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Opinión

Columnistas

La generación de los años cuarenta

El interés fue siempre contribuir a la modernización del país y al logro de una sociedad igualitaria.

Carlos Caballero Argáez
La renuncia del presidente Biden a la candidatura del Partido Demócrata después del desastroso debate del 27 de junio con Donald Trump ha dado lugar a innumerables comentarios sobre la generación que vino al mundo durante y después de la Segunda Guerra Mundial. La de los baby boomers: los nacidos en los años cuarenta del siglo XX.

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Biden y Trump nacieron en esos años, uno en 1942 y otro en 1946. Forman parte del grupo mayor de 65 años que, en 2020, sumaba 56 millones de personas, el 17 % de la población gringa. Su influencia en la política estadounidense es enorme, no solo por su tamaño sino por su afiliación partidista.
Esta generación formó sus ideas durante treinta años en los cuales la economía creció a un ritmo promedio anual cercano al 4 %. En los turbulentos años sesenta irrumpieron la violencia política, la guerra de Vietnam y la protesta de los jóvenes en Estados Unidos. Al mismo tiempo, los avances científicos generaron profundos cambios sociales y culturales: al aparecer la píldora anticonceptiva y la entrada de las mujeres a las universidades y en la fuerza de trabajo.

Nos impregnamos del espíritu renovador de la administración de Carlos Lleras Restrepo. Los rebeldes, los que no creían que los cambios pudieran lograrse dentro del “sistema”, se fueron a las guerrillas.

La bonanza de la posguerra terminó en los años setenta con la crisis del petróleo, la inflación y el estancamiento de los salarios. La economía no era la misma de antes, y los baby boomers ya no eran ni jóvenes ni idealistas. Como escribe Michael Ignatieff en un ensayo reciente, “cuando éramos jóvenes, en la década de 1960, muchos de nosotros condenamos el ‘sistema’, aunque la mayoría éramos sus beneficiarios. Conforme fuimos envejeciendo, nos deshicimos de las excusas abstractas e ideológicas. Los que fracasaron, los que se cayeron de la escalera y resbalaron hacia abajo, asumieron la culpa, mientras que los que tuvimos la suerte de tener éxito pensamos que nos lo habíamos ganado” (La historia de mis privilegios, Letras Libres, México, 1.º de julio de 2024). La verdad es que los exitosos se hicieron ricos y aumentaron espectacularmente sus patrimonios.
* * * *
Los colombianos que nacimos en los años cuarenta recorrimos una trayectoria muy distinta. Nuestra infancia transcurrió en medio de la violencia partidista y la inestabilidad de la economía. Pero en los años sesenta muchos tuvimos el privilegio de una educación universitaria de calidad y de acceder a las becas para hacer estudios de posgrado en el exterior. El interés fue siempre contribuir a la modernización del país y al logro de una sociedad igualitaria. Y regresar a Colombia. Nos impregnamos del espíritu renovador de la administración de Carlos Lleras Restrepo. Los rebeldes, los que no creían que los cambios pudieran lograrse dentro del “sistema”, se fueron a las guerrillas.
Los grandes tecnócratas de los años sesenta ya no están con nosotros. Ni Antonio Barrera, ni Guillermo Perry, ni Roberto Junguito ni Francisco Ortega, para citar solo algunos nombres. Y a principios de este mes se fue Miguel Urrutia. Por fortuna, Rodrigo Botero llegará en los próximos días a los 90 años, muy bien de salud mental y física. Y las mujeres continúan en plena actividad, como María Mercedes Cuéllar y Cecilia López. El presidente Gustavo Petro descalifica lo que hicieron. Comete un gran error. El objetivo de construir una mejor y más justa sociedad fue el que movió su paso por el sector público.
En nuestro caso, la generación de la posguerra ya fue relevada por las que han venido después, tanto en la política como en la economía. Ahora somos ‘espectadores’ y no ‘protagonistas’. Y la tecnocracia ha quedado en muy buenas cabezas, a juzgar por los muchos tecnócratas jóvenes, hombres y mujeres, que firmaron el aviso en EL TIEMPO en homenaje a Miguel Urrutia, el día de su funeral.
Carlos Caballero Argáez
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