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Opinión

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La Colombia sitiada

La otra Colombia regresó. O tal vez nunca dejó de existir.

Jineth Bedoya Lima
En septiembre del año 2001, la familia Blanco Peña salió de la región de El Pato, entre Huila y Caquetá, desplazada por la entonces guerrilla de las Farc.

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El padre y dos hijos del matrimonio afrontaron secuestro. Hernán Darío Velásquez, el sanguinario jefe de la columna ‘Teófilo Forero’, conocido como el ‘Paisa’, se encargó de plagiarlos, extorsionarlos y de asesinar a don Segundo Eliécer Blanco.
Sus parientes tuvieron que ir a recoger su cuerpo a San Juan de Losada, en el Meta. Estaba en avanzado estado de descomposición, y uno de los subalternos del guerrillero les informó que tenían 24 horas para irse de su finca y no regresar jamás.
Así lo hicieron. Empacaron en cajas las pertenecías más significativas y salieron en el jeep que don Segundo había comprado un año atrás. Aún lo conservan, guardado en el garaje.
Tras la firma del acuerdo de paz en el gobierno de Juan Manuel Santos, 16 años después, decidieron regresar para hacer el proceso de recuperación de sus tierras. Se instalaron en una finca vecina, como invitados, y recorrieron con profundo dolor lo que era su hogar, su patrimonio y su futuro fallido.
Procesaron el perdón y decidieron darle una oportunidad a la esperanza. Regresaron. Fue a mediados de marzo del 2018.
Entonces, los nietos de don Segundo propusieron que, para acabar de cerrar las heridas, apoyaran uno de los proyectos sociales de un grupo de desmovilizados de la misma columna subversiva que les arrebató a su abuelo.

La ‘Segunda Marquetalia’ ha censado a campesinos, agricultores y comerciantes de varias veredas de la región. Hay lugares donde no se puede acceder sin el permiso de ellos. 

La familia estuvo de acuerdo. Empezaron de cero, pero con ilusión. El paso de los meses parecía traer una transformación real de la región, ya sin combates, extorsiones, bombardeos y secuestros.
Pero el sueño duró poco. Los firmantes de paz empezaron a ser asesinados. Uno de ellos hacía parte del proyecto que los Blanco Peña apoyaban. La pesadilla revivió. A finales del 2021, pasada la pandemia que soportaron casi que encarcelados en su finca, por temor al contagio y al acecho de unos ‘extraños’, un panfleto abrió la tierra a sus pies.
La misiva, con los logos de las antiguas Farc y una foto borrosa, como fotocopiada, del otrora integrante del secretariado ‘Iván Márquez’, les anunciaba el inicio del cobro de una “cuota solidaria” de dos millones de pesos mensuales y el apoyo logístico con reses. El papel tenía dos firmas al final: Segunda Marquetalia y Columna Móvil Teófilo Forero.
Ni siquiera hubo reunión para definir qué iban a hacer. Como en el 2001, dos décadas después, salieron huyendo despojados, con miedo y con la frustración del fracaso en su proceso de perdón.
Ahora están en una ciudad, recomponiendo el presente sin poderse desamarrar del pasado. Hace cuatro semanas enviaron a un amigo para revisar el estado de las tierras que les costó tanto recuperar.
El emisario ni siquiera pudo tomar la carretera que lleva a la zona. Unos kilómetros más allá de San Vicente del Caguán fue detenido por cuatro hombres que se movilizaban en moto. Le pidieron el carné de circulación, y al no tenerlo por poco es retenido.
Así es. El carné de circulación. Porque la ‘Segunda Marquetalia’ ha censado a campesinos, agricultores y comerciantes de varias veredas de la región. Hay lugares donde no se puede acceder sin el permiso de ellos. De por sí, la semana pasada, un grupo de derechos humanos tuvo que permanecer en San Vicente del Caguán a la espera de la autorización para moverse a La Tunia.
La negativa fue rotunda.
Esta es solo una de las decenas de lugares que se encuentran literalmente sitiados en el país por las disidencias de las Farc Ep. A finales de los años 90 el secretariado de esta guerrilla declaró, tras la octava conferencia del grupo, la creación de ‘la otra Colombia es posible’. Su centro base estaba en un triángulo geográfico de Guaviare y Caquetá. Ellos, los subversivos, eran la ley, la autoridad y el gobierno.
La otra Colombia regresó. O tal vez nunca dejó de existir. Las extorsiones y los desplazamientos silenciosos, como el de la familia Blanco Peña, también regresaron.
Jineth Bedoya Lima
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