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Opinión

Proceso de Paz

Carlos Pizarro Leongómez, mi hermano / Opinión de Eduardo Pizarro Leongómez

Carlos Pizarro Leongómez

Carlos Pizarro Leongómez nació en Cartagena el 6 de junio de 1951.

Foto:Archivo EL TIEMPO

El respetado académico reflexiona sobre la vida de quien fuera comandante de la guerrilla del M-19.

Eduardo Pizarro Leongómez*
En el mes de julio de 1987 mi hermano Carlos nos invitó a un grupo de académicos y dirigentes políticos a discutir la posibilidad de adelantar un proceso de paz. La reunión se llevó a cabo inicialmente en La Habana -donde estaban reunidos todos los máximos dirigentes de los grupos guerrilleros (FARC, ELN, EPL, MAQL, PRT y M-19)- buscando reproducir en Colombia la experiencia de Nicaragua, en donde el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FMLN) que agrupaba a todas las facciones guerrilleras había derrocado al Clan Somoza en 1979.

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El segundo triunfo insurgente en América Latina después de la revolución cubana veinte años atrás, en 1959, era un poderoso incentivo para buscar la unidad insurgente. Este sería el caso del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador, de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar en Colombia (CGSB).
Carlos Pizarro

Sepelio del asesinado lider del M19
Carlos Pizarro Leongómez, abril de 1990.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Era una enorme paradoja. A pesar de que este proceso de unificación guerrillera estaba destinado para la guerra, Carlos estaba empeñado en explorar las posibilidades de firmar un acuerdo de paz y de intentar ganarse para ese fin a todos los miembros de la naciente CGSB.
De La Habana nos trasladamos a Managua -donde se celebraba un nuevo aniversario de la revolución sandinista- y, en esta ciudad, Carlos maduró la idea de impulsar un gran “pacto nacional” para cerrar el ciclo de la lucha armada postrevolución cubana en nuestro país.
¡Quién dijo miedo! Le cayeron rayos y centellas no solo por parte de la CGSB, sino, igualmente, en el seno del propio M-19 en donde hubo, inicialmente, en algunos sectores un gran desconcierto.
Sin embargo, Carlos ya había tomado la decisión y, según mis conversaciones con él a lo largo de esos años, su visión de la necesidad de la paz era el resultado de tres factores: primero, el anhelo profundo de paz del pueblo colombiano; segundo, la crisis inminente del campo socialista -ya comenzaban las movilizaciones por la libertad en Europa del Este y se preveía la caída del muro de Berlín-; y, tercero, el fracaso evidente de la lucha armada en Colombia como un recurso para acceder al poder.

Carlos: los orígenes de su rebeldía

¿Cuál fue el origen de la rebeldía de Carlos? La primera influencia en su actitud mesiánica nació de los discursos de mi madre, Margoth Leongómez Matamoros, sobre su tatarabuelo, José Acevedo y Gómez, el “Tribuno del Pueblo”, que era el mayor orgullo de la familia. No olvidemos que fue el redactor y uno de los firmantes del Acta del Cabildo Extraordinario de Santa Fe de 1810 y que, igualmente, firmó el Acta de Promulgación de la Constitución de Cundinamarca en 1811, la primera que hubo en el país. Este origen lejano lo emparentaba con Camilo Torres, cuyo antepasado, Camilo Torres Tenorio, autor del Memorial de Agravios de 1809, fue también clave en el proceso independentista.
Además, de querer repetir la hazaña de su tatarabuelo, su actitud mesiánica se vio reforzada con su educación con los jesuitas, quienes ya en aquella época les inculcaban a los estudiantes un gran compromiso social. Carlos estudió primero en el Saint Patrick Catholic School en Washington, luego en el Colegio Berchmans en Cali y, finalmente, en la Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana en Bogotá.
Finalmente, Carlos como miles y miles de jóvenes de todo el mundo en aquellos años llegó a creer que la única forma de instaurar un mundo más justo era mediante la lucha armada. La Revolución Cubana, la muerte del Che Guevara y del padre Camilo Torres -portador de la Teología de la Liberación y de la Iglesia de los Pobres-, la guerra de Vietnam y el mayo del 68 francés, fueron los motores de una implosión de grupos guerrilleros en todas las naciones de América Latina y en muchas naciones altamente desarrolladas. En Estados Unidos surgieron tres grupos guerrilleros (Black Liberation Army, Symbionese Liberation Army y The Weather Underground), en Canadá el Frente de Liberación de Quebec, en España el GRAPO, en Francia Acción Directa, en Italia las Brigadas Rojas, en Alemania la Fracción del Ejército Rojo, en Bélgica las Células Comunistas Combatientes y un largo etcétera. Entregar la vida por una sociedad más justa y equitativa se convirtió en un motor para muchos jóvenes en todo el mundo.
Sin duda, desde una perspectiva histórica se puede concluir que la lucha guerrillera de aquellos años constituyó un grave error. Causó enormes sufrimientos y fueron muy escasos o nulos sus logros. Si acaso fue un campanazo de alerta en muchos países de la necesidad de construir sociedades menos desiguales y más justas.
Carlos Pizarro

Eduardo Pizarro Leongómez, profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia, y hermano de  Carlos Pizarro.

Foto:Archivo EL TIEMPO

La firma del acuerdo de paz

A pesar de la seria oposición del conjunto de los grupos que conformaban la CGSB, el 9 de marzo de 1990 en Caloto (Cauca) Carlos, como comandante del M-19, firmó el primer acuerdo de paz en Colombia y en América Latina con una guerrilla postrevolución cubana. Esta firma solitaria tuvo, sin embargo, un impacto en el seno de la CGSB, pues, un año más tarde firmaron la paz otros tres grupos -el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) e, igualmente, se produjo una incisión en el ELN en 1994 con la Corriente de Renovación Socialista.
Carlos Pizarro

Carlos Pizarro Leóngómez, lider del movimiento guerrillero M19 y candidato al la presidencia de Colombia 1990.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Es más. Gracias al ejemplo de Colombia en 1991 -como me comentaron sus máximos dirigentes años más tarde- se firmaron acuerdos de paz en Ecuador con el grupo Alfaro Vive, Carajo en 1991, en El Salvador con la FMLN en 1992 y en Guatemala con la URNG en 1996, procesos de negociación que incidieron en el Acuerdo de Viernes Santo con el Ejército Republicano Irlandés (IRA) en 1998 y en la dejación definitiva de las armas por parte de ETA en España en 2018.
Una paradoja: el país que mostró el camino de la paz es el último en el mundo occidental en donde persisten grupos guerrilleros con un mayor o menor barniz político. Otra hubiera sido la historia de Colombia si las FARC y el ELN hubieran asistido a la cita histórica de la Asamblea Constituyente de 1991 -que el presidente César Gaviria concibió como un pacto nacional de convivencia- y no hubieran persistido en una guerra inútil que solo ha causado dolor. Es más: si la guerra de guerrillas hubiera terminado en 1991, nos hubiéramos librado del horror de la Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en los años posteriores.

Sombrero blanco: un símbolo de la paz.

40 días después de la firma del Acuerdo de paz, Carlos fue asesinado en un complot liderado por el jefe paramilitar Carlos Castaño.
La noche anterior habíamos estado cenando en un restaurante y Carlos me había dicho que creía que, a pesar de su gesto a favor de la paz, su vida estaba en serio riesgo. Y, en efecto, al otro día fue asesinado. Todas las medidas de seguridad fueron insuficientes debido a la participación del DAS. A pesar de que Carlos decidió cambiar a última hora el vuelo, la subametralladora mini-ingram calibre.380 utilizada por el joven sicario Gerardo Gutiérrez Uribe (“Yerri”) ese 26 de abril de 1990 fue cambiada al nuevo avión y escondida en el baño. Solo los miembros de su escolta sabían del cambio de vuelo. Es más. A pesar de que el joven sicario -primo hermano del otro joven sicario que había asesinado pocas semanas antes al líder de la Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo-, tiró el arma tras dispararle a Carlos y rogó que le respetaran la vida, un escolta del DAS le pegó un tiro en la frente. Es decir, lo silenció para siempre. E, incluso hay más: un poco más tarde, el fiscal César Rojas ordenó fundir el arma. Un complot en regla. Todavía recuerdo la visita del presidente Virgilio Barco acompañado de Rafael Pardo como consejero de paz a la vivienda de mi madre. Estaban sinceramente acongojados.
Y también recuerdo una conversación cuando ocupaba el cargo de presidente de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR) bajo la presidencia de Álvaro Uribe Vélez con Jesús Ignacio Roldán (“Monoleche”) en la Cárcel de la Picota en Bogotá, quien permitió ubicar para la reparación de las víctimas una mansión en El Poblado en Medellín y quien me contó que en esa casa llamada Montecasino, Carlos Castaño, había adiestrado a los dos jóvenes asesinos de Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, quienes residían en el Urabá antioqueño.
Sombrero de Carlos Pizarro.

Sombrero de Carlos Pizarro.

Foto:Juan Diego Cano. Presidencia

La paz frustrada

Tras el deceso de Carlos en la Clínica Santa Rosa (Cajanal) varios miembros de su equipo de seguridad comenzaron a disparar al aire. Cundió el temor de que su muerte desatara una explosión social. Por ello, mi madre se reunió con Antonio Navarro y le rogó que Carlos fuera enterrado en paz. Y ese llamado se cumplió a rajatabla: a pesar de los miles y miles de personas que acompañaron al féretro al Cementerio Central donde fue enterrado al lado de los expresidentes de Colombia por decisión del presidente Virgilio Barco, no hubo un solo hecho que lamentar. Fue enterrado en paz y el M-19 no volvió a las armas como se temía.
Pero este crimen con participación de miembros del DAS sí tuvo una consecuencia muy negativa: ¿cómo confiar en el Estado? Una duda que pudo incidir en la prolongación de nuestro conflicto armado cuando sectores de oposición recordaban el genocidio perpetrado contra la Unión Patriótica, el asesinato de Bernardo Jaramillo y de Manuel Cepeda y un largo etcétera.
Sin duda, convertir el sombrero blanco de Carlos en parte del patrimonio histórico del país no es apropiado. Sin embargo, pienso igualmente que los discursos de odio que han circulado en relación con la figura de mi hermano son deplorables: si una persona que, a pesar de haberse alzado en armas y, sin duda, haber causado daños y dolores que él mismo y toda mi familia hemos lamentado profundamente, tuvo el valor y el coraje de rectificar y ofrendar su vida por la paz es objeto de tales expresiones de odio no creo que Colombia pueda encontrar algún día el camino de la paz y la reconciliación.
*Eduardo Pizarro Leongómez, profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia 
Eduardo Pizarro Leongómez*
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