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Pensar con el deseo

Trump será lo que sea, todo malo, sin duda. Pero como candidato, como producto electoral, es arrollador.

Juan Esteban Constaín
Lo que el mundo entero vio por televisión hace unas semanas en el debate entre Joe Biden y Donald Trump fue un espectáculo decadente y aterrador: sea cual sea el resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos en noviembre próximo, y si nada cambia, ese país, “el más poderoso del mundo”, como suele decirse, va a estar gobernado por alguien incapaz e inaceptable, aunque por razones muy distintas, eso sí.

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Trump es un orate y un megalómano: el caudillo de un proyecto político y cultural aberrante y fascistoide, como de mala comedia o de película de terror de bajo presupuesto, que logró llegar al poder en 2016 y que tiene todo a su favor para recuperarlo este año con catastróficas consecuencias no solo para los Estados Unidos sino para el mundo entero, más urgido que nunca de grandes líderes y estadistas de verdad.
Pero Biden es un anciano estragado por el tiempo y su implacable acción corrosiva: un pobre señor que a duras penas sabe dónde está y que ya casi no puede sostener una idea coherente, a veces ni siquiera una idea incoherente. Es un acto de perversidad (una vergüenza) someter a alguien tan importante en la vida política de su país en los últimos cincuenta años a semejante humillación.
El problema de Biden no es su edad sino su realidad, su evidente declive físico y mental. Trump es su contemporáneo pero está más entero que nunca, con su pelo de hojaldre y su acordeón invisible, su boca de modelo en sesión fotográfica, su piel luminosa, su cinismo rampante: parece treinta años más joven que todos. Ahora que lo pienso, el 94 % de mis amigos tienen esa edad y la mayoría fuman, bailan, beben (de pronto es eso) y están perfectos.
Biden no, y ese hecho va a resultar más relevante e influyente en estas elecciones que las mentiras y los exabruptos que Trump es capaz de difundir, con total desvergüenza, sin descanso ni excepción, cada segundo, como si le resultara imposible deslizar aunque sea una verdad a medias o una opinión sensata. Eso no importa: lo que los trumpistas adoran de su líder es justo su impudicia y su cinismo, esa es la razón por la que votan por él.

Buena parte de las debacles políticas y electorales de los últimos años tienen que ver con la arrogancia y la torpeza de tanta gente que cree que con señalar o repudiar la maldad de las causas malas basta para derrotarlas

Y no sirve de nada el moralismo ingenuo de tantos defensores de Biden que reseñan indignados las miserias y depravaciones de Trump, un criminal condenado. Ante el espectáculo senil y ruinoso, angustiante, del candidato demócrata, eso ya no tiene ninguna importancia y muchos votantes decisivos, en unas elecciones que se van a jugar en el margen de error, están por preferir la locura sobre la demencia, a ese dilema llegó la mayor potencia de Occidente hoy.
Buena parte de las debacles políticas y electorales de los últimos años tienen que ver con la arrogancia y la torpeza de tanta gente que cree que con señalar o repudiar la maldad de las causas malas basta para derrotarlas, como si fuera una obviedad, una verdad universal. Y no es así, en la política nunca es así. Como decía el narrador de Mario y el mago, la parábola de Thomas Mann sobre el fascismo: “No es suficiente querer que algo no ocurra para que no ocurra”.
Trump será lo que sea, todo malo, sin duda. Pero como candidato, como producto electoral, es arrollador. Y para derrotarlo otra vez había que hacer la tarea, es increíble que el Partido Demócrata no fuera capaz de sacar una alternativa clara y funcional, una, justo en el momento en que más peligra esa democracia que fue una de las primeras de la Modernidad. La idea ahora era evitar el desastre, no ayudar a consumarlo.
Pero hay quienes son felices pensando con el deseo, sobre todo en política, y confunden sus obsesiones y sus prejuicios con el deber ser de las cosas. Como si esa fuera razón suficiente.
Lo siento pero no: no basta querer. A no ser que el objetivo sea la derrota.
Juan Esteban Constaín
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