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miércoles, 31 de mayo de 2023

“Hay que dar la pelea y caer como un valiente”

Por Pedro Donoso

Artes y Letras, 20 de julio de 2003





Cuando recién comenzaba este invierno que cubrió el hemisferio norte, el escritor Roberto Bolaño (Santiago, 1953) pasó una semana por Madrid para ofrecer un taller literario en el recién inaugurado centro cultural La Casa Encendida. Fue durante esos días, caminando por las calles del multicultural barrio de Lavapiés, cuando le propuse lo de la entrevista. Claro que sí, me dijo, pero te respondo por correo. Durante el resto de la semana tuvimos tiempo para hablar de innúmeras cosas, de degustar las legendarias croquetas del Bar Melo y de demorarse ante más de una taza de infusión bajo el solemne cielo de Madrid. Algo de lo que no alcanzamos a hablar fue sobre su poesía. Desde Blanes, Cataluña, me envió sus respuestas con una prontitud inesperada. Transcribo ahora lo que comenzó con la cita de un cuento escrito por un amigo que dice: “La idea central es que hay güeyes que escriben sobre la vida y güeyes que la viven. La idea central es que no se puede hacer las dos cosas al mismo tiempo sin terminar convertido en un pobre pendejo a medio camino entre ser y no ser, entre estar y no estar. La idea central es que o eres o te haces, no hay un punto intermedio”.

 

 ¿Tú cómo lo ves, Roberto? Tengo la impresión de que la ficción literaria nunca sabe de sus límites respecto de lo real. ¿Cómo ves en tu caso esta posición entre ficción y realidad, en general, y entre tu vida y tu obra literaria, más específicamente?

Es difícil para mí separar la ficción de la autobiografía, salvo en casos muy concretos, casos en los que, además, percibo un cierto aire de pastiche. Durante mucho tiempo se dijo -yo lo dije- que la única patria de un escritor era su lengua. Ya no lo creo. Tampoco creo que mi patria sea mi literatura ni la literatura. Más bien diría que mi patria es mi vida, es decir, decir, que mi patria es algo frágil y débil e insignificante. También podría decir, siguiendo esta línea, que estoy exiliado de mi patria y que vivo en la patria de los otros, como emigrante sin papeles, y que procuro no molestar ni estar demasiado tiempo en un lugar.


Le doy otra vuelta de tuerca al tema. ¿La literatura vive a través de uno? ¿Hasta qué punto estamos siempre dándole vida, encarnando, la letra (de otros)?

La literatura siempre vive a través de uno. Del escritor o del lector: llegado a un cierto punto de ebullición, ambas figuras se confunden. De aquí pueden salir unos equívocos espantosos, por cierto, unos egos hipertrofiados, una literatura aquejada de raquitismo, pero me temo que así es la cosa.

 

 

¿Inventarse a sí mismo?

 

Pero, por otra parte, ¿no se transforma uno mismo, la propia vida, en proyecto literario? Tal vez, al mismo tiempo que creador de personajes, uno se inventa a sí mismo como autor.

No, eso no lo creo. Puede que alguna vez lo creyera, pero ya no. Uno puede aprender miles de cosas, puede -y esto es tal vez lo más importante- aprender a ser mejor, más bueno, puede adquirir buenos modales, puede convertirse en un ser más civilizado, puede aprender a sumar y a dividir, pero no se inventa a sí mismo. Te inventan, es posible, a hachazos, en una o dos ocasiones a lo largo de toda tu vida. Te iluminan de forma misteriosa, y casi nunca te das cuenta; en ocasiones eres tú el que da la lección, aunque más generalmente eres tú el que recibe la lección, pero inventarse a sí mismo no. Además, ¿para qué? ¿En base a qué lecturas? En realidad, si nos inventáramos a nosotros mismos tendríamos los pies de barro. Y probablemente el planeta se parecería mucho más a un manicomio de lo que parece ahora.

 

Hablando de poesía, Rimbaud, el ejemplar, después de haber sido un ángel, ¿qué crees que fue a hacer a Abisinia?

África, para Rimbaud, fue el orfidal, el tranxilium que necesitaba. La puesta en práctica de ser otro. La vuelta al orden. Un rayo misterioso. La inauguración del Museo de la Amnesia. Algo que no comprenderemos jamás.

 

 

Belleza, Amberes y Parra

 

En este tema -la relación entre vida y obra- , ¿cómo acomodas tu poesía? ¿Sientas a la belleza en tus rodillas?

Más bien ha sido la belleza la que me ha sentado en sus rodillas. Aunque en esto de la belleza, como se solía decir a principios del siglo XX, siempre he sido un hombre liberal. Es decir, he visto belleza en todas partes, incluso en los sitios en donde era evidente que no estaba, pero incluso allí, en la ausencia de belleza, había algo, un hueco o un vacío infinitamente triste que testimoniaba una presencia perdida, y que con su testimonio, digamos, con su psicofonía, volvía a hacer visible el fantasma de la belleza.

 

¿Cuál es, a tu juicio, la relación que existe entre tu poesía y tu prosa? ¿Complementaria, comunicante, tangente, impronunciable?

Son dos primas hermanas que se llevan bien. Mi poesía es platónica, mi prosa es aristotélica, ambas abominan de lo dionisiaco, ambas saben que lo dionisiaco ha triunfado.

 

Me sorprendió tu libro Amberes (Anagrama, 2002). Es prosa, pero dados algunos tópicos de tu poesía da la impresión que comparten obsesiones y formas. ¿Me equivoco?

No, cuando escribí Amberes la distancia formal, o mejor dicho estructural, entre poesía y prosa, para mí no existía. Amberes, por otra parte, es uno de los pocos libros que, tras publicarlo, no me resulta bochornoso, o bochornoso del todo, releer. Tal vez, aunque esta explicación es posible que desvirtúe los méritos que el libro pueda tener, porque veo en sus páginas que el joven que fui permanece y dura. Y eso siempre es un consuelo, un consuelo de apenas treinta segundos, pero consuelo al fin y al cabo.

 

¿No habría que hacerlo al revés: en lugar de partir escribiendo poesía, como muchos, culminar en ella?

La culpa la tiene el verso libre. Y el número de páginas por llenar. La poesía, incluso la mejor, no sé si estarás de acuerdo conmigo, siempre tiene cara de joven. La mejor prosa siempre tiene cara de viejo o de tipo madurito. En cualquier caso, de tipo preocupado, de tipo que tiene que llenar muchas páginas y sobre el que pesa una responsabilidad. Incluso, y esto es lo peor, una responsabilidad mercantil. Hoy, por ejemplo, es difícil imaginar a Victor Hugo, con menos de treinta años, afiebrado escribiendo versos. En cambio es fácil verlo de barba blanca consultando mapas y enciclopedias, o mirando Francia desde una roca de la isla de su exilio, con una preocupación “política” y no “poética”. A Byron, sin embargo, siempre lo vemos joven. Es decir, lo vemos irresponsable, nadando por el gran canal de Venecia o buscando con una irresponsabilidad soberana la muerte en Venecia. A Whitman también, un viejo con un cuerpo juvenil, dando grandes zancadas. Y Baudelaire: un yonki veinteañero, lúcido como una enana roja. En realidad, todos los grandes poetas aparecen en el imaginario de los lectores como adolescentes eternos, salvo dos, que son dos de mis poetas favoritos. Homero, al que nos cuesta imaginar joven, y Borges, que escribió sus mejores poemas en la edad adulta o ya en la ancianidad. En la poesía de ambos, sin embargo, es dable percibir una nostalgia feroz por la juventud, por el vigor de la juventud. Ambos son enormes, inabarcables. Curiosamente, los dos son ciegos.

 

En el prólogo a Los perros románticos, Pere Gimferrer menciona en las primeras líneas a Parra y la antipoesía. También están tus “Pasos de Parra”. ¿Te consideras, en algún punto, antipoeta o heredero de sus artes? ¿Qué importancia tiene la antipoesía para tu trabajo?

La antipoesía, no lo sé. Probablemente mucha. Nicanor Parra, la persona y el poeta y la presencia, toda. Qué más quisiera yo que parecerme a Parra. Lamentablemente solo me parezco a Bolaño.

 

Muchas de tus poesías, y quizás vuelvo a repetir la pregunta, descartan la abstracción, no parecen despegarse del suelo. En este sentido, parecen relatos evocatorios, listados de posibilidades. ¿Debe la poesía proponerse lo sublime suprimiendo toda metáfora? ¿Debe proponerse lo sublime, si tan siquiera?

Creo que la poesía debería intentar ser clara, eso para empezar. Los desmanes líricos o metafóricos suelen ser aburridos y no soportan las relecturas.

 

 

Poesía policiaca

 

A veces, leyendo algunos de tus poemas tengo la impresión de que eres el primer autor de “poesía policiaca”. ¿Tú qué piensas?

Yo creo que el primer autor de poesía policiaca fue Poe, no en sus poemas, sino en sus cuentos, que poseen más densidad poética que sus poemas. La verdad es que lo que solemos llamar “policiaco” recorre toda la literatura, desde sus orígenes, y no es otra cosa que la búsqueda de la imagen del enigma y la posibilidad subsiguiente de descifrar ese enigma. La poesía religiosa es poesía policiaca, la poesía metafísica, la poesía simbolista. En realidad, lo policiaco, como especificidad, no existe. Llamamos literatura policiaca a aquellos textos que nacen con Poe y siguen con Conan Doyle y que llegan hasta Hammett y Chandler y ahora el magnífico Ellroy, pasando por autores tan dispares como Borges o Dürrenmatt o Robbe-Grillet, pero en realidad lo hacemos por comodidad, la comodidad de lo etiquetado. Que tampoco está mal.

 

Otra instancia que aparece con frecuencia es el coito, el amor carnal como un intento desesperado. ¿Es necesariamente el sexo un “territorio invadido por el amor”, como decía Kundera, o hay que pensar que es el primer intento por iniciar la salvación? De la lectura de tus poemas se puede ver que amor-sexo-mujer aparecen reflejados como un elemento de rescate, un salvavidas, ¿o no?

Ah, sobre el sexo no tengo nada que decir. Me callo la boca. Sobre los salvavidas puedo decir algo: suelen hundirse en el fondo del mar. En mi defensa puedo añadir que nunca quise poseer a nadie ni ser poseído. No tengo esclavos. Mucho menos, esclavas.

 

Finalmente, algo que se repite es el cansancio, la fatiga melancólica de la derrota, una sensación crepuscular. Hay que salir a luchar aunque sea inútil, aunque la derrota no sea placentera, ni evitable, ni postergable, aunque todo vaya a transformarse en memoria, a lo más. ¿No es eso dulce, “poeta troyano”?

Yo soy de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota, a la derrota sin apelaciones, pero que hay que salir y dar la pelea y darla, además, de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel (porque además no te lo darán), e intentar caer como un valiente, y que eso es nuestra victoria. En términos menos abstractos y menos pugilísticos: es como salir de noche, digamos, como salir en Asia, como ser pastor errante en Asia y contemplar la noche, y no ceder al deseo de la muerte. Aunque ser pastor y estar en Asia y contemplar las múltiples estrellas son casi sinónimos de la muerte, ¿no?

















martes, 24 de marzo de 2020

Roberto Bolaño: "Nunca he pretendido explicar Chile con mi narrativa ni con mi poesía"

Por Antonio Díaz Oliva
La Tercera, Culto. 28.02.2020



Aparece una entrevista perdida que el autor de 2666 -muerto el año 2003- dio para la televisión argentina. “Ni trabajando en todos los oficios más humildes me hice un escritor proletario, ni de masas”, dice Bolaño. “Aunque estuviera con la mierda hasta el cuello conservaba una exquisitez de inglés-chilensis”.

Días atrás apareció en Thepostarchive una entrevista perdida al autor de Los detectives salvajes. Thepostarchive es un canal de YouTube que rescata conferencias y charlas con intelectuales y escritores de talla mundial, como James Baldwin, Susan Sontag, Joan Didion y Malcolm X, entre otros. La entrevista data, al parecer, del último año de Bolaño (en un momento dice que tiene 50 años, la edad que tenía cuando murió). Y fue parte de “Perfiles de dos continentes”, programa de televisión con entrevistas a escritores y artistas de América Latina y España, del canal cultural argentino Canal (á). “No tenía idea de que había tantos intelectuales chilenos en el exilio”, dice Bolaño luego de la introducción de “Perfiles de dos continentes”, en la cual se muestra el centro de Santiago con micros amarillas. “En cualquier caso el exilio actual de los escritores chilenos es de alguna manera un exilio dorado”.

Con cigarro en mano el autor se refiere a sus padres (“Mi madre leía algunos libros; mi padre leía novelas de vaqueros”); el oficio de escritor (“Es bastante duro ser escritor; bueno, tampoco hay que exagerar”); su juventud como poeta (“Neruda es lo que yo pretendía ser a los veinte años”); y el mismo Pablo Neruda (“Escribió tres libros muy buenos; el resto, la gran mayoría son muy, muy, muy malos”). “Jorge Edwards decía, o tal vez las palabras no son suyas, o tal vez es una invención suya, de que hubo alguna vez un escritor chileno que no pudo ser escritor, entonces se quedó en escritor chileno”, dice Bolaño. Y remata: “Ser escritor chileno está un grado por debajo que ser escritor”.

México y el exilio
Bolaño recuerda su llegada a Ciudad de México desde Chile en 1968: “Fue como cambiar el potrero por una metrópolis”. Y su primer día de escuela en México, cuando un compañero de clases lo retó a pelear. “Un bautizo en plan azteca”, recuerda. El rival, su compañero de clases, era un chico mexicano, bajito, el cual, dice el autor, chileno, por lo demás no sabía pelear. En vez de atacarlo, dice, Bolaño prefirió “conducir” la pelea hacia el empate. “Estaba seguro de que lo tumbaba con dos puñetazos, pero me di cuenta de que si lo tumbaba después iban a venir todos los demás”, recuerda. “Nunca nadie más quiso pelear conmigo”.

De su primer regreso a Chile, durante los días previos al golpe de Estado, se refiere especialmente a la figura de Salvador Allende. “Para nosotros, en esos años, era más bien conservador”, dice. “Yo recuerdo que hay un momento, en el once de septiembre, en el que estoy esperando que me den armas para salir a luchar, y escucho que Allende dice en su discurso, entre líneas, vayan a sus casas, ya pasará el tiempo y volverá el hombre nuevo a caminar por las alamedas”. Si bien Bolaño lo consideró una suerte de traición, ya que estaban dispuestos a luchar por él (“solo los jóvenes”), en el momento de la entrevista lo reconsidera: “Es una de las cosas que ennoblece a Allende: el evitarnos la muerte (…). El aceptar la muerte para él mismo, pero evitárnosla para nosotros”.

Todavía funcionando, Canal (á) es un canal de televisión de cable argentino enfocado en la cultura (principalmente de Buenos Aires). Actualmente es propiedad del Grupo Clarín; otros artistas entrevistados en “Perfiles de dos continentes” han sido la solista uruguaya Laura Canoura, el escritor Hernán Rivera Letelier y la actriz Margarita Sanz. “Si me tuviera que reencarnar -lamentablemente no creo en la reencarnación- me gustaría ser un caballero rural belga. Pero no de ahora, sino de los 50 y de los 60”, dice el autor de 2666 al final de la entrevista que dura menos de media hora. “No hay nada más distinto de un caballero rural belga a un caballero rural anglo-chileno”.










jueves, 19 de marzo de 2020

Bruno Montané: "Duele que el dinero del legado de Bolaño se use para demandar a sus amigos"

Por Javier García
La Tercera, Culto. 21.01.2020



Bruno Montané nació en Valparaíso en 1957, luego vivió en Santiago en los años de la Unidad Popular. Tras el golpe de Estado, con 17 años, Bruno Montané llegó a México, en 1974. Allí conoció a Roberto Bolaño y Mario Santiago y juntos crearon el movimiento infrarrealista que quedaría para siempre registrado como “realvisceralismo”, en la novela Los detectives salvajes, donde Montané inspira al personaje Felipe Müller.

En 1976 Montané se trasladó a Barcelona, España, y su vínculo con Bolaño continuaría. Incluso juntos escribieron y publicaron poemas a cuatro manos. “He aprendido poesía, también, y camaradería cotidiana, de Bruno Montané, quien llegó a mi casa en México, en 1974, cuando tenía 17 años y yo 21, y de allí en adelante cuántas aventuras, recitales, préstamos, S.O.S., conversaciones en el fondo de la gillette”, apunta Bolaño en la antología Entre la lluvia y el arcoíris (1983), de Soledad Bianchi. Más tarde dirá sobre los versos de su amigo: “Montané escribe como un naturalista que cree en muy pocas cosas y que sin embargo sigue haciendo su trabajo con tesón”.

Hijo de la poeta y pintora Helga Krebs, quien participó con uno de sus dibujos en el libro Chistes parra desorientar a la policía poesía (1982), de Nicanor Parra, y del arqueólogo Julio Montané, autor del Atlas de Sonora, que Bolaño usó para escribir sobre México; Bruno Montané es autor de los poemarios El maletín de Stevenson (1979-1981), El cielo de los topos (1987-1995) y Mapas de bolsillo (2013). Ahora reúne esos tres títulos más un conjunto de inéditos en la antología El futuro, disponible en Chile por editorial Candaya.

Antes del estallido social de octubre, Montané llegó con su mujer al sur de Chile. Ahora está en Santiago y regresará en febrero a España. Vino dos veces antes, solo algunos días, incluso compartió un festival con el poeta Leopoldo María Panero, en 2004, pero esta es su estadía más larga en 45 años. “Yo no tuve vida adulta en Chile, que sí la estoy viviendo estos días. Con respecto a la revuelta social, me parece una cosa increíble este espíritu colectivo que se ha generado. Los muros que también han hablado, oscilando sus mensajes entre la rabia y la poesía. Mi adolescencia en Chile fue durante la UP, pero había un lenguaje distinto, más regulado. Hoy hay una nueva manera de cómo decir las cosas”, comenta Montané.

De bromas y juicios
“El mito fue de carne y hueso y respiró,/ pero ahora ríe en el fulgor de ese oleaje/ que desafía todas las derivas”, escribe Bruno Montané en el poema “Un nuevo mito”, parte de esos versos inéditos apuntados en una libreta con el nombre de El futuro, que le dieron título a la antología que ahora publica. El ejemplar abre con un prólogo del crítico español Ignacio Echevarría: “No queda en este libro testimonio alguno de la prehistoria del poeta Bruno Montané, activo partícipe de la neovanguardia mexicana de la década de los setenta”.

Sobre ese pasado, señala Montané, unos de los pocos sobrevivientes tras la muerte de Mario Santiago (1998) y Bolaño (2003): “Lo más importante del infrarrealismo era el ideal de grupo, luego la personalidad y genialidad de Mario y Roberto eran totalmente nucleares. Pero el infrarrealismo también fue una genial broma poética colectiva, generada por ellos”.

El poeta cuenta que se escribió decenas de cartas con Bolaño. Ese material pudo haber ido a parar a algunas universidades norteamericanas e incluso al Archivo del Escritor en la Biblioteca Nacional de Chile. Pero finalmente, en 2017, la Biblioteca Nacional de España adquirió el epistolario formado por 44 cartas (fechadas entre 1976 y 1997), 18 tarjetas postales y 3 piezas manuscritas de Bolaño. “Quizá lo mejor hubiese sido que quedaran en Chile, pero yo estaba con un problema económico grueso en ese momento y, bueno, se quedaron en España. El epistolario de Roberto es buenísimo, cada carta de él es un texto que vale mucho”, señala Montané. Entre esos documentos hay un texto de 14 páginas que Bolaño escribió tras la lectura de Purgatorio (1979), del poeta Raúl Zurita.

Montané lamenta que no se puedan publicar esos papeles. Además, recuerda que Bolaño mantuvo una extensa correspondencia, entre otros, con Antoni García Porta (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce) como con el poeta Carlos Edmundo de Ory. “Está en Cádiz ese epistolario y es maravilloso porque Carlos hacía copia de las cartas”, dice Montané.

Ayer, el crítico Ignacio Echevarría se refirió al epistolario de Bolaño en la columna “Malas cartas”, en el suplemento El Cultural, de El Mundo: “La procelosa correspondencia de Roberto Bolaño, por ejemplo, sin duda una de las vetas más ricas y asombrosas de cuanto escribió, no puede ser publicada sin el consentimiento de sus herederos, no al menos hasta que sus derechos pasen a dominio público”.

Hace diez días, Echevarría fue absuelto en un juicio en España. Carolina López, viuda de Bolaño, lo demandó por “atentar contra el honor y la intimidad de su familia”, al afirmar que el escritor mantuvo una relación con Carmen Pérez de Vega. Ante el resultado López deberá pagar los costos del proceso. En ese juicio Montané sería testigo, pero se excusó porque se encontraba en Chile.

Sobre los juicios que ha emprendido la viuda de Bolaño, comenta Montané: “Duele que el dinero del legado de Bolaño se use para demandar a sus amigos. Ahora también esta última resolución deja en evidencia que una demanda tiene que corresponder a algo demandable. Ha sido un buen punto, como precedente, en este asunto de las demandas literarias”.










jueves, 21 de febrero de 2019

Los rastros y los mitos de Bolaño

Por Joaquín Sánchez Mariño 
Diario La Nación, Argentina. 12.07.2015




Roberto Bolaño Ávalos es llevado en auto hacia un hospital de Barcelona. Tiene 50 años y necesita un trasplante de hígado. [Este] No llega: durante la madrugada del 15 de julio de 2003, luego de entrar en coma, muere. Unas horas después, en Chile, la presentadora Carolina Zúñiga anunciará en la televisión: "Se ha muerto Chespirito, se ha muerto el Chavo".

El equívoco es ilustrador: a pesar de haber nacido en Chile, y haber escrito sobre Chile, y haber teñido pesadillas horribles y hermosas sobre Chile, el escritor nunca llegó a ser profeta en su tierra. Y no bastó con que le aclararan a Zúñiga que Roberto Bolaño no era Roberto Gómez Bolaños (el Chavo), porque ni ella, ni los productores, ni la gente en general sabían quién era. Aunque ahora sí: "¿Bolaño? Ah, el que la Zúñiga confundió con el Chavo".

Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.

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"Hay una infancia chilena, la adolescencia, el año 73, en fin, cosas pequeñas y misteriosas, casi sin importancia, o sin el casi, probablemente cosas sin ninguna importancia, pero que son también las cosas que van construyendo un destino".

(Entrevista de Bolaño con Carolina Díaz)

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Hijo de León Bolaño y de María Victoria Ávalos, Roberto nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953. Sin embargo, sus primeros años los vivió en la calle Mercedes, del cerro Los Placeres, en Valparaíso. Luego, en 1960 se mudaron a Quilpué, donde pasarían algunos de los años más felices de su infancia. Tenían una casa grande con un jardín delante y detrás, una casa que hoy sigue en pie y que en su frente tiene una placa conmemorativa, acaso la única de todo Chile. Tocamos el timbre, pero nadie acude, solo los cuatro perros que viven ahí, y que ladran y custodian más la privacidad que la placa, que al final del cuento es solo un pedazo de piedra.

Quilpué es una ciudad cercana al mar a la que se llega entre curvas. Desde la altura parece una pequeña villa de pescadores, aunque no tiene mar ni puerto. Casas de madera y cerros con callecitas de tierra. La gente es amable, indica las direcciones sin hablar demasiado. Y camina por el frente de la casa de Bolaño como si nada. Como el chico de unos 12 años que pasea por ahí arrastrando un monopatín. Nos mira, mira la cámara de fotos, la atención inexplicable con que estudiamos la roca. Entonces le preguntamos:

¿Conoces a Roberto Bolaño?
¿El profesor de deportes?

No, un escritor que vivió acá.
Ah. No, po.

Y se va. Entonces nos dedicamos a recorrer Quilpué buscando algunos de los mitos que el propio escritor fue sembrando. Lo hizo en su literatura o en las entrevistas que dio entre 1996 y 2003, los únicos años en los que pudo vivir exclusivamente de la escritura, gracias a la sucesión de premios (el Rómulo Gallegos y el Jorge Herralde), y a la posterior influencia mundial de su obra.

De esos años en Quilpué, Roberto recordaba un caballo. Se llamaba Poncho Roto y se lo regaló su padre, un boxeador profesional, camionero y ganador de varios concursos de físico en la playa, según reconstruye la periodista Mónica Maristain en su biografía El hijo de Míster Playa. Ese caballo vuelve a aparecer en el cuento “Últimos atardeceres de la tierra” (del libro Putas asesinas), donde el personaje lo recuerda con el nombre de Zafarrancho.

También contó varias veces que en ese tiempo le atajó un penal a Vavá. Bien podría ser fabulación, una construcción de sí mismo, o un recuerdo futbolístico glorioso para alguien que nunca fue un gran deportista. Según su relato, vivía al lado del centro deportivo de Quilpué, donde se concentraba la selección brasileña en el Mundial de 1962, y él podía entrar a verlos. Ese centro deportivo sigue estando a 50 metros de la casa que fue de Bolaño. Tiene reposeras, piletas, campos de fútbol. A pocas cuadras de ahí está la Escuela Pública N° 98, donde Bolaño estudió un año y donde su madre daba clases. Frente a la escuela, limpiando la vereda, un hombre pregunta qué hacemos. Decimos “Roberto Bolaño” esperando la expresión de duda que antecede el recuerdo de Chespirito. Pero el hombre abre bien los ojos y dice: "Mi mujer fue al colegio con él". Su mujer es Erna Heidke, compañera de Bolaño hasta quinto básico en el Colegio Alemán, el segundo al que asistió Roberto en Quilpué.

¿Lo recuerda?
Sí, como a un compañerito más. Su cara, sus rasgos Sí, era el Roberto.

¿Cuándo supo que era un escritor reconocido?
Ya hace tiempo, porque nosotros todavía con los compañeros del colegio estamos en contacto, tenemos un grupo y nos reunimos, y por ahí una vez alguien contó y todos nos sorprendimos. Es lindo de pronto saber que uno fue al colegio con una persona tan importante.

¿Recuerda alguna anécdota con él?
Me acuerdo una vez que nos llevó a todos a ver a la selección de Brasil, porque el padre trabajaba con camiones y no sé qué hacía con el centro deportivo y tenía acceso, entonces él nos invitó a sus compañeros. Fue muy lindo.

¿Y le atajó un penal a Vavá?
Ah, eso no recuerdo. ¿Quién es Vavá?

Bolaño 1, Vavá 0.

Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio o como marcha triunfal, ¿no?

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"Toda literatura, en cualquier época, se apoya en sus, digamos, Troyas portátiles, y en ocasiones las crea. En el caso de mi generación, bueno, nuestro valor no fue tan grande como nuestra inocencia o estupidez. Digamos que, en esa épica, lo que contaba era el gesto. Mediante gestos uno construía su novela de aprendizaje, algo que, bien mirado, es bastante tonto y que, a la postre, si las cosas hubieran sido diferentes nos habría convertido en víctimas o verdugos".

(Entrevista con Daniel Swinburn)

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La Biblioteca Nacional de Santiago de Chile tiene 185 entradas con el nombre de Roberto Bolaño. Están sus libros, hay traducciones, ensayos. Hay textos de entrevistas que lo nombran a la pasada, otros que lo enaltecen y otros que lo destrozan. Su relación con el mundo literario chileno fue más bien polémica. Llamó “escribidora” a Isabel Allende, que le respondió luego de su muerte, diciendo que era un tipo bien desagradable. Se declaró ciento por ciento seguidor de Parra antes que de Neruda o Mistral, los poetas nacionales. Dijo cosas como que en Chile los escritores se preocupan demasiado por la respetabilidad, que es lo peor que puede hacer un escritor, y que la literatura chilena estaba más bien muerta.

Sin embargo, sí tuvo la voluntad de publicar Estrella distante en su país natal. En ella narra una historia de horror -tragicómico, otra vez- durante la dictadura de Pinochet. En su momento, mediados de los noventa, le mandó la novela a su amigo Jaime Quezada y le pidió por carta que llevara el manuscrito a "cualquier editorial que pague". Jaime lo hizo: se la acercó a Carlos Orellana, que en sus Memorias de un editor cuenta: "Quezada trajo Estrella distante con el encargo de ofrecerla a alguna editorial nacional. Yo trabajaba por esos años (1993 y siguientes) en Planeta-Chile. Tardé un par de meses (o acaso más) antes de leer Estrella distante, y comprobar entonces que tenía entre mis manos una novela de un escritor de primer orden. Me conseguí su teléfono con el poeta mensajero y me comuniqué con Bolaño. Demasiado tarde. Ante la falta de noticias de Chile había contactado a la editorial Anagrama". Jaime también lo recuerda y aporta una postal en la que Roberto le anuncia que consiguió editorial para su libro. Nos la muestra en una mesa del bar “El Valle de Oro”, donde Quezada se reunía con un grupo de poetas en la década del 70, los años en que Bolaño volvió de regreso a Chile para participar de la revolución.

Antes de su regreso, hubo varias mudanzas internas y una externa. Después de Quilpué, la familia se mudó a Cauquenes y luego a Los Ángeles, de donde era León. De Los Ángeles se fueron en 1968 rumbo a México. Roberto tenía 15 años. En esa época llegó Jaime Quezada a México y se hospedó dos años en su casa. Le presentó el mundo de poetas, lo sacó por las calles del DF. Le presentó, entre otros, a la poeta argentina Diana Bellesi, que hoy recuerda: "Fuimos amiguitos en nuestra juventud". A los 20, Roberto decidió volver a Chile y subirse al sueño socialista. Llegó a Santiago el 30 de agosto. Once días después el sueño de Allende terminó en manos del golpe militar.

Todo lo que empieza como comedia termina como película de terror.





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En esta casa del barrio La Cisterna, entonces residencia de Jaime Quezada, permaneció Bolaño en los días previos al golpe de 1973.

"Estuve detenido ocho días, aunque hace poco, en Italia, me preguntaron: ¿qué le pasó a usted?, ¿nos puede contar de su año y medio en prisión? Y eso se debe al malentendido de un libro en alemán donde me pusieron medio año de prisión. Al principio me ponían menos tiempo. Es el típico tango latinoamericano. En el primer libro que me editan en Alemania me ponen un mes de prisión; en el segundo, en vistas de que el primero no ha vendido tanto, me suben a tres meses; en el tercer libro, a cuatro meses; en el cuarto libro, a cinco meses, y, como siga, todavía voy a estar preso".

(Entrevista con Eliseo Álvarez)

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Llega el 30 de agosto y se hospeda en lo de Jaime Quezada, en el barrio La Cisterna, donde hoy hay casas bajas, gente trabajadora, poco ruido. La calle La Blanca 0559, habitación en el pasillo, justo frente al baño. Hoy es habitada por Francisco Quezada, sobrino de Jaime, un cantor popular que hace shows en los ómnibus y vende empanadas. A dos cuadras de ahí [al momento de escribir esta crónica], digamos que por casualidad, se entrena la selección brasileña para la Copa América.

Durante aquellos días antes del Golpe, Roberto recorría la ciudad con Jaime como si fuera un turista. Él lo llevaba al bar “El Valle de Oro” a conocer poetas, iban a la biblioteca, caminaban sin rumbo. "Este recorrido de Bolaño sobre la ciudad de Santiago no se ha hecho nunca", dice Jaime, que reunió gran parte de sus experiencias junto a su amigo en el libro Bolaño antes de Bolaño. "La figura de los detectives, por ejemplo, tan emblemática en su obra, la tenía interiorizada desde muy chico. Recuerdo una vez en México que íbamos a jugar al policía y ladrón, y él dijo: Yo quiero ser detective, para seguir al policía y al ladrón", recuerda Jaime con entusiasmo. Luego abre un libro y nos muestra un fragmento de una entrevista con Mihály Des en la que Bolaño relata sobre el Golpe: "Yo vivía en casa de Jaime Quezada, que ahora es un poeta casi oficial. En aquella época era un poeta joven, amigo de mi madre. Me despertó temblando y me dijo: Roberto, los militares han dado un golpe. Lo primero que recuerdo es haber dicho: Dónde están las armas, que yo me voy a luchar, y Jaime diciéndome: No salgas, no vayas, ¿qué le voy a decir a tu mamá si te pasa algo? Yo no conocía el barrio y Jaime estaba dispuesto a quedarse encerrado todo el día en casa. Fue muy divertido. Fui a casa de un chaval que sabía que era de izquierda y le pregunté: ¿Quién está organizando la resistencia en el barrio? Porque yo voy de voluntario. Y el chaval me dijo: Yo también quiero ir de voluntario. Yo tenía 20 años, pero él tenía 15. Y fuimos juntos a la célula de unos comunistas, que eran los únicos que tenían organización. Había gente de todos los partidos allí. Era la casa de un obrero comunista. Un hombre que estaba muy, muy asustado. Recuerdo, además, que en su aparador tenía libros de Marcial Lafuente Estefanía, esos pequeños libritos de vaqueros. Fue muy tierno. Muy desolador y muy tierno”.

Jaime se ríe. Lanza una risotada larga y feliz. Le preguntamos si es cierto. "Roberto siempre fue un gran narrador, y esto lo engrandece aun más. Él creó su propio relato. Nada de eso sucedió: nunca preguntó dónde estaban las armas. En cambio, nos quedamos todo el día juntos en la casa porque no se sabía nada y era muy peligroso".

Él cuenta en varias entrevistas y en un cuento incluso (“Detectives”) que luego lo detuvieron ocho días y estuvo al borde de la muerte, temiendo ser torturado. Es parte de su poder narrativo. La verdad es que él se sintió atado a Chile a partir del Golpe. El 20 de septiembre se fue para Los Ángeles a visitar a unos parientes que tenía y luego a Concepción a ver a un amigo. En la estación de Concepción lo detienen. Y ahí lo tuvieron un tiempo hasta que averiguaron sus antecedentes.

¿Estaba comprometido? Dice que lo salvaron dos compañeros del liceo que lo reconocieron.
Los que vivimos esa época sabemos que eso no era posible. Roberto había venido de México con una chaqueta militar, hablaba como extranjero, el pelo largo Llamaba la atención, era esperable que lo detuvieran. Pero no hubo cárcel, solo lo interrogaron y lo liberaron. Ahí se vino para mi casa, hicimos los trámites con la embajada mexicana y se fue para allá otra vez.

* * *

"Detesto, con algunas excepciones, los libros de memorias. Suelen ser grandilocuentes, a veces desde el título mismo; piense, si no, en Confieso que he vivido (de Neruda), un título estúpido de donde los haya, pues nadie, ni el torturador más necio, tratará de hacer confesar a alguien que ha vivido. Una respuesta tonta para una pregunta inexistente () En realidad, los únicos a los que se les debería permitir escribir libros de memorias es a los aventureros sangrientos, a las actrices de cine porno, a los grandes detectives, a los traficantes de droga, a los mendigos".

(Entrevista con Rodrigo Pinto)

* * *

Cuando Roberto Bolaño Ávalos murió, el poeta Nicanor Parra le dedicó un poema visual que decía "Le debemos un hígado a Bolaño". Si es cierto que su tierra no lo reconoció a tiempo, creo que le habría alcanzado con el regalo del Antipoeta. Según Jaime, sin embargo, el país siempre le dio y le sigue dando lugar. Cuando le mencionamos que la mayor parte de la gente lo reconoce por la anécdota de Chespirito, se ríe y dice que eso no habla de Bolaño, sino de Chile. Y otra vez se ríe. Y quedamos en plena calle de Santiago mirando el faraónico Centro Cultural Gabriela Mistral, que está justo enfrente, como cayéndole encima a “El Valle de Oro”, donde nadie sabe que ahí estuvo el autor de Los detectives salvajes. Pienso que Parra diría que la única justicia es siempre imaginaria: debió haber sabido Roberto Bolaño que diez años después de su partida, cuando efectivamente muriera el Chavo, en esta tierra de poetas muchos se iban a acordar de él.

Todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el vacío.



Fotos: Hugo Infante










martes, 22 de enero de 2019

"Él temía afrontar la enfermedad", entrevista a Víctor Vargas (hepatólogo de Roberto Bolaño)

Por Andrés Gómez Bravo
La Tercera. 18.07.2009
 



Supo que estaba enfermo, gravemente enfermo, a principios de los 90. Era una fría noche de febrero y Roberto Bolaño estaba en un hospital público. “Era pobre, vivía en la intemperie y me consideraba un tipo con suerte porque, a fin de cuentas, no había enfermado de nada grave. Abusé del sexo pero nunca contraje una enfermedad venérea. Abusé de la lectura pero nunca quise ser un autor de éxito. Incluso la pérdida de dientes para mí era una especie de homenaje a Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura. Pero todo llega. Los hijos llegan. Los libros llegan. La enfermedad llega. El fin del viaje llega”, escribiría en su texto “Literatura + enfermedad = enfermedad”.

Afectado de una insufiencia hepática crónica, Bolaño murió el 15 de julio de 2003. Nunca habló  públicamente de su salud, hasta el año de su muerte, cuando ya estaba grave. “Literatura + enfermedad...” acaso sea el único relato donde aborda abiertamente el tema. Publicado en el volumen póstumo El gaucho insufrible, lleva la dedicatoria “para mi amigo el doctor Víctor Vargas, hepatólogo”.

Médico jefe del servicio de hepatología, Víctor Vargas trabaja hace 25 años en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, donde murió Bolaño y desde 1993 fue su médico tratante. “Más que la relación médico y paciente, fuimos muy amigos”, recuerda al teléfono desde Barcelona. “En una de sus últimas visitas, me contó que me había dedicado un relato. Cuando se publicó, su familia me lo envió “, dice.

Son las 11 de la noche en España y Víctor Vargas aún está en su despacho en el hospital. Tiene a la vista los libros de Bolaño. “Cada libro que sacaba lo traía y me lo dedicaba. Antes de que llamara estaba mirando Los detectives salvajes, que también tiene una pequeña dedicatoria”.

Cuando Bolaño llegó a su consulta, no era un paciente grave. “El tenía una trastorno inmunológico que afecta a las vías biliares y va dañando el hígado. Es una enfermedad de lenta evolución. Al principio estaba más angustiado que otra cosa y durante mucho tiempo estuvo bien. Pero sufría la angustia de estar enfermo, era muy sensible y cualquier exploración o examen era un sufrimiento para él”, dice el médico. Sin embargo, después de años de tratamiento, hubo un momento en que Bolaño se descuidó. Y las cosas se complicaron.


El origen del mal

Javier Cercas fue amigo de Bolaño y en su novela Soldados de Salamina  lo incluye como un personaje clave. En ella habla de su enfermedad. Dice que le habían diagnosticado una pancreatitis. “Antes de dormise esa noche, Bolaño sintió una tristeza infinita, no porque supiera que iba a morir, sino por todos los libros que había proyectado escribir y nunca escribiría, por todos sus amigos muertos y por todos los jóvenes latinoamericanos de su generación (soldados muertos en guerras de antemano perdidas) a los que siempre había soñado resucitar en sus novelas y que ya permanecerían muertos para siempre, igual que él, como si no hubieran existido nunca”, escribe Cercas.

El doctor Víctor Vargas no recuerda una pancreatitis, pero sí la etapa en que Bolaño temía morir. Fue al principio de la enfermedad. “Su evolución fue la típica de esta patología. Con el tiempo la enfermedad crónica del hígado genera una insuficiencia hepática grave. Fue cuando planteamos hacer el trasplante. De alguna manera, él tenía miedo de afrontar la enfermedad y durante un período tuvo una tendencia a negarla y no controlarse. Eso llevó después a complicaciones”.

El origen del mal de Bolaño, dice el médico, es difícil de precisar. “Es una enfemedad de base inmunológica, no es infecciosa ni tóxica, no tiene relación con el alcohol ni con drogas; son anticuerpos que atacan la vía biliar”.

Con la traducción de sus novelas en EE.UU., se creó la leyenda Bolaño. Su muerte generó una serie de mitos. Uno de ellos decía que un supuesto pasado de heroinómano le pasó la cuenta. O que la literatura y su actitud autodestructiva acabaron con su salud: habría pospuesto el trasplante hasta última hora para terminar su novela 2666. “Heroinómano, seguro que no era”, dice el médico. “Lo que tal vez se podría interpretar como actitud autodestructiva fue ese período en que no se controló. Dejó correr la enfermedad sin preocuparse. Un poco por miedo a afrontarla. Y coincidió también con el comienzo del reconocimiento. Se dedicó a hacer literatura”.

Volvió a la consulta el 2001, aproximadamente, y fue incluido en lista de espera para el trasplante. Pero su salud ya estaba deteriorada y las perspectivas no eran las mejores. Él lo sabía. “Me van a hacer un trasplante de hígado, no me van a poner una pila atómica. Lo digo en serio. Yo creo que perfectamente podría vivir cinco años como cinco días”, dijo a La Tercera el 19 de junio de 2003 (Nota del editor: Bolaño murió casi un mes más tarde, el 15 de julio de 2003).


Un tipo especial

“Literatura + enfermedad...” es una buena ecuación para describir las consultas de Bolaño con el doctor Vargas. “Era una persona muy amigable”, recuerda. “Diría que las consultas eran un 50% de enfermedad y un 50% de literatura. Comentábamos su estado de salud y hablábamos de su trabajo, de América Latina y de los escritores. Recuerdo que siempre decía que él no era famoso como Vargas Llosa y García Márquez”.

Durante su último año trabajó obsesivamente en 2666, novela que acabó siendo su testamento literario. ¿Habrá resentido su salud? Vargas piensa que no. “Trabajaba en ella en forma compulsiva, pero no creo que el curso de la enfermedad se modificó por eso. Si algo precipitó las cosas fue el tiempo que no se controló. Pero al final volvió al redil y decidió hacer caso de lo que le decíamos”.

¿Cómo podría haberse salvado? Vargas hace una pausa. Es una pregunta infructuosa. “No lo sé. Tal vez si llegaba antes y lo poníamos en lista de trasplante con seis meses de antelación. O si él no hubiera tenido complicaciones, a lo mejor hacíamos el trasplante. ¿Y si salía mal?”, pregunta. Para el doctor Vargas, “las cosas se hicieron lo mejor posible. Roberto tenía una enfermedad terminal grave, que se complicó, tuvo una infección y fue internado en la UCI. La insuficiencia hepática terminal no se cura con pastillitas”. El médico recuerda a Bolaño como “un tipo muy especial, sencillo y con una mirada llena de ironía”. Aún parece verlo, dice, “ahí sentado, esperándome”. Tan lejos entonces de la estrella de moda en que se ha convertido. “Nunca pensé que tendría esta popularidad. Cuando ganó el premio (Rómulo Gallegos) todo se disparó. Y hoy es casi una leyenda. Él no se lo tomaría en serio, seguro que se habría reído”.


Fotografía: José Rosas Ribeyro