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Noticia

Venezuela

Escapé de Venezuela tras ser perseguido por el régimen y así empecé de nuevo en Colombia

Gabriel

Gabriel

Foto:Cortesía de Gabriel Guevara

Gabriel Arturo Guevara cuenta el drama que vivió con sus amigos tras ser parte de las ‘guarimbas’ en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Ahora es un maestro del body piercing.

Ivy Larrarte Alarcón
Nací el 25 de octubre de 1999, el mismo año cuando Hugo Chávez subió al poder. Desde pequeño me vi rodeado por la política, escuchando las discusiones de mis padres en la sala, las transmisiones de radio, las noticias en televisión. Era un tema inevitable que permeó mi realidad.

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Recuerdo pocas cosas de mi primera infancia, pero tengo la vívida memoria de llorar desconsoladamente en 2006 cuando el entonces presidente ganó la reelección. Era solo un niño, pero incluso yo sabía lo que eso significaba para Venezuela.
Mi nombre es Gabriel Arturo Guevara Sánchez y soy de un pueblito cercano a la capital de Caracas. Mi familia siempre fue un poco disfuncional, había ideales demasiado distintos dentro de nuestro núcleo. Por un lado, tenía parientes prácticamente millonarios y, en contraste, mi ascendencia materna era supremamente humilde.
Cuando tenía 6 años, mis padres, mi hermana y yo nos tuvimos que mudar. Así fue como llegué a vivir en el sector de Barrancas parte alta, una loma que quedaba a 5 minutos de San Cristóbal. Todas las casas de ahí eran invasiones, incluso había un río separándonos de la ciudad principal.
Gabriel cambió de hogar a una corta edad.

Gabriel cambió de hogar a una corta edad.

Foto:iStock / Getty Images

El nuevo lugar estaba ubicado cerca de la frontera. Este era uno de los factores que lo hacía ser un área tan peligrosa. Me acostumbré a caminar prevenido, a desconfiar de todo y a escuchar disparos al menos una vez a la semana.
En una ocasión tuve que tirarme al piso para protegerme de la balacera que desde dos camionetas le soltaron a la casa del frente. Aunque no lo vi con mis propios ojos, sé que el ataque se hizo con ametralladoras. Esa noche alguien cortó la luz del barrio, se escucharon automóviles grandes, sonidos de armas de alto calibre cargando y después el estruendo.
Esperar a que parara el sonido de sus crueles disparos fue el minuto más eterno que he tenido que soportar. Con los brazos sobre mi cabeza y los ojos cerrados, rogué que ninguna bala perdida lastimara a mis seres queridos o a las pobres perritas.
Después del terror, supimos que los vecinos habían sido asesinados. Cuando sucedían cosas así no se hablaba más de eso. Nunca me enteré de quiénes eran ni por qué los habían mandado a matar, solo sabía que en ese sitio a uno le podía pasar cualquier cosa.
En ese entonces contaba con la protección de mi familia. A pesar del riesgo constante, estaba relativamente seguro gracias a ellos. Prácticamente no salía y, cuando necesitaba ir al colegio, me llevaban de puerta a puerta. Al menos así fue hasta que supieron que soy gay.
La población LGTBIQ+ ha sufrido discriminación de sus propias familias.

La población LGTBIQ+ ha sufrido discriminación de sus propias familias.

Foto:iStock

Descubrí mi sexualidad cuando tenía 12 años. Fue liberador, pero al mismo tiempo significó un gran peso debido a mi entorno. En ese momento estudiaba en un colegio religioso, con estudiantes y docentes supremamente creyentes, quienes no aprobaban ni respetaban mi orientación.
Mis padres eran la misma historia. Cuando los directivos los llamaron para informarles que su hijo era homosexual decidieron sacarme de la casa. Ese mismo día, al regresar de mi jornada, encontré una bolsa de basura afuera de mi supuesto hogar con mis pertenencias dentro. Me dijeron que me fuera, que ellos no tenían que criar a alguien como yo, que ya no era su hijo.
Para aquella época, yo hacía parte del Sistema de Orquestas. Tocaba cuatro y mandolina en el grupo infantil, allí mejoré rápidamente a tal punto que mis profesores me ascendieron a la orquesta juvenil con solo 11 años. Era un orgullo, pues el requisito de edad para ingresar era tener 16.
Tan solo un año después de estar ahí logré convertirme en profesor de cuatro, siendo el docente más joven en toda la agrupación musical. No ganaba mucho, pero me alcanzaba para costear mi permanencia en la organización. Sin embargo, a raíz de mi situación doméstica y otros problemas, tuve que abandonar mi sueño por la música.
Gabriel tuvo que pasar noches en la calle.

Gabriel tuvo que pasar noches en la calle.

Foto:iStock

Durante ese tiempo, me tocó encontrar la forma de sobrevivir. Le pedía a amigos que me dieran posada e iba de casa en casa, agradecido por la generosidad de quienes me ofrecían un plato de comida y un espacio seguro por unos días.
Aún así, llegué a pasar temporadas en la calle, sin tener idea de qué hacer o a dónde ir. Era solo un niño, perdido en la incertidumbre y abandonado a su suerte. Eso, acompañado de mis malas decisiones, me llevó al consumo de drogas.
Desde entonces empecé a trabajar en cualquier cosa para mantenerme a mí mismo, buscando ingresos de varias formas. En ciertas ocasiones, hasta llegué a trabajar para mis propios padres, ofreciéndoles una mano de obra barata en sus labores de paisajismo, vitralismo y construcción.

La política te cambia la vida

En 2013 cuando falleció Chávez, el vicepresidente Nicolás Maduro quedó como presidente interino. Ese mismo año se presentó como candidato y según el Consejo Electoral fue el ganador de las elecciones.
En ese entonces tenía mucho patriotismo por mi nación. Me parecía heroico el levantamiento que tuvimos en contra de España en épocas coloniales. Admiraba cómo habíamos llegado a ser uno de los países más adelantados de Latinoamérica por un tiempo y quería mantener eso vivo.
Sabía que las culturas se pierden cuando la gente no lucha y estaba viendo cómo pasaba exactamente eso frente a mis ojos. Por ello, me uní a los movimientos sociales contra el régimen. Lleno de determinación y el cinismo característico de alguien que no tiene nada más que perder.
Manifestaciones en Venezuela.

Manifestaciones en Venezuela.

Foto:Observatorio Venezolano de Conflictividad Social

La política nos robó la infancia. El país estaba pasando un momento muy fuerte en el momento en que nacimos.

Recuerdo que, para entonces, la indignación nacional se sentía en cualquier sitio a donde uno iba. Muchos no querían ese gobierno. Sentía que los ciudadanos siempre estaban tristes, deprimidos, molestos. Fue entonces cuando comenzó uno de los más grandes éxodos de venezolanos. Cuatro años después 2,3 millones personas habrían huido de la situación, según estadísticas de las Naciones Unidas.
En el 2014 comenzaron las protestas, a lo que nosotros le decíamos las 'guarimbas'. Estos movimientos sociales sacudieron el país y comenzaron una nueva época de enfrentamientos entre civiles y el Estado.
Después, cuando bajó la marea y las manifestaciones fueron mermando, empezó otra amenaza para los activistas que seguíamos con vida. Nos empezaron a perseguir por miedo a un futuro levantamiento. Nos convertimos en las cenizas que el gobierno se empeñó en pisotear.
"Colectivo de la paz" le pusieron. Según un reporte de la Unidad Investigativa de Venezuela de InSight Crime, así se llamaba el grupo de personas que estaba detrás de la persecución de activistas que representaban una amenaza para el gobierno. 
Peligro por manifestarse.

Peligro por manifestarse.

Foto:Observatorio Venezolano de Conflictividad Social

En diferentes momentos tuve que escapar de sus balas. Corría por las calles de San Cristóbal, con el corazón en la garganta, consciente de que cada una de las motos que venían detrás tenían un solo propósito: matarnos.
Fue una época de mucha violencia, de pérdidas, de desesperanza. Varios conocidos y amigos míos fueron asesinados o desaparecieron. Éramos menores de edad, estudiantes peleando, pero nada de eso parecía importarles. Esas injusticias me quedaron marcadas a punta de dolor y rabia.
Ser perseguido cuando te deberían garantizar derechos y seguridad es desconcertante, aterrador. No había dónde refugiarse, no había manos que garantizaran ayuda.
Sin embargo, nosotros continuamos la lucha, lo intentamos. Sabíamos que si dejábamos que nos ganara el miedo, el régimen seguía en pie. Es una lástima que los sacrificios que hicimos no fueran suficientes. Pero puedo salir con la frente en alto y decir que hice lo que pude.
Manifestaciones llevaron a asesinatos de activistas.

Manifestaciones llevaron a asesinatos de activistas.

Foto:Observatorio Venezolano de Conflictividad Social

Así fue hasta que un día mis amigos y yo vimos una "X" pintada en la fachada de la casa de uno de nuestros integrantes. Para ese punto éramos un grupito como de cuatro personas quienes quedábamos. Sí nos pareció un poco raro ver ese graffiti allí, pero lo ignoramos. Justamente, queríamos relajarnos y fuimos a jugar videojuegos donde otro amigo quien tenía una consola.
Durante la madrugada seguíamos juntos, riéndonos y compartiendo tranquilamente frente al televisor. Entonces, nuestro compañero recibió una llamada alarmante: "Le cayeron tiros a la casa". 
Fuimos de inmediato y, efectivamente, la vivienda estaba destrozada. Las ventanas completamente rotas, el suelo cubierto de cristales, las paredes llenas de agujeros, con el aroma de pólvora colmando el ambiente.
Un tiempo después, en 2017, mi mejor amigo y yo llegamos a la casa donde vivíamos juntos y la vimos otra vez. La misma "X" negra, solo que esta vez sobre nuestro hogar. Era prácticamente una sentencia de muerte. Sabíamos que no se podía poner un pie ahí nunca más. 

Un nuevo comienzo en Colombia

El peligro en Venezuela era real. El miedo a que sucediera algo en cualquier instante me llevó a despedirme de la persona más especial para mí: Led. Él era mi novio a distancia, quien vivía en Colombia. "Bueno amor, si pasa algo te quiero mucho", las palabras se sentían diminutas en comparación a mis sentimientos.
Los expertos recomiendan revisar el estado del clima antes de salir de viaje.

Colombia fue el destino de miles venezolanos.

Foto:iStock

En ese instante sentí el peso de mi pasado, de las decisiones que tomé y las que me arrebataron de las manos. El esfuerzo que había invertido, las lágrimas que tuve que contener, las drogas que metí, el frío de la calle. 
En medio de todas estas situaciones estaba el profundo amor que guardaba por mi pareja: el hombre que me ayudó a entender lo que en verdad significaba ser querido incondicionalmente.
"Te vienes ya para Colombia", me dijo. Para mí eso no era una posibilidad que pudiera considerar. No tenía dinero, permiso ni tampoco pruebas como para pedir asilo político. A raíz de ello, él le contó la gravedad de mi situación a su familia y en cuestión de días habían arreglado las cosas para mi viaje a su país.
En aquella época tenía sólo 17 años y, repentinamente, me adentré en el cambio más grande de mi vida. Realmente no dimensioné el impacto de lo que estaba a punto de experimentar: llegaría a Colombia, un territorio completamente desconocido, donde no tenía a nadie aparte de Led y sus familiares.
Al día siguiente de entrar a Colombia, comencé a trabajar en el local de la familia “Anubis”. Era una prioridad para mí poder aportar y apoyarlos. Pues aprendí desde chiquitico que uno tiene que darle valor a su tiempo, para poder ganarse la vida, ganarse el descanso, la comida y lo demás.
Anubis Dark House Tattoo, Ibagué.

Anubis Dark House Tattoo, Ibagué.

Foto:@vivianubisbodypiercing2

Fue complicada la adaptación, al comienzo teníamos bastantes choques. Al fin y al cabo, tener a los suegros como jefes no es tan sencillo y menos si hay una barrera cultural de por medio. Aún así, ellos me acogieron completamente.
Me convertí en su aprendiz y fue así como llegué a ser artista de body piercing y modificaciones corporales. Inicié con la escuela de Old School, una práctica tradicional y un tanto rudimentaria que se aplicaba en esa época.
Desde entonces he perfeccionado mi técnica, gracias a las enseñanzas recibidas, los años de práctica y el desarrollo dentro de la misma industria de la perforación. Descubrí que en países de primer mundo existían métodos más seguros y fui adaptando ciertos cambios a mi forma de trabajar.
Un nuevo espacio de trabajo.

Un nuevo espacio de trabajo.

Foto:@vivianubisbodypiercing2

Me empapé del tema, nutrí mi formación académica al respecto y logré especializar mi trayectoria. Pasé de usar joyería de acero a exclusiva en titanio. Ahora, uso materiales de marca, certificados bajo protocolos internacionales.
Este camino laboral ha sido enriquecedor, especialmente por la oportunidad de realizar junto a mi novio, quien se dedica a lo mismo que yo. Gracias a ello, hemos podido tener un proceso de retroalimentación y crecimiento.
Gabriel

Gabriel Arturo Guevara Sánchez.

Foto:@vivianubisbodypiercing2

Finalmente, hoy puedo decir que soy maestro de freehand, y tengo una pupila bajo mi tutoría desde noviembre de 2023. Quiero seguir con este proceso y me gustaría ampliar los espacios de enseñanza para alcanzar a más personas. 
Para ello, me gustaría realizar seminarios gratuitos en Ibagué para compartir mis conocimientos sobre el body piercing e intervenciones estéticas de este tipo. Actualmente estoy en espera de una respuesta de la Secretaría de Salud para desarrollar mi propuesta. 
Agradezco inmensamente poder vivir aquí en Colombia, haciendo algo que amo junto a personas que considero mi familia. El contexto del cual tuve que escapar siempre será parte de mi historia, pero nunca permitiré que sea el factor que me defina como persona. 
Tengo una fuerza incansable y seguiré esforzándome por dejar una huella de avance y cambio a donde quiera quiera que vaya. 
REDACCIÓN DE  ÚLTIMAS NOTICIAS
IVY LARRARTE ALARCÓN

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