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Para quitarse el sombrero

A este paso terminaremos rezándole al sombrero de Pizarro y expulsando a Jesús.

Luis Noé OchoaSubeditor
Estamos locos, Lucas. Siente uno que el país sigue en obra negra, que no salen las cosas, que en este color de hormiga, el luto es color de moda, pero otras prendas cobran protagonismo.

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Esta semana el presidente Gustavo Petro dijo que el sombrero que usó el excomandante del M-19, Carlos Pizarro Leongómez, “hace parte del patrimonio cultural de la Nación por su representación de paz para Colombia”.
En medio de esta polarización y tanta cosa urgente, la propuesta causó polémica nacional. Muchos pensaron en si habría honores para la toalla de ‘Tirofijo’, aunque él no alcanzó a firmar la paz con las Farc. Le tocó al Ministerio de Cultura aclarar que ese reconocimiento se basaba en un valor simbólico y como representación de la paz y objeto de memoria, y no en su inclusión en el régimen de protección cultural.
Pero al tiempo que el aguadeño de Pizarro era elevado a los altares de la patria, paradójicamente un crucifijo que desde hace 25 años tuvo pared de honor en la Sala Plena de Corte Constitucional, luego de muchos debates, y de una tutela que camina, descendió de entre los vivos y fue entregado a la Arquidiócesis de Bogotá.
Y pensar que los presidentes se posesionan y juran a Dios y al pueblo cumplir con los mandatos. No es obligatorio tener una u otra fe. La fe es personal, como usar sombrero o no, como el color político. El crucifijo no molestaba, nunca dio declaraciones ni contó lo que la Corte discutía. Para los que creemos, seguramente iluminó a los magistrados. ¿Por qué este estilo de eliminar y de prohibir?
A ese paso terminaremos rezándole al sombrero de Pizarro y expulsando a Jesús. ¡Por Dios! Y eso que a lo mejor se va a necesitar una ayuda celestial para que la Corte estudie el trámite de la reforma pensional, que tiene el Cristo de espaldas, pues en la Cámara los que se cubren bajo el ala del sombrero del Presidente la pasaron penosamente sin debate. Es decir, sin cumplir con la misión para la que los elegimos.
Volviendo al sombrero, pensaba en unos famosos que a lo mejor sí merecerían ser símbolo cultural. ¿Recuerdan los de John Wayne, o el de Chaplin, o el de Harrison Ford en Indiana Jones? Y qué tal el de Jorge Velosa –como el que aparece en la portada de su gran libro Historia de mi cantar–, que representa a millones de campesinos laboriosos, corajudos, que luchan día a día, que son sacrificados y maltratados, pero persisten aun trabajando a pérdida para que no nos falte qué echar a la cucharita. Su esfuerzo es como para quitarse el sombrero... y que Dios les pague.
Para quitarse el sombrero los que viven con el Cristo en la boca en pueblos de Cauca y Valle, expuestos a un ‘Mordisco’ o a un dron de las disidencias, a trabajos forzados, carnetizados, extorsionados. Cúbralos con el sombrero del Estado, Presidente. Es urgente.
Para quitarse el sombrero ante los lecheros que persisten día a día. Petro candidato dijo en campaña que el litro de leche costaba 10.000 pesos. Ante el crucifijo le juro que recién ordeñada, pura, “sin preservativo”, como dijo una campesina, se la pagan hoy al campesino a 1.650, 1.700 pesos, por ahí. Y la que llega aquí, a la Casa de Nariño cuesta 6.000. Además, los acopios de Alpina y Alquería bajaron la cuota. No la reciben toda porque están “enlechados”. Es decir, al campesino que siembra y mantiene pasturas, que compra insumos caros, drogas veterinarias y da empleos es al que le sacan la leche. 
Yo, por pasión y apego al campo, tengo unas tres vaquitas, mi museo de l’ubre, La Pirinola, en honor a Velosa, o un par de hijas de la vaca Gando, en honor al Gobierno. Pero pienso en las 360.000 familias que madrugan todos los días al ordeño, chu-chu-chu, como dice Petro, y que pueden terminar poniendo el sombrero, sin que se lo declaren patrimonio cultural. Haga algo, Presidente.
LUIS NOÉ OCHOA
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Luis Noé OchoaSubeditor
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