Cine

Megalopolis, la última y muy chiflada película de Francis Ford Coppola, tiene una escena interactiva

La crítica destacada en Cannes lleva desde ayer en shock con la que empieza a ser definida como una de las obras más extrañas e impactantes jamás rodadas. ¿Qué demonios ocurre con Megalopolis?
Escena de Megalopolis.
Leyendo las críticas de Cannes.Megalopolis (2024)

NOTA: No leas este artículo si quieres experimentar Megalopolis con la mirada cien por cien limpia cuando se estrene en cines españoles, pues su distribución está más que garantizada.

Ya es oficial: Megalopolis ha hecho historia en el Festival de Cannes, pero quizá no del modo en que pensábamos. Pese a los siete minutos de ovación que Francis Ford Coppola y su equipo técnico y artístico cosecharon ayer al final de su proyección en el Palais des Festivals, la crítica internacional parece bastante dividida en lo que a su valor artístico se refiere: hay quien habla de una obra radical, valiente y visionaria para la que quizá aún no estemos preparados como espectadores, mientras que la mayoría no duda en definirla como una auténtica zapatiesta temática y estilística que acaba tomando decisiones insensatas en pos de una extravagancia mal entendida, llegando a trazar paralelismos con Southland Tales (cuyo pase en Cannes también fue sonado) e incluso The Room. Sea como fuere, es obvio que no nos encontramos ante la indiscutible nueva obra maestra del padre Coppola, sino que Megalopolis parece poseer la energía, las ganas de epatar y la temeridad de una opera prima.

Lo que queremos decir es que la situación aquí va más allá de la fórmula “película a amar/odiar del año” para adentrarse en terrenos realmente interesantes. El rumor (¿o quizá sea ya una leyenda urbana?) en Cannes es que un crítico salió del pase de prensa para pasar un momento por el lavabo –Megalopolis, en caso de que lo dudaras por un segundo, es bastante larga– y se encontró allí a un colega apoyado la mirada completamente perdida. “Es una pesadilla”, le susurró antes de respirar hondo y adentrarse una vez más en la sala. Coppola se ha planteado el cine como un arte aún joven y con espacio para la innovación formal, lo que significa que muchas de las imágenes que componen sus películas caminan en la cuerda floja que separa lo ridículo de lo sublime. Esa necesidad de reinventar la propia narración con imágenes a cada plano podría ser lo que le ha llevado a hacer una de las apuestas más colosales que jamás se han visto en el marco de un festival de cine: hay un momento concreto de Megalopolis, o al menos de los pases de Megalopolis que se han celebrado en Cannes, donde un actor sube al escenario de la sala y mantiene una conversación con el personaje de Adam Driver (quien, por supuesto, le contesta desde la pantalla de cine). Es decir, que la película rompe por completo la cuarta pared al plantear una extraña comunión entre la obra proyectada y la proyección misma.

Lo cual plantea varias dudas, por supuesto, pero ninguna tan grande como la que se cuestiona la viabilidad de tamaño golpe de efecto en los eventuales pases comerciales de Megalopolis, por no hablar de lo que vendrá más allá. ¿Qué pasará cuando veamos la película en Blu-ray o streaming? ¿Coppola sencillamente piensa prescindir de ese momento interactivo, reservándolo solo para algunas sesiones con público muy concretas y especiales, o acaso tiene algún otro as bajo la manga? La idea de romper la membrana que separa la imagen cinematográfica, o el universo tras la pantalla, de nuestra realidad física, como Buster Keaton hacía en El moderno Sherlock Holmes, lleva existiendo desde los orígenes del cine como entretenimiento para barracas de feria: algunos cortometrajes de principios de la década de 1910 mostraban dianas que se iban tumbando a medida que un pistolero real fingía dispararlas con su revolver. Un truco barato, pero hay quien piensa que el llamado “séptimo arte” lleva ese espíritu burlón en las venas… Más adelante, experimentos como el mediometraje checo Kinoautomat, concebido por el cineasta Radúz Činčera para la Expo 67 de Montreal, o el Mr. Sardonicus de William Castle dieron un paso más allá al permitir al público que votase en directo la evolución de la trama que se desarrollaba ante sus narices, aunque hay quien asegura que Castle, feriante burlón donde los haya (por eso lo amamos tanto), solo le ofrecía al respetable la ilusión de una elección… En cualquier caso, Megalopolis no alienta la participación grupal: es solo que, en un momento dado, alguien habla con su protagonista desde nuestro plano de la realidad, sin alterar el devenir de su argumento.

Resulta imposible no pensar en aquella divertida secuencia de Parque Jurásico donde John Hammond se levantaba de su butaca en pleno vídeo de presentación y simulaba dejarse pinchar por Mr. ADN. Tal como el propio millonario filántropo con complejo de Frankenstein aseguraba justo después a sus invitados, aquello estaba pensado solo para impresionar a los futuros accionistas: al fin y al cabo, Hammond no iba a estar disponible para hacer ese teatro varias veces al día una vez abriese el parque. Puede que nos encontremos ante una situación similar. Puede que Coppola haya tenido tantas ganas de sorprender e innovar en su paseo triunfal por la Croisette (recordemos que lleva media vida intentando rodar Megalopolis, su proyecto soñado) que haya decidido incluir ese pequeño easter egg solo para la elite cannita. O puede que cada futuro pase de su último trabajo exija a las salas de cine contratar a alguien para “charlar” con Adam Driver una vez por sesión. Solo el tiempo lo dirá, pero hay una cosa muy clara: dentro de varias décadas, la comunidad cinéfila seguirá recordando el día en que Francis Ford Coppola presentó Megalopolis en este festival.

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