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Cultura

Otty Patiño, Alto Comisionado para la Paz: 'Con Petro nunca fuimos muy amigos'

El Alto Comisionado para la paz cuenta su historia en BOCAS

El Alto Comisionado para la paz cuenta su historia en BOCAS

Foto:Ricardo Pinzón

El Alto Comisionado para la Paz habla en BOCAS del M-19, de la actual situación del ELN y de Petro.

Maria Paulina Ortiz
Otty Patiño nació en Buga, tiene 78 años y viene de una familia católica. Fundó el M-19, fue guerrillero a lo largo de 16 años y dejó las armas en 1991. Posee un humor negro que lo ha hecho famoso y hoy todo lo ve con una singular perspectiva. El nuevo alto comisionado para la Paz reveló detalles del robo de la espada de Bolívar, de la toma de la Embajada Dominicana; del hurto de las armas del Cantón Norte; de la toma del Palacio de Justicia; del secuestro de Álvaro Gómez; de Pablo Escobar; de la desmovilización del M-19; de la Asamblea Constituyente del 91; de la actual situación del ELN y de Carlos Pizarro, Jaime Bateman y Gustavo Petro, de quien dice nunca han sido muy amigos.

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El chef Joan Roca es la portada de la edición #135 de la Revista BOCAS

El chef Joan Roca es la portada de la edición #135 de la Revista BOCAS

Foto:Revista Bocas

El encuentro para esta entrevista se había acordado unas horas antes de que el presidente Gustavo Petro anunciara el nombramiento de Otty Patiño como alto comisionado para la Paz. A pesar de que su agenda se llenó de compromisos –mucho más de lo habitual–, Patiño nos recibió puntual en su residencia. Una casa en un barrio tranquilo del norte de Bogotá. No se ven escoltas en la calle ni excesos de seguridad. Lo que sí se oye es la voz de una de sus nietas que juega en el piso de arriba. En las paredes de la sala, varios cuadros pintados por su hija María Victoria. Es mediodía y el olor delata que el almuerzo está en camino. Es una casa tranquila, que ya está decorada para la Navidad. Otty Patiño también se ve tranquilo. Habla de forma serena, casi en voz baja. Durante las dos horas de conversación, un bolígrafo negro pasa de una de sus manos a la otra. Muy pronto deja ver el que, según quienes lo conocen, es uno de sus rasgos más característicos: su humor negro.
José Otty Patiño Hormaza nació en Buga, Valle del Cauca, hace 78 años. En una familia de clase media, de raíces católicas. Atravesó su adolescencia llenando hojas con las caricaturas que le gustaba dibujar. Era solo un pasatiempo, pero alcanzó a hacer miles de rostros: el que se sentara frente a él podía quedar registrado en uno de sus cuadernos. Quizá por ese talento en el trazo pensó en estudiar arquitectura. Alcanzó a hacer seis semestres en la Universidad del Valle, pero abandonó esos estudios para irse al monte. Vivió dieciséis años como guerrillero –siempre como una de las figuras claves del M-19– hasta que dejó las armas en 1991. A partir de ese momento se ha dedicado a profundizar en el conocimiento del país desde otra óptica, “sin lentes ideológicos”, y  a aportar y empujar procesos de paz con diferentes organizaciones. “Cuando me reuní con los compañeros a fundar el M-19 estaba con un afán del cambio –dice Patiño–. Ahora tengo otro afán: el de la paz”.

¿Qué tan cercano ha sido usted de Gustavo Petro, desde la época de guerrilla?

No, con Petro nunca fuimos muy amigos. Pertenecíamos ambos al M-19, pero nos tocó militar en espacios distintos. No tenemos una amistad cercana. Él me prologó el último libro que escribí, Historia privada de la violencia (2017). Creo que fue el mayor acercamiento que tuvimos en esa época. Yo trabajaba en el Observatorio de Culturas de la Alcaldía de Bogotá cuando él llegó de alcalde. Simplemente me mantuve, pero él no me nombró. Nunca fui de su círculo. Aun así, había cierta valoración mutua. Petro es un tipo supremamente inteligente, con grandes capacidades. Su vida política es asombrosa. No sé cómo me mirará él a mí. Nunca hemos hablado de eso. Me aventó este chicharrón del ELN. Y que ahora me haya nombrado en el puesto de alto comisionado, otro chicharrón mayor, es un reconocimiento de que lo que se ha hecho, se ha hecho bien. Pero lo que menos ha existido ahí es amiguismo. De amistad, nada.

Como alto comisionado, ahora se enfrenta a un panorama de procesos de paz con grupos armados de naturaleza muy distinta. ¿Cómo ve eso?

Sí, yo decía: a mí no me hablen sino del ELN, que es en lo que estoy. Andaba como un burro con orejeras. Me decían: mire, que aquí la segunda Marquetalia, mire, que aquí tal otra cosa. Y yo: no, déjenme concentrarme en lo que estoy. Ahora se me cayeron las orejeras y tengo que ver el panorama completo. Eso es dificultad para los burros, ¿no?

Hablando del ELN, ¿cómo vivió el caso del secuestro de Luis Manuel Díaz, el papá de Luis Díaz?

Ese secuestro, y todo lo que pasó alrededor, fue muy revelador. Me dio más claridades que leer cualquier tratado sobre el ELN. Y creo que, sobre esas claridades, si son asumidas por ellos, van a encontrar un camino de paz. Le digo una sola de ellas, una sola: el Frente de Guerra Norte del ELN dijo que ese secuestro fue un error. De llevarlos de ahí a que digan que todo secuestro es un error, no es muy difícil. ¿Por qué el del papá de Lucho es un error y los demás no? Todo secuestro es un error, además de un horror.
Otty Patiño en BOCAS

Otty Patiño en BOCAS

Foto:Ricardo Pinzón

Con este secuestro se le vino al ELN el mundo encima, literalmente.

Ah, ¿entonces tenemos que aventarle el mundo encima? Si el desafío que están planteando es ese, hagámosle. Porque es posible que el mundo se les venga encima con los otros. Antes de que eso pase y acabe con este proceso, y los deje a ellos con cero legitimidad, trabajemos sobre su propia reflexión. Yo casi no veo fútbol, pero vi el partido contra Brasil. Y sentí lo que Lucho sentía: tengo que ganar este partido, así me muera aquí. Porque Brasil estaba jugando con más técnica que la selección colombiana. Pero llega este señor y se mete en el área, maltrecho, vuelto nada, y marca los goles. Cuando terminó el partido, estaba que no daba más. Era un hombre agradecido con la vida, agradecido de que todo hubiera terminado de esa manera.

Una frase suya, recientemente dicha, causó mucha polémica. Cuando le preguntaron sobre el reclutamiento de menores en la guerrilla y usted dijo que no sabía si los niños en realidad estaban ahí de manera forzada. ¿Se equivocó?

Es que ahí hay un tema de orden jurídico y un tema fáctico. Fui guerrillero y sé que muchos niños llegaban a la guerrilla huyendo de otras violencias. Llegaban no porque los reclutáramos, sino porque la vida en el campo, en algunas zonas, es de una miseria espantosa. A las niñas a veces las violan, a los niños los maltratan. A Santo Domingo llegaron una cantidad de pelados que además eran una plaguita. Tuvimos que entregárselos a Bienestar Familiar. Eso es lo fáctico. Por otro lado, hay una realidad jurídica, y es que cualquier niño que ingrese a la guerrilla –la legislación nuestra es muy dura y dice que un menor de 18 años es niño– es un reclutamiento forzado, aunque el niño diga que quiere estar ahí. Es lo que dice la ley. Ese día que me preguntaron, que me fusilaron con esa pregunta, antepuse la realidad que había vivido, la fáctica, a la verdad jurídica. Por supuesto, si me preguntan otra vez sobre ese tema diré: sí, señora, sí, señor, eso es reclutamiento de menores, eso es una bestialidad, eso no se debe cometer.

¿Y cómo le ha ido con los trinos del presidente Petro? Hace un año se armó un lío con uno que puso sobre el cese al fuego bilateral y a usted le tocó salir a aclarar el asunto...

Ah, los trinos del presidente. Yo no trino, no tengo Twitter. Me parece que el lenguaje comunicacional de los trinos es más de emociones que de comprensión. Pero eso es lo que yo pienso. Hay gente a la que le encanta, y a Petro le encanta. Mucha gente no entiende qué significa un trino, y lo convierten en un tratado. Un trino es una cosa ligera, liviana, y desde luego se pueden cometer equivocaciones. En el lenguaje político, y sobre todo en medio de un proceso de paz, los trinos de Petro y de ‘Antonio García’ no sirven para un lenguaje de entendimiento. Claro, el anuncio de que yo iba a ser comisionado de Paz se hizo en un trino... Ese sí fue un buen trino.
Otty Patiño en BOCAS

Otty Patiño en BOCAS

Foto:Ricardo Pinzón

Ahora hablemos de sus comienzos en el M-19, incluso un poco antes: usted ya había participado en una insurrección en el Vichada junto a indígenas guahíbos...

Esa fue la primera vez que me metí al monte en un levantamiento. Fue algo que me marcó, porque significó participar con población en un movimiento social. A los indígenas los estaban arrinconando contra la selva. Los estaban matando.

¿Fue su primera acción armada?

Bueno, armada… digamos que sí: flechas, escopetas, revólveres. Lo que pasa es que ahora, cuando uno habla de guerrilla armada, piensa en fusiles, en otros instrumentos de guerra. Un día íbamos caminando por el Llano: indígenas con flechas, otros que parecían vaqueros... Ni me acuerdo con qué andaba yo, tal vez con un revólver. Cuando miré ese panorama, pensé: mierda, es la guerrilla de Walt Disney. No libramos grandes combates, pero tuvimos resultados. Hicimos visible la situación de los indígenas y al final les dieron una reserva. Claro que también por la gestión de un cura, que ayudó a que eso sucediera.

Después ya llegó el M-19. ¿Cómo empezó su relación con Jaime Bateman?

Bateman generaba confianza de inmediato. Era un tipo muy caribeño, daba mucha tranquilidad. Cuando lo conocí, me dijo: ¿usted qué opinión tiene frente a la revolución? Y me pidió que le escribiera un documento sobre eso. Lo hice como de dos o tres páginas. Nos volvimos a ver y le pregunté cómo le había parecido el documento. Y Bateman, más mentiroso que un berraco, me dijo que estaba excelente, que se lo había aprendido de memoria. Después, cuando ya lo conocí más profundamente, me di cuenta de que ese tipo andaba a kilómetros, muy por delante de mi pensamiento revolucionario. En ese momento yo apenas me estaba aventurando en la lucha.

Pero ya andaba buscando ser parte de un grupo como el Eme…

Sí, aunque todavía no había pertenecido a ninguna organización conocida. No me llamaba la atención. Las Farc me parecían una organización muy campesina. El ELN… Yo había militado un tanto en el Frente Unido de Camilo Torres, pero el ELN me parecía una organización muy sacrificial.

Usted dijo en una ocasión que no le perdonaba al ELN que hubiera dejado matar a Camilo Torres…

Es que decirlo ahora... es complicado. Pero sí, me parecía que Fabio Vásquez no se dio cuenta del tesoro que le había llegado allá. Y que la función del ELN, si hubiera tenido un poquito más de visión, era cuidar la vida de Camilo.

¿Usted lo conoció?

Nunca hablamos, pero la chispa revolucionaria se me prendió cuando él fue a Buga, mi pueblo, y echó un cuento sobre la necesidad de la unidad en los sectores populares. Camilo era un hombre de un hablar muy reposado, nunca fue un gran orador. Su discurso era más de un profesor que de un agitador. Nada parecido a lo de un Gaitán, por ejemplo, pero para mí era más convincente. Ahí me agarraron las ganas de participar en la política revolucionaria.
De izq. a der.: Vladimir Fernández, secretario jurídico de Presidencia; Carlos Ramón González, director del Dapre, y Otty Patiño, nuevo alto comisionado para la Paz.

De izq. a der.: Vladimir Fernández, secretario jurídico de Presidencia; Carlos Ramón González, director del Dapre, y Otty Patiño, nuevo alto comisionado para la Paz.

Foto:Oficina del Alto Comisionado para la Paz

Es decir que fue una figura clave para usted…

Muy importante. Y fue un golpe duro que lo hubieran matado. Pero jamás les eché la culpa a los que lo mataron, es decir, al Ejército. Porque murió en combate. En una guerra uno no puede echarle la culpa de la muerte al otro bando, sino a por qué lo dejaron meter en combate. Por eso tenía esa rabiecita.

Ya en los tiempos del M-19, ¿cómo conoció a Carlos Pizarro?

Yo había ido una o dos veces al Teatro La Mama y cuando lo conocí recuerdo que le dije: Oiga, ¿usted es el actor que trabaja allá? Y él, que era bien creidito, me dijo: “He actuado en otras obras”. En ese momento pensé: no, yo a este man mejor no le pregunto nada. Al final nos volvimos amigos. Era profundamente humano y un revolucionario muy íntegro. Con una gran vocación militar, muy imaginativo para eso. Y muy abierto a las cosas nuevas. Le encantaba la literatura de ciencia ficción. No era muy dado a leer libros juiciosos. Álvaro Fayad era el estudioso.

Ustedes hicieron su primer golpe mediático con el robo de la espada de Bolívar. ¿Cómo fue su participación?

No participé en el robo de la espada, sino en la toma del Concejo de Bogotá. De eso nadie se acuerda. A veces ni yo mismo. La espada fue por la tarde y ese mismo día, por la noche, lo del Concejo. Me da risa porque en realidad no fue una toma: la única resistencia que teníamos allá era un policía y un par de celadores. Pero eso sí, qué planeación. No se imagina cuánto se planificó y, por supuesto, todo salió distinto. Debíamos entrar por la calle 34 y salir por detrás. Teníamos que llevar una pata de cabra –para romper la cerradura– y se nos olvidó. El que iba dirigiendo la operación era Iván Marino Ospina; Gustavo Arias, 'Boris', iba disfrazado de mayor, no sé por qué. El cuento era que llegábamos allá a decirle al policía que entregara el arma porque se había dado un golpe militar. Una cosa absurda. El policía no nos creyó. Iván Marino terminó abrazándolo y ahí le fue sacando el arma. Entramos y pintamos las paredes. Pero eso pasó desapercibido. La acción fue el robo de la espada.

Esa espada durmió en su casa, ¿no?

Pero cuando ya la íbamos a entregar. Después de que Antonio Navarro la trajo –estaba en Cuba–, la dejaron en mi casa. Nos tomamos fotos con ella, con nuestras familias, los niños, y luego se le dijo al presidente Gaviria: guárdela bien porque de pronto a esos berracos de las Farc les da por buscarla para decir “nosotros seguimos con la espada de Bolívar”. Pero en esto hay otra cuestión maluca, y es que Juan Pablo Escobar, el hijo de Pablo Escobar, publicó una autobiografía diciendo que él había tenido la espada, que un día su papá le había dicho: vea, chino, aquí le traigo la espada de Bolívar, la que se llevaron los del Eme. Yo no había leído el libro –no me gusta leer libros de traquetos–, pero me dijeron que citaba eso. Tuve que comprarlo –pirata– para leerlo antes de hablar con Juan Pablo. Según lo que sé, la espada nunca estuvo en manos de ese señor. Y como yo la había visto y tenía fotos –de cuando se sacó y cuando se entregó–, le demostré que una no tenía nada que ver con la otra. Son totalmente distintas. Le dije: su papá le echó una mentira. El muchacho apenas abría los ojos. Su papá era mentirosito, además de otras cosas.

Después de la espada, el golpe duro del Eme fue el robo de las armas del Cantón Norte. Eso ya fue confrontación directa con el Estado...

Fue el primer acto de guerra. Con eso nos metimos realmente en la guerra contra las Fuerzas Armadas. Eso fue un fin de año. Bateman me avisó en el momento en el que ya se habían sacado los fierros. Al otro día, el 1 de enero del 79, él arrimó donde yo estaba, con Fayad. Llevaban varias de esas armas. Y empezamos a recorrer Bogotá en un jeep, totalmente eufóricos, cogiendo esas armas, yendo de un sitio para otro, como locos. Hasta que Fayad dijo: no más, guardemos esta vaina y para la casa. Después me vi con Bateman en el barrio Bonanza. Ya nos habían empezado a coger las armas. Él estaba muy bravo porque quien tenía el plan de guardarlas era Carlos Duplat. Bateman le había dado la orden de que se perdiera, que saliera del país, pero él no quiso obedecer. El Ejército lo ubicó y lo apresaron. Bateman tenía en gran estima a Duplat y pensaba que no se iba a quebrantar tan rápidamente. Pero lo cogieron y no aguantó nada. Fue hablando y señalando sitios donde estaban las caletas. El operativo se desplomó.
Otty Patiño, nombrado como nuevo comisionado de paz en reemplazo de Danilo Rueda.

Otty Patiño, nombrado como nuevo comisionado de paz en reemplazo de Danilo Rueda.

Foto:Ernesto Mastrascusa. EFE

En ese momento usted tenía un niño recién nacido. ¿No lo preocupaba lo que pudiera pasar si a usted lo apresaban?

Claro. Ya teníamos dos niños. Olga, de dos años, y Miguel, que había nacido el 5 de diciembre. Apenas de un mes. En esos días yo vivía en una casa cerca del antiguo hipódromo de Techo. Después de la sacada de las armas, un compañero me pasó una serie de direcciones y me dijo que Inteligencia Militar tenía ese listado de casas que iban a allanar. La única dirección real era la de mi casa. A perderse. Salimos de allá rápidamente. Cuando allanaron, la casa estaba desocupada. Nos fuimos a un lugar que alguien nos brindó, en una escuela, y allí durmieron los niños en unos colchones. A Miguel lo agarró un pulguero. Pobrecito. Se llenó de picaduras. A mí me atacó el temor de que nos cogieran. Un día me levanté, no había dormido en toda la noche, y empecé a mirar por la ventana. Vi que el Ejército venía hacia donde estábamos. Después me di cuenta de que eran los empleados del aseo. La tensión era brava.

En 1980 vino la toma de la Embajada Dominicana. ¿Cómo fue la planeación que hizo con Bateman?

Definimos los últimos detalles de la toma en un balneario cerca de Melgar. Bateman y yo nos pusimos a escribir el comunicado. Lo terminamos y él dijo: vamos a la piscina. Estábamos afuera cuando, aprovechando que habíamos salido del cuarto, entraron las muchachas de la limpieza y encontraron el comunicado y la pistola de Bateman, que la había dejado allá. Se asustaron muchísimo. Nos devolvimos y empezamos a quemar esa vaina. Después volvimos a la piscina. De golpe llegó una patrulla del Ejército, a hablar de alguna cosa con el dueño, nada que ver con nosotros, que seguíamos en la piscina tirando seriedad. Cuando se fueron, empacamos y nos fuimos. El día de la toma, yo estaba reunido en Tuluá con la que era nuestra jefa regional del Valle, Nelly Vivas. Estábamos en una cafetería cuando salió la noticia de la embajada. Nelly no sabía nada, entonces le dije: eso somos nosotros. Es una vaina extraña: la gente sorprendida con un acontecimiento donde uno de alguna manera es protagonista, y tener que disimular el júbilo. Estábamos tan llenos de euforia.

¿Qué piensa hoy de esa toma?

Fue la maqueta de un proceso de paz. Ahí se dieron las primeras conversaciones entre el gobierno y la guerrilla en este país. En un territorio neutral, que era la camioneta amarilla, y con la presencia internacional. Bateman se la pilló y dijo: si algo así, en chiquito, funciona, ¿por qué las cosas en este país no se pueden solucionar? Fue cuando se inventó la propuesta del diálogo nacional. En la primera entrevista que él dio con el rostro descubierto, que fue a Germán Castro Caycedo, hizo esa propuesta. Dijo que los problemas de este país se podían solucionar hablando. Era la primera vez, en Latinoamérica, que se hablaba de una solución negociada.
Otty Patiño en BOCAS

Otty Patiño en BOCAS

Foto:Ricardo Pinzón

Luego lo intentaron con Belisario Betancur…

Belisario llegó con la tregua, con el diálogo. La iniciativa que él logró tener fue enorme. Hizo una ley de amnistía realmente amplia, incondicional. Facilitó que la gente saliera a hacer política. Se llenaron las plazas. Claro, no se midió la irritación que eso causaba en la clase política y en las Fuerzas Militares.

Siguió la tragedia del Palacio de Justicia. ¿Ese fue el peor error del M-19?

Estábamos en un momento muy angustioso. La paz que se había iniciado con Belisario se estaba agotando. Fayad pensó que era necesario un acto de fuerza para obligar a recomponerla. Él era el comandante general. Como ya habíamos pasado por la batalla de Yarumales, donde se pudo aguantar una arremetida del Ejército, pensó que se podía trabajar también en lo urbano. Hacer del Palacio una fortaleza para impedir que el Ejército se lo tomara, y desde allá establecer un diálogo con Belisario y llamar la atención sobre la necesidad de enderezar el proceso de paz. Pero la verdad es que Belisario no quiso. Pensaba que la gasolina política ya se le había agotado y no tenía ningún interés. No creo que hubiese un golpe militar, como algunos dicen. Y menos eso de que un grupo tan valioso como el que entró allí lo hubiera hecho para quemar archivos. Para eso uno sabe que basta poner una bomba incendiaria ahí donde estén. Pero esas estupideces tan repetidas terminan haciendo historia.

Pizarro dijo: ahí perdimos todos. Y en realidad, a todos nos fue mal, a ustedes también…

Sí, porque no hubo claridad sobre la razón del hecho. Hay acciones que, aunque sean fracasadas militarmente, si arrojan claridad política de lo que pretenden pueden ser buenas. Pero sobre las ruinas del Palacio, sobre el incendio, sobre el holocausto, no se pudo edificar un discurso político. Ahí se perdió política, militar y organizativamente. Hasta ese momento, mucha gente nos quería. Después, a metros. Perdimos espacio político de una manera tenaz. Y la cosa estuvo fea durante mucho tiempo. Intentamos opciones que no funcionaron y lo que se sintió fue que la lucha armada en Colombia, la lucha insurreccional, de orden político, estaba agotada. Sobre esa convicción muy dura fue que Pizarro decidió empezar a hacer el proceso de paz con Barco.

Pero antes secuestraron a Álvaro Gómez…

Ante ese fracaso militar, hicimos una reflexión muy profunda. Pizarro, sobre todo, empezó a sentir que ese esfuerzo militar ya no tenía sentido. En un momento dijo: fue una equivocación declararles la guerra a los militares. Casi de un tajo dijo que, desde el Cantón en adelante, la guerra a los militares había sido una equivocación del Eme. Porque se nos perdió el objetivo político, que era ser un movimiento contra la oligarquía. Entonces se planteó hacer la paz con las Fuerzas Militares y la guerra a la oligarquía. Bueno, pero ¿quién es la oligarquía? Se hizo un listado de los oligarcas de este país. Se escogieron varios personajes y entre ellos estaba Álvaro Gómez. Se hizo la operación y se le secuestró. Ahí se inició un diálogo interesante entre Gómez y Pizarro. Muy valioso, porque empezó a encontrarse un camino posible de un acuerdo nacional hacia la paz. Pizarro fue a hablar con todas las guerrillas, pero en ese momento el movimiento guerrillero estaba muy disperso. El EPL había perdido a sus dos principales dirigentes. Al ELN hablarle de paz dialogada era hablarle en mandarín o en sánscrito. Las Farc sí entendieron.

A usted le correspondió avisarle a Álvaro Gómez que lo iban a liberar y organizar ese operativo. ¿Qué pasó en ese encuentro?

Pizarro me dio la orden de ir al sitio donde lo tenían –o lo teníamos, tampoco me voy a zafar de la responsabilidad– y anunciarle. Le dije, doctor Gómez, vamos a planificar su liberación y quiero que nos ayude en eso porque, si le llega a pasar algo a usted, perdemos todos. Empezamos a hablar. Me echó una carreta interesante sobre la oligarquía colombiana. Luego pasamos a la cuestión de la liberación. Le preguntamos por un sitio en el que se sintiera seguro para que la familia lo recogiera. Él tenía que disfrazarse. Se le puso un bigote, una gabardina. Pero todo el operativo de la liberación salió mal. La gente no encontró el sitio, lo dejaron en otra parte, él se fue caminando... Mejor dicho, un desastre porque no era como se planificó, aunque bien porque llegó salvo a su casa.

Cuando el Eme firmó la paz, ¿usted estaba convencido de dejar las armas?

Cuando Pizarro firmó el primer documento, quedamos estupefactos. ¿Cómo así que dejar las armas? Después nos fuimos convenciendo de que había llegado el momento, pero eso requería un proceso. No íbamos a salir a entregarlas y ya. Teníamos que hacer que el dejar las armas significara que el Estado hiciera transformaciones. Y ver en qué condiciones salíamos, que no fuera ir a la cárcel. Todo eso se empezó a discutir.

A los pocos días de desmovilizarse, mataron a Pizarro. ¿Cómo vivió esa muerte?

En ese momento yo estaba con Antonio Navarro. Entró un escolta y nos dijo: atentaron contra Pizarro. Inmediatamente nos levantamos. Sabíamos que ese día iba a viajar a Barranquilla. Salimos hacia el aeropuerto, pero nos dijeron que lo tenían en la Clínica de la Policía. Nos fuimos para allá. El médico nos dijo que tenía muerte cerebral. No había nada que hacer. Las autodefensas del Magdalena Medio, con las cuales se había establecido una relación, ya nos habían avisado. Díganle a Pizarro que no vuelva a salir, que lo van a matar, nos advirtieron. Nosotros le dijimos a él, que la información venía de una fuente cierta, que ya era una decisión tomada de los que mandaban ahí. Porque uno sabe que los paramilitares no se mandaban ellos mismos. Había otra gente –que está todavía dando vueltas, algunos seguramente han muerto de muerte natural– que tomó la decisión y encargó a los Castaño para ejecutarla, a Fidel Castaño.
Pablo Beltrán, jefe de la delegación del Eln, y Otty Patiño, representante del Gobierno.

Pablo Beltrán, jefe de la delegación del Eln, y Otty Patiño, representante del Gobierno.

Foto:Oficina del Alto Comisionado para la Paz

¿Pensó en volverse al monte tras el asesinato de Pizarro?

No, irme al monte no. Pero lo que sí dije fue: ¿y ahora qué diablos hacemos? No sabíamos qué camino tomar. Hicimos una reunión rápida con la gente que vino al sepelio. Y se decidió que debíamos seguir el camino emprendido. Navarro lo sintetizó muy bien cuando dijo: primero hay que enterrar a Pizarro multitudinariamente y en paz. Esa frase selló el camino. Por ahí era la cosa.

Vino la Asamblea Constituyente y ustedes se presentaron como Alianza Democrática M-19. Usted salió elegido. Ahí se encontró con Álvaro Gómez, ya en otro escenario. ¿Se llevaron bien en esa nueva situación?

Él no quiso saludarme mucho cuando estábamos en la Constituyente. Sí hizo muy buenas migas con Navarro. Y ocurrió algo: a través de Álvaro Leyva, las Farc empezaron a tocar las puertas de la Constituyente. Leyva dijo que sería bueno invitarlas a la Asamblea, pero Navarro dijo: con armas, no. Yo estaba del lado de Navarro. Leyva, que de alguna manera también ha sido apasionado por los temas de paz, se enojó mucho. Nos dijo: pero cómo, si ustedes forzaron esto de la Constituyente a través de un secuestro, el de Gómez. Le respondí: no fue a través del secuestro, fue a través de su liberación. Esa es una distinción muy importante. Sobre el tema del secuestro, sobre el daño profundo que hace en la vida de las personas, he hecho reflexiones muy profundas. Incluso los secuestros que salen bien, entre comillas, no son buenos. Incluso en los que a la persona no le pasa nada, los que no son extorsivos sino políticos. El secuestro en sí mismo no es bueno.

Hace unos años usted dijo que el secuestro era “un delito contra el amor”.

Sí, pienso eso. Mire, cuando llegó el momento de matricular en un jardín a mi hija María Victoria, fuimos a un colegio de primaria que tenía la hija de Álvaro Gómez. Ella no quiso recibirla porque era hija mía. Y claro, después uno entiende el profundo dolor que sintió esos días. El secuestro deja una huella de dolor muy alta. Porque son días y días de intenso sufrimiento. Eso no se borra fácilmente.
De izq. a der., Otty Patiño, Iván Cepeda, María José Pizarro y José Félix Lafaurie.

De izq. a der., Otty Patiño, Iván Cepeda, María José Pizarro y José Félix Lafaurie.

Foto:Twitter: @IvanCepedaCast

No se borra…

Exacto, no se borra. Así de sencillo. Esos aprendizajes que da la vida lo hacen a uno reflexionar sobre una serie de desconsideraciones que se tienen cuando se está en la vida guerrillera. Allá no se entienden muchas cosas.

Ese tipo de reconocimientos posteriores, ¿lo han llevado a arrepentirse de haber tomado las armas?

No son arrepentimientos, sino reflexiones del dolor causado por situaciones que a veces despreciaba. Incluso el dolor que uno le ocasionó a su propia familia. Eso no se mide. Porque generalmente ellos callan, pero el dolor es grande. Yo sí le agradezco a Pizarro, casi todos los días, por haber visto que ese era el momento de la desmovilización. Participé en una lucha guerrillera de dieciséis años. Eso es una bestialidad.

Y después de tantos años, vino a decir que la revolución estaba en la Constituyente. Por lo menos eso es lo que cuenta el presidente Gustavo Petro en su libro Una vida, muchas vidas, que usted le dijo que ahí estaba la revolución, cuando fue a visitarlo a la Asamblea…

La verdad no recuerdo eso que Petro dice en el libro. Además, me parece que la manera en que él lo plantea tiene cierto sarcasmo. Sí creo que en la Asamblea hicimos una reforma constitucional profunda, abrimos la puerta a cambios posibles, pero desde luego no era la revolución esperada. O la que mucha gente había pensado al tomar las armas. En estos días yo le decía a ‘Gabino’, del ELN, que uno asume las armas y de pronto no son tiempos de la revolución, en cambio sí hay momentos en los que se pueden hacer reformas. Hoy en el país es posible hacer reformas importantes, pero no desde las armas. Y esos momentos son muy cortos. Le dije: si ustedes esperan a hacer la revolución, se van a morir ahí, de lo que sea, pero no van a hacer ni la revolución ni la reforma. Se van a morir en la inutilidad absoluta.
Esta entrevista fue realizada por Maria Paulina Ortiz
Fotos Ricardo Pinzón
Edición 135 - Diciembre 2023
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