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Columnistas

Los primeros cuentos de García Márquez

En las primeras líneas de este relato se advierte la magia de su narrativa.

José Miguel Alzate

HAl cumplirse diez años del fallecimiento de Gabriel García Márquez es oportuno escribir sobre sus primeros cuentos. Como se sabe, ‘La tercera resignación’ fue el primer relato que nuestro Premio Nobel publicó en El Espectador. A este le siguieron una serie de cuentos que fueron bien recibidos por la crítica literaria, porque se advertía en ellos un gran talento para tejer historias creíbles. Tenía apenas veinte años de edad. Lo había llevado personalmente al periódico el martes de esa semana, atendiendo una sugerencia que le hicieron varios de sus amigos, que habían leído una invitación pública que el director del suplemento, Eduardo Zalamea Borda, había hecho para que los jóvenes que entonces trabajaban con la palabra, enviaran sus cuentos.

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‘La tercera resignación’ narra la historia de un hombre que muere de fiebre tifoidea cuando apenas tiene siete años de edad. Es un cuento con grandes influencias de Franz Kafka. Sobre todo porque en su argumento el personaje crece hasta los veinticinco años dentro de una caja mortuoria. En las primeras líneas de este relato se advierte la magia de su narrativa: “Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía; pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él”. Gonzalo Mallarino calificó este cuento como “una larga metáfora”. Y Heriberto Fiorillo dijo que era un cuento donde el tema de la muerte se hace obsesivo por ese narrador muerto vivo, que parece sacado de Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

Uno de los cuentos donde mejor se advierte ese trabajo de ingeniería que hace García Márquez cuando escribe un relato de connotaciones trágicas es ‘Nabo: el negro que hizo esperar a los ángeles’. Esta es la historia de un hombre de piel negra que es el encargado de cepillar los caballos en una finca. Pero también de entretener, tocando una ortofónica, a una niña idiota. Nabo acostumbra ir, los sábados por la noche, a la plaza del pueblo para escuchar a un saxofonista que entretiene a los presentes con la magia de su música. La tragedia del personaje se produce una mañana en que recibe en la frente la patada de un caballo. El fuerte golpe lo deja “atolondrado para el resto de su vida”. Sus amos lo encierran, atado de pies y manos, en una celda. Le pasan la comida por debajo de la puerta.

Nabo vive quince años encerrado como un animal. Hasta que un día sufre una transformación sorprendente: con una actitud de loco, rompe la puerta para salir corriendo en busca de la caballeriza donde pasó la mayor parte de su vida, antes de que fuera pateado por el animal. En su huida, después de romper varios espejos, encuentra a la niña idiota hecha ya una mujer. Al verlo, ella lo llama por su nombre, el único que en su vida aprendió a pronunciar. El negro se sorprende.

Entonces empieza a recordar el momento en que recibió la patada del caballo. Mientras recorre las calles, un día escucha una voz que lo llama. Reconoce en ella al saxofonista negro que escuchaba los sábados en la plaza. El hombre lo invita a hacer parte del coro. Sin embargo, Nabo no acepta la invitación.

Otro cuento de esa época, ‘Tubal-Caín forja una estrella’, es la historia de un hombre que busca desesperadamente librarse de la presencia inquietante de alguien al que llama “el otro”. Cuando se plantea la posibilidad de darse muerte para escapar de esta extraña presencia, vemos a un hombre vencido, desesperado y un poco paranoico. La presencia de la muerte es una constante en este cuento. Otros relatos, como ‘La otra costilla de la muerte’; ‘Diálogo del espejo’, ‘Amargura para tres sonámbulos’, ‘La mujer que llegaba a las seis’, ‘De cómo Natanael hace una visita’, ‘Alguien desordena estas rosas’, ‘La noche de los alcaravanes’ y ‘Un hombre viene bajo la lluvia’, nos muestran a un escritor que se está formando en lecturas exigentes, porque entre cuento y cuento, hay mucha superación técnica.

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Nabo vive quince años encerrado como un animal. Hasta que un día sufre una transformación sorprendente: con una actitud de loco, rompe la puerta para salir corriendo en busca de la caballeriza donde pasó la mayor parte de su vida.

Mario Vargas Llosa dijo en Historia de un deicidio que estos relatos constituían la prehistoria de un estilo. Esos cuentos tienen la unidad y la tensión que el propio García Márquez reconoció haber encontrado cuando leyó Edipo Rey, de Sófocles. Dasso Saldívar afirma en El viaje a la semilla que cinco meses antes de que El Espectador publicara su primer cuento, el escritor mandó a El Tiempo un relato titulado ‘El cuento del fauno en el tranvía’, que nunca fue publicado. Agrega que el original se quemó en el incendio que consumió la pensión de la calle Florián, donde vivía el autor, durante los sucesos de El Bogotazo. Este cuento tiene una historia muy especial. Fue producto de una pesadilla que tuvo García Márquez. Pesadilla que, en su concepto, tuvo una expresión real.

La historia ocurrió así: como lo hacía todos los domingos, el entonces estudiante de derecho en la Universidad Nacional se montó en el tranvía, “en un asiento al fondo del vagón para leer desde la mañana hasta el anochecer”. De pronto, en la estación de Chapinero, vio cuando un fauno se subió al tranvía. Vestía un traje negro formal. “Parecía un señor canciller que regresara de un funeral”, escribió García Márquez en un artículo publicado en El País, de España, 34 años después. Pensó que se trataba de “uno de los tantos hombres disfrazados que cada fin de semana entraban en los parques de niños a vender baratijas”. El extraño se bajó del tranvía antes de la calle 26. Asombrado, el novelista se dio cuenta que de esa visión podía escribir una historia. Y así lo hizo.

Al lunes siguiente le pidió prestada a Domingo Manuel Vega, un estudiante de medicina que compartía con él un cuarto en la casona de la Calle Florián, la máquina de escribir. Y se sentó a escribirlo. Orlando Oliveros cuenta que “durante varios días mantuvo el borrador bajo su almohada y le hizo correcciones a la hora de dormir”. Cuando sintió que el cuento estaba completo, se lo envió a Jaime Posada, director de Lecturas Dominicales de EL TIEMPO. Guardaba confianza en que sería publicado. Sin embargo, no se desilusionó por no haber visto la luz en ese periódico. Pero fue premiado cuando, meses después, el 13 de septiembre de 1947, apareció publicado en El Espectador ‘La tercera resignación’. Un mes después, el 25 de octubre, el mismo periódico publicó ‘Eva está dentro de su gato’.
José Miguel Alzate
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