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Réquiem por el toreo y el pasodoble

Cuando en una plaza de toros suena un pasodoble la gente se emociona, grita los oles y, seguramente, brinda con su bota.

Carlos Arboleda González
Debo reconocer que soy taurino, además he escrito un extenso volumen de 450 páginas: ‘De España … Sevilla. De América … Manizales. 60 años de la fiesta brava’. Esta afición la heredé de mi padre, gran amante de este espectáculo. Por lo tanto, seré uno de los damnificados con la ley que acaba de aprobar el Congreso de Colombia prohibiéndola. Solo nos queda que la Corte Constitucional ampare el derecho de unas minorías a disfrutar de un arte, antiquísimo, traído por los conquistadores, que tiene un profundo arraigo cultural, especialmente en Manizales, y representa la valentía y la inteligencia de un hombre enfrentado a la fuerza indomable y salvaje de un toro, perteneciente a unas ganaderías que fueron creadas con el fin último de embestir de manera noble a quienes los lidian en una plaza.

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Varios devotos han defendido la importancia de este espectáculo, desde el punto de vista artístico, cultural, turístico y económico. Argumentos, creo yo, más poderosos de quienes lo atacan por el maltrato animal, circunstancia que desaparece ante la obviedad de las estadísticas mundiales del consumo de carne. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en el 2019 se sacrificaron 324’518.029 cabezas de ganando en el mundo, es decir, unas 890.000 reses diarias. En tanto que, en 2020, se estima que fueron matados aproximadamente 771’604.000 cerdos. Y no traigo a colación las cifras de consumo de pollo y pescado para no hacerme extenso.

Réquiem por el pasodoble, las notas alegres y complementarias de un espectáculo esplendoroso, y por aquellos matadores que exponen su vida para demostrar la superioridad de la inteligencia sobre la fuerza bruta.

El pasodoble, la música emblemática de estas fiestas, también perdería. Se afirma, con mucha lógica, que este aire marcial es francés. Cuando Napoleón invadió a España en 1808 obligó al rey Carlos IV y a su hijo Fernando VII a abdicar en favor de José Bonaparte, “Pepe Botella”, su hermano, cuyo reinado duró hasta 1814, cuando los españoles derrotaron y expulsaron a los franceses. Sin embargo, el pasodoble se quedó en España con un gran arraigo popular, que luego se complementó, como aliado ideal y obligatorio, con la tauromaquia. El gran Federico García Lorca, un poeta de estas celebraciones, lo enalteció al afirmar: “No hay pintura más exacta de la fiesta de toros, con sus dramáticos contrastes de luz y sombra, que lo que un pasodoble auténtico nos puede brindar”. El pasodoble español alcanzó su madurez a partir de 1920, tanto en el baile como en la fiesta brava, de la cual se nutre. Es el ritmo más genuino y representativo de la música española.
En el baile, la mujer interpreta el papel de capa, las banderillas o al toro, dependiendo de las circunstancias, mientras que el hombre representa al matador, por tal ocurrencia es la figura principal, relegando a la mujer a un papel secundario, lo que no sucede en otros ritmos bailables. El pasodoble es, hoy día, un baile español que hace parte del patrimonio de la humanidad. Es alegre, rápido, cadencioso y con aires flamencos. Requiere, esencialmente, de tres características: una música entusiasta, de gran brillantez y con influencia andaluza, para permitir el lucimiento del torero. Tiene un garbo especial que va con la actitud del matador. Exulta belleza y manifiesta el colorido de la fiesta brava. Por eso es tan popular.
Cuando en una plaza de toros suena un pasodoble la gente se emociona, grita los oles y, seguramente, brinda con su bota por la majestuosidad y contagio de este ritmo. Es tal su grandeza que, desde el desfile de las cuadrillas, sus notas acompañan el lucimiento del caminado de los matadores. El pasodoble es el dueño y señor del espectáculo que comparte y ensalza la gloria del torero y del toro, especialmente cuando se han realizado artísticas faenas, fuera de serie, o el animal ha demostrado trapío y entereza. Entre los más famosos pasodobles taurinos están: Suspiros de España, España Cañí, La gracia de Dios, El beso, Plaza de las Ventas, Francisco Alegre, En er Mundo, Amparito de Roca, Dauder, La Virgen de la Macarena, Manolete, Nerva, Silverio Pérez, Fermín, Gallito, Novillero, El gato montés, La Giralda, Paquito El Chocolatero, Chumbelerías, Joselito, Belmonte, Angelillo, Vito, Gallito, Marcial, Domingo Ortega y, obviamente, Feria de Manizales.
Réquiem por el pasodoble, las notas alegres y complementarias de un espectáculo esplendoroso, y por aquellos matadores que exponen su vida para demostrar la superioridad de la inteligencia sobre la fuerza bruta. De igual manera, por unas ganaderías que desaparecerán porque su carne, por fibrosa y musculosa, no competiría con la de otros ganados. Pesar, también, por miles de hombres y mujeres anónimos, de las ventas callejeras, que viven, casi todo un año, con el producido de sus actividades económicas. Lo mismo que infinidad de hoteles, restaurantes y sitios similares que dejaran de recibir a miles de turistas. Qué tristeza que no volvamos a escuchar: Mirando torear a Silverio / me ha salido de muy dentro / lo gitano de un cantar / Con la garganta sequita / muy sequita la garganta / seca de tanto gritar, el pasodoble torero de Agustín Lara, con la misma emoción como lo hacíamos en esas tardes gloriosas llenas de valor, arte y riesgo. Del mismo modo, irán desapareciendo, en la bruma del olvido, las estrofas del pasodoble más popular de Colombia: Fiel surtidor de hidalguía / Manizales rumorosa, / bajo tu cielo de rosa / canta el viento su alegría. / Tan dulce es la tiranía / de tu belleza preclara, / que antes de que yo te amara / mi corazón te quería…
*Exsecretario de Cultura de Caldas. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.
Carlos Arboleda González
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