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EL TIEMPO: 110 años de historia

El Tiempo 110 años
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La tercera década del presente siglo nos recibe conmemorando 110 años de trabajo periodístico. No es una exageración decir, entonces, que la historia de EL TIEMPO es también un largo relato de hechos, los más deslumbrantes, si se quiere, compartidos con generaciones de lectores que han sido cómplices en ese torbellino de sucesos. Nada se ha escapado al lente certero de nuestros periodistas y colaboradores. Más aún: resulta emocionante confirmar que a la par con la grandeza cimentada a base de carácter y esfuerzo, EL TIEMPO ha abanderado las grandes transformaciones editoriales y tecnológicas que demanda un oficio sin pausa. Por eso hoy, cuando la historia nos ha puesto la más dura prueba de la que tengamos memoria, volvemos a erigirnos como el medio que ha sabido responder a sus múltiples audiencias con la rigurosidad y entrega de siempre. Gracias.

Instantes de EL TIEMPO

por: Juan Esteban Constaín

Cuando EL TIEMPO empezó a circular el 30 de enero de 1911, hace 110 años, Colombia era un país con menos de seis millones de habitantes. 5.472.604, para ser exactos, según el censo de 1912. También entonces, como siempre, parecía haber aquí más territorio que Estado, más geografía que nación. Era ese un proceso que venía dándose desde la fundación misma de la república, si no desde antes, y que a principios del siglo XX tuvo un clarísimo punto de quiebre, un momento de inflexión.

En 1910, de hecho, Colombia había celebrado con toda el alma —con sus restos— el primer centenario de la independencia, cuya fecha simbólica y arbitraria, como todas, era la del 20 de julio de 1810. Las conmemoraciones tienen más que ver con el presente que las realiza que con el pasado conmemorado y de alguna manera inventado en ellas, ya se sabe, y el caso de las pompas y los fastos de nuestro año 10 al empezar el siglo XX no es una excepción.

No solo por la necesidad política de reafirmar con el centenario de la independencia el ‘relato de la nación’ (una nación unida y labrada por el esfuerzo y la sangre de sus hijos, una nación feliz a pesar de todo, una nación católica y ‘civilizada’), sino también, y sobre todo, por la necesidad de cubrir y reparar con las celebraciones patrias todos los desastres con los que había empezado el siglo XX para Colombia. Como si ese pasado glorioso y forzado fuera una cura de burro; un legrado más que un legado.

El siglo XX empezó para Colombia, como se sabe, con una guerra larguísima y atroz, una más, la llamada ‘Guerra de los Mil Días’. En ella fue derrotado de manera apabullante, y por los próximos 28 años, el Partido Liberal. Pero como consecuencia de esa guerra se dieron dos episodios que marcaron hasta lo más profundo el alma de la nueva generación de colombianos que nació con el siglo: la pérdida de Panamá, por un lado, y la dictadura de Rafael Reyes, por el otro.

De eso también nos sacudíamos los colombianos en 1910 al evocar el florero de Llorente: de la derrota y la depresión que supuso para el régimen conservador, y para el país en general, la separación de Panamá, ese “muñón sangrante de la patria”, como se decía entonces; y de la caída de un gobierno como el de Reyes, que empezó con los mejores augurios y que terminó derrocado y repudiado por su vocación autoritaria, por sus visos dictatoriales que lo llevaron a la ruina.

Lo interesante es que fue en ese proceso político de la caída de Reyes en 1909 cuando actuó por primera vez en la historia, cuando surgió, una generación que iba a ser definitiva en las décadas por venir, la ‘Generación del Centenario’. A ella pertenecían Alfonso López, Laureano Gómez, Eduardo Santos, Enrique Olaya Herrera y algunos más: futuros estadistas que pusieron a Colombia en el siglo XX, para bien y para mal, y que en su juventud se unieron para tumbar a Reyes.

De la caída de Reyes también nació o se perfeccionó otro experimento político valiosísimo, uno de los más audaces que se hayan intentado en nuestro país: la Unión Republicana de Carlos E. Restrepo, entre otros, una especie de partido moderado y civilista —de centro, se diría hoy, o tibio— que aspiraba a reconstruir el diálogo nacional entre diversos sectores de todos los partidos, luego de tantos años de guerra, gamonalismo, fraude, sectarismo, rencor, frustraciones y derrotas.

Había varias ideas latentes en el republicanismo que gobernó a Colombia entre 1910 y 1914: que era mejor pensar en el gobierno que en la política, por ejemplo, en la administración y su eficiencia y no en las mezquinas intrigas de los partidos y los caudillos; que había que integrar a una nación muy diversa y compleja, que había que ocupar y conocer mejor el territorio nacional. Al menos esa era la teoría, eso era lo que decían los republicanos que era su norte ideológico.

Al servicio de esos principios, y de la generación que los encarnó al menos en su juventud, la ‘Generación del Centenario’, se fundó EL TIEMPO. Y como tantas veces lo ha contado con precisión y maestría Enrique Santos Molano, basta ver el panorama informativo en el año 11 para entender lo audaz y casi suicida que fue la idea de Alfonso Villegas Restrepo al crear un periódico republicano. Una “idea quijotesca”, la llama Santos Molano: el delirio de un diario que no era ni conservador ni liberal sino todo lo contrario.

En ese delirio le ayudó a Villegas, primero desde París y luego ya en Bogotá, su amigo y futuro cuñado Eduardo Santos Montejo, uno de esos jóvenes centenaristas que se habían inaugurado en la lucha contra el gobierno de Reyes y que ahora defendían a la Unión Republicana pero defendían sobre todo una visión política a la vez desesperada y progresista, enemiga del atraso y de todos los lastres perversos que nos habían dejado el caciquismo, la politiquería y las guerras de nuestro siglo XIX.

Es curioso porque cuando pensamos en esos prohombres de la ‘Generación del Centenario’ los vemos ya viejos y acartonados, mucho después en la película, cubiertos de toda la gloria de su poder y su grandeza; con el polvo y el bronce de lo que llegaron a ser. Porque fueron ellos quienes gobernaron aquí desde 1930 hasta el Frente Nacional, y su legado atraviesa el siglo XX y lo explica casi todo, incluida esa ‘guerra civil no declarada’ —La Violencia— que ellos desataron cuando ya no eran unos jóvenes idealistas unidos contra el poder.

Porque eso sí fueron los centenaristas al principio: unos jóvenes idealistas unidos contra el poder. Por eso los vemos actuar juntos durante esos años, entre 1909 y 1926: a Laureano con Santos y López, a Ospina Pérez con Olaya Herrera. Luego muchos de ellos serían enemigos irreconciliables; generales de una guerra atroz que todos atizaron y perdieron. Pero en sus orígenes estaban empeñados en desalojar a los viejos de los dos partidos; todos ellos querían tumbar al régimen, que llegara por fin el siglo XX.

Un siglo XX que fue entrando al país como por entre sus grietas, a veces a lomo de mula y a veces soplando con el humo auspicioso del ferrocarril. También hay que tener en cuenta lo que estaba pasando en el mundo por esos años, para empezar un cataclismo monumental como la Primera Guerra Mundial, la ‘Gran Guerra’; y como consecuencia de ella, oh, una pandemia que mató a más gente que la guerra misma, la llamada ‘Gripa Española’ que acabó con los pocos sobrevivientes de Verdún, el Somme, el Marne. El horror.

Vinieron entonces los ‘alocados años veinte’, una especie de rapto, un grito feliz y desgarrado de los que sí sobrevivieron a la guerra y a la peste. En Estados Unidos, en Europa, en Latinoamérica: las mujeres empezaron a reclamar con mucha más vehemencia sus derechos; los artistas hicieron de su arte la verdadera revolución que las armas y los ideólogos no habían logrado; los músicos convivían en sus canciones sin que importara el color de la piel. Drogas, sexo y jazz: qué mejor fórmula que esa.

Aparecen los estadios, que es un símbolo de la masificación de la vida, de la que ya hablaba por esa época, en un diagnóstico aterrador y perfecto, Ortega y Gasset. Se masifican la radio, los electrodomésticos, el automóvil. Y también, sobre todo en Europa, se masifican el descontento y la frustración, allí está el caldo de cultivo del fascismo: por debajo de los bailes y la música, en la sombra de las vanguardias y las ideologías redentoras, late agazapado el horror de un pueblo listo para marchar hacia el abismo.

Colombia, como siempre, vivía un poco a despecho todo lo que iba pasando en el mundo por esos años; “país de la penúltima moda”, como lo llamó Guillermo Camacho Carrizosa, y luego añadía: “país de la penúltima moda que cree siempre estar a la última…”. A caballo entre las grandes revoluciones del siglo XX y su saldo pendiente del siglo XIX, cuando no del siglo XVII, nuestro país oscilaba entre los delirios cosmopolitas de sus élites y su parroquialismo incurable, vesánico y politiquero.

Ese, el futuro, era también el territorio de la disputa ideológica entre los partidos, con sus distintas vertientes, y las generaciones. ¿Qué país íbamos a ser por fin? En ese contexto EL TIEMPO fue un actor protagónico y definitorio, pues en sus páginas se tramitaban y ventilaban todas esas discusiones y esos debates. En 1913 Villegas Restrepo se había ahogado en sus deudas y su idealismo y Eduardo Santos le compró el periódico y le dio una nueva orientación.

O más que una nueva orientación fue como otro ímpetu, con la presencia de su hermano Enrique Santos Montejo, ‘Calibán’, que venía de hacer magníficos periódicos liberales y heréticos en Boyacá. El Partido Liberal, en su célebre convención de 1922, había renunciado a los últimos vestigios que quedaban en él de su ánimo belicoso y decimonónico, la guerra civil como su vocación, y estaba dispuesto a tomarse el poder algún día solo por la vía democrática, en las urnas, derrotando a la ‘Hegemonía Conservadora’.

Esa iba a ser, al final, la gran obra histórica de los miembros liberales de la ‘Generación del Centenario’, el triunfo electoral de su partido en 1930. Y aunque el estratega inequívoco de esa victoria que hasta la víspera parecía imposible fue Alfonso López Pumarejo, también hay que decir que sin EL TIEMPO la ‘República Liberal’ no habría existido jamás, no habría ocurrido.

Porque fue en las páginas de este periódico, sobre todo, donde se construyó la identidad de ese proyecto político que llegó al poder en el año 30.

Como lo cuenta Alberto Lleras Camargo en sus memorias, con una belleza y una nostalgia sobrecogedoras, Eduardo y Enrique Santos Montejo abrieron su diario para que una nueva generación de cronistas, artistas, bohemios y militantes del Partido Liberal partieran y velaran sus lanzas en él y se prepararan para tomar las riendas del país, como se lo había prometido López Pumarejo. Ahí estaban Germán Arciniegas, Alejandro López, Hernando Téllez, el propio Lleras: ‘Los Nuevos’.

Decía Lleras que su verdadera escuela fue esa, la de los fondos del Hotel Franklin, donde funcionaba el Café Windsor, y la de la redacción de EL TIEMPO, donde se iba forjando en silencio, sin prisa pero sin pausa, la suerte de la ‘República Liberal’. A la sombra de León de Greiff, de Rendón, de Tejada: allí, en el aguardiente de las tardes antes de entregar el editorial, nacía un país distinto, quizás el siglo XX con todas sus contradicciones.

Instantes de una historia —un tiempo, hace mucho— que hoy cumple ya 110 años.

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1911
1938
1939
1945
1948
1952
1957
1962
1968
1969
1991
1999
2010
2016
2017
2020
2021

- 1911

Primera edición del diario EL TIEMPO

- 1938

Accidente del avión Hawk del teniente César Abadía

- 1939

Hitler escapa de ser asesinado

- 1945

Fin de la Segunda Guerra Mundial

- 1948

Asesinato de Jorge Eliecer Gaitán

- 1952

Incendio de las instalaciones del diario EL TIEMPO

- 1957

Caida de Gustavo Rojas Pinillas | Diario Intermedio

- 1962

Victoria del Frente Nacional

- 1968

Visita a Colombia del papa Pablo VI

- 1969

Llegada del hombre a la luna

- 1991

Promulgación de la constitución de 1991

- 1999

Asesinato de Jaime Garzón

- 2010

Lanzamiento del iPad

- 2016

Firma del acuerdo de paz con las FARC

- 2017

Visita a Colombia del papa Francisco

- 2020

Cuarentena como respuesta a la pandemia del covid-19

- 2021

Se anuncia el inicio de vacunación contra el covid-19

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Editorial: Hace 110 años

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30 de enero del 2021