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jueves, 10 de noviembre de 2011

"Confieso que he bebido". Nuevo libro de Jorge Teillier en FCE





Estamos en la década de 1980. Jorge Teillier es un exiliado en Santiago de Chile. Su familia cotidiana son su compañera, Cristina, y los parroquianos-amigos del restaurante Unión, más conocido como la Unión Chica. La familia directa ha debido repartirse por el mundo.

En 1980 y 1981, por invitación de Enrique Lafourcade, el poeta escribe en el diario El mercurio. Con amena erudición, ofrece crónicas sobre bares, restaurantes y costumbres culinarias de Chile y de países por donde anduvo de visita: Perú, Panamá, España. Dedica varios relatos a costumbres culinarias del mundo de antaño y de entonces. No falta, por supuesto, alguna crónica sobre comidas y bebidas de La Frontera, el terruño natal.

Un recuerdo entrañable viene a mi memoria: primavera de 1981, hora de almuerzo en un restaurante en Papudo, con mi padre-poeta y Cristina. El disfrute es máximo: vista al mar, cariño, una conversación espléndida..., y mariscos y pescados que, por ausencia obligada del país, llevaba siete años sin gozar.

De la mano de esa añoranza, invito hoy al lector a sentarse real o imaginariamente frente al mar y encarar la lectura de estas crónicas con una docena de ostras y un vino blanco, para invocar mágicamente la compañía insuperable del poeta Jorge Teillier.




Sebastián Teillier






Agradecimientos especiales a Camila Bralic


viernes, 30 de mayo de 2008

"Por un tiempo de arraigo", de Jorge Teillier







Hemos venido siguiendo con interés una reciente polémica planteada en ésta y otras publicaciones por los escritores Luis Enrique Délano y Jaime Valdivieso, en torno al problema de la frustración de los escritores debido a la presión de un ambiente desfavorable y la necesidad del exilio, en otros términos, sobre el arraigo o desarraigo. En el número 3 de la Revista Portal, Enrique Lafourcade insiste en el tema en un artículo suyo sobre La Generación del 50, escrito poco antes de despedirse del país para ir a residir a los Estados Unidos. Curiosamente, en el fondo su planteamiento coincide con el de Valdivieso, pese a las conocidas divergencias ideológicas de ambos. "Quebramos todos los vidrios- dice Lafourcade. Luego, el éxodo". Según él, este éxodo se debe a que aquí un intelectual no goza de ningún rango especial, no se puede ganar la vida, no puede desarrollar su talento. Como ilustración entrega una larga lista de "desterrados" que en el extranjero se dedican a ocupaciones tan espirituales y edificantes como la publicidad, la diplomacia, el buscar casamiento con damas francesas dueñas de castillo, o inaugurar piscinas de viudas de generales mexicanos. Naturalmente, en nuestro país estas actividades no cuenta con demasiado campo. Y a escritores como Carlos Sepúlveda Leyton, Baldomero Lillo, Nicomedes Guzmán, que nunca se expatriaron y lucharon bravamente contra toda clase de postergaciones, no hay para qué tomarlos en cuenta. Tal estado del espíritu es previsible y justificable en Lafourcade, talentoso escritor, por cierto, y buen representante del pequeño burgués ubicuo y cosmopolita, pero resulta alarmante cuando se extiende a un no reducido número de escritores de izquierda. Hemos visto como algunos declaran que este país es una selva, un desierto, que no hay tradición cultural, que vivimos en el paraíso de la frustración. Se desdeña nuestra historia (casi siempre ignorándola totalmente) y nuestra literatura.

La actitud de niños mimados, es bien propia de muchos intelectuales. Piensan que por el hecho de serlo, son seres superiores, y casi en forma inconsciente desean todas las oportunidades y pleitesías posibles. Lo curioso es que las esperan del régimen dominante, sin mostrar la menor confianza por las clases trabajadoras, pese a ingresar muchas veces en sus organizaciones. Frente a ellos, recuerdo a tantos poetas amigos como aquellos que son maestros primarios rurales, que afrontan heroicamente, sin queja alguna, toda suerte de persecuciones y postergaciones, prosiguiendo siempre sus tareas de hombres y de escritores. O en los muchachos como los del Grupo Arúspice y Vanguardia de Concepción; o Trilce, de Valdivia, que en ciudades más bien inhóspitas para los creadores luchan contra el medio transformándolo paulatinamente con sus esforzadas actividades.

Sí, la actitud cínica o desesperanzada no es total. Caracteriza sólo a la mayor parte de los escritores de la generación del 50, representantes de una pequeña burguesía citadina, o de una burguesía venida a menos. Contra ellos, si no teóricamente, en forma vital, se levantan escritores como Edesio Alvarado, que ha confirmado tan abrumadoramente su talento con su obra enraizada en el profundo sur. Y luego, Marta Jara, Nicolás Ferraro, Luis Vulliamy, José Miguel Varas, entre otros. Ellos y poetas como Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Rolando Cárdenas, Sergio Hernández, Floridor Pérez, son todos indagadores del espíritu del hombre y del paisaje nuestro, como lo fueron los hombres –de todas las banderas– de la generación del 38.

No tratamos de postular principios de nacionalismos estériles. Menos aún de pedir el encierro. Es necesario viajar, escuchar otras voces, recorrer otros ámbitos, así como superar la nefasta incomunicación cultural que nos impide el acceso a tantos libros, films u obras teatrales.

Un creador debe estar siempre alerta frente al diálogo con los creadores de otras latitudes. Pero los que eligen el éxodo no serán sino zombies, no estarán ni aquí ni en ninguna parte, serán los hombres desarraigados. El autodestierro indica falta de confianza en sí mismo, y es a la vez un peligroso estado de yaconismo intelectual. Si un escritor se considera revolucionario (y siempre todo verdadero escritor ha estado en pugna contra los órdenes sociales injustos), elegirá la lucha contra su medio ambiente, tratará de superarse y superarlo por todos los medios. El lujo de desarraigo se lo pueden dar sólo los pueblos antiguos, ya seguros de sí mismos. El cosmopolitismo es un lujo que puede darse sólo cuando se ha logrado, como ha señalado Juan Rivano, llegar al tiempo del arraigo verdadero: "los tiempos en que haya suelo firme bajo nuestros pies y podamos hablar de una cultura y de un espíritu nuestro, sin que importen sus dimensiones".








Publicado en El Siglo, Santiago, el 13 de noviembre de 1966.










sábado, 8 de marzo de 2008

" 'Tránsito breve' de Rolando Cárdenas", de Jorge Teillier

Rolando Cárdenas, Tránsito breve, Editorial Universitaria, 1961.



Cárdenas debuta a los veintiocho años y su libro se presenta con un premio de la FECH, que lo edita hermosamente. Por alguna afinidad, nos seduce su línea melancólica y sentimental, que lo hace integrar una coordenada de la poesía chilena que va desde Neruda de Crepusculario y los Veinte poemas pasando por Romeo Murga y Rojas Giménez hasta los actuales Efraín Barquero (en La compañera), Pablo Guíñez, Pedro Lastra, Sergio Hernández. La tónica del libro la da su insatisfacción frente al presente, que no se traduce en angustia o rebeldía, sino en nostálgica evocación de la infancia, llamados a la muerte, regreso sentimental al terruño (Cárdenas es magallánico), cuyo paisaje es bellamente descrito desde una taza de café o más bien desde un vaso de vino bebido en cualquier bar de esta sórdida capital. Cárdenas habla naturalmente, sin ninguna grandilocuencia ni pretensiones, y en este sentido son ejemplares sus poemas "Búsqueda" y "Recuerdo póstumo a mi madre". Sin embargo -para utilizar un término de la época de Selva lírica-, no todo ha de ser lauros para este joven portaliras. Al lado de sus aciertos, Cárdenas tiene frecuentes caídas en lugares comunes como este detestable "Otoño que escapa por las hojas" o "Seré como un baúl de soledades", además muchos poemas parten de un núcleo inicial y se dispersan en divagaciones.







Publicado en Alerce, N°4, Santiago de Chile, 1962, p. 10.