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Opinión

Editorial

Demasiado ambigua

La postura de Colombia frente a la crisis en Venezuela pasó de correcta a inane con la decisión de no respaldar la resolución de la OEA.

Editorial El Tiempo
El desconcierto generado por el cúmulo de anomalías que se presentaron el domingo pasado en las elecciones presidenciales de Venezuela le dio un especial realce al rol de la comunidad internacional.

Conforme a los criterios de

En un contexto en el que no existe separación de poderes y todas las ramas del poder, así como los órganos de control, están en manos de la revolución bolivariana, quienes votaron por Edmundo González y vieron con comprensible desazón cómo se desarrolló el proceso posterior al cierre de urnas clamaron al mundo pedirle al gobierno de Nicolás Maduro transparencia. Todo en un contexto de fuerte represión oficial a las protestas de los votantes inconformes. La cifra de muertos ya supera la decena, y la de detenidos, el millar; y valga anotar que el secretario de la OEA, Luis Almagro, culpó directamente a Nicolás Maduro de este violento proceder.
El caso es que nueve países de la región rápidamente sentaron su posición negándose a reconocer la victoria de Maduro. En Colombia, dos ministros, Juan Fernando Cristo, del Interior, y el canciller Luis Gilberto Murillo, se pronunciaron en primera instancia pidiendo un reconteo. Apenas el miércoles pasado el presidente Gustavo Petro se refirió a la crisis a través de la red social X. En su publicación, Petro aludió a “las graves dudas” que persisten sobre la reelección de Maduro, al tiempo que invitó al oficialismo y a la oposición a llegar a un acuerdo.

Hay que cuestionar entonces, y con severidad, por qué el país no pasó de las palabras a los hechos.

Hasta este punto, la postura del país estaba en la línea de lo que se espera de un Estado democrático que hace bien en no callar ante una elección en un país vecino con tantas sombras. No obstante, dicho proceder acertado se empañó el mismo miércoles en Washington cuando, de manera que bien merece el calificativo de absurda, el Gobierno decidió abstenerse de votar la resolución de la OEA que exigía la publicación de las actas de las elecciones de forma inmediata. El pronunciamiento requería 18 votos, pero solo consiguió 17. Fue determinante la decisión del Gobierno. “No es un gobierno extranjero el que debe decidir quién es el presidente”, afirmó también en X Petro, quien el mismo miércoles sostuvo un diálogo con Maduro, confirmando que es uno de los pocos mandatarios del área que tienen línea directa con el jefe del cuestionado régimen.
No obstante, tan cuestionable como la decisión del país de no sumarse a quienes, con toda la razón, piden la inmediata revelación de todas las actas debe ser la eficacia traducida en hechos de la cercanía de Petro con Maduro. Pero esa posibilidad no puede ser excusa para eludir la defensa de principios que son irrenunciables. Además, sería ingenuo pasar por alto los incumplimientos del venezolano cuando se trata de conservar su poder. De hecho, los acuerdos de Barbados, cerca ya de convertirse en letra muerta, pieza de museo, se concretaron a instancia de otros mediadores. Si Colombia va a desempeñar un papel de mediador entre el oficialismo y la oposición, es necesario tener resultados para poner en la balanza, que del otro lado tiene todas las consecuencias negativas que para el país traen algunas políticas del régimen de Maduro. Por solo mencionar una, su complacencia frente a grupos criminales que actúan en el país y tienen la frontera como retaguardia.
Hay que cuestionar entonces, y con severidad, por qué Colombia no pasó de las palabras a los hechos –respaldo a la resolución– en un momento de aquellos en los que corresponde estar del lado correcto de la historia. La ambigüedad solo favorece a quienes pisotean la democracia.
Editorial El Tiempo
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