En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información aquí

¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo [email protected] no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Noticia

Bogotá

¿Para qué ir más rápido? | Voy y Vuelvo

El bus se volcó en la calle 127 con carrera 56.

El bus se volcó en la calle 127 con carrera 56.

Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO

Son 541 dramas familiares, 541 seres que pudieron haber aportado a la sociedad.

Ernesto CortesEditor General
Es lamentable que varias personas, incluyendo reconocidas figuras públicas de la política o afines a ella o con nexos y parentescos familiares atados a la actividad púbica, estén adelantando una campaña en contra del límite de velocidad en nuestras calles.

Conforme a los criterios de

Aparecen orondos en redes sociales reclamando porque una vía ha sido señalizada para ir a un máximo de 50 kilómetro por hora. Y hay otras, las de barrio especialmente, donde el límite se reduce a 30 kilómetros.
Quienes piensan que esto es un exabrupto ignoran lo que ha costado conseguirlo. Pero se los voy a resumir facilito: vidas. Sí, eso es lo que ha costado el esfuerzo de entidades y organismos que durante años han venido ejerciendo una labor incansable para reducir el número de muertes que dejan los siniestros viales en nuestra ciudad y en todas las ciudades del país. En las calles asfaltadas de Bogotá se perdieron, el año pasado, 541 vidas, principalmente peatones y motociclistas.
Son 541 dramas familiares, 541 historias truncadas, 541 potenciales héroes idos, 541 seres que pudieron haber aportado a la sociedad. Hombres y mujeres que no regresaron a casa porque la imprudencia se los impidió. Una cuarta parte de esas víctimas eran jóvenes menores de 30 años, es decir, perdimos también algo de futuro. De eso es que estamos hablando.
Ignoran estas mismas personas, que se desesperan por no permitírseles ir más rápido, que el actor más vulnerable en la calle es el peatón: la niña, el adolescente, el abuelo. Que las ciudades nacieron gracias a la gente y fueron diseñadas para la gente como lugares de encuentro y transmisión de conocimientos y saberes. Que después se hayan convertido en urbes industrializadas, concentradas, repletas de carros y motos, y que la vida moderna las haya transformado en centros agitados, veloces y competitivos no significa que el ser andante haya perdido su papel en ellas. Por el contrario, es cuando más debería respetarse su presencia en el espacio físico.
Los que creen que andar a 50 kilómetros es una tontería, que eso está hecho para los lentos o que resulta inoficiosa una señalización en ese sentido cuando la vía parece un desierto, bien podrían ir a hacerles esa misma reflexión a los 541 amigos o parientes de las personas muertas en una calle el año pasado.

Muchas ciudades del mundo, agitadas a cual más, han empezando a reflexionar desde hace tiempo sobre la importancia de tener una vida más lenta en los entornos urbanos.

Por supuesto que puede lucir exagerada la medida, pero no porque no se necesite, sino porque estamos acostumbrados a que en Bogotá la vida tiene que ser rápida, frenética, agitada, estresante y sin pausa, como si nuestra existencia dependiera de estar corriendo a toda hora y no de disfrutar cada momento en compañía de otros. Buena parte del encanto de las ciudades se ha perdido por eso, porque dejamos de caminarlas y reconocerlas a cambio de ganarnos unos minutos de más con tal de producir y producir.
Hace ocho días, en esta misma columna, reivindicaba el papel del espacio público. Muchas ciudades del mundo, agitadas a cual más, han empezando a reflexionar desde hace tiempo sobre la importancia de tener una vida más lenta en los entornos urbanos. Por eso maximizan el papel de las plazoletas, los parques, el mobiliario, las conexiones entre unos y otros, y el uso de la bicicleta.
Pero acá pareciera ocurrir todo lo contrario. Los límites de velocidad solo existen para unos cuantos ciudadanos conscientes, que entienden el valor de la vida, que saben que el exceso de velocidad no solo es un acto imprudente sino una de las principales generadoras de siniestros viales. Los promotores de ponerle límites a la velocidad tardaron años investigando los alcances de ir demasiado rápido y concluyeron que, en determinado momento, perdemos la noción de lo que sucede a nuestro alrededor cuando aceleramos más de la cuenta. Y es ahí cuando aparecen las tragedias.
Las noticias de motociclistas que mueren a razón de uno o dos por día o el incidente que el pasado viernes le costó la vida a un muchacho de 19 años que conducía a 120 kilómetros, es un recordatorio de que no se trata de una disposición caprichosa.
Es probable que algunas de las 11.300 personas que sufrieron lesiones por incidentes de tránsito el año pasado los hayan tenido por culpa de un vehículo que iba, incluso, a menos de 50 kilómetros. Pero es que a la larga el problema no es el límite de velocidad. Eso es apenas una norma como tantas otras que adoptan las sociedades en aras de atajar un mal mayor. El problema es que a estas alturas y con semejante evidencia, aún existan personas que crean que la solución es seguir rodando como alma que lleva el diablo. Y aplica especialmente para los motociclistas, que creen que para ellos no existen leyes cuando son los que más se están matando y más muertos y heridos están dejando.
Pero si quienes podrían ayudar a regular todo esto y a construir una sana convivencia en la ciudad aparecen haciendo peripecias con sus motos en los propios pasillos del Concejo, y muertos de la risa, pues ¿qué más se puede esperar? Apague y vámonos.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
Ernesto CortesEditor General
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO