Puede que te resulte familiar la sensación de languidez, aunque no la conozcas por su nombre. No es exactamente agotamiento, ni depresión, sino una sensación de... desgana. La palabra adquirió relevancia social durante la pandemia y ha inspirado un reciente libro del sociólogo Corey Keyes. En Languishing, Keyes analiza cómo tantos de nosotros hemos llegado a languidecer bajo el peso de una suerte de agotamiento emocional y ofrece consejos para salir del bache.

Keyes describe la languidez como un despertador interno que empieza a sonar. La alarma nos avisa de que algo se ha perdido o ha desaparecido: no estamos haciendo las cosas que dan sentido a nuestra vida. “Muchos de nosotros le damos al botón de ‘posponer’ y no le hacemos caso”, dice Keyes. “Y entonces, se convierte en algo patológico. Se convierte en algo realmente destructivo para nuestra vida porque no hacemos nada al respecto. Es un hábito terrible. Creemos que hay algo más importante que nuestro sentido de la vida, nuestro sentido de pertenencia, la calidez y las relaciones de confianza, cuando no es así. Esas cosas son muy importantes para los seres humanos”.

GQ habló con Keyes para que nos diera consejos para escapar de esta sensación tan hermana de la depresión, además de proporcionarnos las herramientas para ayudarnos a florecer.

Queda con tus amigos en persona

Que estamos más conectados y a la vez más solos que nunca no es ningún secreto. Pero dado que el aislamiento social y la soledad se asocian a innumerables problemas de salud, merece la pena tomarse en serio el hecho de sentirse desconectado. "Necesitamos el contacto humano directo"", afirma Keyes, “hay muchas cosas que se pierden en la comunicación si únicamente nos limitamos a enviar mensajes de texto o escribir un correo electrónico. Cuando hacemos las cosas a distancia, no obtenemos todo el beneficio que nos brinda el hecho de utilizar todos nuestros sentidos para entendernos y conectar con los demás”. Keyes subraya que debemos centrarnos en la calidad de nuestras amistades, más que en la cantidad: “Puedes tener todo tipo de conexiones sociales, incluso amistades, y aun así sentirte intensamente aislado”, escribe. Si nos centramos en la calidad —y pasamos tiempo con nuestros amigos en persona— es más probable que obtengamos satisfacción de estas conexiones.

Aprender algo nuevo

Keyes escribe que aprender algo nuevo, por elección propia, en nuestro tiempo libre y por nuestros propios motivos, es un antídoto sorprendentemente potente contra la languidez. Aunque asociemos el aprendizaje con los años escolares, asegurarse de que seguimos aprendiendo a medida que envejecemos tiene enormes ventajas. “Cuando dejamos de sentir que estamos creciendo, nos sentimos atascados, estancados, como si no fuéramos a ninguna parte”, dice Keyes. “Esa sensación es una faceta central del sentimiento de languidecer”.

Keyes cree que deberíamos intentar aprender cosas sin que ello sirva a ningún objetivo externo: “Siempre estamos aprendiendo cosas, pero por razones instrumentales”, dice. “Así que nuestra mentalidad es: ‘Sólo he aprendido esto o lo otro porque me ha ayudado en mi trabajo’ o 'me ayudaron a cumplir una tarea”. Esto implica resistirse a la cultura de la productividad, y aprender sólo por aprender. En otras palabras, “deberíamos aprender algo simplemente por diversión”, dice Keyes.

Resistirse a compararse con los demás

“Nos han educado desde que nacemos para intentar sentirnos bien con nosotros mismos y con nuestras vidas siendo mejores que los demás”, dice Keyes, “y no creo que eso esté mal en sí mismo, pero le damos prioridad excluyendo el intento de ser mejores personas para los demás”. Parte de la razón por la que nos comparamos con otros es que creemos que las oportunidades son limitadas, pero esta forma de pensar sólo nos frena: “Cuando basas tu mentalidad en la escasez, tu atención se torna tan estrecha que te pierdes un montón de oportunidades que aparecen delante de ti”, dice Keyes.

Dejar atrás los fracasos del pasado

Dejar atrás los fracasos del pasado implica aceptarse a uno mismo, algo que Keyes describe como una de las dimensiones clave del florecimiento personal. Por el contrario, languidecer implica rumiar los errores del pasado y sentirse incapaz de avanzar. Puede que aún te lamentes por no haber conseguido un ascenso en el trabajo o que seas incapaz de dejar atrás una amistad que os ha distanciado. “No hay nada de malo en pensar en lo que hiciste en el pasado si sientes que estás aprendiendo de ello y cambiando lo que haces en el presente”, dice Keyes, “pero si no estás aprendiendo nada, olvídalo: tú eres el único causante de tu dolor. La decisión de no dejarlo pasar te está frenando, y se trata de eso: de una decisión”.

Practica el ocio activo

El ocio pasivo —piensa en ver ociosamente la tele de los 90 en Netflix o en hojear TikTok— es algo de lo que todos somos culpables. “El ocio pasivo es como la comida basura. Pasar más tiempo, seas más rico o más pobre, consumiendo ocio pasivo disminuye la satisfacción vital”, escribe Keyes. Y no siempre fue así. Como señala Keyes, antes del auge de ciertas tecnologías, el ocio se creaba localmente por miembros de la comunidad, o la familia. El ocio activo —en el que creamos ocio para nosotros mismos, en lugar de ser meros consumidores pasivos— es algo que todos deberíamos intentar experimentar más. Por ejemplo: no veas golf en la tele; busca un campo e intenta aprender jugando tú mismo. Lo mismo vale para ver contenidos de cocina en lugar de cocinar tú mismo. Según Keyes, para prosperar hay que dar prioridad a las experiencias sobre las “cosas”, y contar nuestra propia historia en lugar de consumirla en el teléfono.

Vía GQ.com.