Senna, siempre: 30 años sin la leyenda que cambió la Fórmula Uno

La carrera de Magic Senna —uno de los tantos apodos que le pusieron— fue especial desde el comienzo. Forjó su marca portando el mismo diseño de casco que usaba desde su primer mundial de karts en 1978, aquel que con los colores de Brasil reflejaba agresividad y retrataba a su país.

En una maniobra célebre, cambió el Ayrton da Silva de pila que inscribía en los monoplazas por el Ayrton Senna que lo inmortalizó. Y aunque fue en los bólidos que acumuló mayores gestas, su primer golpe sobre la mesa de las leyendas llegó en una carrera de autos de turismo que marcó el preámbulo de su misticismo y el nacimiento de la rivalidad más grande de la Fórmula 1.

Sucedió en la segunda semana de mayo de 1984. El piloto francés Alain Prost, de 29 años, ya llevaba en su espalda 11 triunfos y un subcampeonato de la Fórmula Uno. Ayrton Senna, de 24 años, apenas había disputado cinco carreras en la F1 con los colores del modesto Toleman. Ambos competidores fueron invitados al relanzamiento del circuito de Nürburgring, en Alemania, en el que se estrenaba el Mercedes 190E. En total, se reunieron 21 pilotos, entre ellos, nueve campeones mundiales. El objetivo era que el pasado, presente y futuro del automovilismo se fundieran en una carrera a bordo del nuevo auto.

Por pedido de los organizadores, Prost esperó a Senna en el aeropuerto de Fráncfort para llegar juntos al autódromo. En medio de la timidez del joven zagal y el pragmatismo del piloto en propiedad, recorrieron de forma amistosa un poco más de 100 kilómetros. Después, en la disputa entre leyendas, como Stirling Moss, Phil Hill, Niki Lauda, John Watson, James Hunt y Carlos Reutemann, Senna fue el ganador de la prueba. “Diablos, debo cuidarme de este chico”, exclamó Prost, quien fue undécimo.

La rivalidad de 10 años entre el brasileño y el francés fue la que dejó más títulos repartidos en la cúspide del automovilismo (siete, en total) y la que llevó a que Senna fuera considerado por tantos como el mejor de su deporte.

Él exhibía un estilo rampante que ponía al límite las reglas. Fue el más veloz en muchas ocasiones. Su obsesión por ganar lo llevó a compensar con cabeza, manos y pies las flaquezas de la máquina. “Siempre hay que tener fortaleza y determinación”, decía. Esas dos palabras eran sus grandes aliadas que lo acompañaban en el deseo de no ceder ante los riesgos y lo animó a convertirse en el rey de la lluvia. El carisma, reflejo de la pasión que sentía por el deporte, cerraba su armadura.

El francés, el ‘profesor’, pragmático y regular, poseía la capacidad de acelerar y ganar. Triunfante y conocedor de los peligros que debía asumir y los que debía evitar, se convirtió en un experto en derrotar compañeros —en sus 13 años de carrera, solo hizo menos puntos que su colega de filas en tres oportunidades—. El bagaje le permitía comprender cómo impedir que Senna le quitara la corona de una forma similar a la que él se la había arrancado a Niki Lauda años atrás.

Durante una era en la que los adelantamientos no se hacían gracias a un botón que abre una aleta en el alerón trasero, y el negocio no les daba tanta consideración a los pilotos, Ayrton Senna fue la osadía que todo amante de los fierros adula. Prost fue el metódico que, a pesar de llegar a pedir un veto para el brasileño en Williams y retirarse de forma precipitada empujado por su rival, nunca dejó de ganar.

El camino de Senna a la cumbre no fue fácil porque se encontró con varias resistencias. Al principio fue Milton da Silva, su padre. Luego fue Jean-Marie Balestre, presidente de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) entre 1985 y 1993. Después irrumpieron los rumores infundados —promovidos por otros pilotos— de su supuesta homosexualidad, en un contexto machista, y las críticas a su religiosidad. Y al tiempo luchó contra la figura de Prost. Pero entre eso, siempre mantuvo su perfecta imperfección, lo que lo llevó a sobreponerse a esos momentos.

Tras su fatal accidente en la curva de Tamburello, la Fórmula 1 no volvió a ser la misma. En el plano técnico quedaron los cambios que Max Mosley, presidente de la FIA entre 1993 y 2009, estableció bajo el concepto de ‘mortalidad cero’: reformas en los trazados, redefinición de las normas de los autos, reintroducción de funciones electrónicas, uso del soporte de cabeza y cuello (Hans, por su sigla en inglés), cambio en el sistema de dirección, entre otros. Y en el plano intangible, los pilotos empezaron a pelear por su bienestar y les recordaron a las directivas que sin ellos no había espectáculo.

El legado de Ayrton Senna va más allá de su extenso palmarés, que registra inolvidables momentos, como su primer triunfo en el GP de Portugal en 1985 y otros tantos icónicos momentos en el GP de España de 1986 y 1990, el de Mónaco en 1984, el de Japón en 1988 y el de Gran Bretaña en 1993. Su magnitud se explica por llevar al mundo a un estado de éxtasis que los fanáticos del automovilismo no conocían.

En Brasil fue catalogado como héroe nacional en medio de la incertidumbre del albor democrático tras 21 años de dictadura. Lo despidieron como un jefe de Estado el 5 de mayo de 1994. Ese mismo día, Zuleika da Costa Rosa, una adolescente de 16 años, se quitó la vida en Curitiba. Su madre les dijo a las autoridades que la adolescente le preguntó si podía encontrar a Senna en el cielo. Una amiga contó que ella no dejaba de hablar del accidente mortal desde aquel primero de mayo. Junto al cuerpo sin vida de la joven, fue hallada una foto del icónico piloto y una epístola final. “Fui al encuentro de Ayrton Senna”, decía.

Treinta años después, Senna sigue inspirando generaciones. Su hazaña, eje de la Fórmula 1, es analizada desde todos los frentes. En el paddock es la leyenda que mayor consenso genera. Plataformas como Netflix retratan su historia en nuevas producciones. La familia de Ayrton, con una marca registrada, busca hacer lo propio sobre su estimado ‘Beco’ con diversas muestras en Brasil. Y los fanáticos, quienes lo vieron correr y los que han crecido escuchando sus anécdotas, persisten en el objetivo de comprender y mantener su insondable figura. Todos ellos lo enmarcan hoy en una frase que ha trascendido durante décadas: Senna, siempre.