Brahms: Symphonies

Brahms: Symphonies

Yannick Nézet-Séguin tenía 12 años cuando se enamoró de Brahms mientras cantaba en Ein deutsches Requiem (A German Requiem), según comenta a Apple Music Classical. A partir de entonces, comenzó a explorar otras obras de Brahms y descubrió a un compositor que indagaba en las emociones humanas más profundas a través de una música exquisitamente estructurada que rendía homenaje a las grandes tradiciones alemanas de Bach, Mozart y Beethoven. “La música de Brahms es la representación ideal del equilibrio entre mente y corazón”, comenta Nézet-Séguin. “Siento que ahora tengo suficiente experiencia y también estoy evolucionando como artista y como persona para acercarme más a ese equilibrio”. “A veces la gente admira tanto la belleza formal de la música que se vuelve un poco fría y distante”, agrega Nézet-Séguin, “pero en mi caso, cuando comencé a dirigir las sinfonías de Brahms hace 20 años, creo que me encontraba en el extremo opuesto del espectro, tal vez enfocándome demasiado en el lado expresivo de su escritura”. En su ciclo completo de sinfonías de Brahms, grabado en vivo en Baden-Baden con la Orquesta de Cámara de Europa, Nézet-Séguin ha decidido alcanzar ese equilibrio pidiendo a sus ejecutantes que se imaginen tocando música de cámara. “Pensé que sería maravilloso sentir la misma libertad al tocar las sinfonías que cuando interpretamos un cuarteto”, señala Nézet-Séguin. El resultado es un conjunto de interpretaciones ágiles y claras, en las que cada intérprete parece prestar atención a pequeños detalles. A pesar de haber sido compuestas para una orquesta completa, todas las sinfonías de Brahms pertenecen a la última etapa de su carrera, un momento en el que exploraba un enfoque minimalista. En contraste con sus contemporáneos Liszt, Wagner o Berlioz, quienes expandían los límites de la orquesta, y vislumbrando vastos lienzos dramáticos, Brahms optó por expresar emociones igualmente intensas con un enfoque más modesto y tradicional, así como estructuras compositivas consagradas por el tiempo. La sobriedad clásica se fusiona con la pasión romántica en sus obras. “Brahms tiene una instrumentación muy clásica”, comenta Nézet-Séguin. “La tuba sólo aparece en la Segunda sinfonía, el triángulo suena una vez en la Cuarta, y eso es todo. Los trombones se usan con mayor frecuencia en la Segunda Sinfonía, pero en menor medida en la Tercera. En cuanto a la Cuarta, hacen su entrada al final, al igual que en la Primera. Incluso la forma en que están escritas las trompetas y timbales va en contra de la tendencia que se seguía en ese momento”. Cuando se estrenó en 1876, la Primera sinfonía de Brahms fue aclamada como “la Décima de Beethoven”. Nézet-Séguin reconoce la conexión con el compositor, pero de una manera diferente. “En este momento, imagino la Primera de Brahms como otra forma de seguir el camino de Beethoven después de la Quinta sinfonía”, sugiere. “Es casi como si Beethoven no hubiera escrito su Sinfonía ‘Pastoral’ y en su lugar hubiera seguido otro rumbo”. En relación con la Sinfonía n.º 2, Nézet-Séguin destaca sus ambigüedades emocionales. Aunque encontramos una gran alegría en el “Allegro con spirito” final, el primer movimiento es más complejo. “Hay momentos de sol, pero nunca es un sol puro, por lo general, hay algunas nubes presentes. Es hermoso, como la naturaleza. Nunca se reduce a un sólo matiz o color, sino que abarca todos a la vez”. La Sinfonía n.º 3 es el jardín secreto de Brahms, comenta Nézet-Séguin. “La apertura es grandiosa y heroica, con su compás de 6/4, pero muy pronto te sientes como si estuvieras entrando en un bosque o jardín donde debes descubrir todo lo que hay debajo de las flores y las hojas, más allá de lo que se ve se y se oye a primera vista”. La Cuarta, que comienza de manera íntima y se vuelve cada vez más apasionada, es un raro ejemplo de una sinfonía en tonalidad menor que también termina en menor, en lugar de un resplandor de gloria en tonalidad mayor, como solía ser la convención en las sinfonías anteriores e incluso posteriores a Brahms. “El público esperaba un final feliz”, comenta Nézet-Séguin, “pero Brahms no estaba allí para eso”. El melancólico movimiento final de la Sinfonía n.º 4 es quizá el más representativo del estilo de Brahms. Estructurado como una passacaglia barroca, es un conjunto de 30 variaciones sobre una línea de bajo recurrente, y muestra tanto el amor del compositor por la forma y el contrapunto como su maestría en la orquestación. En tan sólo diez minutos, Brahms evoca una asombrosa gama de dinámicas y estados de ánimo. Según Nézet-Séguin, Brahms posiblemente fue el compositor con mayor conocimiento de la música que le precedió. “Conocía la música renacentista y era coleccionista de piezas de Rameau y Couperin. Sabía todo de Bach y su lugar en la historia”. Sin duda, el ambiente de Baden-Baden contribuyó a la intensidad de estas interpretaciones tan convincentes, comenta Nézet-Séguin. Después de todo, sentía un profundo amor por esta pintoresca ciudad del suroeste de Alemania, donde tenía una casa y a la que regresaba verano tras verano entre 1865 y 1874 para relajarse y buscar inspiración para muchas de sus grandes obras. “Hablé mucho de esto”, recuerda Nézet-Séguin, “y todo el mundo daba paseos, visitaba la casa de Brahms y respiraba el aire de Baden-Baden. Fue muy especial estar allí, sobre todo por la música”.

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