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Las voladoras

Reivindicar la sororidad sobre la sospecha, la envidia y la rivalidad, más que una alternativa debería convertirse en un mandato.

Melba EscobarProfesora de escritura creativa, columni...

Se hablaba de herramientas de una oscura conspiración, de sirvientas de Lucifer, devoradoras de hombres, criaturas del averno, diablas, terroristas. Todas fueron acusadas de brujería, sometidas a suplicios, a la más extrema crueldad con la abierta participación de una Iglesia empeñada supuestamente en acabar con las almas impuras.

La investigadora Silvia Federicci mucho ha escrito y documentado la relación entre la quema masiva de mujeres tildadas de brujas en la hoguera –en ocasiones condenadas a la horca– y la expropiación de tierras. La mayoría de las sacrificadas eran pobres, indefensas, a menudo mayores. ¿Cómo entender que fuesen perseguidas y torturadas durante tres siglos? ¿Era acaso el poder que representaban lo que tanto temor causaba?

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Los registros históricos son elocuentes: en su gran mayoría, tantas que fueron condenadas a la pena capital eran herboristas, curanderas, sanadoras, conocedoras de la naturaleza y sus poderes. Construían fuertes lazos de cooperación y apoyo con sus semejantes, por cuenta de los cuales cuidaban las unas de las otras y se protegían. Hacían de parteras, pero también lavaban, cosían, cocinaban, sanaban a enfermos y sacaban sustento de estas actividades.
Detrás del mito popular de los gatos negros y poder volar encima de una escoba, claramente hay mucho más. Mucho tuvo que ver con el empoderamiento femenino, resultante de las realidades medievales en las cuales los hombres no abundaban por causa de tanta guerra y en donde madres y abuelas eran el tejido que cohesionaba a la sociedad, lo que les otorgada derechos. Así, en la Italia del siglo XIV una mujer podía ir a denunciar a su pareja por maltrato ante el juzgado. Pero doscientos años después, tras el cisma protestante, con un modelo de familia consolidado, y la autoridad masculina en el centro, la subordinación fue más evidente a las buenas o a las malas.
En la Inglaterra del siglo XVI, para minar las relaciones de cercanía y complicidad entre mujeres, se les ponía un bozal, “brida de cotilleo”, para contener su parloteo. Aquella expresión que originalmente en inglés significaba comadre, ‘godsib’, pasó a transformarse en lo que hoy en castellano se traduce como chisme: ‘gossip’. Y así, con un bozal para contener lo cantaletudas, parlanchinas, chismosas, gruñonas, regañonas y alborotadas, como se nos empezó a llamar entonces y se nos sigue llamando hoy. Entonces se nos prohibió descuidar las labores domésticas, visitar a la familia extendida o desatender al marido. La amistad femenina fue la gran sacrificada. La reunión entre mujeres cayó bajo sospecha. Una conversación entre varias pasó a ser considerada cizañera, maliciosa, pendenciera, además de frívola y desestructurada.
Federicci documenta con rigor la “coincidencia” entre quema de brujas y falta de control estatal sobre las tierras comunales que buscaban privatizarse. Estas hechiceras en realidad luchaban por los derechos colectivos y por la propiedad compartida. Pero esta visión no tenía cabida en un mundo que empezaba a construir las bases del que durante tanto tiempo creímos que era el único posible: ese donde la industria, el desarrollo y el manoseado progreso no dejan tiempo ni espacio para lo comunitario.
Sin desconocer los enormes avances que ha conquistado la mujer en los últimos siglos, las noticias de feminicidios siguen siendo diarias. En países como Zambia y Ghana siguen existiendo cacerías de brujas, y en países como Afganistán las niñas son casadas a la fuerza. Lo cierto es que hoy en día muchas vivimos los privilegios de las conquistas de las que nos precedieron. Podemos decidir sobre nuestros cuerpos y ver la maternidad como opción y no como mandato. Sin embargo, son demasiadas quienes aún no gozan de estas libertades. Reivindicar la sororidad sobre la sospecha, la envidia y la rivalidad, más que una alternativa debería convertirse en un mandato para que un día todas podamos permitirnos volar en libertad.
MELBA ESCOBAR
En X: @melbaes
Melba EscobarProfesora de escritura creativa, columni...
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