• LatAm premiere: Juan Sebastián Quebrada, director de “El otro hijo”

    Juan Sebastián Quebrada.

  • LatAm premiere: Juan Sebastián Quebrada, director de “El otro hijo”

    Imagen de la película.

  • LatAm premiere: Juan Sebastián Quebrada, director de “El otro hijo”

    Imagen de la película.

LatAm premiere: Juan Sebastián Quebrada, director de “El otro hijo”

Nacido en la ciudad de Medellín en 1987, Juan Sebastián Quebrada se fue dando a conocer en la industria conjugando sus roles como editor, guionista y director. Su proyecto de grado en la Universidad del Cine de Buenos Aires, “Días extraños” -una historia sobre la identidad contada desde el punto de vista de una pareja de inmigrantes-, fue estrenado en el BAFICI en 2015 y pasó por festivales como Munich, Cinélatino de Toulouse y Cartagena. Dos años después, su cortometraje “La casa del árbol” fue estrenado en Toronto y se alzó con el premio al Mejor director en Bogoshorts. En 2023, Quebrada estrena su primer largometraje, “El otro hijo”, en la sección New Directors de San Sebastián.

Una producción colombiana en coproducción con Argentina y Francia, la película cuenta la historia de Federico, un adolescente que, en las semanas previas a su graduación, debe afrontar la repentina muerte de su hermano Simón. Con el duelo como telón de fondo, un vínculo inusual comienza a desarrollarse entre Federico y Laura, la exnovia de su difunto hermano.

La búsqueda de identidad narrada en una paleta de grises, al igual que en “Días extraños”, se entrelaza en este caso con la vivencia del duelo. LatAm cinema charló con el director colombiano sobre el proceso de producción de la película y cómo esta fue tomando forma hasta llegar a la competencia del festival donostiarra. Por Nicolás Medina.

¿Cómo surge la idea de la película? 

La idea surge a partir de mi propia experiencia, la muerte de mi hermano hace ocho años. Dos años después, me pongo a escribir. Por un lado, sentía que no podía hacer la película, pero, por otro, pensaba: “si no hago esta película, no me interesa hacer ninguna otra”. En ese momento, la herida era eso, solo una herida. Entonces hice una primera versión del guion que que me gustó mucho, pero al mostrarla me di cuenta de que todavía no era un objeto independiente de mi historia personal. Era una especie de crónica, algo que me importaba solo a mí y a nadie más. Todavía no era una película con su propia lógica. Más adelante llegué a la versión con la que me presenté al fondo, que ya empezaba a ser una película consciente.

Por momentos puede resultar difícil empatizar con el protagonista y sus decisiones, sin embargo eso funciona muy bien.

Yo creo que el duelo era un terreno que me permitía buscar y jugar con ciertos límites. Explorar cómo se materializa esa experiencia que muchas veces para mí se representa de una manera demasiado solemne, porque yo sentí que mi experiencia fue todo menos solemne. Estaba muy desbordado. Es como una especie de infierno. Me gustaba la idea de explorar cómo, en estas circunstancias, los personajes pueden tomar decisiones que no tomarían en otro momento. 

¿Cómo fue el proceso de financiación?

Cuando volví a Colombia después de rodar mi proyecto de grado en Buenos Aires, me encontré un panorama bien distinto. En Buenos Aires, la Universidad funcionaba casi como una productora, pero en Colombia había que pasar sí o sí por el Fondo colombiano. Era un primer paso casi indispensable para poder realizar una película. El problema es que es un fondo muy competitivo, porque son pocos premios y mucha gente aplica todos los años. El año que yo postulé y gané, el año de la pandemia, se entregaron apenas dos premios entre más de 100 proyectos. Ahí empezó el proceso de financiamiento y luego surgió la posibilidad de coproducir con Francia y Argentina. Sin embargo, por más que consigas el fondo y otras cosas, cuando haces cine independiente estás constantemente guerreándola. Yo tengo la sensación de que hacer películas en Latinoamérica sigue siendo casi un milagro. Y también es muy difícil darle continuidad a filmar. Muchas veces decimos que Colombia es un país de óperas primas. 

“La casa del árbol” me ayudó mucho para trabajar “El otro hijo” desde otro lugar, para estar más conectado con lo que estoy haciendo y que sea lo único importante, sin que influyan cosas externas. Eso me ayudó mucho. Si no, hubiera llegado con el pánico de “me queda mal mi primera película y se acaba el mundo”.

Sin duda que hacer cine en Latinoamérica pueda ser una mochila pesada, ¿cómo manejas esas dificultades coyunturales?

En Buenos Aires, con “Días extraños”, fue casi como actividad entre amigos con el equipo de la Universidad. “La casa del árbol”, en cambio, ya fue una experiencia muy distinta, que implicaba fondos, armar un equipo, y fue una experiencia que me bloqueó. Me bloqueó esto de tener que trabajar para responderle a la gente, era otra presión. La gente llega a estas instancias en un estado de “quiero hacerlo bien, esta es mi película”. Es como una combinación de algo muy grandilocuente y de un miedo gigantesco, el peor estado de ánimo con el que uno puede salir a hacer una película. El miedo a fracasar luego de acceder a un fondo y a que sea una oportunidad que no va a volver a repetirse. “La casa del árbol” me ayudó mucho para trabajar “El otro hijo” desde otro lugar, para estar más conectado con lo que estoy haciendo y que sea lo único importante, sin que influyan cosas externas. Eso me ayudó mucho. Si no, hubiera llegado con el pánico de que “si me queda mal mi primera película, se acaba el mundo”.

¿Cómo fue el proceso y el trabajo con los países coproductores?

El productor principal de la película es Franco Lolli, que tenía una relación previa con Francia. De hecho, el coproductor de “El otro hijo” fue productor de su primera película, “Gente de bien”. Después hablé con Juan Villegas, que había sido profesor mío en Buenos Aires y productor asociado en “Días extraños”, sobre la posiblidad de hacer algo con Argentina. Para mí, el gran reto de las coproducciones es encontrar el deseo detrás de las lógicas, a veces un tanto extrañas, de las coproducciones. Por ejemplo, tener que poner un actor argentino en la película, que en nuestro caso podía resultar un poco raro. Entonces abrimos un casting en Colombia de argentinos nacionalizados, y así conseguimos una actriz de padres argentinos, pero que lleva toda la vida en Colombia. Entonces fue muy chévere. Pero de verdad es un reto encontrar cómo trabajar con estas lógicas. De todas maneras, con ninguno de los dos coproductores partimos de cero: en Francia, por la experiencia previa de Franco y, en Argentina, por la mía. Fueron países a los que no llegamos a ciegas y eso fue importante. El fotógrafo Michaël Capron y las editoras Julie Duclaux y Pascale Hannoyer fueron los aportes principales de Francia, y la verdad es que hicieron un trabajo excelente. Se logró armar un cuadro que funcionó muy bien para la película.

¿La película participó de laboratorios y Work in Progress?

Primero, en una etapa más bien embrionaria, participamos en Tres Puertos. Fue una buena experiencia porque se trabaja con bastante libertad, a diferencia de otros espacios que buscan limitar más el proyecto para hacerlo posible. Más adelante tuvimos un trabajo muy interesante en el Jerusalem Film Lab. Para ese entonces ya habíamos ganado el fondo colombiano y empezamos la etapa de escribir realmente lo que íbamos a rodar. Ellos tienen un sistema de varias etapas y en cada una te exigen una nueva versión del guion, y eso ya te pone en modo de producción. Incluso había que hacer un teaser y eso te hace pensar en que realmente vas a hacer la película. Aparte nos enfrentó a las dificultades que íbamos a tener al momento de filmar. Por último participamos en el WIP Cine en Construcción de Cinélation de Toulouse. Ahí mostramos el corte final de la película y luego de recibir feedback trabajamos unas semanas más en base a eso y cerramos el montaje.

¿Tienen una estrategia de distribución planeada después del estreno en San Sebastián?

El 31 de octubre se estrena en Bogotá y el 2 de noviembre en el resto de Colombia, y eso es me motiva muchísimo, porque a veces pasan meses entre el estreno en festivales y la llegada a salas. Además, acá en Colombia sucede algo peculiar, y es que las películas nacionales se vuelven como un género y a la gente todavía le cuesta ir al cine a verlas. Nosotros podríamos haber hecho ese ciclo “ideal” de pasar un año recorriendo festivales y estrenarla recién al año siguiente, pero decidimos aprovechar la oportunidad de estrenarla en cines comerciales. A mí me parece mucho más emocionante. Además, creo que la película muestra un espacio poco representado en Colombia: adolescentes, mundo urbano, una representación local que a veces falta. Creo que eso puede generar cierta curiosidad en los espectadores y también en otros realizadores, y abrir los horizontes a que no tenemos que hacer siempre cine social.