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28/7/21

Haikús de invierno, varios autores





El aguacero invernal,
incapaz de esconder a la luna,
la deja escaparse de su puño.    
(Tokoku)
 
 
Mientras camino sobre el hielo
piso relámpagos: la luz de mi linterna.    
(Jugo)
 
 
Al alba los cazadores
atan a sus flechas
blancas hojas de helechos.    
(Yasui)
 
 
Día de invierno:
hace calor al sol
(si así puede decirse)                     
(Onitsura)
 
 
Al llegar al portón
se congela el sonido
de la campana en Mii                    
(Issa)
 
 
A caballo,
mi sombra vagabunda
se congela                           
(Basho)
 
 
Ni una hoja.
Solo cenizas
y silencio.                            
(Dokoshu)
 
 
Intensa mañana
plateada
de viento frío.                                
(Jiku)
 











22/6/21

Haikus de Mario Benedetti





     1
si en el crepúsculo
el sol era memoria
ya no me acuerdo


     46
pasan las nubes
y el cielo queda limpio
de toda culpa


     88
solo un milagro
puede hacer de un velorio
dos carnavales
 
 
     89
me gustaría
que el año comenzara
todos los sábados
 
 
     90
la mujer pública
me inspira más respeto
que el hombre público
 
 
     91
no te acobardes
son grises del crepúsculo
sombras de asombro
 
 
     92
las grandes urbes
no saben lo que saben
ni lo que ignoran
 
 
     93
la vía láctea
tan solo nos protege
cuando no hay nubes
 
 
     94
cuando uno viaja
también viaja con uno
el universo
 
 
     95
solo el murciélago
se entiende con el mundo
pero al revés
 
 
     96
si el corazón
se aburre de querer
para qué sirve
 
 
     97
ola por ola
el mar lo sabe todo
pero se olvida
 
 
     98
amor en vilo
la sospecha entreabre
su celosía
 
 
     216
estas tristezas
me las trajo el crepúsculo
y no se fueron
 
 
     224
y aquí termino
sin hacer sombra a nadie
ni descuidarme



en Rincón de haikus, 1999












3/6/21

De la salvación por las obras, por Jorge Luis Borges





En un otoño, en uno de los otoños del tiempo, las divinidades del Shinto se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho millones pero soy un hombre muy tímido y me sentiría un poco perdido entre tanta gente. Por lo demás, no conviene manejar cifras inconcebibles. Digamos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agüero.
 
Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divinidades son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cumbre de un cerro se sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo de nieve habían vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo:
 
Hace muchos días, o muchos siglos, nos reunimos aquí para crear el Japón y el mundo. Las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, nos han salido bien. Para que tantas cosas no los abrumaran, les dimos a los hombres la sucesión, el día plural y la noche una. Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La abeja sigue repitiendo colmenas; el hombre ha imaginado instrumentos: el arado, la llave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres.

            Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro:
           
            Es verdad.
            Han imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta,
            que cabe en el espacio que abarcan sus diecisiete sílabas.
 
            Las entonó. Estaban en un idioma desconocido
            y no pude entenderlas.
 
            La divinidad mayor sentenció:
            Que los hombres perduren.

Así, por obra de un haiku, la especie humana se salvó.


Izumo, 27 de abril de 1984