Bajo la sombra de los almendros

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Lo presencié en Cartagena hace un par de semanas: frente al Teatro Adolfo Mejía (una de las construcciones más emblemáticas de la ciudad) había unos almendros en proceso de convertirse en árboles frondosos, de esos que se ven en otras plazas del centro amurallado y que ofrecen sombra a los caminantes y refugio a muchos pájaros. Los vecinos los habían plantado y donado durante la pandemia y los cuidaban como se cuida a las más queridas de las posesiones: con esmero y dedicación. La sombra en Cartagena es un bien preciado. Es debajo de un palo de mango o de un almendro donde los amigos conversan, la gente descansa, se compone un vallenato, se declara un amor o los amantes se besan.

Los almendros de la plaza de La Merced fueron talados por orden de la alcaldía. Las autoridades afirmaron que los árboles estaban enfermos, ante las protestas de los residentes que aseguran que estaban sanos. En esos días se celebró un evento particular en el teatro, y los vecinos sospechan que los árboles fueron arrancados porque no armonizaban con la temática de la fiesta. Los reemplazaron por unas palmeras escuálidas y tristes, que nunca tendrán la presencia visual de los almendros, ni tampoco brindarán su sombra.

El 52 por ciento de los cartageneros está muy insatisfecho con la cantidad de árboles que hay en la ciudad, de acuerdo con la encuesta Cartagena Cómo Vamos. La tala debería ser el último recurso. Con el episodio de los almendros, la ciudad no solo pierde sombra, sino también un símbolo de su espíritu comunitario. Lo triste es ver la ceguera de las autoridades ante lo que verdaderamente fortalece y da vida a un pueblo: la unión de la gente en busca del bien común. Es ahí donde reside su potencial de crecimiento y desarrollo. Más allá del beneficio ambiental, los árboles eran un testimonio de cooperación comunitaria, un ejemplo de lo que cualquier alcalde debería promover.

X: @Diana_Pardo