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Lecturas Dominicales

¿Quiénes son los 'monstruos' de la ciencia? Oppenheimer, Thanos y la bomba atómica

Película Oppenheimer

Película Oppenheimer

Foto:

Un mirada a la física cuántica y cómo ha permeado la literatura y otras formas de arte.

Diego Felipe González Gómez
Es posible que en algún universo paralelo haya otro lector idéntico a usted. Que, además, esté leyendo el mismo artículo en este mismo instante. Que tenga su misma edad, sus mismos rasgos, que viva en la misma ciudad, pero que por una pequeña decisión, o por el azar, tenga una vida distinta. Puede que ese otro usted sea un asesino, puede que tenga más dinero o que esté a punto de morir. Y no, no es un delirio ni el escenario de un cuento de ciencia ficción. La teoría de los universos paralelos es una idea que hoy “está de moda en algunos círculos de filósofos y entre algunos físicos teóricos y cosmólogos”, como lo afirma el físico italiano Carlo Rovelli en su libro Helgoland.

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La física cuántica, más allá de los debates científicos, está transformando las ideas que tenemos sobre la vida, el mundo, la pintura, el cine y la literatura. Ideas que van desde la concepción del tiempo, la realidad, la materia y el espacio. Es tanta su influencia que, por ejemplo, ya hay académicos que están hablando de literatura cuántica, donde las máquinas del tiempo, los portales intergalácticos y las supercomputadoras parecen dejar de ser inventos de la imaginación para irse acercando a nuestra realidad.
Porque más allá de las fórmulas de grandes físicos como Einstein, Niels Bohr, Max Planck y Werner Heisenberg, el problema que plantea el gato de Schröndinger o –el de nuevo famoso– Robert Oppenheimer, el siniestro o heroico padre de la bomba atómica, esta nueva forma de comprender el mundo ha dado paso a una nueva forma de narrarlo. Libros como Exhalación, de Ted Chiang –uno de los grandes referentes de la ciencia ficción actual–, los relojes que se derriten de Salvador Dalí, los cuadros cubistas de Picasso, los superhéroes del Universo Marvel o películas de Christopher Nolan como Tenet e Interstellar son una muestra de ese cambio de paradigma o de ese cambio de lentes con los que miramos el mundo.
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Ant-Man and The Wasp: Quantumania

Ant-Man and The Wasp: Quantumania

Foto:Marvel Studios

La relación entre la ciencia y las artes, al contrario de lo que puede creerse, ha sido una relación de larga convivencia. Antes de la llegada de la Ilustración, en el siglo XVIII, un sabio era aquel que tenía conocimientos sobre literatura, matemáticas, que tocaba algún instrumento y escribía tratados científicos. De esa estirpe quedaron nombres como Alexander von Humboldt, Leonardo da Vinci o grandes pensadores de la Edad Media. 
La literatura sirvió de trinchera para contar lo que pasaba en la ciencia durante ese periodo. Libros como Frankenstein, escrito por Mary Shelley, en 1818, comenzaron a plantear, o por lo menos a interrogarse, cómo este nuevo saber científico estaba transformando no solo las tecnologías, sino también la propia idea de lo que entendíamos por humanidad. Ese monstruo que creó el doctor Víctor Frankenstein era el punto de partida para una nueva noción del mundo. Prometeo había vuelto a emerger, solo que esta vez robó el fuego desde lo que sería un arquetipo de los futuros laboratorios. Ya no era Dios el único capaz de crear la vida.
Portadas libros Lecturas

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Foto:Archivo EL TIEMPO

Correrían los años y la ciencia parecía un tren imparable. Su triunfo se juzgaba inminente y las preguntas que dejó en el aire la distopía de Mary Shelley parecían ser menores o irrelevantes frente a los avances que se veían y venían. Las industrias crecían, aparecían los carros y volar ya no era un sueño. Pero el siglo XX frenó todo este entusiasmo. La Primera Guerra Mundial sería el primer aviso de las consecuencias de un desarrollo científico desbocado. Y, por ejemplo, Fritz Haber, el creador de los fertilizantes químicos que salvaron al mundo de morir de hambre, fue el mismo inventor de los gases venenosos que se usarían durante este conflicto y luego en la Segunda Guerra Mundial en los campos de exterminio de los nazis, donde las víctimas morían con “los músculos agarrotados y la piel cubierta de manchas rojas y verdes, sangrando por los oídos, echando espuma por la boca, con los más jóvenes aplastando a los niños y los ancianos (…)”. Una historia que el escritor chileno Benjamín Labatut retomará junto a otras de científicos de dudosa moralidad en su libro Un verdor terrible, en el que al igual que Shelley buscará ver los límites que puede tener el conocimiento científico, ver hasta qué punto estos avances nos convertirán también en nuevos Faustos.
Es en este contexto donde volvemos a la física cuántica y, retomando las palabras de Carlo Rovelli, podríamos decir que “hubo un momento en el que la gramática del mundo parecía aclarada: en la raíz de todas las variadas formas de realidad parecían existir solo partículas de materia guiadas por pocas fuerzas. La humanidad podía creer que había levantado el velo de Maya, que había visto el fondo de la realidad. Pero no duró demasiado: muchos hechos no encajaban”. La destrucción y los propios números parecían estar seguros de que la forma en que entendíamos el mundo no era la correcta “hasta que en el verano de 1925, un joven alemán de veintitrés años –de nuevo es Rovelli el que habla aquí– fue a pasar unos días de inquieta soledad en una ventosa isla del mar del Norte: Helgoland, la Isla Sagrada. Allí, en la isla, encontró una idea que permitió dar cuenta de todos los hechos recalcitrantes y construir la estructura matemática de la mecánica cuántica, la ‘teoría de los cuantos’. Tal vez la revolución científica más grande de todos los tiempos. El joven se llamaba Werner Heisenberg”. Toda mitología necesita de profetas y de una historia de origen, y el origen de la física cuántica está en esos dos nombres: Helgoland y Heisenberg (no parece una casualidad que Oppenheimer –el clímax de esta historia física– haya vivido sus últimos años en la isla de Saint John en el Caribe).
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Al mismo tiempo que los debates sobre física se daban en universidades como la de Gotinga o en las de Copenhague, el arte seguía muy de cerca las discusiones que allí se daban o, por lo menos, también las reflejaba. Lo que grosso modo decían los físicos es que el tiempo había dejado de existir como lo conocíamos, que la idea de origen, nudo, desenlace no era más que una forma parcial de entender lo que ocurría. Durante esos mismos años personajes tan particulares como Marcel Proust escribirían libros como En busca del tiempo perdido que, como recoge el escritor Montero Glez en varios artículos, “si seguimos la teoría de Manuel García Viñó, podemos concretar que la primera novela cuántica que rompe con el planteamiento mecanicista la realiza Proust en tre 1908 y 1922. En busca del tiempo perdido nos habla de un tiempo ‘sin pasado ni futuro, que es el tiempo propio de la creación artística’”.
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Foto:Archivo EL TIEMPO

Pero no es solo la literatura la que empieza a destruir la concepción clásica del tiempo, también lo será la pintura. De nuevo citamos a Rovelli que cuenta cómo “el nombre ‘qbismo’, (una de las corrientes dentro de la teoría cuántica) por su homofonía, juega con el cubismo de Braque y Picasso, que se forma en Europa en los mismos años en que madura la teoría cuántica. Tanto el cubismo como la teoría cuántica se alejan de la idea de que el mundo sea representable de modo figurativo. Las pinturas cubistas a menudo superponen imágenes incompatibles de un objeto o una persona, representados desde diferentes puntos de vista. De manera similar, la teoría cuántica reconoce que medidas de diferentes propiedades de un mismo objeto físico pueden no ser conciliables”. Nolan retoma esos hilos en Oppenheimer y hay un momento iluminador del filme en la que el científico atómico tiene los ojos puestos en un retrato de Picasso.
Todos estos personajes, de una u otra forma, dejaron las discusiones teóricas y empezaron a ver cómo lo que sabían sobre física cuántica y el arte tenían que transformarse, pues acababa de estallar la Segunda Guerra Mundial. Mientras Heisenberg terminó reclutado por los nazis, Oppenheimer fue su contrapeso al otro lado del Atlántico. Los dos tenían una misión en común: construir un nuevo tipo de bomba, que luego sería la bomba atómica. Y la bomba atómica y todo lo relacionado con ella produjo un cambio en la forma de narrar nuestra historia.
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Portadas libros Lecturas

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Foto:Archivo EL TIEMPO

En un mundo que siempre necesita de los mitos, Robert Oppenheimer es la síntesis perfecta de las contradicciones que hay entre los avances tecnológicos, el conocimiento y el futuro de la especie humana. Es también la encarnación de lo que significan la ciencia y los científicos, esa especie de iluminados modernos. Y por eso tampoco es casualidad que en el retrato que hace Nolan de Oppenheimer haya alusiones claras a Picasso o a la obra de Marcel Proust, y que según la biografía escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer haya sido la lectura de En busca del tiempo perdido lo que hizo que el padre de la bomba atómica tuviera una revelación que lo salvó hasta del suicidio.
Spider-Man: A través del Spider-Verso

Spider-Man: A través del Spider-Verso

Foto:Sony Pictures

De ahí que –como lo dice el escritor canadiense Jean-François Chassay en su artículo Robert Oppenheimer y la ficción: de la realidad a la mitología– “el ‘padre de la bomba’ es el padre por excelencia de la era atómica. Oppenheimer simboliza el empoderamiento de los científicos en el mundo contemporáneo”. Porque si algo trajo el siglo XX –con las atrocidades de la Primera y la Segunda Guerra Mundial–, fue la sensación de que el mundo parecía no ser el mismo. Hubo un sentimiento de desconsuelo, de incertidumbre del cual libros como El mundo de ayer, de Stefan Zweig, dejaron constancia. Fue el tiempo en que muchos clamaron que armas como el gas sarín, los campos de concentración nazis o la propia bomba atómica nos conducirían al fin de la historia, al fin de la civilización.
Portadas libros Lecturas

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Foto:Archivo EL TIEMPO

Uno de los primeros en imaginar esta destrucción total y sus consecuencias fue George Orwell en 1984, donde creó un futuro en el cual el uso y el abuso de la bomba transformó por completo el curso de la historia; Orwell dividió el mundo en tres superpotencias en eterna guerra, su universo ofrece una amenaza constante de bombardeos y un Estado totalitario especializado en aplastar la cara de sus ciudadanos con botas militares. Era el fin de los tiempos y más tarde obras como Watchmen, la famosa novela gráfica de Alan Moore y Dave Gibbons, con un ambiguo Dr. Manhattan que se da el gusto de ganar la guerra de Vietnam, empezaron a transformarse en distopías donde las nociones del bien y el mal se trastocaron, y de los cuales encontramos herederos tan delirantes como los protagonistas de la serie animada Rick and Morty, donde el ‘héroe’ es un científico borracho que obliga a su nieto a acompañarlo a salvar a los muchos universos en que viven.
En el Universo Marvel, por ejemplo, se puede vislumbrar cómo toda la obra de Stan Lee y sus secuelas son una interpretación de la teoría cuántica. La reorganización y el equilibrio de los universos y villanos como Thanos, que, si me permito una pequeña interpretación, no es más que la personificación de las palabras de Oppenheimer luego de la explosión de Trinity, la primera prueba de la bomba atómica: “Ahora he devenido muerte, el destructor de mundos”. Thanos tiene una relación con el concepto y el mito de Tánatos, que nos habla sobre la atracción que tenemos frente a la muerte. Pero también héroes como Spider-Man, Ant-Man o el propio Iron Man son una muestra de las posibilidades de ese mundo cuántico y de los posibles mundos o universos paralelos. No por nada al propio Oppenheimer ya lo comparaban con un superhéroe o como lo reseñó la revista Life: “Los físicos ahora parecen llevar la capa de Superman”.
Marvel, DC Comics –amén de la multipremiada Todo en todas partes al mismo tiempo– y Nolan son otros de los grandes exponentes de la física cuántica. Tenet, con sus luces que indican diferentes tiempos, o Interstellar son muestras de cómo el cine ha tratado de interpretar esta nueva concepción del mundo en el que habitamos. Es por eso por lo que una película como Oppenheimer viene a dar un contexto histórico sobre todo lo que se tuvo que desarrollar para que pudiésemos imaginar futuros como los de Interstellar.
Si bien la misión es la misma, el Thanos de la película es uno que justifica su misión con una serie de ideales que considera correctos y que dan sustento a su accionar cueste lo que cueste, mientras que en los comics se trata de un personaje ciego por amor al que también se le conoce como el Titán Loco.

Si bien la misión es la misma, el Thanos de la película es uno que justifica su misión con una serie de ideales que considera correctos y que dan sustento a su accionar cueste lo que cueste, mientras que en los comics se trata de un personaje ciego por amor al que también se le conoce como el Titán Loco.

Foto:Marvel Studios

Uno de los escritores que han indagado más en la relación entre Nolan y su interpretación cuántica es Jorge Carrión, que, en su pódcast Solaris, habla sobre cómo el cine de Nolan no es solo una imagen del futuro, sino del propio presente; es la ilustración de cómo conceptos tan abstractos pueden entenderse mejor desde medios como el cine, siguiendo la estela de películas como Dr. Strangelove, del magistral Stanley Kubrick, que a diferencia de Nolan opta por la comedia y la sátira para hablar sobre las consecuencias de estas tecnologías cuánticas y pone a un vaquero chiflado en el lomo de una bomba atómica.También, desde hace algunos años, varios autores –que han sido encasillados como escritores de ciencia ficción– vienen creando obras que tratan sobre estos problemas cuánticos. Uno de los más importantes es el estadounidense Ted Chiang. Solo hablaré de su libro Exhalación, que recoge algunos de sus cuentos más importantes, entre ellos La ansiedad es el vértigo de la libertad y El comerciante y la puerta del alquimista, que recreando una historia de las Mil y una noches junta el relato clásico con los problemas de los mundos paralelos y la eterna pregunta de “qué hubiese pasado si…”. Y por supuesto habría que releer cuentos como Un sonido atronador, de Ray Bradbury, que en 1952, cuando lo publicó, ya hablaba de viajes en el tiempo, de los peligros de cruzarse con un yo paralelo de otra dimensión y las consecuencias políticas y morales que no eran más que un eco de las ideas cuánticas.
Obra Exhalación, de Ted Chang.

Obra Exhalación, de Ted Chang.

Foto:Archivo EL TIEMPO

En la obra del eterno Philip K. Dick hay varias tramas que, sin duda, vienen de la física cuántica. Él mismo creía vivirlas, en una conferencia en Metz (Francia) dijo unas misteriosas palabras que todavía suenan atronadoras: “Si te parece que este mundo es malo, tendrías que ver algunos de los otros”.
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Pero el impacto de la física cuántica no se ha limitado a la ficción (o a lo que suena a ciencia ficción) y a las variantes más inquietantes de los mundos paralelos; la bomba atómica fue real y sus consecuencias superaron la imaginación de sus propios creadores.
Todo en todas partes al mismo tiempo. Michelle Yeoh revela sus conocimientos de artes marciales y drama en este filme.

Todo en todas partes al mismo tiempo. Michelle Yeoh revela sus conocimientos de artes marciales y drama en este filme.

Foto:Diamond Films

Luego de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki quedó claro que éramos capaces de destruir por completo el mundo. Y los escritores no tuvieron que recurrir a la ficción para imaginar cómo podría ser el mundo luego de una bomba atómica. Obras como Hiroshima, de John Hersey, mostraron cómo el periodismo, o la no ficción, tuvo que encontrar nuevas formas para explicar ese nuevo tipo de capacidad de destrucción. No es casualidad que la tragedia de las bombas atómicas que cayeron sobre Japón fomentara una especie de periodismo que busca explicar ese nuevo mundo incomprensible a través de las víctimas.

Quedó claro que éramos capaces de destruir por completo el mundo. Y los escritores no tuvieron que recurrir a la ficción para imaginar cómo podría ser el mundo luego de una bomba atómica

Pocos hechos en la historia de la humanidad han tenido un seguimiento tan estricto como el de las bombas atómicas. El propio Hersey regresó a Hiroshima, años después de escribir su primer texto, para ver qué había pasado con las personas con las que habló. Algo similar hizo la escritora Susan Southard con su libro Nagasaki, la vida después de la guerra nuclear. Pero también fue un momento para que las propias víctimas o sus allegados trataran de explicar lo que les pasó. Una de las novelas más icónicas escritas por un japonés sobre el bombardeo de Hiroshima fue Lluvia negra, de Masuji Ibuse.
En la vida real, el 6 de agosto de 1945, Ibuse trabajaba para el ministerio de propaganda japonés y fue de los primeros que tuvieron que tratar de explicar lo que había pasado, aunque fuera obviando y omitiendo información. Su novela está hecha a partir de diarios y pequeños fragmentos de la memoria de sus personajes, al estilo de los libros de la premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich.
La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata, narra la historia de dos hermanos en la devastación del fin de la Segunda Guerra Mundial. Foto: Studio Ghibli

La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata, narra la historia de dos hermanos en la devastación del fin de la Segunda Guerra Mundial. Foto: Studio Ghibli

Foto:Studio Ghibli

Kenzaburo Oe, el gran premio Nobel japonés, regresaría años después para tratar de explicarse las consecuencias de la bomba en su país y en su cultura, y llegaría a sentirse culpable por escribir las historias de otros, los sobrevivientes de un holocausto nuclear. El argentino Tomás Eloy Martínez también iría años después a Hiroshima para ver qué fue lo que pasó. Con Hiroshima el periodismo se olvidó por un momento del presente y trató de explicarse el pasado.
Kenzaburo Oe.

Kenzaburo Oe.

Foto:FE/EPA/EVERETT KENNEDY BROWN

Al final, con la mecánica cuántica también llegó otra mecánica literaria. Así es que podemos decir que en este momento hay un otro usted, en otra dimensión que sigue con los ojos aquí. Puede que su yo de otro universo esté pensando en Picasso o imaginando La persistencia de la memoria, ese cuadro de Salvador Dalí donde el tiempo dejó de ser rígido, para convertirse en un queso que se derrite. Puede que otro usted entienda que Avengers, la película icónica de Marvel, al final habla sobre ciencia al mismo tiempo que golpes y superpoderes. Al final puede haber otro yo que esté mirando al techo y pensando si entendió algo o si –como diría Carlo Rovelli, imposible no volver a él– el tiempo ha dejado de existir. Lo bueno es que existen las películas, las series, el arte, los libros, las fórmulas matemáticas y la ciencia, ¡la ciencia!, para explicarnos si todo esto tiene o no sentido. L
POR DIEGO FELIPE GONZÁLEZ GÓMEZ

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