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miércoles, 15 de mayo de 2024

Esposas de Jack, por Martín Cinzano





En uno de sus textos críticos, el profesor universitario Leónidas Morales reconocía su inicial distanciamiento de la obra de Bolaño, cuyas novelas acabó admirando. La causa, típicamente académica: estaba de moda. A muchos, creo, nos pasó. Lo comercial despide ese tufillo sospechoso, especialmente en literatura. Aún me cuido de eso, y aún me parece bien, pese a la actual tendencia a sobrevalorar lo “popular”. Allá por los inicios de este siglo, asistí a un taller de crítica literaria donde Bolaño era ley. Yo me decantaba por las novelas de otro chileno desterrado, Mauricio Wacquez, que vivía en Calaceite, Teruel, a doscientos sesenta y nueve kilómetros de Blanes, según Wikipedia. Pero era Bolaño quien mandaba ahí. Una integrante del taller osó en criticar Llamadas telefónicas y le fue mal, la trataron de frívola y otras cosas más. Entonces yo seguí cuidándome de no asomarme a esos libros de títulos, eso sí, misteriosos. Había un puesto de libros viejos en la facultad donde se vendía la primera edición de La literatura nazi en América, libro que yo miraba de lejos pensando en una especie de monografía. No andaba tan perdido al final, creo, pero ese libro continuó ahí durante mucho tiempo y ahora lo lamento; era caro, pero podría venderlo, hoy, mil veces más caro. Porque estudié literatura en Chile, pero acabé haciéndome librero en México, leyendo por fragmentos. El itinerario Chile-México, debo aclararlo, no se debió a Bolaño. Mi reticencia a leerlo se prolongó lo suficiente como para que mi primer viaje al DF (o al DFiéndete, como dice una amiga) ocurriera sin haberlo devorado aún, lo cual, pienso, fue una suerte, para no andar por la colonia Juárez o por Bucareli o por Tepito haciendo turismo bolañesco, todo un género especialmente chileno y quizá un poco colombiano. Mi primer ejemplar de Los detectives salvajes llegó después, y era pirata. Fue adquirido a ras de piso, en pleno Paseo Ahumada, lo cual puede dar una idea de cómo iba creciendo el número de sus lectores. Esa copia de la colección Compactos de Anagrama se detenía en la página 371, cuando Xóchitl García está narrando una cena con el director de la revista Tamal y sus desvelos como escritora, madre y amante. En realidad, la novela no se detenía, más bien desde la página 371 todas las restantes páginas eran la 371, 371, 371... Debe ser por eso, quizá, que cuando pienso en Bolaño se me aparece de inmediato la imagen de Jack Torrance, es decir de Jack Nicholson en la película de Kubrick, escribiendo siempre la misma frase, la misma página 371. A veces los lectores de Bolaño, y claramente los escritores imbuidos de Bolaño, somos más o menos como Wendy, la esposa de Jack: intentamos escapar desesperadamente de ese hombre que nos va a destazar con un hacha pero que inevitablemente nos produce cierta fascinación. Después, sacrificando medio sueldo, compré un ejemplar nuevo, lo leí y se lo mandé a un amigo en Francia, quien desde entonces pasó a formar parte del club de esposas de Jack. Me quedé entonces sin Los detectives salvajes hasta unos diez años más tarde, en Ciudad de México, donde un desprevenido librero del tianguis del Chopo me vendió un buen lote de libros de Anagrama en el que venía la primera edición de la novela. Había por ese entonces una tal Red de Poetas Salvajes, conformada por chilenos y mexicanos y algún ecuatoriano, todos realmente salvajes a la hora de rastrear y adjudicarse cuanta beca de creación literaria emanara desde las instituciones estatales mexicanas. A veces algunos de sus integrantes caían en el pequeño local de libros en Balderas, donde yo trabajaba, y fue uno de ellos quien me invitó a una especie de encuentro entre narradores chilenos y mexicanos al que asistí encantado porque soy un morboso. Ahí pude escuchar al escritor Mario Bellatin decir, ante varias esposas de Jack, que por suerte él había comenzado a escribir antes del boom Bolaño, porque, de lo contrario, sucumbía. Hubo cierta incomodidad en la sala, silencio espeso, y yo recordé que alguna vez un amigo chileno me había contado que Pedro Lemebel, en una fiesta organizada en Santiago para homenajear al autor de Salón de belleza, le había arrebatado su prótesis y la había lanzado unas cuantas veces por los aires hasta que Bellatin se empezó a poner nervioso. Es una imagen para Los detectives salvajes, sin duda tiene ese humor macabro de sus narradores y narradoras, aunque Lemebel fue uno de los pocos que pudo sacar de quicio a Bolaño en una entrevista radial: en resumidas cuentas, lo subió al columpio y Bolaño se picó porque, por una vez, se las veía con alguien más bravo. Debió, en ese instante, regresar a su época infra y soltar un buen chiste negro, sinuoso, divertido y espeluznante, pero no lo hizo, se quedó más bien pasmado. El humor, decía él, es parte de la inteligencia, y por eso era fanático de Borges, Cortázar y Wilcock, y por eso, también, cuando le cantó unas cuantas rencorosas verdades a sus contemporáneos, no dudó en desenvainar a Macedonio Fernández, quien, por lo demás, decía ser el gerente de una Compañía de Fósforos Ya Raspados. “Al humorista incumbe no sólo poner las almas en risa sino ponerlas en esperanza”, decía también el Macedonio. En el terreno del discurso político, que es el que le interesaba parodiar a Bolaño, el humor interrumpe la continuidad del martirologio de la izquierda latinoamericana, pues quien ríe no sólo acaba riéndose de sí mismo y su situación, sino que además abre un espacio de apelación a la vida, y Bolaño exhibió cómo cierta izquierda estaba más bien del lado de la muerte. El humor, como los sueños y la práctica del arte, pueden incluirse entre los “trucos” de supervivencia a los que se recurre para desarrollar “el arte de vivir” en una situación de espanto, como lo planteó Viktor Frankl luego de permanecer cautivo en los campos de concentración nazis. Bolaño sin duda juega con eso, pero le da una vuelta más: pone el humor en boca de las instituciones. En Los detectives salvajes el humor, puede decirse, a grandes rasgos, está del lado de quienes impugnan la institucionalidad o luchan por mantenerse vivos sin ingresar en ella. Pero después no; después el humor, otro humor, emerge del lado de las instituciones culturales y policiales. El cura Ibacache, por ejemplo, es humorístico; los judiciales, los detectives de Santa Teresa cuentan chistes misóginos mientras ven desfilar, uno tras otro, los cadáveres de mujeres violadas. Entonces ante ese humor negro, ese humor practicado por dadaístas y surrealistas, por críticos literarios y pinochetistas, la lectura se enfrenta a un problema, porque la risa a veces viene desde un lugar oscuro y se larga sola, ¿no? Por eso la obra de Cortázar, más aún que la de Parra, es tan importante en Bolaño, creo yo, porque en los cuentos y novelas de Cortázar, donde no por nada aparece un grupo de agitación llamado La Joda, el humor se dispone sobre un trasfondo trágico. Y de aquí tal vez podríamos extraer una especie de certeza, no por antigua (y evidente) menos decisiva: sin humor (ni dolor) no hay arte, pero, además: el arte —el humor— se presenta en un momento límite para salvar una vida. Esto, que puede sonar dramático y tremendo, suena también como una música de fondo en la obra de Roberto Bolaño; sus digresiones, sus chistes, incluso los anuncios de chistes, se disponen como banderitas que señalan un camino justo ahí cuando la tensión amenaza con descoyuntar los cuerpos textuales y humanos, como ocurre con esa “palabra que amansa a las fieras” de “Otro cuento ruso”, un relato perfecto. Al final, como yo, el profesor universitario Leónidas Morales debió reconocer, pese a las modas, los grandes méritos de esa obra, y en el texto crítico que escribió se refirió a las lágrimas en Putas asesinas y hasta se dio el gusto de meter en el baile a Dostoievski. Quizá don Leónidas podría haber congeniado de alguna manera con Bolaño, sin necesidad de columpiarlo; quizá Wacquez también; pero eso jamás lo sabremos, entre otras razones porque los tres están muertos.

 

 

 

En ¿Qué hay detrás de la ventana?

Nibaldo Acero & Carvacho Alfaro (eds.).

Santiago, FCE, 2023





















lunes, 17 de abril de 2023

Cuchicheos en torno a la zona invisible: las cartas entre Roberto Bolaño y Enrique Lihn

Por Martín Cinzano
Carcaj.cl, 24.01.2023




Carta a un joven poeta. O, mejor, telegrama: No escriba. Stop.

Escríbase. Siempre que tenga algo que perder. 

Stop. O siembre papas en su aldea.

Enrique Lihn

 


En 1981 Roberto Bolaño tiene veintiocho años y está instalado en Gerona, donde intenta sobrevivir y perfilarse como escritor. Mientras tanto, el poeta de larga trayectoria que ya para aquel entonces es Enrique Lihn, pese a sus intentos de autoexilio y a sus estadías en Barcelona y Nueva York, permanece y permanecerá hasta su muerte en el “horroroso Chile” de la dictadura de Pinochet, desde donde mantendrá una nutrida correspondencia con editores, universidades, amistades y poetas residentes en el exterior. Entonces Bolaño le escribe una carta y Lihn se la contesta, iniciándose un intercambio que se extenderá hasta 1984. [1]


       A primera vista, se trata de una relación franca y más o menos común entre un escritor en ciernes, ansioso por exhibir sus textos, y un poeta más bien reticente y seco, en algún momento de tono admonitorio, que carga con una sólida obra a cuestas, además de un galardón importante en aquel entonces: el Premio de Poesía Casa de las Américas de 1966. Así, será Bolaño quien lleve la voz cantante: sus cartas y postales, la mayoría escritas a mano, serán notoriamente más extensas que las de su interlocutor, escritas a máquina, abundando en diversos temas y sucesos, desde una gata a punto de parir hasta recuerdos de infancia y juventud, pasando por intentos y planes de novelas, poemas y sabrosos “cuchicheos”. Entre estos últimos, destacan los referidos a la famosa carta que Lihn enviara al Primer Encuentro de Poesía Chilena en Rotterdam, realizado bajo el patrocinio del Centro Salvador Allende en abril de 1983.


        “Cuchicheos”, escribe Bolaño en noviembre de ese mismo año: “que tu carta-ponencia del Encuentro de Rotterdam dividió al personal. Yo no fui pero me contaron que había más de 50 poetas jóvenes chilenos, ¡horror!”. La exclamación debió sacar sonrisas a Lihn, quien ya en una carta de junio de 1981 enviada a Gerona, a propósito de otro encuentro de poetas “en la penosa Sociedad de Escritores” de Chile, había caracterizado dicha reunión como la de “una serie de huevones de ambos sexos, para llorar a los exiliados y pedir repatriaciones, etc. Gestiones políticas necesarias, pero obvias y estúpidas que se resuelven, generalmente, cantando loas a los genios que tenemos en el exilio, y silenciando los nombres de quienes hemos vivido en esta mierda durante todos estos años”.


      No sobra recordar que en la mentada carta enviada al encuentro en Rotterdam (donde estuvieron presentes Cecilia Vicuña, Gonzalo Millán, Omar Lara y Antonio Skármeta, entre otros y otras), Lihn había zanjado de entrada: “no puedo decirme amigo de ustedes”, y todavía más: “desconfío de algunos de los invitados”. También al mismo Bolaño, en la citada carta de 1981, le había advertido: “No te queridizo ni te estimizo, porque la verdad esos o son formalismos anglosajones o resultan cuando uno estima y/o quiere a alguien, previo conocimiento de persona y causa”. Las advertencias hoscas tal vez pueden perturbar, pero si se observan a la luz de la trayectoria poética y política de Enrique Lihn y su lucha permanente por demarcar un lugar ajeno a fórmulas protocolarias, no parece muy extraña; antes bien, forman parte de su acervo beligerante y antidiplomático.


        Esto a Bolaño por supuesto le fascina; en su narrativa, en sus poemas y en las mismas cartas a Lihn no dejará pasar la oportunidad para avivar la cueca de este resentimiento que a fin de cuentas comparte con su antimaestro. En una postal de agosto de 1983, al comunicarle a Lihn la pronta publicación de la “Carta a los poetas en Rotterdam” en el segundo número de la revista Berthe Trépat (editada en Barcelona junto al poeta Bruno Montané), con humor lanzará algo más de leña al fuego, al pormenorizar las circunstancias en que la consiguió, gracias uno de “los insignes y ubérrimos mil poetas jóvenes chilenos que recorren este viejo continente (acerca de esto, yo me pregunto, ¿de dónde salen tantos? —porque son muchísimos—, ¿no será una maniobra de Pinochet para desacreditar para siempre a la literatura chilena?”).


      De esta manera, preguntas socarronas mediante, Bolaño intentará hacerse espacio en el estrecho territorio del poeta chileno que esté donde esté, dentro o fuera del país, discurrirá por un sendero distinto al del circuito más o menos establecido, más o menos oficial, de la cultura de resistencia a la dictadura. Podría decirse: con Lihn, Bolaño reafirma su interés por quienes, como él, viven un destierro en los bordes del destierro, al modo de El Ojo Silva, personaje aparecido posteriormente en el libro Putas asesinas (2001): “No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el DF: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados”.


        “No frecuentaba los círculos de exiliados” quiere decir, en el contexto de Lihn: no frecuentaba los círculos culturales de la resistencia —que sí conocía—, ni supeditaba su quehacer crítico, poético y político a los debates de una red intelectual comprometida con el derrocamiento de la dictadura. Sin embargo, pese a dicha posición periférica, o junto con ella, hay también una constatación ineludible e “irremediable”, la de la pertenencia; en otro de los relatos de Putas asesinas, el narrador dirá: “B detesta a los chilenos residentes en Barcelona, aunque él, irremediablemente, es un chileno residente en Barcelona. El más pobre de los chilenos residentes en Barcelona y también, probablemente, el más solitario. O eso cree él”. Lo decisivo de esta creencia, en ambos, es que conlleva también una actitud de desplazado, de ninguneado, expresada en una permanente y cada vez más aguda molestia que por su parte Bolaño blandirá con cierto orgullo derrotista en las mismas cartas y en poemas-manifiestos como “La poesía latinoamericana” u “Horda” (en el cual, por ejemplo, se ponen en boca de “Poetas de España y Latinoamérica, lo más infame / De la literatura”, estas palabras: “No te preocupes, Roberto, dijeron, nosotros nos encargaremos / De hacerte desaparecer”). 


        En lo que a la literatura chilena respecta, en una carta de octubre de 1982 Bolaño le escribe a Lihn con tono irónico: “Completamente fuera de la literatura chilena y, horror, dentro de 6 meses cumpliré 30 años. ¿Qué será de mí?”. Aunque esta exclusión ciertamente se relativice al hallar a Bolaño en una antología de poesía política chilena publicada en 1977 [2], es pues esta invocación a la soledad propia de un estar-fuera (como un lugar desde el que, sin embargo, se escribe) la que en cierto modo los unirá en la correspondencia y los llevará a establecer una especie de red entre Gerona y Santiago.


        Pero como la literatura no conforma una orgánica política (pese a que en ocasiones sus representantes hagan todo lo posible para afirmar lo contrario), a la par de los intereses comunes también se presentarán divergencias; en paralelo a su correspondencia con Bolaño, esto es lo que Lihn, a su vez, le “cuchichea” al peruano Edgar O’Hara en una carta de julio de 1981: “hay otro poeta más joven al que no conozco personalmente, que me envía sus trabajos desde un pueblucho de España (?), de nombre Roberto Bolaños [sic]; hizo una mala antología para la Editorial Extemporáneos (México) con un vergonzante prólogo-poema de Efraín Huerta”. Sin duda, la presencia de Huerta en su antología (hablamos de Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego: once jóvenes poetas latinoamericanos, de 1979) significó para Bolaño un verdadero espaldarazo de legitimación asegurada, y en eso, al menos, no se distingue de ningún o ninguna poeta joven (o no tan joven) de estas tierras. Ahora bien: tanto la factura de la antología como la “gauchada” de Infraín, tal cual se ve, no dejó muy bien parado al joven “Bolaños” ante los ojos de su implacable destinatario.





Lihn a esas alturas necesitaba otro tipo de espaldarazo, mucho más urgente. Al leer sus cartas y ensayos de aquel tiempo, la política interviene con una frecuencia que lo convierte en un descarnado analista, en clave íntima, de las consecuencias culturales arrastradas por la Guerra Fría. Quién publica a quién, dónde está el problema, cómo se excluyen y autoexcluyen ciertas escrituras: hay un mapa político en esas cartas como trasfondo de una desesperación creciente por huir algún día de Chile. Y será dicha desesperación la que le hará solicitar recomendaciones a personalidades literarias de poder en ciertos circuitos culturales; así, el 16 de octubre de 1982 le escribirá a Octavio Paz (quien en 1977 lo había invitado a colaborar en Vuelta), con el fin de obtener por segunda vez la famosa Beca Guggenheim: “uso o abuso, una vez más, de su buena voluntad: usted sabe que los chilenos somos, por situación, ligeramente minusválidos, aun los que como yo se mueven como ardillas. Necesito, otra vez, salir de este país a respirar”.


Ni en sus peores pesadillas, Bolaño, el Bolaño de México DF, Gerona y Blanes, le solicitaría apoyo a Octavio Paz con el fin de obtener una beca. Para la ardilla Lihn, en cambio, dado el contexto opresivo de la dictadura, casi cualquier opción le ofrecía una posibilidad para algún día lograr “salir de este país a respirar”. Pero, al menos en el papel, sabemos que nunca pudo hacerlo, incluso viajando: “mis viajes que no son imaginarios / tardíos sí -momentos de un momento- / no me desarraigaron del eriazo / remoto y presuntuoso”, había sentenciado en “Nunca salí del horroroso Chile”, poema ya célebre publicado en el libro A partir de Manhattan, de 1979.


Por otra parte, se diría que en esas cartas Bolaño ya explora en un estilo y además perfila relatos que más tarde trabajará y publicará; en su correspondencia se instala una especie de taller para sus proyectos futuros como narrador y poeta. “Una carta es literatura”, escribió Paul Valèry; vale decir: no sólo se trata de enviar textos con vistas al examen crítico de un gran lector, sino más bien de considerar el cuerpo mismo de esas cartas y postales acaso como los primeros esbozos de relatos incluidos en libros posteriores. Y si bien Lihn le advierte en junio de 1981: “No me bombardees con ‘poemas elefantiásicos’, mándame algo que me interese”, las cartas de Bolaño se harán más extensas al incorporar detalladas narraciones de algunos sucesos propios tanto de su vida cotidiana en Gerona como de recuerdos de su pasado chileno y mexicano, entre los que sobresalen un penalti atajado ni más ni menos que a Vavá en 1962 y la referencia a su accidentada relación con Alejandro Jodorowski en México, incluida después en el cuento “Carnet de baile” de Putas asesinas.

 

Es en esa extensión donde se va desarrollando una escritura deliberadamente digresiva que recupera la tradición epistolar como género literario, a un mismo tiempo performativo y ficcional: alguien que no sabe aún si es un escritor y cuyo nombre no se encuentra instituido como tal, confiesa sus temores y perspectivas ante quien admira, y con ellos, de paso, esboza una literatura. “Escríbame más a menudo”, reclama Bolaño en 1984, ya desde Blanes: “Sus cartas son un consuelo”.

 

Del otro lado, ¿cuál es la respuesta? ¿Qué se puede esperar de un destinatario capaz de declarar en una de sus primeras devoluciones (junio de 1981): “Las paternidades/maternidades con la gente joven tampoco me placen”? Lihn entonces tenía claro que una lectura crítica de los y las poetas jóvenes se hallaba lejos de una complacencia protectora a cambio de favores; Bolaño bien lo supo, por ejemplo, cuando en carta de junio de 1981 su “Literatura para enamorados” se califica con mala nota, al evaluarse como un texto “demasiado desmadejado”: “no prepara o no propone un contexto en que las imágenes (…) digan algo más de lo que lo harían en un viejo poema surrealista —y el surrealismo ortodoxo ya no se soporta”.

 

La generosidad sin concesiones aparece de esta manera como una lección a la hora de tender redes (de escritura y sobrevivencia) en medio del entramado de la literatura latinoamericana, donde abundan los elogios automáticos entre amistades de pantalla. Pero las exclusiones, golpes de suerte y asociaciones lícitas e ilícitas también conforman ese entramado, como claramente lo había aprendido Bolaño en la mejor escuela para hacerlo: México. Incluso bastante tiempo después de concluida la correspondencia con Lihn, su “carrera literaria”, si hemos de creerle a un poema póstumo, aún se componía mayormente de rechazos editoriales; y al evocar, años más tarde, la época de esas cartas que “en cierta forma me habían ayudado”, el narrador del cuento “Encuentro con Enrique Lihn” insistirá en su pretérita condición de excluido, cuando “la literatura”, para él, “era un vasto campo minado en donde todos eran mis enemigos”. 

 

De ahí también la importancia publicitaria del intercambio para Bolaño; la inclusión de sus poemas, gestiones de Lihn mediante, “en una especie de recital de poesía joven” efectuado en Santiago, será mencionada, en el mismo relato, al modo de un modesto premio. Se trata del “Ciclo de Poesía Joven Actual” organizado en mayo de 1983 por el Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura, donde además Lihn, maestro de ceremonias, presentaría a los poetas Claudio Bertoni, Diego Maquieira y Gonzalo Muñoz. Según una nota de la revista Pluma y Pincel de junio de ese año —para continuar cuchicheando—, en aquella reunión Lihn caracterizaría al tal “Bolaños” como “un adolescente un poco malandra, medio desaforado, obsceno y perplejo”, autor de “versos que parecen emisiones de música estroboscópica”.

 

Si no fuera por los arranques de pesimismo causados por sus proyectos truncos, por las negativas de publicación cuya inmediata consecuencia será la falta de dinero, las cartas y postales de aquel adolescente podrían ser hasta festivas. “¡Mi situación económica es pésima y mi situación mental casi un albur! De todas maneras, es triste”, escribe en carta de octubre de 1982. En respuesta, una de las últimas cartas halladas de Lihn, de febrero del siguiente año, además de resumir la correspondencia entre ambos, expone con sensatez, es decir, con la voz de la experiencia, de maestro outsider a discípulo outsider, las reglas del juego que después de todo funcionan para cualquiera que un buen o mal día haya tenido la ocurrencia de ponerse escribir:  

 

Roberto: he recibido y releído, otrora, cada uno de tus envíos —fragmento en prosa, versos y desalentadas menciones de tu vida literaria, creo—. Tú ya sabes todo lo que te puedo decir al respecto: eres un poeta, un escritor combinados y no te espera nada que te satisfaga planamente en materia de respuesta a un trabajo que es la soledad misma, para no llamarlo solitario, a menos que tengas una buena suerte o un sentido de la oportunidad del carajo. El tiempo y/o factores imprevisibles resuelven por ti en una zona que no ves nunca, situada más allá de tus narices escriturales. 

 

Ser escritor o poeta —ambos lo decían— no es gran cosa; pero para alguien ubicado en una posición incierta como la del Bolaño de principios de los años ochenta, esa sola designación por parte de Lihn —“eres un poeta, un escritor”— resulta un acicate para cualquiera, de esa serie de elogios inolvidables como el que, según Ricardo Piglia, William Burroughs recibió de Samuel Beckett: “usted es un escritor”. Después, en artículos, poemas y ficciones, Bolaño se encargaría de interrumpir el espeso silencio chileno en torno al trabajo de quien lo conminara a seguir; Bibiano, uno de los personajes de Estrella distante (1996), por ejemplo, sentenciará: “La poesía chilena va a cambiar el día que leamos correctamente a Enrique Lihn, no antes. O sea, dentro de mucho tiempo”.

 

Esa “zona” invisible, sin embargo, resuelve por ti sin preguntar cómo, cuándo y dónde cambiará (o no) el rumbo de las literaturas. Roberto Bolaño tuvo noticias de ella a través de ese amigo intratable y tan desesperado como él, y con quien, cosa curiosa, quizá afortunada, nunca llegó a encontrarse sino en el conmovedor plano de los sueños de una página: “Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida”.

 

 

 

Notas

[1] Parte de la correspondencia entre Bolaño y Lihn se encuentra en The Enrique Lihn Papers, en la Getty Research Library de Los Ángeles, California. Fue consultada gracias al apoyo de la UNAM y del personal del Getty en diciembre de 2019.

[2] Se trata del volumen Los poetas chilenos luchan contra el fascismo, antología de Sergio Macías publicada en 1977 en la RDA, en la que aparecen, al lado de Mistral, Neruda y Víctor Jara, dos poemas de Bolaño escritos junto a Bruno Montané, “Carta” y “En el pueblo”. (Vid. Sergio Macías(comp.), Los poetas chilenos luchan contra el fascismo. Berlín, Comité Chile Antifascista, 1977, pp.268-271).

 

 

 

 












miércoles, 29 de julio de 2020

La contracanción de Cuauhtémoc Méndez

Por Martín Cinzano 
Publicado originalmente en Carcaj.cl, 12.2017




Salvo Peso neto, publicado en 2016 por La Ratona Cartonera, de Cuauhtémoc Méndez no se hallaban libros. “El más simpático de los infrarrealistas, acaso el único verdaderamente simpático”, según Mario Raúl Guzmán, permanecía y permanece en gran parte inédito. Entre tanto, Ediciones Sin Fin publica Uso y abuso / Peso neto, en total 70 poemas a los que se añade “El Movimiento Infrarrealista y los agujeros negros de la vida”, presentación-manifiesto de 1987, más un prólogo de Pedro Damián Bautista.

Casi treinta años median entre estos dos libros, y si pensamos que mientras se escribían los poemas de Uso y abuso (1974-1976) Méndez planeaba alrededor de los veinte y que en Peso neto (2004) ya rondaba los cincuenta, podríamos tener la imagen de un gran agujero negro de la vida entre ambos. Resonarán ahí ciertas balaceras, además de ráfagas más personales y quizá más destructivas, de cuyas actas el poeta dejará debida constancia como el buen cronista de nota roja que es, pues, tal cual apunta desde el primer poema de Uso y abuso, “me propongo demostrar / que aparte de las luchas sociales / existen vidas íntimas”.

Ese “aparte” puede oírse también en clave dramática, teatral: al respetable le hablaré de crímenes y traiciones, de trotskistas devenidos diputados plurinominales, de antiguas amigas hoy enajenadas, de jefes de redacción y papasquiaros despóticos, en síntesis: de política, pero sólo si es posible evidenciar en ella los intersticios por donde se cuela el murmullo (festivo o sombrío) de los descalabros personales, los proyectos truncos del amor alguna vez posible, ahí cuando, por ejemplo, “tu belleza se convierte / en un problema político”.

Son principalmente los poemas del primer libro los que de esta manera acusan recibo de lecturas de la poesía centroamericana, empezando por el desbande epigramático de Ernesto Cardenal (el célebre “me contaron que estabas enamorada de otro / y entonces me fui a mi cuarto / y escribí ese artículo contra el Gobierno / por el que estoy preso”), en el que la lucha revolucionaria implica necesariamente —y tal vez antes que cualquier otra cosa— pasar por el fogueo sentimental junto a ciertas lacerantes dudas pequeñoburguesas. Sin embargo, el hilo se extiende hacia una tradición o anti-tradición más lejana, la de la sátira latina, e incluso hacia el aún más remoto cinismo filosófico; como en las afiladas lenguas de Catulo, Horacio, Marcial o Crates, en los textos de Cuauhtémoc Méndez el poema es también una hoja de apuntes sobre circunstancias puntuales y trayectorias políticas específicas, acerca de las cuales se cuchichea en clave de fingido candor apelativo (con ese timbre tan propio del “canto en falsete” de la parodia, como la caracterizó Gérard Genette) previo al martillazo despiadado o la pregunta malintencionada. (Leyendo poemas como “Epigramita interno”, de Uso y abuso, “Sobre los profesionales del P.R.T” y “Correspondencia” de Peso neto —dedicado el primero a Ricardo Hernández, el segundo a Pedro Peñaloza y el tercero a Octavio Paz— uno se sorprende de la existencia, aún, de bardos tan solemnes en tierras mexicanas, con esos ademanes de capa y toga y palestra, ansiosos por ser captados por cualquier columna de suplemento cultural o, mejor aún, aceptados en los pupitres del Colegio Nacional o equivalentes). Méndez irrumpe entonces como poeta cómico al exhibir estos itinerarios microscópicos y pasar rigurosa “báscula” tanto a los andamiajes de la escena político-cultural como a su propia biografía. “Sus preguntas obscenas arrancan la falsa cobertura de nuestras decencias y nos liberan del yugo férreo del conformismo”, decía Wylie Sypher acerca del Falstaff de Shakespeare, y en varios de estos poemas Méndez susurra con insistencia entre versos: ¿te acuerdas?, ¿te acuerdas?, como esa pregunta que, tan incómoda para la hoja de decencia del progresismo, será mejor desterrar de la escena.

Pero los residuos permanecen. (El poeta reinstala la pregunta obscena). La “Globalización” de Peso neto consiste en esta postal vernácula: “Al pie del altar / a la Virgen de Guadalupe, / sentados en la banqueta / los muchachos fuman mariguana / y cocinan cocaína para baserolearse”; mientras, “Dándose la espalda a sí misma, / la clase obrera internacional / expone las vértebras cervicales de su conquistas / al apetito de las transnacionales y el capital” (“Análisis”). La especie de anti-promesa vituperante que era el poeta de Uso y abuso, aquel machín redentor de putas incapaz de acertar tiro alguno como no sea contra sí mismo (“Catuliana”), el derrotista de “Experiencia” y “Discurso de mediacalle”, el utopista de “Lo haremos” y el exultante enamorado de “Lo común”, perderá pelo, contraerá adicciones, pero no por ello cejará. “La vida habrá cambiado los vellitos de la historia / y aún, pese al agotamiento, encontraré calor en tus axilas”; así, Méndez desentona con una “Contracanción” poco fiable a la hora de rellenar los formularios de cualquier proyecto emperrado en progresar, y es ahí donde los dardos se dirigen, vaya cosa, hacia las mujeres, situadas en el lugar de un desengaño que con algo de tremendismo podríamos llamar contrarrevolucionario: salvo honrosas y rotundas excepciones (la muchacha proletaria de “Canción cansada”, por ejemplo), otras como la llanera solitaria de Coyoacán y “todas las niñas de la Secundaria número 18” (“tan preocupadas porque tronaron matemáticas”), no se salvarán justamente porque se salvaron, y Méndez se cobrará de la única forma precaria que tiene a mano; como su carnal Ramón en “Memorándum para una amiga casada”, podría sentenciar con despecho: “Bertha, / dondequiera que estés la felicidad y la enajenación sean contigo”. La mujer casada, alguna vez “compañera”, ahora juega en la misma liga de los ex–camaradas trotskistas acomodados en curules o en cargos públicos de los que el poeta-sindicalista se ha excluido. (“Que quede claro —decía Cuauhtémoc Méndez en carta a revista Proceso en 1999— que el suscrito nunca ha sido diputado, mucho menos cuando desde entonces advertimos que el financiamiento público y la representación plurinominal a los partidos eran la carnada en el anzuelo del régimen para cooptar y domesticar a la izquierda mexicana.”).

En ese registro se oye también “El Movimiento Infrarrealista y los agujeros negros de la vida”, suerte de balance de una década para ser leído en el Palacio de Bellas Artes, ni más ni menos. Por supuesto, no es un detalle menor: “El hecho mismo de que estemos aquí desmiente que nuestra bronca con las instituciones sea únicamente visceral y válida como bronca en sí misma”, advierte Méndez en un intento por restar protagonismo al carácter exclusivamente beligerante achacado al infrarrealismo por “quienes ejercitan sus alquiladas plumas de pavos irreales en los medios de difusión”. Tales medios son los que, al destacar sólo el escándalo berrinchudo y omitir las propuestas del movimiento, escamotean aquello que para el único marxista de la pandilla constituye, en esencia, la práctica fundamental del infrarrealismo: su lucha contra la alienación y la mercantilización del arte.

A diez años del “no nos interesa publicar” de Roberto Bolaño, Méndez parece responder que sí, que al infrarrealismo —consciente de sus filiaciones, desde Hora Zero a “mi abuelo” Karl Marx— le interesa desprenderse de su presunta alergia hacia las instituciones estatales a fin de disputarles hegemonía, pues ¿qué más práctico para el Estado que desproveer a sus adversarios del interés por alcanzarlo? ¿Qué más funcional al poder que establecerse como Único? Es su estrategia más difícil de combatir, la más peligrosa —aún más que la trampa del prestigio y la acumulación—, la que permanece viva y se robustece a diario con becas a la creación, a la investigación, a editores atentos a cuanto formulario se deba rellenar: “el hecho de abarcar entre sus tentáculos cualquier manifestación artística que sale de los marcos establecidos para volverla al cauce de la pusilanimidad, a través de legitimar un supuesto pluralismo que sólo existe en la imaginación de quienes hoy, sentados en una silla sin cinchas, llevan de las riendas a un indómito caballo”. Entre esas formas apantallantes de pluralismo ilusorio, dirá Méndez, sin duda se encuentra el permiso para “vociferar y presentar libros de poesía” en el Palacio de Bellas Artes, porque, mientras tanto, “ya las corporaciones policiacas fraguan alguna nueva redada en contra de campesinos o colonos en lucha por la tierra”.

Uso y abuso / Peso neto se cierra con este análisis implacable del sexenio infinito, que también es una autocrítica hacia la estrechez de miras del infrarrealismo y de quienes delimitan la zona de acción en y para la esfera de la poesía. ¿No será que también ella, a fin de cuentas, al ver a los muchachos drogándose al pie de cualquier altar, “pasa por la acera de enfrente / y se persigna”?

 
Selección de poemas de Cuauhtémoc Méndez


¿A quién si no a ti, Cuauhtémoc,
le dedico mis versos?
Pues de todos cuantos los leen
eres el único que no hace remilgos
ni se chupa las muelas.



De Uso y abuso (1974-1976)


CONFIESO:

Las condiciones que padezco
propician el canto de los pueblos.
Pero a estas alturas,
cuando la Bestia manipula y confunde,
cuando a los débiles les hacen creer
que entre el materialismo histórico y el mariguanismo histérico
no hay diferencia alguna,
cuando nos mutilan,
cuando a nuestras relaciones las esfuman
o bien cuando las usan al servicio de sus fines,
tengo el atrevimiento de cantarle a una muchacha,
pues me propongo demostrar
que aparte de las luchas sociales
existen vidas íntimas.



ALGO EN CONTRIBUCIÓN A LA BELLEZA

Helena,
tu belleza se convirtió
en un problema político.
Ahora es necesario
reencontrar en los besos
nuevas formas de lucha,
nuevos besos
a partir de otros ojos,
de otros observar al mundo
porque no hay hermetismo
en una boca con dos lenguas.



CATULIANA

Dimas le dijo a Gestas:
—Qué chingaderas son éstas.
Clamor Popular

Beto:
Acuérdate de la Olivia aquella
a la que conocimos juntos y tanto amamos,
a quien deseamos más que a las modelos
de las revistas con que nos masturbábamos.
Ésa, la mosquita muerta
que no deshojaba zippers sino pétalos de rosa,
la que vimos únicamente por su aduraznada piel
y su manera de manchar la mezclilla con belleza,
ha fornicado siempre con quien se lo pide
y nosotros la sublimamos sin darnos cuenta.
Príncipes azules no fuimos;
si acaso, morenos redentores de putas.



LA BALADA DEL VIUDO (¿VERSOS ADOLESCENTES?)

En homenaje a ti,
me había propuesto
llegar a una célebre tristeza.
Camilo


Pensar que entre tu cuerpo y el mío
sólo hubo algunas cartas,
música de Rolling Stones entre cigarros de mariguana,
visitas dominicales al panteón,
besos cháfaros,
cachondeos musgosos bajo un árbol a mediodía,
recorridos a museos polvosos,
sonrisas estúpidas junto a una fuente
mientras las caricias envejecían hasta el tope,
conversaciones con tu madre
haciéndole ver las propiedades de la mariguana,
convencerla de que ahí no estaba la trampa.
Después,
algunas cartas espaciadas —pláticas almidonadas—,
lejanas visitas,
hasta que aquellas cosas
se van olvidando.



DE CÓMO SE ESTÁ PRESO SIN CÁRCEL Y SE PADECE SIN TORTURAS

Patricia, amiga mía,
hoy son los mismos kilómetros de ayer los que nos juntan;
digo, que nos separan.
Y veo que te me acercas tanto que peligramos.
Así las cosas no es conveniente, hermosa,
que clave mis colmillos en tu nombre.
Escucho a Carol King y no te olvido:
good bye/ good bye/ good bye
my love
my love good bye.
Sé que mis amigos dirán,
cuando les enseñe mi poemita agradable,
que abuso de las voces coloquiales sin saberlas colocar.
Pero no importa, bella mía,
Porque a cada letra, a cada palabra, a cada verso
es otro este Cuauhtémoc que te escribe,
otros sus ojos que te ven,
otra la sensación que tiene cuando pone Pa-tri-cia.
Verdad, pues, que me encarcelo en ti y te padezco,
que la distancia la transformo en tiempo
y que los kilómetros que habría de recorrer para abrazarte
se quedan en segundos. Cierto.



LO COMÚN

Hacía tiempo que nadie me quería
y yo, para adecuarme, no quería a nadie,
ni a mí mismo siquiera.
Circulé en el camino del abuso
de las palabras y los tranquilizantes,
renegué de la vida y busqué el suicidio,
pero torpe me dio la espalda
y sus alas negras huyeron de mis manos:
también renegué de él.
Sentí, pues, que estaba definitivamente fragmentado.
Pero hoy me siento un sol, una galaxia.
Brillo, amo y mi energía se canaliza
en el intento de transformar el mundo.
Hoy mi ternura
—rudimentaria forma de decir: te quiero—
busca tus muslos, Rosario, tu espalda,
donde las flores nacen como si fueras El Jardín,
donde reposo de mis batallas diarias con la historia.
Hoy me siento seguro aunque me sigan con un piolet en mano,
pues no hay seguridad más luminosa que tus piernas,
más recia que la fuerza del cambio.



CONTRACANCIÓN

Cuando pasen mis años
y casi no haya pelo en mi cabeza,
no tendré energía para satisfacerte, nena,
pero seguiré siendo brillante por mi inteligencia.
La vida habrá cambiado los vellitos de la historia
y aún, pese al agotamiento, encontraré calor en tus axilas.
Cuando pase mi tiempo
y los hijos que tengamos rebasen mi pensamiento,
no seré yo el escarabajo imbécil
que te dé una cajita con listón amarillo para San Valentín
—el beato Agustín y sus secuaces serán pura prehistoria—.
Cuando caiga mi pelo
y lo que reste quede blanco,
saldrán mariposas fosforescentes de mi boca,
seré aún más cabrón para contar historias
y a través de mis ojos sentirás a las noches más calientes.
Cuando sea viejo
y tú ya no recuerdes mis poemas,
sabrás que es lo mejor,
que el hombre es el que crece
y que los buenos versos
pasan ensalivando nuestros cuerpos.



EPIGRAMITA INTERNO

A Ricardo Hernández en 1976


Políticos como tú
tal vez son necesarios, camarada:
con tanto bigote,
con tanta fuerza,
con tanto abrazo con las estrellas.
Y aunque embriagadas de Poder
tus neuronas cortocircuitan
entre la realidad y los principios,
eres un buen agitador.
Pero hay algo que me produce suspicacia:
que tan embelesado estás haciendo el amor
con el futuro del Comité Central,
que se te olvida
que con esos bigotes
comenzó Stalin.



AQUEL VALLARINO, BRUNO, TAMBIÉN HACE VERSOS;

hace más versos que nosotros
y los escribe en mejor papel
que el que usa, por ejemplo, Mario Santiago.
¡Ah! Pero es una lástima
que costoso papel,
costosa tinta,
tanta publicidad
se desperdicien en sus versos malos.
Y aunque es de preocuparse, infrarrealista amigo,
yo no me apuro tanto porque todos
—nosotros mismos aunque no queramos—
tenemos algo de Vallarino a veces.
Digo: a veces escribimos versos malos.



NO TENGO GANAS NI DE LAMENTARME

Yo sé,
Mario Santiago, amigo,
que si te muestro mi poema
vas a decir:
“Es muy circunstancial.
No logras explotar las situaciones,
se te pierde.
Hay líneas deslumbrantes en tu tono
nomás que no las aprovechas…
Te complaces, no te exiges.
Además, la descripción te come y estereotipas.”
Pero bien sabes
cómo me duelen las palabras,
cómo se me sube la tristeza,
cómo tanta vida emborracha.
Digo, en el momento que padezco
no tengo ya ni ganas de lamentarme
o rebelarme contra tus argumentos.



DISCURSO DE MEDIACALLE

El poeta es vasto y vacío
como un sacerdote sin pies y sin cabeza.
El mundo en su desnudez invita a pensar en la pureza,
puré condimentado con esperanza derrochándose en el baño en la huerta.
Cortando guayabas reiteramos nuestra existencia
y ésta es un papalote elevado en las tinieblas.

Las palabras de ningún modo buscan reivindicar actos gratuitos
y a mí me queda poco por decir.
Mugiendo como toro castrado en la mañana trato de salir de un museo.
Después que el mundo perdió su inocencia
y el dinero corroyó los actos humanos,
en las mañanas cayeron tubos de dentífrico gastados
sobre los botes de basura,
el pan Bimbo ganó adeptos,
la Chrysler cerró sus fábricas obligada por el ocaso de la demanda,
sobre nuestros oídos sonaron despertadores incitándonos
al desconcierto en los transportes,
a los actos gratuitos en la oficina,
a las miradas lúbricas sobre los culos en capullo de las secretarias.

Yo me he envilecido con las palabras
dibujando sucesos epidérmicamente, flores marchitas, olores rancios,
contribuyendo con mi granito de arena
para la justificación del capitalismo y sus playas
anegadas de cangrejos mecánicos.

El régimen político.
Esa pelota de futbol que se desinfla, el cuero está podrido,
las patadas de la oligarquía financiera hacen su efecto
hasta que el público enardecido salta a la cancha.
Ahí, los designios de Dios vuelven a ser puré y esperanza.

La prensa en este país es un féretro infecundo: no tiene cadáver.
Sola en su contemplación.
El dinero de los garbanzos en la olla de los puercos.
En ese sentido,
la belleza ha dejado de ser un ataque de epilepsia
y sólo nos queda la lujuria degollándonos como guajolotes
el doce de diciembre.

La pureza atravesó las relaciones de cambio
y fungió de presidenta en la sesión donde se vendió a la justicia.
Las palabras se hicieron mercancías en los puestos burocráticos.
La Catedral de México es un monumento al capital.
Carlos Marx retratado para adorno
en las oficinas del Partido Comunista Mexicano.
Chavitas corriendo, delirantes
por ser en una foto tiernas-rositas-del-Luxemburgo,
mientras decenas de castrados masturban conceptos de café,
dan las nalgas por una pistola,
se suicidan en los portales días sobre días,
esperan su oportunidad para ablandar la competencia
creyendo que el mundo los espera con las piernas abiertas,
que un puestecito en el PRI para seguir estudiando.

El dinero ha machacado soledad,
traicionado al amor y a los pájaros.
¿Cómo tenerles confianza a las palabras?



CARTA A UNA LLANERA SOLITARIA CON CRINOLINA DE ARO QUE SEGÚN SUS PALABRAS –FICCIÓN, PURA FICCIÓN– SE DIVIERTE AVENTANDO RADIOS DE TRANSITORES A LOS TRANSEÚNTES QUE NAVEGAN LAS CALLES DE LA COLONIA QUE SUFRE SU PRESENCIA

Destino: Coyoacán.
                Un edificio,
                un multifamiliar,
                un condominio con los vidrios de las ventanas muy brillosos…
                Total: un penthouse muy alto,
                pero que no le toca ni los pies al cielo.

Seguro seguro
que pelas la naranja después de la comida
con un cuchillo impecable de cocina;
limas tus uñas, vistes mezclilla y te emociona
cuando hablas de la revolución con un obrero
o una chica proletaria hace de ti su confidente
hasta exclamar: “¡Qué conmovedor! ¡Qué conmovedor!”,
mientras llegas a tu casa sana y salva
a tomar chocolate calientito,
pan con mermelada,
un suéter para este frío,
música de Vivaldi y
“hasta mañana, mami, que sueñes con los angelitos”.

Eres angelical.
Mas no se trata de eso
ni de tomar cerveza de vez en cuando en Garibaldi
y rescatar líneas –ruinas– de poemas frustrados
hasta sacar a flote lo que te interesa y decir:
“El suceso concreto ya lo tengo”,
para luego escribir dos tres acciones anecdóticas
que no te sacan de la ostra de tu departamento:
conexiones de baches con asfalto,
viento podrido…
–perro muerto tirado en un baldío cerca de tu casa.
En ese caso,
mejor cerrar la ventana y pensar en el mar
como en un trapo guando que te pega en la cara.
Pero el mar, desde aquí en Garibaldi,
después de pasar por San Juan de Letrán
y ver a una mujer correr gritando
alrededor del Palacio de las Bellas Artes,
es algo más que un pañuelo sucio,
que el mingitorio de Dios:
el hogar-dulce-mar de los náufragos,
y los trapos aguados que le encuentras
se borran o se manchan con caricias.
Mejor así:
            Regrésate a tu cuna,
            olvida que viviste entre floreros de porcelana china,
            zapatos lustrosos, cocina funcional, ropa en París-Londres,
            exención de impuestos, paseos en Volkswagen,
            madrinas escritoras, concursos de poesía,
            teléfono cerca de la cama, gran imaginación
            para arrojarle a los peatones hasta tus pantaletas.
Cuando vuelvas,
haz de cuenta que el Metro sigue siendo el Metro.
Súbete a él;
aprende a mover las nalgas como si fueras secretaria,
los ojos como un satélite ruso,
tu cuerpo como si te desenvolvieras en el cercano mundo de la farándula
y exporta azúcar,
la tienes en el cuerpo y a cada rato
–¿tu familia será?– le pones en la madre.
¿Conforme? No.
Las cervezas nos indican el rumbo
y haremos el poema.



CANCIÓN CANSADA

A esta muchacha le nace una rosa en la entrepierna.
Es ella por ella y por los hijos que vendrán.
De sus manos brotan cientos de abejas en caricias
y el mundo gira en sus pezones.
En sus axilas un olor loco dando vueltas
nos conduce a decir
que la mujer no es puro corazón ni puro sexo.

El hijo que llevaba en el vientre
no sabrá del dolor que generan las calles,
el esfuerzo de construir un puente
no será ya su esfuerzo,
el mundo se acabó para él
como se acaba para las hormigas de un parque.
No podrá ser un solitario adolescente en la onda del conecte,
ni sentirá la angustia de una cobija helada,
ni sus ganas conocerán a una mujer
que le ayude a encontrarse, músculo a músculo, consigo.
Porque él no fue,
no aumentarán los desempleados.

Esta muchacha representa la fuerza
que siembra las semillas huyendo en desbandada,
es todas las mazorcas
sitiando a una ciudad construida sobre agua.
Su amor procede de dos sexos
unidos bajo un techo de cartón
que hizo que el tiempo se sonrojara.

Su padre construyó condominios donde nunca vivieron,
escuelas a las que nunca fue,
iglesias en que nunca rezó,
mercados donde los alimentos
rebasaron el precio del trabajo.

Su madre coció té bajo un tejabán agujereado.
El sudor de su cuerpo cayó en masa de pan y de tortillas
y a veces en colchón,
sus manos se le encallecieron,
le dolió la espalda frente a una Singer,
perdió sus ojos tratando de pasar
por el ojo de una aguja sus recuerdos,
aceptó su destino como las playas del océano.
Supo de la dureza del mundo
y abrió las piernas con dulzura.

Esta muchacha percibe ya que el mundo es duro.
Su hijo no llegó porque era un plato más,
porque era blusa, pantalones, libros,
alguien gastando su potencia
en las agencias de empleos o lumpenviviendo.
Sin embargo, ella siente el amor
como un trago de mezcal en noche fría.
Siente que el mundo es mundo pero no está como debiera.



De Peso neto (2004)


PESO NETO

Escondrijo del resentimiento social,
mi corazón es nido del amor a mis semejantes
y hasta los de otras especies animales
y reinos de la naturaleza…
Pero condena sin remisión
a todos los orejas,
los chivas,
los dedos,
los ojetes,
los culeros…



MI  FAMILIA

en este país,
es de las pocas
que no viven del gobierno.
Nuestras demoras en los pagos
de los servicios públicos
son los únicos negocios
que tenemos con él.



YO  SOY  CUAUH-THOR

Los que informan, no informan.
El evento cultural más interesante
de la Semana Santa en Michoacán
no es la procesión al Calvario,
llamada por el pueblo llano Vía Crucis,
sino el apareamiento o la procreación,
como quieran nombrarle:
coger y hacer hijos,
o simplemente coger sin tener vástagos.
Pero no con-trabajo, sino con placer
para complacer.
El contrabajo es de los violines.
Precisamente de las violas, los cellos y los violoncellos,
mas no de las arpas ni las balalaikas ni las guitarras,
aunque éstas también tengan cuerdas,
mucho menos con las cuerdas del piano
porque pian-pianito te acuerdas
y te van tocando.
Si aquel es un canta-autor
y el otro un coautor,
yo soy un cautín-cautor,
pero sobre todo
un Cuauh-Thor.



FE  DE  RATAS

Bernal Díaz del Castillo lo confesó:
los españoles vinieron por el oro,
por la tierra
y dizque a poblar…
Lo de los esclavos ya fue ganancia,
robada incluso
a la adversidad de la viruela.



ANÁLISIS

1
Dándose la espalda a sí misma,
la clase obrera internacional
expone las vértebras cervicales de sus conquistas
al apetito de las transnacionales y el capital.
Todos los gobiernos del orbe
--desde la remota China Popular hasta el Tío Sam--
copatrocinan esa carnicería:
la venta individual de la fuerza de trabajo.

2
El que no quiere ver,
ni con colirio limpiará sus ojos;
quien no quiere oír,
ni destapando sus oídos escuchará,
así fuera la voz misma de Dios
o el susurro del Diablo lo que hablase.

3
Arrebatados por la animalidad,
con gozo poblamos el planeta,
cultivando las artes del amor y la guerra.
Sobre nuestras cabezas elevamos dioses y demonios;
y placeres sin número practicamos.
Se queja el individuo de su efimeridad.



CORRESPONDENCIA*

En tu casa, Octavio,
de palio apócrifo recibes
para lucir obras de los grandes pintores contemporáneos,
tapices persas, esculturas de la antigua Grecia
y cerámicas prehispánicas.
Empastadas en piel y con lomos dorados,
las mejores voces del mundo en tus libreros
duermen el sueño de los justos,
mientras tu criada sirve a tus invitados
té de la India en porcelanas chinas.
No se puede negar el buen gusto
de tanta riqueza humana allí reunida en gran barullo,
pero de paz no hay nada,
salvo los versos con que lo manchas todo.


* Redactado por Cuauhtémoc durante un café mañanero en El Gran Premio el día que se dio la noticia de que el Premio Nobel de Literatura de ese año (1988) se había otorgado a Naguib Mahfouz; lo precedía una misiva para los periódicos del Distrito Federal:
Señor director:
Como tantos mexicanos indignados por la miopía de la Academia Sueca que le impidió otra vez a Octavio Paz acceder al Nobel, para desagraviar ese desaire a una de las luces de las letras nacionales contemporáneas, un grupo de entusiastas amigos se reunió bajo la divisa: “A falta de galardón, poema”, y en la siempre viva vena latina elaboró el siguiente epigrama que rogamos inserte en su correspondencia.
Lo firmaba la brigada del Movimiento Infrarrealista “Por la paz de Nobel”, y entre paréntesis los nombres: Cuauhtémoc Méndez, Iván Guzmán, Pedro Damián Masson, Mario Santiago, Ariadna Polifema, Mario Raúl Guzmán, Mauricio Chávez, José Pedro, Ramón Méndez, y el aporte anarcolinista de José Luis Colín. (Nota de Ramón Méndez Estrada).



SOBRE LOS PROFESIONALES DEL P.R.T.

Recuerda, Pedro,
lo esmirriado de los profesionales
cuando el PRT
carecía de registro en Gobernación:
los frecuentes boteos
apenas alcanzaban para que malcomieran,
pero esos días felices
removimos las losas y las peñas
con que los poderosos
quieren tapar el Sol.
Y aunque ahora
te sientes entre levantadedos
y gordo y rozagante
aún puedas vociferar,
espero que los cheques
que expide Manuel Barttlet
no te causen amnesia…
A menos, Peñaloza,
que tu apellido
retrate cabalmente
lo que hay en tu cabeza.



DIBUJO

Bajo el cierzo de la publicidad,
los directores y subdirectores de los diarios
doblan sus de por sí encorvadas espaldas
en caravanas similares
a su contemporánea ancianidad social.
Veneran los poderes de los vientos del Norte.
Se creen los sacerdotes de la comunicación.
Critican y deciden sobre lo que es publicable,
sea por consejo de su propio bolsillo
o del barril sin fondo de Gobernación.



RENUNCIA

No sé si de Herodes
la calva aureola ciñe tu cabeza,
o si de Pinocho
sus largas historias imitar pretendes.
Sólo sé, Castilleja,
que en los pasillos del sicofante diario te paseas
murmurando cuentos falaces sobre mi renuncia:
que si la ideología de El Nazi-Onán
era incompatible con mi vida bohemia… etcétera.
Pero sabes mejor que nadie
que todo fue un desplante tuyo:
dilapidaste tu ser subdirector
expulsando a mi hija de la Redacción
y esa gota de vinagre
fue la que derramó mi bazo.
Entérate por siempre
que prefiero en mi rostro
el arado de las manos de Ariadna,
a que un salario mísero
destroce mis bolsillos.



BÁSCULA

Me pueden pasar báscula:
en mis bolsillos
no encontrarán
ni un mísero salario.



CORRECTOR  DE  NOTA  ROJA

De un tajo
cortáronle a la dama sus sueños;
y a mí, las esperanzas de un aumento de salario.
Ella caminaba por allí
revoloteando con su sensualidad anónima en el viento;
yo, hasta mañana corregía en el vespertino los errores ajenos.
Ella buscaba un consuelo para su soledad;
yo, el mínimo al menos.
Ella encontró catorce centímetros de cruda realidad.
La noticia se publicó en la última edición del Diario de México,
cuando cerraron el periódico
y me quedé sin sueldo.



HOJEANDO  UNA  REVISTA  PORNOGRÁFICA

miré una página de anuncios
y encontré que decía:
“Corazón: 15 mil o 20 mil dólares
Hígado: arriba de 150 mil por rebanada
Córneas: 4 mil cada una
Leche: 10 dólares el medio litro
Huevos: 2 mil por cosecha
Pulmón: 20 mil (entero o alvéolo)
Riñón: 10 mil-50 mil por rebanada
Tejido fetal: mil 200 por libra
Médula de hueso: 10 mil por taza
Piel: 50 por pedazo
Cuerpo entero muerto:
50 mil si murió hace menos de 15 horas
mil si tiene más de 15 horas muerto”,
y quedé estupefacto.



PIRUL

Ándate con tiento,
árbol.
Cuida el verde
de tus hojas
lanceoladas,
la fortaleza
de tus ramas,
los rojos frutos
que los vientos de abril
te arrancan.
Ándate con tiento
y cuida todo eso.
Pero más que del viento,
cuídate
del peso
del futuro cadáver
del ahorcado.



NOTA  ROJA

Tomás cosió a balazos a su cuñado.
Rosalía se robó tres pantaletas y un brassiere.
Elizabeth se llevaba el Resistol 5000 entre la blusa.
Salomón se masturbó en su cuñada.
José Armando quiso desnudar a mordidas a Hermelinda.
Toño se robó tres borregos.
Juan Carlos se enfrentó a plomazos con la policía.
Elenita dejó tirada a su recién nacida.
Jorge quiso masturbarse en su sobrinita.
A Esteban, Raúl, Pepe, Juan Manuel y Roberto
los atoraron con cuatro kilos de opio y heroína.
Oberto, Juvenal, Gregorio y Edmundo
festejaban su graduación y manejaron ebrios;
hoy lo lamentan sus respectivos deudos.



GLOBALIZACIÓN

Al pie del altar
a la Virgen de Guadalupe,
sentados en la banqueta,
los muchachos fuman mariguana
y cocinan cocaína para baserolearse.
La gente pasa por la acera de enfrente
y se persigna.




Cuauhtémoc Méndez Estrada (Ciudad de México, 1956-Morelia, 2004), poeta cofundador del Movimiento Infrarrealista, periodista, dirigente sindical. Escribió los libros de relatos Contando historiasLos cuentos de Simona El rebaño (inéditos), además de los folletos de poesía Blanda noche dentro del horno y la hoja Calandria de tolvaneras número 6. Su obra poética se concentra en Uso y abuso (1974, 2017), Versos sueltos del verso continuo de la vida (inédito), Morras y mazmorras (inédito), Sin comas, 5+, cinco más (inédito) y Peso neto (2017).