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lunes, 31 de julio de 2023

El Bolaño cauquenino

Por Rodrigo Alcaíno Padilla

http://ralcaninop.wordpress.com, 25.02.2023





Mi amigo Óscar Fuentes se aprestaba a emprender viaje de placer por Cataluña, y como buen lector de Roberto Bolaño, tenía incorporado en su itinerario Blanes, esa ciudad costera impregnada del sudor literario del escritor.

 

Pasaron los días, Óscar fue a Barcelona, y en esos diálogos por Whatsapp de pronto sale a colación un hecho que nunca notamos, simplemente pasó desapercibido: “Estoy en Barcelona y visité donde vivió Bolaño... Ahora reviso la biografía y dice que estudió en Cauquenes... Cauquenes de no sé dónde, porque no creo que sea el de la séptima región, como el link dirige Wikipedia. Por lo que yo sé, hay un Cauquenes también en la octava región, lo cual me hace más lógica ya que vivió una vida más al sur... ¿A qué Cauquenes se referirá este artículo, crees tú? ¿Sabías que había otro Cauquenes?”.

 

Me picó la guía el asunto y me puse a chequear si existía ese supuesto “otro Cauquenes” en el mapa. Apurando la memoria, lo único que se acercaba a la ciudad maulina eran las Termas de Cauquenes en la región de O’Higgins, pero otra localidad con el mismo nombre no la hallé. 

 

Después de aclarar esa duda, todo se tornó más evidente cuando me puse a indagar en biografías y en la propia obra de Bolaño alusiones a la ciudad en cuestión.

 

A mediados de la década de los setenta, se publicó en la revista mexicana Punto de Partida, perteneciente a la UNAM, un poema del escritor chileno bajo el seudónimo de Galvarino titulado “Overol blanco y otros poemas”, que obtuvo el tercer lugar de un concurso literario en 1976. En su estrofa VIII dice: “Tierra de Chillán aquí estoy de nuevo pisándote quien ha dicho / que soy ángel Tierra de Cauquenes aquí estoy de nuevo”.

 

En el relato “Carnet de baile” del libro Putas Asesinas, página 207, relata: “1. Mi madre nos leía a Neruda en Quilpué, en Cauquenes, en Los Ángeles”.

 

También hay referencia en la última entrevista que dio a Mónica Maristain para la revista Playboy, en julio de 2003; ante la pregunta de cuál de todos los paisajes de Latinoamérica que recorrió le viene primero a la memoria, sostuvo: “Los labios de Lisa en 1974. El camión de mi padre averiado en una carretera del desierto. El pabellón de tuberculosos de un hospital de Cauquenes y mi madre que nos dice a mi hermana y a mí que aguantemos la respiración”.

 

Finalmente, aparecen los fragmentos de una entrevista que concedió Roberto a fines de 1999, y que fue publicada en la Revista de Libros de El mercurio, en octubre de 2003: “Yo nací en Santiago, pero nunca viví en Santiago. Viví en Valparaíso, luego en Quilpué; en Viña; en Cauquenes, una zona llena de alcohólicos y de espiritistas”.

 

Más claro, echarle agua…

 

 

*

 

Roberto Bolaño había vivido en la ciudad, pero había un vacío inexorable de información respecto a esos años. Google, aparte de las referencias ya comentadas, dice poco y nada.

 

La experiencia me sugiere que en los grupos de Facebook hay muchas historias que circulan en un limbo nostálgico que pareciera relevante solo para sus integrantes. ¡Nada más errado!

La búsqueda en dicha red social me llevó al grupo “Cauquenes, mi música, tu música”. Allí, el músico, profesor y gestor cultural Alejandro Morales compartió un poema de Bolaño, y agregó en el posteo: “un poeta y escritor que vivió algunos años en Cauquenes”.

 

Me puse a revisar en los comentarios, y el propio Morales relató que “siempre tuve la duda si era el mismo. Héctor Torres, un compañero común, escribió una vez ‘creo que estoy loco, le cuento a mis hijos que fui compañero de Bolaño y se ríen de mí’. Hasta que conversando con mi amigo y compañero Jorge Córdova, que fue más cercano a él, ratificó que era el mismo, y recordó a sus padres, tal como lo hacíamos nosotros. Vivía muy cerca de los Barrios, en Carrera Pinto (…) Vivió en Cauquenes y fuimos compañeros en el Instituto Cauquenes”.

 

Había un par de pistas a seguir, pero el instinto me dijo que mi amigo René Abarza Yáñez, cauquenino de tomo y lomo, me podría ayudar a seguir la hebra. Y no me equivoqué.

 

En paralelo, descubrí que el Instituto Cauquenes estuvo en dos locaciones: Catedral con Yungay y luego en Maipú con Chacabuco, y que durante un tiempo lo dirigieron unos padres canadienses. Con esos datos, le pregunté a René si sabía algo de ese colegio.

 

Mi amigo recordó que su padre había estudiado en el Instituto, y me preguntó el porqué de mis consultas. Fue una sorpresa para él que Roberto Bolaño haya vivido en su ciudad, y se comprometió a preguntar a don René padre. A las horas me comentó que su progenitor recordaba un alumno de apellido Bolaño, difícil de olvidar “porque el apellido le parecía poco común”, pero no recordaba haber interactuado con él.





*

 

El nombre de Jorge Córdova asomó a la postre como la pista más directa a la historia. Logré dar con él en Facebook, y mostró una gran disposición a compartir los recuerdos de esos años, a pesar de la forma poco ortodoxa de abordarlo virtualmente en su perfil. Me dio su número de teléfono un fin de semana, y un par de días después lo llamé. Coincidió que por esos días este testigo privilegiado estuvo de paso por Cauquenes, incluso se acercó al barrio de infancia para tratar de tomar alguna fotografía de las casas, pero para nuestro pesar ya no existían, todo estaba reconstruido.

 

A partir de lo relatado por don Jorge, él fue vecino de Roberto Bolaño entre 1963 y 1964, en la calle Carrera Pinto, entre Chacabuco y Antonio Varas. Solían jugar al fútbol en el pequeño patio frontal que daba a la calle, y siempre Roberto elegía ser el arquero. Durante esas jornadas supo de la anécdota en ese tiempo reciente -y bien conocida por quienes han seguido la vida de Bolaño- de haberle atajado un penal a Vavá durante los entrenamientos de la selección brasileña en Quilpué durante el mundial de fútbol de 1962.

 

Según Córdova, cuando doña Victoria Ávalos no quería cocinar, la familia de Roberto solía almorzar en una residencial a la vuelta de la esquina, en Antonio Varas 680, lugar donde asegura que también tuvo la oportunidad de compartir una comida con el padre del escritor, León, quien animosamente bajo un parrón se jactaba de que Roberto había dejado callados a uno de sus amigos adultos en una discusión. “Ya era un genio, muy agudo”, agregó don Jorge a la hora de recordar el temperamento de su vecino como colofón de la anécdota de León Bolaño.

 

Aunque la madre de Roberto, Victoria, era profesora, ella habría trabajado en el hospital de Cauquenes, dato que le aportó el profesor Alejandro Morales, y que adquiere mucho sentido al recordar una de las citas antes mencionadas, alusiva a un pabellón de tuberculosos. Un tema a dilucidar es qué labor ejercía en el mencionado hospital.

 

Respecto al colegio, Córdova confirmó que Roberto Bolaño estudió en el Instituto Cauquenes en su ubicación de Maipú con Chacabuco. También corroboró el dato del profesor Morales, relativo a que Héctor Torres fue su compañero de curso, y añadió que solían hacer la ruta de regreso desde el instituto por calle Chacabuco.

 

En uno de los últimos puntos de la conversación, don Jorge reveló que recién se enteró que Roberto era un escritor famoso cuando murió, al ver el titular del diario La Segunda. De hecho, recordó que en esa edición del vespertino se rescató una entrevista que había sido publicada originalmente por la revista El Sábado, el 18 de abril de 2003, meses antes de fallecer. Allí Bolaño hacía un autodiagnóstico postrero y poético de su enfermedad a propósito de un evento vivido en Cauquenes, en ese mismo patio que tantas veces fue testigo de las pichangas de dos amigos de provincia.

 

El fragmento de la entrevista decía lo siguiente: “- ¿Cuándo supo que estaba enfermo? – Hace más de diez años. Aunque en realidad me di cuenta de que estaba enfermo a los 11 o tal vez a los 10 años, en Cauquenes. Yo estaba solo, en el patio de mi casa, y un tipo muy alto y flaco me preguntó, desde el otro lado de la barda, por una calle. Le dije que no sabía dónde estaba esa calle y el tipo se alejó. Yo me asomé a la barda (era una barda no de ladrillos ni de cemento, sino de adobes hechos con barro y paja) y lo vi alejarse. Parecía un zancudo. Y entonces me di cuenta de que, de la misma forma que él se alejaba, yo también, en cierto modo, me alejaba, ambos nos alejábamos mutuamente de nuestras respectivas conciencias. Me di cuenta de que yo pensaba y que él también pensaba y que ambos pensamientos no sólo no eran parte de un juego, sino que eran dos pensamientos distintos, destinados a encontrarse una sola vez en la vida y por espacio de pocos segundos. Que yo tenía mi vida y que él también tenía su vida. Y esa toma de conciencia para mí fue el primer atisbo concreto de la muerte, pese a que ya por entonces había visto a dos muertos (en dos velorios, naturalmente)”.




Fotografías: Plaza de Armas de Cauquenes, en 1945,

y la iglesia San Alfonso.

 















lunes, 18 de julio de 2022

La ilusión de conocer a Roberto Bolaño

Por Jorge Morales

Maremoto (Maristain). 03.06.2021





En ese tiempo vivía en Barcelona, sin papeles. Había entrado como turista en mayo de 2001 y tenía un pasaje de vuelta para Chile fechado en julio de ese mismo año. Pero no quise regresar. Ya me las arreglaría, pensé. Lo único seguro es que necesitaba uno, dos o como mucho, tres años, para aclararme en la vida y encontrar mi camino. Y ese camino pasaba por la Poesía. Solo en la Poesía podría encontrar el bálsamo capaz de curar todos mis males. Mal de amor. Mal de vida. Nostalgia. Melancolía.

 

La llamada de la Poesía era como un aullido salvaje que retumbaba en medio de la noche y yo quería ir en su búsqueda. Vivir a la intemperie. Saciar una sed de aventuras capaces de justificar no solo la juventud sino la vida entera. La consagración a un ideal que requería arder en la misma llama en la que se consumían los sueños. Leer, leer vorazmente, aferrándose a las palabras como el náufrago al tablón. Leer con método y con disciplina. Este mes leeré a los franceses. Este invierno lo pasaré en compañía de los románticos ingleses. Me dormiré soñando con John Keats y su urna griega, con las manos frías y pálidas de Mary Shelley. Leer a los clásicos y a los autores mal llamados menores, que son, como me enseñaría Enric Sòria años después, “la alegría misma de cualquier tradición literaria que se precie”.

 

Ahora es cuando. Y mientras tanto, los cuadernos se llenan de apuntes. Miles de versos hierven en el corazón. Pero la mano no sabe aún escribir. Las palabras se empujan una tras otra. Nos reunimos todos los miércoles en el Muy Buenas y allá nos escuchamos, recitamos, compartimos hallazgos y canciones. Y crecemos.

 

Un día di por acabado un conjunto de versos. Un amigo canario me hizo fotocopias y bajo el título de En los bordes, fue mi primer libro de poemas. Albert Compte escribió un generoso prólogo y mis amigos me felicitaron. Pero sentía la necesidad de comentar mis poemas con alguien que no fuera un amigo mío cercano. No conocía ningún editor y creo que fue el rapsoda Esteban de Aguilera quien me animó a llevarle un ejemplar al nuevo agregado cultural del Consulado Chileno en Barcelona, el actor Julio Jung, a quien todos admiramos.

 

Y le hice caso. Me presenté una mañana en el consulado y la secretaria recibió mis folios y apuntó mis datos. Semanas después, un domingo, cerca de las once de la noche, sonó el teléfono en el piso del Carmel donde vivíamos con Ricardo Santander, quien tomó el aparato. Yo estaba durmiendo. Mi fiel amigo me fue a despertar: “Jordi, Jordi, me dijo. Es Julio Jung que quiere hablar contigo”. Salté de la cama  y al otro lado de la línea, la voz metálica, gruesa e inconfundible del gran actor chileno, me pedía disculpas por llamar en un horario tan poco habitual. Pero es que acababa de leer mis poemas y no se había resistido al impulso de llamar. Le gustaron mis versos y me convocaba para el día siguiente al mediodía en el consulado chileno.

 

De la emoción que sentí no pude dormir y casi llegué tarde a la cita, pues me dormí cuando ya era de día. Conversamos de todo con Julio Jung. Se interesó por mi situación en Barcelona, me hizo preguntas. Le expliqué que en Chile había trabajado como profesor de Historia y me dio una cátedra sobre su visión fatalista de la historia nacional y que lo único que se salvaba, era la cultura, que había florecido a pesar de tener todo siempre en contra. Ahorraré, por pudor, las palabras elogiosas que dedicó a mis versos. También se lamentó ante mí de no poseer contactos ni amistades en el mundo editorial. Sin embargo, afirmó que estábamos de suerte. ¿Y sabes por qué?, me preguntó.

 

Yo no sabía por qué estábamos de suerte, aunque para mí el solo hecho de estar con él hablando de mis poemas, era una buena suerte. Julio Jung me dijo que a una escasa hora y media en tren desde aquí, vive el más grande escritor chileno después de Neruda y que ese tan grande escritor sin lugar a dudas se interesaría por mí y que él sí que me podría ayudar. Tú ya sabes a quien me refiero, ¿no? me preguntó Julio Jung. ¿A Roberto Bolaño? Le contesté con un hilo de voz. Efectivamente, me confirmó. Y agregó, muy seguro de sí mismo: Yo te voy a presentar a Roberto Bolaño. Y él sí que te podrá ayudar. Pero ayudarte no solo a publicar tu libro de poemas, sino a mucho más. Imagínate todo lo que Roberto Bolaño podría llegar a enseñarte a ti. Yo sé que él es un hombre muy ocupado -continuó- que rehúye los cenáculos literarios y que es muy, muy exigente y crítico. Pero no he visto a nadie más apasionado por la literatura y más generoso con los jóvenes que él, aseguró don Julio.

 

Yo estaba temblando por dentro. Lo recuerdo vivamente. Cuando salí del consulado, llamé a mis amigos y les conté que Julio Jung me iba a presentar a Roberto Bolaño. ¿Cuándo? No lo sabía. Pero apenas se pudiera, me inventé. Esa fue una hermosa ilusión que supimos celebrar. Mientras, me dediqué a seguir puliendo mis versos. Cada vez iba transformando más los poemas de En los bordes, fui descartando poemas enteros y el libro fue mutando hasta convertirse, años después, en La casa de las arañas. Volví a leer Los detectives salvajes, los cuentos de Llamadas telefónicas y esperaba pacientemente que llegara el día de conocer a Bolaño.

 

Seguimos en contacto con Julio Jung. Le conté que estaba haciendo unos recitales poéticos los miércoles por la noche, en un bar de barrio cerca del Palau de la Música catalana, en una estrecha callejuela antigua, llamado Verdaguer i Callís. No le conté a don Julio que tenía un buen acuerdo con María, la ama del local, que me pagaba un dinerillo por cada recital. La idea era que hubiera algún público con una mínima capacidad de consumo, pero mis amigos eran chilenos que alargaban la única o dos únicas cervezas que se podían permitir, así que el tema iba tirando por la pequeña fracción de la clientela habitual del bar que se sumaba a los recitales. Recuerdo con especial cariño a un hombre llamado Alejandro, cuyo apellido he olvidado. Rondaba la sesentena y vibraba con los poemas. Era un gran lector, me habló de Antonio Tabucchi, de Claudio Magris, de Gil de Biedma y de Vázquez Montalbán. Militaba en ICV, partido de izquierda eco-socialista.

 

Julio Jung se ofreció a venir y participó en unos tres o cuatro recitales. Fue impresionante. La primera vez, la gente no sabía quién era, pero el carisma que irradiaba hizo que, desde que entró en el local, todas las miradas se pusieran sobre él. Se acercó a María, se presentó como representante diplomático de Chile y como tal, le agradeció efusivamente por “cuidar a mis muchachos”. Acto seguido, le tomó la mano y se la besó de manera tan elegante y cortés, como si todos los focos de Hollywood hubieran estado iluminando la escena. María se emocionó y se puso roja como un tomate. Estaba tan contenta. Todos aplaudimos, espontáneamente. Pasamos al salón trasero, preparado para el recital con una tarima, micrófono y dos altoparlantes. Julio Jung preguntó por la carta, seleccionó las tapas que consideró mejores y pidió doble ración de todas ellas. Cuando fue servido, invitó a todos a servirse. No faltó el sinvergüenza que sugirió, por suerte, en voz baja, que don Julio invitara también una ronda de cervezas para todos. Pero eso hubiera sido demasiado jolgorio.

 

Lo mejor fue escucharlo recitar. No necesitó micrófono. Su voz de actor fogueado en mil y un combates, era suficiente. Ofreció de memoria un repertorio amplio de poesía chilena, con textos de Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo de Rokha. De repente, unos versos me parecieron familiares. Él mismo lo anunció, seleccionó unos poemas míos y los memorizó y los recitó. Las dudas que aún albergaba sobre mis propios versos, se disiparon tras escucharlos declamados por la poderosa voz de Julio Jung. ¡Qué honor que me hizo! Y esa no fue la única colaboración que tuvimos con el mejor agregado cultural que hayamos tenido nunca en Barcelona. También nos ayudó en la organización del acto de homenaje por los 40 años del golpe de estado de Chile, que centramos en la figura de Víctor Jara.

 

Pero volviendo a nuestro tema, esa amistad con Julio Jung, esos recitales poéticos, se desarrollaron a la espera de poder un día encontrarnos los tres con Roberto Bolaño. Seguía todas las novedades de este gran autor, los lanzamientos de nuevos libros, las noticias y artículos en la prensa, hasta que una mañana, de manera totalmente abrupta, un Álvaro Ramírez demacrado e histérico, irrumpió en mi casa blandiendo un ejemplar del diario El País y preguntándome si me había enterado. ¿Enterarme de qué? De la muerte de Roberto Bolaño, con solo 50 años, producto de una larga enfermedad.

 

No tenía idea. No lo podía creer. Fue como un mazazo en la cabeza. Se me puso todo negro. A la hora después, estábamos ebrios, llorando, lamentándonos de la mala suerte que nos persigue. Por un grande que nace entre nosotros, la puta muerte cabrona e injusta se lo lleva antes de tiempo. Vimos en la tele imágenes del velorio. No quisimos ir. Por no molestar. La tristeza revive al escribir estas líneas, tantos años después. Inevitable no pensar en cuantos libros tenía aún por escribir este genio de la literatura.

 

A la semana siguiente me llamó Julio Jung. Estaba conmovido. Yo también. Esto es una tragedia, Jorge. Me dijo Julio Jung. Así es. Y yo me quedé con ese dolor, con la ilusión de haber conocido a Roberto Bolaño.






















martes, 18 de junio de 2019

Exilio distante: Roberto Bolaño y el exilio en México

Por Martín Cinzano
Carcaj.cl, 02.09.2018



A la mitad de este verso Roberto Bolaño me hace una pregunta idiotamente dostoievskiana y lo perdono es poeta el huevón y en su patria donde está sentado (riente soberano) en una verga de burro el cadáver de Nicanor Parra, mueren quelonios, batracios, grillos, palomitas, ardillas de inquieta cola, pavorreales de hermoso abanico, niños, ladillas en los testículos, putas, sobrenombres, fantasmas, hombres, señoras y señores dando vuelta a la plazuela, el arca de Noé en pleno
y todo
contra su muy puta y muy perra y muy leal voluntad
Orlando Guillén, Versario pirata (1979)


En escritores como Ernest Hemingway, José Revueltas o Jack Kerouac hay ciertos espacios entre biografía y obra por donde se cuela toda una imaginería, como las invenciones infantiles que a la postre acaban convirtiéndose en pequeños mitos, privados y públicos: un relato que alguien se cuenta frente al espejo, agregándole o restándole a cada tanto nuevos detalles. Y uno de los más visitados territorios en estos autorrelatos es el de la guerra; haber estado en la guerra, cualquier tipo de guerra, personal o colectiva, sangrienta o puramente literaria, revolucionaria o imperialista, para, desde ahí, montar una obra como el ajado documento de un sobreviviente. ¿Es que el silencio de quienes vuelven de esos campos, al cual se refería Walter Benjamin, se troca por la locuacidad megalómana de los escritores, reacios a aceptar o harto dispuestos a disimular aquel dictum según el cual “somos pobres en historias memorables”? En Chile, el caso cómico, desbordado, es el de Vicente Huidobro, destacado mitómano que regresó de la Segunda Guerra Mundial cargando un teléfono que, según él, pertenecía a Hitler. Roberto Bolaño, que después de todo era un narrador, construyó un relato más sólido, y su obra narrativa, podría afirmarse, en buena parte es otra construcción del mito del sobreviviente, pero con implicancias y estrategias particulares que impactan directamente en su lectura.

Desde 1968 Bolaño fue un inmigrante chileno en México. Después viene ese interregno biográfico, tan vivencial y tan ficticio: en resumen, viaja “por tierra y por mar” a Chile, a “participar en la construcción del socialismo”; cae detenido; es liberado gracias a un par de policías que lo reconocen como antiguo compañero de liceo; regresa a México y en el camino —capítulo huidobriano— dice llegar a conocer a los asesinos de Roque Dalton.

Como sea, desde 1974 a la calidad de inmigrante se sumará la de exiliado político. Su pasaporte no lleva el famoso sello oficial de la letra “L” con el cual se marca a los exiliados chilenos, aunque muchos de ellos simplemente optan por salir del país antes de caer, o recaer, en manos de la dictadura. Ambas condiciones migratorias de todos modos acercarán y a un tiempo alejarán a Bolaño de los contingentes de la diáspora sudamericana en México, cuyos testimonios durante el mandato presidencial de Luis Echeverría (1970-1976) por lo general dan cuenta de una intencionada ceguera ante la política interna del anfitrión en virtud de la “política de puertas abiertas” implementada por los gobiernos priístas. De algún modo, como dice en 2666 el profesor Amalfitano refiriéndose a los intelectuales mexicanos, a los exiliados esta política los desoreja. Ahí está, por ejemplo, el dirigente socialista Alejandro Witker, que en 1974 recibe un salvoconducto expedido por la UNAM y logra salir de Chile luego de permanecer cautivo en los campos de concentración de Isla Quriquina y Chacabuco; en Prisión en Chile (un libro editado en 1975 por el Fondo de Cultura Económica), relata: “El 17 de octubre partí rumbo a México. Estaba abierta la hospitalidad de sus instituciones académicas de nobles tradiciones y la activa solidaridad de su digno presidente, Luis Echeverría”.

Las palabras dignidad y solidaridad son a estas alturas muletillas frecuentes en el lenguaje de la izquierda y de la argucia política en general, pero para los socialistas de la época de Salvador Allende aún tenían sentido. Y sin embargo es un exiliado, un exiliado recién salido de un campo de concentración, quien se las endosa al que a todas luces era, y es, el señalado responsable de al menos dos carnicerías de carácter marcadamente político, Tlatelolco 1968 y el Halconazo de junio de 1971. Aun cuando se trate de un testimonio escrito al calor de una experiencia difícil, en ocasiones extrema, como la del destierro, se podría decir que la política del exilio chileno —del “exilio chileno oficial”, por llamarlo de algún modo, donde resalta la propia Hortensia Bussi—, por tanto, consistió en irse con pies de plomo a la hora de darle una mirada al contexto político mexicano. El gobierno anfitrión (hoy también) parece decir: pasen, los invito a mi casa, les doy trabajo, escriban, pero cuidado: mantengan las manos alejadas del refri. ¿Cuál era la postura de Roberto Bolaño como inmigrante/exiliado al respecto? Un testimonio del infrarrealista José Rosas Ribeyro puede señalar algunos factores a considerar:

            Eran los años del sexenio de Echeverría y todo el mundo parecía haberse olvidado que ese individuo había sido secretario de gobernación en 1968 y uno de los responsables directos de la masacre de Tlatelolco. Recuerdo que en algunos sectores    se trataban de organizar sindicatos independientes, pero era muy difícil y arriesgado enfrentar a los burócratas y matones del PRI.  Con los infrarrealistas no discutíamos casi nunca de política, con Bolaño, en particular, un poco. Se ha dicho que Roberto era trotskista y eso no es verdad. (…) Ocurrió por esos días que un grupo de gentes, “enemigos de Octavio Paz”, tomaron el diario Excélsior y expulsaron arbitrariamente a Julio Scherer y sus colaboradores. La revista Plural, que dirigía Paz y editaba Excélsior, cayó así en manos de una mediocre banda de escritorzuelos medio hampones. Creo yo que los infrarrealistas cometieron entonces (y no digo “cometimos” porque yo me negué a participar en eso) un grave error político al meterse a colaborar con ese nuevo y lamentable Plural. Lo hicieron, creo, sin reflexionar lo suficiente, porque odiaban a Paz y a todo lo que Paz pudiera hacer, decir o fomentar. Más allá de las discrepancias reales que se podía tener con él, lo odiaban visceralmente, a ciegas, y tenían unas ganas muy fuertes y justificadas de     tener un espacio de expresión, el cual les era cerrado debido a las posiciones rebeldes, inconformes, irreverentes, parricidas (en algunos casos) de los infrarrealistas. Así, en ese efímero Plural, tan dudoso en su “izquierdismo” como mediocre en la creación y el pensamiento, se publicaron algunos textos infrarrealistas, algunos excelentes. Textos que hubieran merecido aparecer en otra parte. [1]

Es harto común que en una agrupación pequeña —para colmo integrada por poetas— como es el infrarrealismo, cada quien tenga su versión del movimiento. En ocasiones (aún hoy) la pandilla parece una bolsa de gatos, y el testimonio de Rosas Ribeyro es tan sólo una pequeña muestra de las serias discrepancias existentes entre sus miembros. Pero, precisamente, al tiempo que en el infrarrealismo ocurre lo mismo que después de todo sucede al interior de cualquier partido político, la beligerancia, el “terrorismo cultural”, intentar joderse a Paz (y fracasar en el intento) a costa de cometer gruesos errores, parece un modus vivendi. Ahí quizá se podría hallar, aguzando la vista bastante, un hilo tendido entre Bolaño y su presunto “trotskismo” (con aditamentos de “internacionalismo” incluidos) en cuanto figura de la disidencia: la “tormenta permanente”, ir saltando a la deriva, vagabundear expuesto a la intemperie, “dejarlo todo”, jugarse a fondo en el amor e inventarse un mito son acciones revolucionarias, pero de una revolución (o más bien: de una rebeldía) continua, imposible de contener dentro de los límites impuestos por la burguesía.

No es posible, así, alinearse con la resistencia chilena en el exilio mientras es esa misma resistencia la que silenciosa y diplomáticamente avala la Guerra Sucia en México. Por tanto, se puede y debe blasfemar contra la dictadura gorila de Pinochet, pero desde una postura propia, más aún: una postura propia acreditada por un periplo automitificado como es el viaje de ida y vuelta de Bolaño a Chile. Éstas, por supuesto, no son más que suposiciones acerca de una presunta, muy vaga, posición política del Bolaño exiliado, pero al menos en algunos de sus relatos hay una marcada simpatía hacia aquellos expatriados chilenos más del estilo del Ojo Silva que el de quienes pertenecen a una oficialidad partidista: “No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el DF: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados”. Asimismo, el distanciamiento ante aquellos círculos, además de operar de acuerdo a la poética contestataria del infrarrealismo frente a las camarillas mafiosas de la poesía mexicana, se interpone desde un punto de vista, ante todo, moral.

            Por aquellos días se decía que el Ojo Silva era homosexual. Quiero decir: en los círculo de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierdas que pensaba, al menos de la cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile. (“El Ojo Silva”).

Y en otro relato de Putas asesinas, “Días de 1978”, el narrador señala: “La realidad, una vez más, le ha demostrado que la demagogia, el dogmatismo y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto”. La ubicación de Bolaño en cuanto al exilio chileno en México (y en Europa) quizá forme parte importante de su educación política —toda vez que es ahí donde entra en conflicto con las directrices reaccionarias enraizadas en la propia “gente de izquierdas”—, pero se diría que es justamente a la vista de ese exilio cuando la actividad política deja de gravitar; poco a poco, o de golpe, el pragmatismo, “la demagogia, el dogmatismo y la ignorancia” arraigados en el sistema político —en cuanto estatutos inamovibles de las bajas y altas esferas latinoamericanas— van conformando un obstáculo insalvable para convertirse en el indócil escritor de carrera que Bolaño quiso ser y sin duda fue, gracias, en buena parte, a la introducción de ese sistema, de sus contradicciones y aberraciones, en su narrativa. Porque la actividad política, la grilla del infrarrealismo frente al resto de las cúpulas sectarias será un tema literario y también una forma de hablar y de narrar (en ocasiones, asumiendo cierta voz de autor puro, de desertor perteneciente al linaje de Arquíloco). Específicamente, la política de los años sesenta y setenta en Latinoamérica pasa a convertirse en su materia literaria; y el exilio, en todas sus variantes (y contra el cual despotricará la mayoría de escritores latinoamericanos, algunos de los cuales Bolaño admira), será pues la condición de la literatura, o mejor, como él mismo propuso en uno de sus “Discursos insufribles”: “Literatura y exilio son, creo, las dos caras de la misma moneda, nuestro destino puesto en manos del azar”.


[1] Fragmento de una entrevista de Raúl Silva a José Rosas Ribeyro, como parte de un libro en preparación sobre el infrarrealismo.











miércoles, 22 de agosto de 2018

A 15 años de su muerte: escultura de Roberto Bolaño se tomó el campus de Los Ángeles de la Universidad de Concepción

Por El Desconcierto. 09.08.2018



 
A 15 años del fallecimiento de uno de los escritores chilenos más destacados, Bolaño recibió un cálido homenaje de parte de los habitantes de Los Ángeles, quienes inmortalizaron su figura y la llevarán a recorrer los colegios de la comuna. Durante el pasado lunes, una escultura del escritor chileno Roberto Bolaño se tomó las instalaciones del campus Los Ángeles de la Universidad de Concepción. La obra, de autoría del artista angelino Juan Carlos Rivas Vásquez, fue creada para conmemorar los 15 años del fallecimiento del autor de Los Detectives Salvajes.

La escultura fue hecha en acero de 4 mm de espesor y pesa cerca de 250 kilos. Un detalle interesante es que la obra fue trabajada con entrevistas a compañeros, familiares, vecinos y amigos de Bolaño. El proyecto artístico llamado “Raíces de Bolaño” -financiado por los Fondos de Cultura- fue presentado junto a la directora de la Universidad de Concepción, Helen Díaz Páez y el presidente de la Corporación Isla Laja, Héctor Anabalón Cuevas. La cita también contó con la presencia de familiares del autor, quienes posaron junto a su figura. La obra permanecerá por algunas semanas en el hall de acceso de la Universidad, para luego ser trasladada al Liceo Bicentenario, donde emprenderá un recorrido por “los principales establecimientos educacionales de la comuna y, en una etapa siguiente, por diversas instituciones hasta que tenga su ubicación definitiva”, según relató Héctor Anabalón.




 
La idea surgió de un “grupo bolañista” de la zona, quienes decidieron que era importante rescatar y fortalecer el legado del escritor en Los Ángeles. También propusieron que el ex Internado del Liceo de Hombres, donde Roberto Bolaño estudio cuando era pequeño, lleve su nombre.

“Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que no teníamos ningún retrato de él, por lo que pensamos en llegar a construir una escultura de Roberto Bolaño, a través de relatos”, contó. Por su parte, el jefe de la Unidad de Extensión de la UdeC en Los Ángeles, destacó que “para nosotros es muy importante la figura del escritor, ya que no mucha gente sabe que él tuvo una estancia acá en la comuna que fue durante su infancia”.

Los realizadores del trabajo esperan que su lugar definitivo se constituya en la Plaza de Armas de la ciudad, frente al ex Internado del Liceo de Hombres.













miércoles, 18 de octubre de 2017

Roberto Bolaño: algunas precisiones biográficas

Por Hernán Ortega Parada


Actual estado de la casa de El Retiro. Hay una placa. Ella, la poeta Annabella Brüning.


La bolañomanía es cierta en lengua inglesa y en español. Su obra es ineludible para los que leen y para los que escriben; al final, un considerable porcentaje se rinde ante el arte del narrador. Dicho sea de paso, me parece críticamente que su poesía es epígona de su prosa y, por lo tanto, forma parte del total de una obra. En “La Belleza de Pensar” (programa de televisión conducido por Cristián Warnken), Roberto Bolaño expresa: “La poesía es un gesto de adolescente”, dicho ambiguo que acepta varios sentidos. Uno: que su poesía fue un peldaño importante. Dos: que la poesía es un elemento primigenio en todo arte. Y él recuerda a Van Gogh y a Lautréamont. También declara que la gran poesía está en la escritura de Proust y de Joyce, como si pudiera aplicarse esta ley a su trabajo personal para que nosotros nos expliquemos a qué se debe, grosso modo, el encanto de su prosa.

Para los que entendemos que la creación literaria es inseparable de la biografía del creador, ponemos mucha atención en las informaciones que circulan principalmente en la web y en algunos artículos de prensa. Aparte del placer de la simple lectura de los poderosos textos de Rimbaud, llegamos a la posesión total cuando investigamos en su formación como adolescente fuera del hogar y como artista; a partir de lo cual, cuando sabemos que él se leyó la totalidad de la poesía ubicable en la Francia de su tiempo, y escribió poemas en latín para varios de sus compañeros de colegio sin que el profesor atinara a sospechar que tras ellos había una sola mano, un solo cerebro, comprendemos por qué se atrevió a exigir que “el arte precisa de formas nuevas”.

¿Tiene Roberto Bolaño Ávalos algo de Arthur Rimbaud? La pasión por la lectura, a tempranísima edad, sí los une. En lo que además es cierto, Roberto también bajó a los infiernos en su vida; refiriéndome, por cierto, a los años y al trabajo intelectual que él devoró antes de asomar su rostro a los cielos.

Hablemos de precisiones novísimas para el caso: Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953. Muy niño, comenzó a leer y a jugar fútbol en las calles de El Retiro, Quilpué, lugar que conozco como un viejo paraíso que ya no existe (ese edén sombreado  y tranquilo).  Su madre, Filia María Victoria Ávalos Flores, que en efecto era profesora (todavía no sé si de primaria o de secundaria), nació en Tacna el 31.07.27; es chilena por cuanto el dominio de esa plaza se dilucidó recién en 1929 (Tratado de Lima). Ella casó con León Bolaño Carne, de familia establecida en la región del Bío Bío, un año mayor, transportista y boxeador aficionado, el 10 de marzo de 1953, en El Almendral, Valparaíso. María Victoria falleció el 2008, en México. De esa información sólo deduzco razonablemente que Roberto vio la luz en la capital por circunstancias ocasionales y que su existencia adquiere memoria y experiencias recién en Valparaíso y en Quilpué. La cercanía a la costa se produce en parte porque una abuela vivía en Viña del Mar.


¿Robertito, cobrador de 7-8 años en esta góndola? Mito creado por él mismo o alguna vez lo sentaron junto al chofer de una góndola. (Según Wikipedia, Roberto Bolaño realizó su primer trabajo a los diez años como boletero de una línea de buses entre Valparaíso y Quilpué. Nota de Archivo Bolaño).


El circuito temprano y cronológico de nuestro personaje, es, en definitiva, Santiago, Cerro Placeres de Valparaíso, Quilpué (El Retiro), Cauquenes, Mulchén, Los Ángeles (allí cursa primeros años de la secundaria). Alguien asegura que en este último lugar está apareciendo el escritor. El mismo escritor que salta a Ciudad de México para hacer algunos cursos y terminando de graduarse en la bohemia literaria, con los “detectives salvajes”, allá mismo.

La última vez que yo había paseado por El Retiro, fue en 1958. Por supuesto que en bicicleta, restaurando una afición que me venía de muchos años antes por esas calles polvorientas. Y con prontor tomé una foto al pie de un estanque elevado de agua. Casi sesenta años después, en febrero del 2013, me animaban otras inquietudes pues siempre pienso que los amores de antaño no deben ser revividos. Por supuesto: ahora, calles pavimentadas, casas y más casas, una plaza enorme con canchas deportivas y maquinaria surtida para ejercicios.

Los motivos del lobo: la Junta de Vecinos El Retiro, con su presidente Gustavo Rojo, y rastrear in situ huellas de mi admirado escritor. Así conocí a Guillermo Bravo Cortez (nacido en 1950), que fue amigo del personaje, que vivió también su segunda infancia en ese barrio. Encendí la grabadora ante don Guillermo, pues las emociones y la memoria suelen tergiversar los testimonios verbales:

“Lo conocí  más o menos el 58 o el 59, pues mi familia vivía en calle Independencia 390, casa que mucho después se quemó. Los Bolaño estaban en la esquina del frente, Roosevelt 829, en una  quinta grande con una casa que tampoco existe ahora, pues hay cuatro casas”. (El lugar exacto corresponde en nuestros días a San Enrique nº 1890, donde la casa primitiva ha estado sometida a cambios). “La familia de Roberto estaba constituida por León y Victoria, sus padres, y por su hermana María Salomé. Los mayores trabajaban, lo que no era común en esos tiempos: él como camionero y ella como profesora, por lo tanto nunca estaban en casa durante el día. Los niños eran cuidados por Mariana, una muy buena nana. Todos ellos trataban muy bien a los amiguitos de Roberto, que éramos muchos. Don León, ex-boxeador, era alto, fornido, crespo, con bigote. Como en esa esquina terminaba el pavimento, más allá seguía La Rinconada, teníamos allí nuestra cancha para jugar: fútbol, las bolitas, trompos, a los pistoleros, a los indios. Íbamos a los cerros cercanos, un día Roberto se cayó ladera abajo y quedó todo rasmillado. En otra ocasión, ya oscuro, se cayó de cabeza a una alcantarilla sin tapas. Roberto tenía buena salud, no usaba anteojos. Íbamos al fundo San Jorge a robar uva. A veces nos metíamos a otras quintas pues nos gustaba la fruta. En la suya, cogíamos unas tunas rojas muy ricas, que vendíamos para tener monedas para comprar dulces. Había diferencias entre esa familia y la mía: yo tenía un caballito de palo y él un caballo de verdad llamado Zafarrancho, el cual montábamos dentro del sitio; yo tenía un autito de madera y él (su padre) tenía un camión grande; además, un perro, Duque. Jugábamos mucho fútbol, con toda la pandilla: él se creía Lev Yashin, y también se vestía de negro para ese puesto; gustaba siempre del arco y le decíamos el Araña Negra, igual que al otro, pues se creía el cuento. Y nosotros lo agarrábamos a pelotazos. Conoció a su ídolo en el Balneario El Retiro, en 1962, que estaba a una cuadra de distancia; allí íbamos siempre. También estuvo la selección brasileña, con Pelé. Era el Mundial del 62 y su mayor orgullo era el penal que Yashin le atajó a Pelé. Además pasábamos jugando en la cancha de tenis de ese club de El Retiro, donde llegaban muchas delegaciones de fútbol, como el Wanderers, Colo Colo, la U, la selección chilena, la brasileña... Era un niño introvertido, muy inteligente, llevado de sus ideas. La señora Victoria nos decía los domingos: Guillermo, Ricardo, Alejandro, vayan a mi casa a tomar onces. Roberto tenía en su dormitorio una gran biblioteca, leía mucho y nos pasaba libros para que leyéramos; él se destacaba en el grupo por su vocabulario educado para tratar a todas las personas y nosotros éramos, por decirlo así, la parte malula, porque usábamos palabras diferentes. Me siento orgulloso de haberlo conocido a él y a su familia, pues nos invitaban con frecuencia a tomar onces. Otros amigos: los Ahumada, los Silva, los Pizarro, que vivían cerca; y todavía nos vemos, porque somos la Comunidad del Chavo. La profesora que tuvo en la escuelita, dice que Roberto era disléxico. Eso no es cierto, hablaba muy bien, aun cuando era introvertido cuando no jugábamos. Estuvo sólo un año en esa escuela y después se fue al Colegio Alemán de Quilpué. Tampoco es cierto que anduvo de cobrador en góndolas porteñas; a lo mejor fue una broma de él y nada más. La familia vivía muy bien económicamente. Siempre hablaba de Angol o de Mulchén. Lo dejé de ver en 1965, cuando se fueron a Cauquenes; nunca más nos encontramos”.

Veamos el tema de la “dislexia”, citado en todas las biografías: es posible que, en la mini-escuela de El Retiro, Roberto se haya sentido desubicado, incomprendido. El establecimiento educacional era un pasillo lateral a la entrada de una casa antigua, con amplias ventanas y nada más. Tengo la foto con la profesora. El testimonio del señor Bravo es contundente. A Roberto se le recuerda también como un niño nervioso, hiperactivo. La dislexia es un trastorno del aprendizaje especialmente ante  la lectoescritura. ¿No era ya el niño Bolaño un formidable lector en su hogar de El Retiro? ¿El paso por la escuelita local tiene importancia en la vida de Bolaño? Las debilidades y fortalezas de nuestra niñez ocasionan conductas posteriores muy poco mecánicas; es decir, las debilidades pueden ser transitorias y generar después lo contrario, ciertos caracteres desafiantes. Por lo tanto, citar con insistencia morbosa aquel “defecto”, es ya una desmesura, algo impropio.


Calle Granada 1072, Escuelita Nº 98. Esta fue la primera “sala de clases” que recibió al pequeño genio. Testigos: doña Eliana Honores, ex Directora y don Gustavo Rojo, en esta visita.


Ahora bien, esta pequeña historia me estremece aun consciente de las tremendas distancias que cubrió Roberto y de los escasos metros de mi currículo. He estado revisando anotaciones y cuadernos desguañangados que guardo desde 1945, con miserias y sueños también de niño lector. Y vuelvo a recordar al poeta lárico Jorge Teillier que, después de leer a Rimbaud, le dijo a su mentor literario, Claudio Nostradamus Solar (en Victoria): “Yo quiero ser Rimbaud”, y nadie puede discutir que cumplió la orden de su espíritu. Roberto Bolaño hace fe de igual pasión al decidir ser escritor, en México, también a los quince años de edad. Si yo hice la misma promesa –está escrita-, ¿por qué hice tantos cambios de intereses (elección, en el fondo) justamente postergando una y otra vez los deberes de un escritor? Y aquí estoy, tarde pero divertido. No, no oso compararme, sino que marco las diferencias cuando existe una vocación y ésta se lleva adelante a todo riesgo. Esta es la lección profunda de Bolaño para nosotros, escritores chilenos y quizás de todo el mundo, cuando ha señalado con el dedo de que hay infinidad de poetas mal iniciados (incluso en sentido hermético). La literatura, como otras carreras, es exclusivista hasta el delirio y produce el abandono de muchos deberes o convenciones sociales. Ved la biografía de Neruda. Y es válido este decreto de la naturaleza para comprender el destino de un artista como Bolaño: primero, tuvo el deseo; segundo, adoptó una elección; tercero: se ató a un compromiso. Las fracciones o resultados totales exhibidos por cada poeta o artista corroboran el aserto.

Repitamos la secuencia vital de nuestro escritor: Santiago, Valparaíso, Quilpué, El Retiro, Deutsche Schule, Cauquenes…  ¡qué coincidencias –autocomplacientes- con mi carreteo de vida!  Sólo un cambio: dicho circuito comienza para mí en Cauquenes, mi ciudad natal y un viñedo que todavía existe. Mi primera memoria es de Santa Filomena, en la capital; después, intensamente,  Quilpué, el liceo de Viña, el mar y lo demás.

En mayo de 1962 Robertito pichangueaba con Pelé, Garrincha y Vavá en la íntima cancha del Hotel y Balneario Banco del Estado, en El Retiro. Días después yo presencié cómo Brasil vapuleaba al equipo de Chile en el Estadio Nacional. Así es la vida.

Al 28 de abril del 2017, Roberto Bolaño pudo haber tenido 64 años. Acordémonos de él. Releámoslo. Vale la pena.
 


Refugio Huelén, Olmué, junio 2017







lunes, 16 de octubre de 2017

Bolaño, en el callejón del Loro

Por Guillermo Esaín
El País, suplemento “El Viajero”. 06.06.2017




Si hay un novelista cuya figura no ha dejado de crecer universalmente es Roberto Bolaño (1953-2003). Epígono del boom latinoamericano, Bolaño vivió sus últimos 18 años en la Costa Brava (Girona). “Espero ser considerado un escritor sudamericano más o menos decente que vivió en Blanes y que quiso a este pueblo”. En este “paraíso sin estridencias” de unos cuarenta mil habitantes encontró la estabilidad emocional, familiar. La paz de quien ejerció de chileno errante.

Su peripecia vital fue la de un exiliado que hasta pocos años antes de morir no recibió el reconocimiento de sus colegas. Su voz literaria mantiene la frescura, dice Pilar Pagespetit, que le surtía de libros en la librería Sant Jordi: “Sus lectores, que pasan por mi librería venidos de medio mundo, suelen ser menores de 35 años, con lo que su sintonía con la juventud es incuestionable”.

Para atender el creciente peregrinaje de letraheridos, la oficina de turismo diseñó la “Ruta Roberto Bolaño”, a través de 17 puntos indicados con postes metálicos y documentados con sendas citas literarias. Siguiéndolos, comprenderemos no tanto su territorio literario cuanto su cotidianidad, que es barrida poco a poco por el paso del tiempo. En la documentación de la ruta figura su reportaje “La selva marítima”, que fue portada de El Viajero [suplemente del diario El País, especializado en destinos turísticos de España y el extranjero –Nota Archivo Bolaño-] en el año 2000.

El itinerario empieza en la estación de tren, adonde Bolaño llegó con su madre, dispuesta a abrir una tienda de bisutería. Quien haya leído El Tercer Reich reconocerá el barrio turístico de Los Pinos, en cuyo bar “Hogar del Productor”, antiguo reducto de marginalidad, solía dejarse caer el autor de las gafas redondas. No muy lejos, en la plazuela lindante al colegio, Bolaño esperaba la salida de su hijo Lautaro, escudriñando su mar preferido. En el farallón de Sa Palomera, caminable hasta la cúspide, da comienzo topográficamente la Costa Brava. Enfrente, el restaurante Sa Malica ofrece paellas y pescado fresco, y Es Blanc, ambiente lounge para una copa. Agrada dialogar con Santi Serramitjana en su tienda “Joker Jocs” (Bellaire, 39), que dio rienda suelta a la afición bolañiana por los juegos de estrategia (como evidencia: El Tercer Reich). Tan obligado es detenerse en la Fuente Gótica, “la joya de la villa”, según el autor, como paladear un helado artesano en la Gelateria Venecia (Cortils i Vieta, 46). En el bar Terrassans, epicentro de la vida blandense, Bolaño pedía, antes que los clásicos calamares a la romana, infusiones de manzanilla y churros, para llegarse después al Carrer del Lloro, al que se accede una vez atravesado el arco de los santos copatronos, Bonoso y Maximiano, representados en el dintel. El silencio tiene aquí una consistencia mineral; la que contribuyó al recogimiento propicio para la gestación de Los detectives salvajes, novela con la que el chileno llegó al gran público.

Fue en la segunda planta del número 23 del Carrer del Lloro donde fijó su estudio, el sanctasanctórum de su mapa literario. Una pintada destila poder de conmoción: “Déjenlo todo nuevamente” (el texto completo es “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos”, tomado de su primer manifiesto poético infrarrealista). El viajero, seguramente con el beneplácito de Bolaño, hilvana a partir de ahora un recorrido de trazas detectivescas. Por la calle de la Unió emboca la de Girbau, flanqueada por brillantes aspidistras, plantas de casi 40 años de edad. En el número 2 comprobamos cómo se repite la pintada, junto a un dibujo que tiene mucho de abracadabra para quien no haya leído Los detectives salvajes. Se trata de un juego de agudeza visual en el que, según Arturo Belano, alter ego del escritor, cuatro mexicanos velan un cadáver.

A Bolaño le gustaba vivir rutinariamente aislado del trajín editorial de Barcelona. El hilo conductor de la ruta nos lleva a la farmacia y a la papelería donde se aprovisionaba, así como a sus viviendas familiares. Como una experiencia de hallazgos concatenados, entramos en la librería Ça Trencada (Roig i Jalpí, 10) para tomar contacto con la Biblioteca Bolaño, que está reeditando Alfaguara. La pista de hielo, sin duda, es el título que mejor describe al municipio costabravense. De aquí saltamos al número 23 de la misma calle, al estudio del artista local Serrano Bou. En el escaparate, varias novelas de Bolaño a los pies de una obra de tintes simbólicos, Inclement, vehement —­cuchillos y suspensorio incluidos—, basada en el relato “Putas asesinas”. Muy a mano está el restaurante laBalma, de trato familiar, igual de recomendable que el gastrobar Sa Lola, situado en el paseo. Quedan un poco más allá los exvotos marineros de la ermita de la Esperanza. Después recalamos junto al puerto para tomar un vermú en la estupenda terraza L’Hivernacle. Colgado sobre el mar, el jardín botánico Marimurtra fue fundado en 1921 por el alemán Karl Faust y pide ser recorrido nada más abrir, a las nueve de la mañana. Destaca el estiloso templete de Linneo.

Rematamos la ruta en el poste número 8, en el paseo marítimo. “Quiero dejar mi cuerpo en la playa, tal vez alguna persona se acerque y se lo lleve”, escribió al final de su vida. Enfrente, la bahía de Blanes, “bellísima”, guarda las cenizas de este autor de culto desaparecido prematuramente, generador como pocos de vocaciones literarias. Ya era un clásico indiscutido.


Guía: En el apartado de ‘Qué visitar’ de www.visitblanes.net (Oficina de turismo de Blanes) 
se puede descargar el folleto de la ruta literaria de Roberto Bolaño en Blanes.