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Lecturas Dominicales

El peligro inminente de una plaga de ratas en Nueva York

El artista Lucas Ospina, curador independiente y exdirector del Departamento de Arte de los Andes, hizo esta poderosa obra para Lecturas luego de devorar este inquietante episodio del libro de Mitchell.

El artista Lucas Ospina, curador independiente y exdirector del Departamento de Arte de los Andes, hizo esta poderosa obra para Lecturas luego de devorar este inquietante episodio del libro de Mitchell.

Foto:Lucas Ospina

Joseph Mitchell vuelve a las librerías con 'El fondo del puerto'. Fragmento.

joseph mitchell
Las palabras de Joseph Mitchell, autor de El secreto de Joe Gould, uno de los mejores libros de no ficción de todos los tiempos, vuelven a las librerías con El fondo del puerto, donde revela los secretos más extraños de Nueva York. Fragmento.

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'El fondo del puerto', es de Editorial Anagrama

'El fondo del puerto', es de Editorial Anagrama

Foto:archivo particular

En Nueva York, como en cualquier otra gran ciudad portuaria, abundan las ratas. Es frecuente tenerlas muy cerca sin darse uno ni cuenta. Hay muy pocos edificios residenciales de la ciudad que estén libres de ratas. Su población ha menguado enormemente en los últimos veinticinco años, pero aún quedan millones: según las autoridades competentes, en Nueva York hay una rata por cada habitante. La densidad de ratas en puertos y embarcaciones siempre se dispara en tiempos de guerra.
Durante el verano de 1940, cuando no había transcurrido aún ni un año desde el estallido de la guerra en Europa, se registró un aumento constante de las ratas que llegaban a Nueva York por vía marítima. Las ratas de muchos puertos extranjeros y sus pulgas pueden transmitir la peste, una enfermedad infecciosa verdaderamente atroz que adopta diversas formas. La más común es la peste bubónica o levantina, la famosa peste negra del medioevo.
Todos los barcos que llegan a Nueva York tras recalar en un puerto extranjero deben someterse a la inspección de rigor para determinar si hay ratas u otros indicios de plaga a bordo. Esta inspección corre a cargo del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, cuyos agentes salen a abordar los barcos desde el centro de cuarentena de Staten Island, situado a orillas de los Narrows. Cuando un barco está infestado de ratas, se fondea en alguna bahía, se evacúa a la tripulación y se fumigan las bodegas y camarotes con un gas tan venenoso que basta un par de inhalaciones para matar en el acto a una persona, y no digamos ya a una rata. En 1939, la media de ratas exterminadas en cada fumigación era de 12,4. En 1940 había ascendido a 21 y al cabo de dos años se situaba ya en 32,1 ratas muertas por fumigación. Para colmo de males, en 1943 se encontraron en el puerto ratas infectadas con la bacteria de la peste, la Pasteurella pestis, algo que no sucedía desde 1900. Llegaron en el Wyoming, un viejo vapor volandero francés procedente de Casablanca, donde se registran brotes interminables de peste negra desde hace siglos.
Joseph Mitchell fue uno de los grandes maestros del periodismo y la literatura de EE. UU.

Joseph Mitchell fue uno de los grandes maestros del periodismo y la literatura de EE. UU.

Foto:cortesía Anagrama

Las colonias de ratas más numerosas de la ciudad se encuentran en edificios deteriorados del puerto o sus alrededores, principalmente en bloques de apartamentos, mercados avícolas y de abastos, mataderos, almacenes, establos y garajes. Las ratas también pueden morar en lugares más insospechados. Los inspectores del departamento de salud han encontrado huellas de patas y colas en los sótanos de algunos de los mejores restaurantes de la ciudad. Hace apenas unas semanas, un equipo de exterminadores cazó en tres noches doscientas treinta y seis ratas en el sótano y subsótano de un antiguo y prestigioso hotel del centro de Manhattan.
Muchas ratas viven en los recovecos subterráneos del metro; a primera hora de la mañana, durante las largas pausas entre trenes, se encaraman a los andenes para hurgar entre los envoltorios de chocolatinas y las cáscaras de cacahuate. Sus huellas también son visibles bajo los bancos de varias terminales de ferri. En primavera y en verano montones de ejemplares de una especie en concreto, la rata parda, se afinan en las múltiples cámaras de unas madrigueras laberínticas que excavan en los solares y los parques. En Central Park viven en colonias inmensas de esta especie. Cuando llega el primer frío del invierno, las ratas pardas comienzan a salir en busca de sótanos caldeados. En las noches de otoño pueden verse a veces montones de ellas corriendo en tropel por los bulevares y los senderos transversales del parque hacia la Quinta Avenida o Central Park West. En octubre y noviembre, las empresas de exterminio no dan abasto para atender a todos los porteros desesperados que llaman desde los viejos bloques residenciales de las calles y avenidas que lindan con el parque; los edificios nuevos dan menos problemas porque se construyeron a prueba de ratas.
En ciertos callejones del distrito de Broadway las ratas asoman casi a diario, en parejas o tríos, hacia las 4:30 de la madrugada. A esa hora unos camiones con aspecto de gabarras pasan por ahí a recoger los desperdicios de los restaurantes, clubes y hogares de Manhattan, que luego se venden a las granjas de cerdos y las fábricas de jabón de Nueva Jersey. En cuanto los camiones terminan su recogida, y siempre que no haya peatones a la vista, las ratas salen en busca de los desperdicios que han caído. Es como si se materializaran de la nada.
Las ratas neoyorquinas son más ingeniosas que las de campo. De hecho, en materia de astucia podrían batir a cualquier ser humano que no esté familiarizado con sus hábitos. A pesar de ello viven en un estado casi constante de extrema ansiedad: las ratas negras tienen miedo de las pardas y ambas les tienen pavor a los seres humanos. Cuando no están a salvo en su madriguera, suelen hallarse al borde de la histeria. Son capaces de morder a un bebé –alguna vez han matado a uno a dentelladas– o a un adulto dormido, pero por lo general huyen de la gente. Cuando se ven acorraladas o sorprendidas infraganti, atacan. Luchan con fiereza y a ciegas, como perros rabiosos, enseñando los dientes, brincando de aquí para allá, gruñendo, mordiendo y arañando a diestro y siniestro. Si se ve perdida, una rata negra adulta es capaz de dar un salto de un metro de largo y setenta centímetros de alto; y la rata parda es casi igual de ágil. Los bomberos les tienen terror.
Cuando se declara un incendio en una chatarrería o un viejo almacén, uno de los peligros más temibles son las ratas enloquecidas. Apalearlas no es recomendable; pueden correr en equilibrio por un bastón o el palo de una escoba e infligir mordeduras y tajos profundos en las manos de sus agresores. Hará cosa de un mes, frente a una escuela de equitación del West Side, un mozo de cuadra trató de matar una rata con una fregona a plena luz del día y en mitad de la calle; la rata se encaramó al palo de la fregona y le arrancó al chico el pulgar de la mano izquierda. Lo inusitado del caso es que la rata estuviera buscando alimento de día y a la vista de todo el mundo. En general, las ratas de Nueva York son criaturas nocturnas.
Trotan por las calles de muchos barrios, pero solo después del anochecer. Se mueven sigilosas como espectros por las faldas de los edificios o por las alcantarillas, escudriñando a un lado y otro, o olisqueándolo todo y temblando de excitación, siempre atentas a lo que sucede alrededor. Son menos cautas durante las dos o tres horas que preceden al amanecer y quienes se cruzan con ellas más a menudo son los lecheros, los serenos, las criadas, los policías y otras personas que suelen andar por la calle a esas horas. Rara es la vez que el ciudadano medio ve una rata. Cuando eso sucede, la experiencia es inquietante.
Cualquiera que se haya topado con una rata en la lúgubre madrugada de Manhattan y la haya visto salir disparada, las garras raspando contra el asfalto, comprenderá perfectamente porque este animal es desde hace siglos la imagen del Judas, del soplón y de todo lo que hay de desalmado en el hombre. Muchos exterminadores veteranos confiesan que aún no son capaces de guardar la calma en presencia de una rata. “Llevo 31 años en el negocio y habré visto 50.000, pero sigo sin acostumbrarme a esa facha que tienen”, admitía hace poco un exterminador entrado en años. “Cada vez que veo una me da un vuelco el corazón y se me aflojan los intestinos”. En los centros de desintoxicación, las ratas son el animal que aparece con mayor frecuencia en las alucinaciones visuales de los pacientes con delirium tremens. De hecho, en estos centros suele aludirse a esa clase de síndrome de abstinencia con la expresión de ‘ver la rata’.

Si una sola rata apestada llegara a Nueva York a bordo de un barco (...), las consecuencias serían más bien funestas, por no decir catastróficas

En Nueva York coexisten tres tipos de ratas: la parda o Rattus norvegicus, también conocida como rata doméstica, gris, de alcantarilla o de Noruega; la negra o Rattus rattus, también llamada rata de barco o común; y la rata Alejandrina o Rattus rattus alexandrinus, llamada a veces rata de tejado o egipcia que es una variedad de rata negra. Por cada cien ratas exterminadas en Nueva York en años recientes, 90 son pardas, nueve son negras y una es Alejandrina. La rata parda es agresiva con las otras dos especies y suele arremeter contra ellas en cuanto las ve. Puede matarlas de un mordisco en la garganta o arañazos y, si tiene hambre, se las comerá.
Cada una de estas especies se distingue por su conducta y ciertos rasgos morfológicos, pero son igualmente destructivas y difíciles de erradicar. Todas están dotadas de una capacidad reproductiva monstruosa y cargan con multitud de pulgas capaces de transmitir enfermedades espantosas. Aparte de la peste, las ratas son portadoras habituales de enfermedades como la leptospirosis, la espiril, la triquinosis, la tularemia y una variedad de tifus llamada enfermedad de Brill, muy común en algunos puertos sureños infestados de ratas. La peste es la peor de todas. Entre los seres humanos se transmite por la picadura de una pulga que haya elevado la sangre de una rata infectada y tarda entre dos y cinco días en manifestarse, cosa que suele suceder de forma repentina. Síntomas habituales son el agotamiento, la confusión mental y unas pústulas negras muy dolorosas en las glándulas linfáticas de las ingles y axilas: los bubones o landres. La tasa de mortalidad de la peste es altísima.
Todas las ratas de Nueva York tienen pulgas de la especie Xenopsylla cheopis, que es el agente infeccioso más común de la peste. Muchos estudios sobre la propagación urbana de la cheopis se deben al señor Benjamín E. Holsendorf, asesor del Departamento de Salud. Holsendorf, un anciano oriundo de Virginia que se jubiló hace unos años de su puesto de auxiliar farmacológico del Servicio de Salud Pública, es una autoridad internacional en el sellado a prueba de ratas de barcos y edificios. Hace poco supervisó la captura de varios millares de ratas entre la calle treinta y tres y la orilla sur de Manhattan y dictaminó que cada una de ellas portaba una media de ocho pulgas cheopis. “Unas tenían tres pulgas, otras quince y alguna había que cargaba con cuarenta”, dice. “Encontramos una rata vieja que tenía cientos de pulgas. Cuando trataba de rascarse se caía redonda, porque le faltaba la pata posterior izquierda. Es probable que se le enganchara en alguna trampa y se la amputara ella misma con los incisivos. En cualquier caso, la media era de ocho pulgas por rata. Ninguna de las pulgas era portadora de la peste, claro. No me gusta generalizar sobre estos temas, pero le diré que si una sola rata apestada llegara a Nueva York a bordo de un barco y bajara a pasear por los muelles entre las ratas locales, aunque solo fuera por unas horas, las consecuencias serían más bien funestas, por no decir catastróficas”. 

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