su vida cotidiana en Gerona como de recuerdos de su pasado chileno y mexicano, entre los que sobresalen un penalti atajado ni más ni menos que a Vavá en 1962 y la referencia a su accidentada relación con Alejandro Jodorowski en México, incluida después en el cuento “Carnet de baile” de Putas asesinas.

 

Es en esa extensión donde se va desarrollando una escritura deliberadamente digresiva que recupera la tradición epistolar como género literario, a un mismo tiempo performativo y ficcional: alguien que no sabe aún si es un escritor y cuyo nombre no se encuentra instituido como tal, confiesa sus temores y perspectivas ante quien admira, y con ellos, de paso, esboza una literatura. “Escríbame más a menudo”, reclama Bolaño en 1984, ya desde Blanes: “Sus cartas son un consuelo”.

 

Del otro lado, ¿cuál es la respuesta? ¿Qué se puede esperar de un destinatario capaz de declarar en una de sus primeras devoluciones (junio de 1981): “Las paternidades/maternidades con la gente joven tampoco me placen”? Lihn entonces tenía claro que una lectura crítica de los y las poetas jóvenes se hallaba lejos de una complacencia protectora a cambio de favores; Bolaño bien lo supo, por ejemplo, cuando en carta de junio de 1981 su “Literatura para enamorados” se califica con mala nota, al evaluarse como un texto “demasiado desmadejado”: “no prepara o no propone un contexto en que las imágenes (…) digan algo más de lo que lo harían en un viejo poema surrealista —y el surrealismo ortodoxo ya no se soporta”.

 

La generosidad sin concesiones aparece de esta manera como una lección a la hora de tender redes (de escritura y sobrevivencia) en medio del entramado de la literatura latinoamericana, donde abundan los elogios automáticos entre amistades de pantalla. Pero las exclusiones, golpes de suerte y asociaciones lícitas e ilícitas también conforman ese entramado, como claramente lo había aprendido Bolaño en la mejor escuela para hacerlo: México. Incluso bastante tiempo después de concluida la correspondencia con Lihn, su “carrera literaria”, si hemos de creerle a un poema póstumo, aún se componía mayormente de rechazos editoriales; y al evocar, años más tarde, la época de esas cartas que “en cierta forma me habían ayudado”, el narrador del cuento “Encuentro con Enrique Lihn” insistirá en su pretérita condición de excluido, cuando “la literatura”, para él, “era un vasto campo minado en donde todos eran mis enemigos”. 

 

De ahí también la importancia publicitaria del intercambio para Bolaño; la inclusión de sus poemas, gestiones de Lihn mediante, “en una especie de recital de poesía joven” efectuado en Santiago, será mencionada, en el mismo relato, al modo de un modesto premio. Se trata del “Ciclo de Poesía Joven Actual” organizado en mayo de 1983 por el Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura, donde además Lihn, maestro de ceremonias, presentaría a los poetas Claudio Bertoni, Diego Maquieira y Gonzalo Muñoz. Según una nota de la revista Pluma y Pincel de junio de ese año —para continuar cuchicheando—, en aquella reunión Lihn caracterizaría al tal “Bolaños” como “un adolescente un poco malandra, medio desaforado, obsceno y perplejo”, autor de “versos que parecen emisiones de música estroboscópica”.

 

Si no fuera por los arranques de pesimismo causados por sus proyectos truncos, por las negativas de publicación cuya inmediata consecuencia será la falta de dinero, las cartas y postales de aquel adolescente podrían ser hasta festivas. “¡Mi situación económica es pésima y mi situación mental casi un albur! De todas maneras, es triste”, escribe en carta de octubre de 1982. En respuesta, una de las últimas cartas halladas de Lihn, de febrero del siguiente año, además de resumir la correspondencia entre ambos, expone con sensatez, es decir, con la voz de la experiencia, de maestro outsider a discípulo outsider, las reglas del juego que después de todo funcionan para cualquiera que un buen o mal día haya tenido la ocurrencia de ponerse escribir:  

 

Roberto: he recibido y releído, otrora, cada uno de tus envíos —fragmento en prosa, versos y desalentadas menciones de tu vida literaria, creo—. Tú ya sabes todo lo que te puedo decir al respecto: eres un poeta, un escritor combinados y no te espera nada que te satisfaga planamente en materia de respuesta a un trabajo que es la soledad misma, para no llamarlo solitario, a menos que tengas una buena suerte o un sentido de la oportunidad del carajo. El tiempo y/o factores imprevisibles resuelven por ti en una zona que no ves nunca, situada más allá de tus narices escriturales. 

 

Ser escritor o poeta —ambos lo decían— no es gran cosa; pero para alguien ubicado en una posición incierta como la del Bolaño de principios de los años ochenta, esa sola designación por parte de Lihn —“eres un poeta, un escritor”— resulta un acicate para cualquiera, de esa serie de elogios inolvidables como el que, según Ricardo Piglia, William Burroughs recibió de Samuel Beckett: “usted es un escritor”. Después, en artículos, poemas y ficciones, Bolaño se encargaría de interrumpir el espeso silencio chileno en torno al trabajo de quien lo conminara a seguir; Bibiano, uno de los personajes de Estrella distante (1996), por ejemplo, sentenciará: “La poesía chilena va a cambiar el día que leamos correctamente a Enrique Lihn, no antes. O sea, dentro de mucho tiempo”.

 

Esa “zona” invisible, sin embargo, resuelve por ti sin preguntar cómo, cuándo y dónde cambiará (o no) el rumbo de las literaturas. Roberto Bolaño tuvo noticias de ella a través de ese amigo intratable y tan desesperado como él, y con quien, cosa curiosa, quizá afortunada, nunca llegó a encontrarse sino en el conmovedor plano de los sueños de una página: “Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida”.

 

 

 

Notas

[1] Parte de la correspondencia entre Bolaño y Lihn se encuentra en The Enrique Lihn Papers, en la Getty Research Library de Los Ángeles, California. Fue consultada gracias al apoyo de la UNAM y del personal del Getty en diciembre de 2019.

[2] Se trata del volumen Los poetas chilenos luchan contra el fascismo, antología de Sergio Macías publicada en 1977 en la RDA, en la que aparecen, al lado de Mistral, Neruda y Víctor Jara, dos poemas de Bolaño escritos junto a Bruno Montané, “Carta” y “En el pueblo”. (Vid. Sergio Macías(comp.), Los poetas chilenos luchan contra el fascismo. Berlín, Comité Chile Antifascista, 1977, pp.268-271).

 

 

 

 












lunes, 21 de agosto de 2017

¿Cómo llegó Roberto Bolaño a la literatura? Una exposición de sus cartas lo responde

Por Emilio Contreras
Biobio.cl. 11.07.2017


Exposición: 4.07.2017/1.09.2017

Biblioteca Nicanor Parra, UDP

 
Si algo tuvo claro siempre Roberto Bolaño era que quería convertirse en escritor, costase lo que costase. Así lo pone de manifiesto la correspondencia que mantuvo durante casi veinte años con la crítica literaria chilena Soledad Bianchi. Cartas, la mayoría manuscritas, poesías y hasta borradores de novelas que intercambió con esta crítica literaria y editora de revistas que acaba de vender este material a la Universidad Diego Portales de Chile y que desde la semana pasada se expone en la Biblioteca Nicanor Parra, uno de los referentes del escritor chileno.

“(De) lo que nunca quedó duda, de carta en carta, es su porfía y pasión por la literatura“, dice Bianchi en un aula de la cátedra consagrada a Bolaño, hoy encumbrado al altar de los mejores exponentes de la literatura latinoamericana. “Él quiere ser escritor y sabe que lo será, aunque deba dejarse el pellejo”, agrega. “Con modestia, verdadera o falsa, Bolaño aclaró que, mientras los españoles escribían bien pero no tenían historias que relatar, a él no le faltaban asuntos para contar y esa era su gran ventaja”, dijo en noviembre de 1998, cuando la novela Los detectives salvajes, que le elevaría al panteón de las letras en español, estaba ya a punto de salir.

A través de estas cartas, nos enteramos de cómo Bolaño gestó su consagración literaria, que casi no pudo disfrutar debido a su muerte temprana en 2003, a los 50 años. La exposición: “El escritor joven y la crítica: muestras del epistolario Bianchi/Bolaño”, da fe de esta relación epistolar entre 1979 y 1997, durante su afincamiento en Girona (España), tras vivir antes en México. Una relación reducida al correo, puesto que en casi veinte años escritor y crítica, que vivía exiliada en Francia, solo hablaron un par de veces por teléfono. Se conocieron en 1998, en Chile, tras el fin de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Sus cartas, con una letra clara y ordenada, reflejan la evolución de la creación literaria del escritor todavía en ciernes. Por ejemplo, el esbozo argumental de Monsieur Pain, que se convertiría en La senda de los elefantes, en 1984. También hay referencias a El espíritu de la ciencia ficción, que se publicó de manera póstuma en 2016. Pero sobre todo nos permiten enterarnos de cómo vive en Girona, “un pueblo miserable pero con bonitas ruinas medievales“, de su vieja estufa eléctrica, de que baila para soportar el invierno, de la música que escucha, de su revista “Berthe Trepat”, que cierra al tercer número porque ya no encuentra poemas para publicar. Bolaño también está interesado en que lo lea Antonio Skármeta, escritor y paisano, y nos enteramos de que vive solo “desde hace varios años en un departamento a pocos metros del de mi mujer” en la misma calle, el carrer del Lloro de la ciudad catalana.


Vida de penurias

En casi todas, el hilo conductor son las penurias, aunque eso no le hace perder el humor: “Desde 1993, vivo únicamente de la literatura, es decir: vivo pobremente (ahora que lo pienso, como siempre)“.

“Para subsistir se había presentado una y otra vez a innumerables concursos convocados por ayuntamientos e instituciones”, explica Bianchi. En las cartas manuscritas, suele firmar con una gran “R”. “Al parecer fui yo quien contactó a Bolaño el 17 de agosto de 1979, fecha de la carta más antigua que encontré”, explica Bianchi en la cátedra en homenaje al escritor. Le escribió para solicitarle colaboraciones poéticas para la revista cultural “Araucaria de Chile“, la revista de referencia del exilio chileno, ligada al Partido Comunista, de la que Bianchi era una de las editoras. Por aquel entonces, Bianchi, exiliada en Francia, había leído algunos de los escritos de Bolaño y de su amigo Bruno Montané, también chileno.


Obsesivo

Según la editora, Bolaño era bastante obsesivo en sus preocupaciones e intereses y hay asuntos sobre los que vuelve una y otra vez a riesgo de ser “majadero”, como él mismo reconoce. A partir de sus cartas podría hacerse un listado de ocupaciones y preocupaciones propias y de su entorno: lecturas, futbolistas, cosas curiosas, cantantes, adición a los juegos de guerra, dice Bianchi.

Esta correspondencia se va interrumpiendo y espaciando al regreso de Bianchi a Chile en 1987, año en que por fin se vieron las caras. Después llegó el éxito, con títulos como Los detectives salvajes, ganadora del Premio Herralde en 1998 y el premio Rómulo Gallegos en 1999, y la póstuma 2666, hasta convertirse, después de su muerte en uno de los escritores más influyentes de la literatura en español.



Mayores informaciones sobre la exposición: 
http://www.udp.cl/agenda/detalle.asp?agendaId=4861







lunes, 19 de julio de 2010

Yo no fui amigo de Roberto Bolaño

por Felipe Cussen
Barcelona. 15.07.2003









1. Roberto Bolaño murió anoche más o menos cerca de donde vivo. Ayer era un día demasiado caluroso y húmedo como para que alguien se muriera.

2. La primera vez que vine a Barcelona fue justo en los días en que le dieron el premio Herralde por “Los detectives salvajes”, y entonces me dieron ganas de leerlo. A la vuelta comencé por algunos de sus libros anteriores que estaban en la biblioteca de la universidad. Cuando mi abuela me regaló plata para Navidad partí a comprar esa novela, que leí poco después entre el sur y Santiago: fue una semana vertiginosa.

3. Más tarde quise leer “Llamadas telefónicas”, pero no tenía plata, por lo que un amigo que trabajaba en una librería me lo prestó por unos días. La condición era que si le pasaba algo al libro tendría que pagarlo, y así ocurrió: a pesar de mi cuidado, derramé un poco de café y tuve que comprarlo.

4. Cuando vino a Chile y fui a escucharlo a la Feria del Libro, y tomé nota de todos los autores nuevos que recomendó. Al final le pedí una dedicatoria para mi ejemplar de “Los detectives salvajes”. Me encantaría leerla ahora nuevamente, pero el libro se lo presté a un amigo. Le pregunté cómo podía enviarle unos poemas para que me los comentara, pero quizás no le llegaron o no le gustaron, porque luego no me respondió.

5. La primera vez que hice clases como profesor en la universidad, analizamos su cuento “Sensini”. Me encantan esos consejos y artimañas para participar en concursos, pero el problema es que soy muy culposo como para seguirlos.

6. Cuando me iba a venir a vivir a Barcelona hace un par de años una de mis ideas para trabajar en mi tesis doctoral era la estructura de “Los detectives salvajes”, pero finalmente opté por otro tema para investigar.

7. El primer libro que compré en esta venida a España fue “Putas asesinas”, en la escala que hicimos en el aeropuerto de Madrid; leí esos cuentos mientras iba a las oficinas del gas y la electricidad para que me dieran de alta los servicios en el departamente que acabábamos de arrendar, y en el departamento mismo, casi vacío.

8. Volví a verlo a fines del año pasado, en una charla que hizo (que no me gustó mucho) y le di una copia de mi primer libro de poemas; su respuesta fue un mail muy amable en el que decía que le había gustado, y que recibí justo la noche de Navidad, aunque curiosamente se había demorado más de un día en llegar desde que me lo envió. Le respondí que me encantaría visitarlo para conversar sobre sus libros, pero no me respondió. Luego vine a saber que ya estaba gravemente enfermo, y me di cuenta de mi impertinencia.

9. Anteayer le comentábamos a unos amigos de su enfermedad al hígado, y que estaba esperando un transplante al igual que lo había hecho el cantante Raphael, quien ahora se recupera satisfactoriamente.

10. Ayer en la tarde en una biblioteca pública vi una copia de su primera novela, escrita en colaboración, y pensé en lo precaria que debió haber sido su vida entonces, pero no pensé en lo precaria que debe haber sido su vida siempre.

11. Anoche supe de su muerte a través de internet, y frenéticamente me puse a buscar más noticias al respecto, pero todas eran igualmente escuetas y además con datos errados: se había muerto Roberto Bolaños, cuya casa estaba en Planes, que tenía un hijo llamado Laurato y que había vivido en países que no había vivido.

12. En la madrugada me costó quedarme dormido, pensando en todo lo que él había hablado siempre de la muerte, con una cercanía que me produce escalofríos.

13. No he hablado nada de Roberto Bolaño, apenas me he limitado a hacer una enumeración (como las que había en algunos de sus libros o en esa charla que no me gustó) de recuerdos. Tampoco he hablado de la tristeza que me ha provocado esta noticia, y la tristeza de todos los libros que se han muerto con él.










domingo, 31 de mayo de 2009

Email a Roberto Bolaño, en algún lugar de la Mancha

por Rolando Gabrielli




Las cenizas van al Mar Mediterráneo,
que es el vivir.

R.G.


La Diáspora es un lugar bien berraco en el ninguneo, donde se nace y muere, pero se crece como en un saco roto sin fondo ni punta, el vacío pesa y la voz se siente en off. Extranjero, dijiste, siempre, en realidad se sale una sola vez del vientre y no se vuelve más que otra vez, pero en forma definitiva, sin regreso, más bien para adentrarse más y más al fondo de lo inminentemente oscuro, otra matriz sin duda, que no será necesario abandonar. (Si Chile suena, es porque piedras trae).

Es como la reversa y te vas despidiendo en el adiós final, sin pañuelo, sólo con tu epitafio preferido y a pudrirse en el mañana con el polvo de las estrellas.

No es el momento ni el lugar, este paréntesis, para meter el dedo en el tintero y untárselo en el guardapolvo al mejor alumno de la clase, más bien rascarse la cabeza frente al ordenador, y no explicarse tu partida, aunque a este país de tránsito, no nos llegaran más que tus puteadas e ironías bien pulsadas, respecto de otros colegas latinoamericanos, y en especial los chilenos. Ácido hasta el final, un camino que es un túnel, al que se entra para no salir. Es un motor en marcha, difícil de apagar.

Más autobiográfico de lo deseado por él mismo, referencial, y con su bombo personal, como debe ser. Pero supo agregarle dientes y muela a la literatura chilena, para que tuviera donde agarrarse. El trapecista de Hamelín que la literatura chilena esperaba con su flauta, que algunos ratones tocaban airosos en la fiesta del marketing, con ese oficio triunfal de pasarela, una estudiada manera de sorprender a la audiencia a la hora del crepúsculo nerudiano.

Así son los días también, como una neblina en la espesa cotidiana realidad. Me sorprenden, en momentos en que duermo en mi cama con dos docenas de libros, producto de un ataque de comejenes furibundos, al techo de mi casa, sobre la hilera de la repisa del librero, reducto de una sagrada intimidad vulnerada por los amos despiadados de la tierra y los cielorrasos. Devoradores insaciables de madera y papeles, malos lectores, comejenes del demonio, me digo, y aquí están sobre el lecho tibio, casi impreso, entre otros libros, hace una par de semanas, el cubano Eliseo Diego, Martín Fierro, Rayuela, El Quijote con dibujos de Doré (casi dos mil páginas), Las Mil y Una Noches, Borges, Lihn (Diario de Muerte) Poeta en Nueva York Piglia, Carpentier, Mutis, Rulfo, Rosamel del Valle, T.S. Eliot, diccionarios, en fin, y Los Detectives Salvajes.

Los Detectives Salvajes, entraron al Istmo, como una especie de contrabando literario a un muy buen precio: más de seiscientas buenas páginas por 7 dólares. Yo me matriculé con un ejemplar, que tuve que hacer bajar del sitio más alto del drugstore. Ya medio leído, porque el primer requisito de un escritor es escribir, y después viene el placer de la lectura por añadidura, sobre todo cuando ya pasaste los 50 años.

Esto de ser inédito eternamente es un doble trabajo (mérito además), un oficio secreto, especie de borrón en el aire, sin comienzo ni fin. Estas son vainas (palabra caribeña fuera de contexto quizás) personales que te cuento, para que sepas que no todo es gloriola como dijo Huidobro, y también se deja de existir cuando los libros no son impresos y no llegan al lector. Estoy pensando que alguien me borra de noche las páginas que escribo de día, porque esto de la escritura es un cuento de nunca acabar, largo como un río que se devuelve en las madrugadas para volver a empezar o nacer.

Siempre estuve de acuerdo con echarle más leña al fuego de la literatura pacata, coja y bizca, y ese tábano tuyo, Roberto, te estoy tuteando desde el principio, algo que me cuesta, pero aquí si cabe en el aprecio y la verdadera distancia, picó fuerte, tan necesario en algunas nalgas rosadas, pudorosas, fruncidas, afrancesadas, llenas de naftalina, simplemente señoriales.

Es que si no, una marcha castrense tiene más sentido literario que algunos textos, verdaderas cubiertas de mármol, lisas, planas tipografías erráticas, de plagiadores del insomnio. Borges fue un ejemplo de burlarse de lo propio y ajeno, de regalarle sus ojos al mundo. Eso fue el colmo de las ganas de que otros vieran su mismo paisaje porteño y universal.

Bolaño, le pusiste chispa a la narrativa chilena y una luz roja a los que manejan pedaleando al revés, con calcetines prestados, una escritura tan acostumbrada a cierta vinagreta, aburrimiento, por eso unos gramos menos de solemnidad no le van mal a nadie, y menos al cartón piedra que utilizan algunos prosistas.

Orden y patria en literatura, conforman un himno decadente, artificioso, un libreto previamente aprendido y que después de entonado desafinadamente habrá sonado en el vacío.

Hombre, Bolaño, es digno de mención, no sólo el haber escrito unos cuantos buenos libros, sino también poner atención como rompiste las roscas, camarillas, los círculos viciosos de la mediocridad, las sociedades secretas del amiguismo. Difícil cuadratura del círculo, pero realizable, y necesaria, sobre todo, en el Circo de las Águilas Humanas.

Arar sólo en el desierto es un ejercicio más que meritorio, sobre todo cuando existe la recompensa del reconocimiento en vida real, más allá de los premios y la pasarela editorial. Bolaño, eres un escritor de raza como pocos en Chile, en materia de narrativa. Afortunadamente fuiste reconocido en vida como un escritor original, audaz, que rasgó el velo de la abulia y el compromiso con la monotonía en las novelas y el lenguaje. Tengo la impresión que sabías que eras un escritor de futuro. Y te despediste con un libro de cuentos, antes de entrar al hospital, en un maravilloso gesto y compromiso con el porvenir, la literatura que nunca acaba. Un libro nuevo es siempre un relevo. Una buena señal para partir en paz.

Rara especie esta la de Bolaño, por eso habitó poco el país del smog, donde todo es humo, volatilidad, se empañan los vidrios, caen las persianas llenas de hollín y se trancan las puertas, el freno de mano no sirve, y te tiran la chaqueta desde la punta de un hilo hasta dejarte desnudo en el tejado. Es como si te plantaran un tarro de pintura amarilla en la cara y después te dijeran que eres un payaso desempleado, con derecho a permanecer taciturno ocho veces a la semana.

Sé que me estás entendiendo, es difícil vivir con un cadáver de Arica a Magallanes, especie de zopilote negro, carroñero, sobre el espinazo, picoteándote la oreja, alternándose con la nuca y susurrándote Lili Marlen. Por eso tus sacudidas permanentes, para espantar gallotes, malos augurios, aves agoreras, brujas de escobas sin vuelo.

Te comento, se han escrito buenos titulares, en medio de tu partida, que es un hasta luego, porque nos dejaste la imaginación escrita en palabra y eso si no pasa. “Maestro de la generación post boom”. No es un mal calificativo y socarroncillo a la vez, como dicho frente a tu espejo. En la onda dirías, el gusano que te corroe, pero con gusto.

Oye, por momentos me recuerdas Woody Allen, a veces un fraile franciscano con sus sandalias mistralianas o el Quijote, que frisaba los 50 cuando partió definitivamente cuerdo, pero venía de una Castilla cardiaca, infestada por caballeros andantes de muy mal paso, a juicio de Cervantes.

“El último piel roja”, te llamó un diario español monárquico, y pienso que tiene algo de razón, le arrancaste la cabellera a la narrativa chilena.

Te imagino muerto de la risa leyendo los titulares: “Murió Roberto Bolaño, escritor chileno de carácter insobornable” Estás frente a una copa de vino, sonriente, aplaudiendo, y un anuncio: casi abandonabas el panfleto y el libelo, dos disciplinas menores, a tu juicio, pero muy atractivas, sal y pimienta de tus días, que llegaban a espantar moscas en el Chile disciplinado, aterrado, convicto de su pasado, y momia de su propio alcanfor. ¿Tanta democracia vigilada, para qué Benemérito?

Te acuerdas que vendías santitos en las calles del D. F., no eran tiempos de santurronerías, sino de sobre vivencia, para un hijo del exilio que se transformaría en protagonista de lo más universal de la Diáspora.

Perdona un paréntesis, pero es importante, me acabo de enterar que tu hijo lanzará tus cenizas al mar Mediterráneo. Qué buena idea, que hermoso lugar de evocaciones has escogido para vivir para siempre, la dieta mediterránea te asentará de maravillas. Yo ya había titulado este e-mail antes que lanzaran tus cenizas al Mediterráneo, lo dejaré tal cual por una cuestión de cábala, y respeto al autor, a quien me manda escribir esto, ya sabes son compromisos editoriales con el alma, los más permanentes, porque son invisibles a simple vista del comején publicitario, antropófago del verbo.

IL enfant terrible de la prosa chilena, me parece un calificativo al pelo para ti, te peina la mirada de Wooddy Allen, te quita un poco la expresión franciscana, aunque Rimbaud, fuera un místico empedernido en el fondo de la palabra mierda. Te están llamando inclasificable ahora. Eso me huele a incomodidad. Esperemos mejor que los lectores digan su última palabra a través del tiempo, más poderoso que la muerte, que es una puta caliente, como dice el verso de nuestro Hamlet de Las Cruces, refugiado en el poético mundo de la Antipoesía.

Lo que sucede es que Bolaño Belano, es el Parra de la narrativa chilena, se puso a vendimiar la prosa a su manera y se instaló con su propia cosecha en la carpa del Mediterráneo, porque en el circo chileno había muerto la risa, roto la carcajada y asumido el control la solemne payasada.

Oye, algo aparte, pero importante, qué nombre de agallas le pusiste a tu hijo, Lautaro. De sus manos el Mediterráneo está recibiendo tus cenizas. Roberto, coño, que vaina el fantasma de Chile, pero es real.

Continúo, debo aprovechar que los e-mail son gratis y circulan, y espero que este te llegue directo al Mediterráneo, en el caliente verano europeo. Dicen más los titulares en Barcelona: “Una obra llamada a perdurar y muere en plenitud creativa” Dos afirmaciones justas, pero te encargaste de desmentirlas, porque dejaste todo arreglado con el duende y saldrán en serie tus últimos libros inéditos.

El más audaz de los narradores chilenos a partir de los ochenta. Literatura y oralidad, una sola expresión en Bolaño, sin pelos en la lengua, en nuestra opinión. Supo conjugar humor y razón, divertimento en el espíritu y en la forma. Se dejó querer y odiar, en el verbo escrito y en la lengua hablada. Es que, hacerle concesiones a la realidad, es como otorgarle legitimidad a un Bando Militar. Por ahí leí algunas declaraciones de sus pares, que no han leído sus libros, absolutamente descafeinadas, palabras de institutrices de una precocidad feroz en el marketing orquestal.

Entre tus influencias citas a dos poetas, el mexicano Efraín Huerta y a Enrique Lihn, a quien no conociste. Yo tuve la suerte de conocer a Lihn, leer su poesía, ver como tocaba su Musiquilla de las pobres esferas en el Horroroso Chile. En los días finales de mi partida de Chile, fui testigo de una conversación en una pieza oscura entre él y Parra, en el departamento heredado de calle Bustamante, del poeta brasileño, amigo de Lihn, Thiago Di Melo. Lo único que puedo decir, es que se paseaban de un lado para otro en el ring freudiano de la poesía, y se fueron lejos en las reflexiones, donde sale un duende azul y te hace pasar para tomar un té denso con propiedades alucinantes. Es como un boleto sin regreso. Ya Neruda le había dado vuelta al reloj de arena, pero aún no regresaba a Isla Negra, sino estaba en el nicho helado, donde la dictadura permitió que lo pusieran. La República Asesinada, cuesta a bajo, anunciada por Pablo de Rokha. No sé si Teillier ya estaba en Nueva York 11, en la cábala del futuro. Braulio Arenas le rondaba la oreja al Premio Nacional. Y todo lo demás permanecía intacto. Nos encontramos en las inmediaciones de la casa de un joven poeta, ese día, y en el naufragio de la noche recalamos en ese pequeño apartamento que dividía Santiago en dos. Es decir, en la nada. Nada se escurre, es el título de su primer poemario, que Lihn detestaba. Un pecado de juventud, es el más original de todos.

Voy a ir a un punto incómodo para ti, que no comparto, y que voy a adelantar, por una cuestión de orden. Se te fue la mano cuando dijiste que Neruda había escrito sólo dos libros y no mencionaste ninguno. Sólo con las Residencias en la Tierra, cualquier poeta tendría para más que suficiente, y Neruda fue poeta de varias residencias y unas cuantas estaciones. El Canto General, Las Odas Elementales (muy aplaudidas en silencio por Parra), El Hondero Entusiasta, Canto Ceremonial, Plenos Poderes, y numerosos poemas de amor, algunos de Versos del Capitán, otros en Cien Sonetos y esparcidos por sus libros. Pero sus poemarios escritos en su prima juventud, 19 y 20 años, los emblemáticos 20 poemas de Amor y una Canción desesperada y Crepusculario, siguen vigentes en el corazón de la gente.

Mariposa de Otoño de Crepusculario, escrito hace 80 años, “ LA MARIPOSA volotea/ y arde-con el sol-a veces. Mancha volante y llamarada, /a hora se queda parada/ sobre una hoja que la mece. Me decían no tienes nada/ No estás enfermo. Te parece. Dice más adelante el verso neftaliniano, ya camino a las Residencias, Hoy una mano de congoja/ llena de Otoño el horizonte./Y hasta de mi alma caen hojas. Lo cierto es que en 1962, Parra publica sus famosos Versos de Salón, que traen una Mariposa, pero parriana, aunque también vuela con alas neftalinianas a la manera parriana. Nicanor, como sabes, ha sido uno de los principales demoledores del establishment nerudiano, con su poesía. Algo bueno para la poesía, Chile, el castellano, la literatura, y para Neruda, referente obligado, no sólo de los antinerudianos, sino de la poesía misma.

“Me pregunto quién escribirá ese libro que Parra tenía pensado y que nunca escribió: una historia de la segunda guerra mundial contada o cantada batalla tras batalla, campo de concentración tras campo de concentración, exhaustivamente, un poema que de alguna forma se convertía en el reverso instantáneo del \"Canto general\" de Neruda y del que Parra sólo conserva un texto, el \"Manifiesto\", en donde expone su ideario poético.” Son tus comillas Roberto Bolaño Belano, y el referente está enterrado en Isla Negra.

Parra ha tenido treinta años extras para poner en orden la casa de la Antipoesía, digamos con franqueza.

El hombre confesó, no sólo que había vivido, sino, que se seguiría viviendo, y pienso que tu sigues sus pasos, con méritos propios. Cada uno en su mar, Roberto, tú en el Mediterráneo, y Pablo, en el Pacífico de Isla Negra, viviéndose a su manera.

Lo interesante son tus coincidencias con Neruda, Bolaño. Y me digo, no podía ser de otra manera, dos chilenos verdaderamente grandes, auténticos, no, no, no estoy entrando al himno nacional, ni voy para Chile, ni me enloquecí en su geografía, ni por la Razón (que perdimos por tantos años) ni por la Fuerza, todo lo contrario, sólo que el Sur tú sabes puede estar para mí en el Norte y no dejará de seguir siendo Sur. Perro del Amor, dice el verso nerudiano, Perro Romántico, el de Bolaño. Dos axilas para un mismo cuerpo. El Vate dejó unos ocho libros antes de morir y tú dejaste lo tuyo, tu monumental obra, dicen, el 2666, desglosada en cinco partes autónomas.

Bolaño es el 666 de la narrativa chilena, en mi opinión Le hacía falta un verdadero demonio. Un duende que le hiciera cosquillas al ombligo del largo cuerpo de Chile. Que le encontrara las cinco patas al gato. Es que no estamos para tantos homenajes. País de sietemesinos. Te salvaste de las recomendaciones para premios, anarco, iconoclasta, trotskista, aventurero de corazón, trasgresor, echaremos de menos tu lanza en ristre de viejo caballero manchego, hombre del Mediterráneo.

Belano, perdona, Bolaño, ya me confundo. Te acaban de despedir en el cementerio del barrio barcelonés Les Corts. Un centenar de amigos y parientes, estoy leyendo el mensaje en Internet, y alguien te recordó como un trapecista sin red. Te intrigaba y apasionaba la Argentina, dijo Fresán. Bueno, ya somos dos. La mujer más importante, decisiva de Neruda, fue la argentina Delia del Carril. Huidobro lanzó su Manifiesto sobre el Creacionismo en Argentina. La Mistral editó Tala, uno de sus libros de mayor registro, en Buenos Aires. Neruda escribió buena parte de sus Odas Elementales en Argentina. Nos regalaron a Manuel Rojas, uno de los más grandes prosistas chilenos. Si hasta Borges dijo que era argentino. Si supieras mis deudas con Argentina, y están comenzando. Me gustó lo que dijo Fresán, que eras un libro inmenso. Cada vez que tome un libro, diré, Hola Bolaño.


P.D.

No sé cómo hay escritores que todavía creen en la inmortalidad literaria. Me dan ganas de abofetearlos para que reaccionen y salven su vida.
Roberto Bolaño.


Epílogo, no sé si esta figura está permitida después de la Posdata, pero amerita. Voy a conservar el título, aunque sé que estás en el Mediterráneo. Déjame decirte, que eres uno de los buenos productos chilenos de exportación. Estás en el lugar correcto. Me acaba de llegar un correo sorprendente desde Panamá, donde suelo vivir. De un joven librero, hoy periodista, que trabajaba en la librería El Hombre de la Mancha. ¿Qué casualidad con el título y tus quijotadas? Hace un mes o más, le hablé de ti. No había un solo libro ahí tuyo. Y me acaba de decir que leyó mis artículos sobre tu despedida. Ahí yo digo, que de a vaina encontré Los Detectives Salvajes en un drugstore y de los nazis, tiempo ha. Me dice el joven Guillermo Ávila Nieves, “que con respecto a la carencia de la literatura del gran Roberto Bolaño, en este submundo bananero, estamos de acuerdo, pero además de Los Detectives Salvajes, hay un ejemplar de “Putas Asesinas”. Y después de hacerme una pormenorizada descripción donde queda la librería, se recuerda que estuvimos conversando en ella. Después del olvido, Ávila concluye en una buena prosa de periodista que es,”aprovecho la ocasión para saludarlo y desearle lo mejor en medio de esta algo inhóspita jungla del barbarismo primitivo, pero también cálida en oportunidades, y a veces, afecto, llamada Panamá”.

\"Sólo una cosa no hay. Es el olvido. / Dios, que salva el metal, salva la escoria / Y cifra en Su profética memoria / Las lunas que serán y las que han sido\", Borges.

Se nos adelantó Roberto
Pérdida irreparable para Chile.
Pérdida irreparable para mí.
Pérdida irreparable para todos.
The rest is silence
Now cracks a noble heart.
Good night sweet prince,
And flights of angels sing thee to thy rest!
Lo demás es silencio
Ahora un noble corazón se rompe
Buenas noches dulcísimo príncipe
Y que coros de ángeles salgan a recibirte.
Nicanor Parra.
Versos de Parra y Hamlet.


Epílogo dos

Ya no sé si es pertinente o no esta separación, pero es necesaria. Pero las noticias sobre tu partida Belano no cesan. ¿La inmortalidad es una cosa que amerita un muerto?. No sabemos. Nocturno de Chile será lanzado en Estados Unidos, por Susan Sontag. Ya estaba bueno que la narrativa chilena llegara hasta California. Estás abriendo un sendero, Bolaño, gracias de antemano. Las traducciones de tus libros, llueven como si Babel hubiera estallado en una calle de Bagdad. Alguien dijo que eras un perdedor. La literatura, digo, es una resta del cero al cuadrado, cuando es verdadera.

Un adelanto, es el final de cualquier comienzo que no lo tiene. Este es un párrafo al azar de la novela 2666, de nuestro inefable 666.

“Belano llega a Chile con un turbante azul. Lo están esperando en el aeropuerto “Pablo Neruda”, un representante del Orfeón de Carabineros y del Grupo Móvil, uno de la DINA, otro del CNI, un Sargento vestido de las cuatro armas, un miembro del Ejército de Salvación, un delegado de los Canutos de Chile, un representante de la Sociedad 4 Jinetes del Apocalipsis, un delegado semioficial de Los Amigos del Tata, un lector aventajado de Nocturno de Chile, un miembro honorario de la Fundación Neruda, una joven escritora asidua a la SECH, el agregado cultural de México y España (países de exilio), un redactor de El Mercurio, un secretario de la Academia Panameña de la Lengua, una oficial de turno del Ministerio de Educación, un Subsecretario de La Moneda, un detective civilizado, un representante por los Senadores Vitalicios, un representante por cada Campo de Concentración de Pisagua a la Isla Dawson, el último Edecán del Paciente Inglés, un miembro de la Diáspora escogido de a dedo, un vocero de la Colonia Dignidad, un dignatario del Opus Dei, (en una cajita las mancuernas de uno de los desaparecidos), tres mil pancartas con fotos de los que aún no se encuentran, Gracias a la Vida de Violeta Parra llena de recuerdos el aeropuerto, (Belano va sobre el aire de su propio impulso), alguien grita viva Neruda, país de poetas, una monjita llega con un retrato de Allende, varios Parlamentarios alzan un carteloncito con la leyenda siguiente: ”La Concertación es una realidad”, una delegación de los nietos del Tony Caluga, trae su consigna: “Chileno no te sientes, Chile está de pie”, Belano sigue avanzando y firmando de memoria, ya sólo deja la B en las primeras páginas (un cargador de maletas que tiene su ejemplar auto biografiado interpreta la segunda letra del abecedario: ” bueno, bonito, barato,” al fondo se divisa por sus alas lo conoceréis, el angelorum de Parra,

Y lo declaran, al entregarle las Llaves de la Ciudad, Belano Ilustre hijo Trotskista, Iconoclasta, Trasgresor Supremo de la Literatura Chilena, con asiento en Santiago del Nuevo Extremo. Belano comienza a firmar los últimos autógrafos con la mirada, y de pronto al prusiano ritmo de Lili Marlen, se anuncia la muerte del Inmortal Capitán General, y todo Chile comienza a bailar Regué.










miércoles, 16 de abril de 2008

Carta a los hijos de Roberto Bolaño

por Álex Rigola






Queridos Alexandra y Lautaro Bolaño:


No nos conocemos pero soy el loco que ha perpetrado la dirección teatral de la novela que vuestro padre os dedicó a ambos. En primer lugar, me gustaría agradecer a vuestra madre Carolina el permiso para poder adaptar esta magnífica novela que es 2666. Con Salvador Sunyé fuimos a verla en Blanes hace dos años y todavía recuerdo cómo le brillaban los ojos al hablar de la obra de vuestro padre.

En segundo lugar, debo disculparme por llevar a cabo esta imposible versión teatral de la novela. Cada vez que Pablo Ley o yo cortábamos un nuevo fragmento se nos removía el estómago. Pero hemos intentado traspasar al espectáculo el espíritu de la novela, lo que no es del todo malo porque si luego alguien quiere leerla, verá que la gran cantidad de información e historias que hemos dejado de lado convierten esta empresa en utópica, y que su espíritu reside en el todo, y no en sus partes o fragmentos.

Evidentemente parece imposible resumir en una frase todo lo que abarcan las 1124 páginas de la novela. También encuentro injusto reducirla a un conjunto de palabras e ideas como la maldad, la dignidad, los paralelismos y coincidencias, la impermeabilidad del ser humano ante las desgracias que él mismo provoca, el mundo de la literatura (autores, editores, estudiosos, críticos), la muerte, el amor, lo que sabemos y desconocemos de las personas, el sufrimiento, el retrato de la sociedad que estamos creando... Siempre nos quedaríamos cortos. Quizá lo mejor será recurrir a las palabras de vuestro padre en Amuleto: “la avenida Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo”.

Alguien se preguntará por qué os escribo a vosotros, pero al no estar Roberto no me queda más remedio que escribir a aquellos que él llamaba su única patria. Un abrazo de quien, si no ha conseguido acercarse teatralmente a su obra, al menos lo ha intentado con pasión.



Álex Rigola
Director teatral de 2666