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DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v35i50.

Estado y protesta social


México y Chile en el contexto de la pandemia de covid-19
Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez Jiménez y Jaime
González González

Resumen
El artículo reflexiona sobre el Estado y la protesta social en México y Chile durante la pandemia
de COVID-19. La pregunta de inicio es: ¿cuáles fueron las dimensiones organizacionales surgi-
das que provocaron estrategias populares de respuesta con fuertes dimensiones simbólicas?
La reflexión resulta necesaria, ya que la relación Estado-protesta se atenuó por la llegada de la
COVID-19. Considerando que las causas del estallido social no desaparecerán, abstraemos los
procesos gestados para pensar escenarios futuros. La reflexión se apoya en la discusión polito-
lógica latinoamericana y en la prensa. Se concluye que, si bien los Estados aplicaron estrategias
de control mediante la instrumentación de la pandemia, los grupos subalternos respondieron con
prácticas de contrapunto fundadas en su historia social y cultural.
Palabras clave: pandemia, Estado, disciplina, información, acción social.

Abstract
State and social protest. Mexico and Chile in the face of the COVID-19 pandemic
This article reflects on the relationship between the State and the social protest movements in
Mexico and Chile, respectively, during the Covid-19 pandemic. The starting question is what
were the emerging organizational dimensions that provoked popular response strategies with
strong symbolic dimensions? This analysis is necessary since the State-protest relationship
was attenuated by the arrival of COVID-19. Considering that the causes of social outbreaks will
not disappear, we do overview the gestated processes during this period to think about future
scenarios. The reflection is based both on the Latin American political discussion and the national
press. We conclude that, although both States applied control strategies through the course of the
pandemic, the subordinate groups responded with counterpoint practices based on their social
and cultural history.
Keywords: pandemic, state, discipline, information, social action.

Resumo
Estado e protesto social. México e Chile no contexto da pandemia COVID-19
O artigo faz uma reflexão sobre o Estado e o protesto social no México e no Chile durante a COVID-19.
A questão inicial é quais foram as dimensões organizacionais que surgiram e que provocaram
estratégias de resposta popular com fortes dimensões simbólicas? A reflexão é necessário, uma
vez que a relação “Estado-protesto” foi atenuada com a chegada da COVID-19. Considerando que
as causas do surto social não vão desaparecer, abstraímos os processos gestados para pensar em

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cenários futuros. A reflexão tem respaldo na discussão politológica latino-americana e na mídia. A


conclusão é que, embora os Estados tenham aplicado estratégias de controle por meio da instru-
mentação da pandemia, os grupos subalternos responderam com práticas de contraponto a partir
de sua história social e cultural.
Keywords: pandemia, Estado, disciplina, informação, ação social.

Rubén Darío Ramírez Sánchez: Doctor en Ciencias Sociales (El Colegio de Michoacán A.C.).
Investigador asociado de tiempo completo en la Unidad Académica de Estudios Regionales
de la Coordinación de Humanidades de la UNAM. Integrante del Sistema Nacional de Inves-
tigadores.
ORCID iD: 0000-0002-8766-0233
Email: [email protected]

Daniar Chávez Jiménez: Doctor en Letras Latinoamericanas por la Facultad de Filosofía y


Letras de la UNAM. Investigador asociado de tiempo completo en la Unidad Académica de
Estudios Regionales de la Coordinación de Humanidades de la UNAM. Integrante del Siste-
ma Nacional de Investigadores.
ORCID iD: 0000-0002-4116-3223
Email: [email protected]

Jaime González González: Doctor en Antropología por la Universidad de Tarapacá-Univer-


sidad Católica del Norte, Chile. Académico docente en la carrera de Pedagogía en Educación
Básica de la Universidad Autónoma de Chile.
ORCID iD: 0000-0003-2293-2434
Email: [email protected]

Recibido: 31 de mayo de 2021.


Aprobado: 13 de setiembre de 2021.

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Introducción
El crecimiento exponencial de la pandemia del coronavirus conocido como
SARS-CoV-2 (por su sigla en inglés),1 surgido en diciembre de 2019, en Wu-
han, China, ocasionó que el número de contagiados en el mundo, hasta media-
dos de mayo de 2021, rondara los 165 millones de personas y se contabilizan
3.400.000 pérdidas humanas. Aunque la pandemia comenzó como una crisis
de salud, velozmente se cristalizó en una crisis socioeconómica, humanitaria
y política que exhibió las limitaciones de los países de primer mundo para en-
frentarla y agudizó la debilidad de las naciones subdesarrolladas.
En el caso de América Latina, al llegar la pandemia a principios de 2020,
los gobiernos de la mayoría de los países ya enfrentaban severas crisis eco-
nómico-políticas, debido al desmantelamiento del Estado, la privatización de
las empresas estatales y el endeudamiento de las economías nacionales, que
derivaron en una amplio oleaje de movilizaciones sociales contra la precarie-
dad generalizada y la incapacidad de los gobiernos para garantizar la segu-
ridad social, situación que empeoró a partir de que el número de infectados
por COVID-19 superó en el primer trimestre de 2021 los 15 millones y un
millón de fallecidos, que representan el 23,5% de los fallecidos a nivel mun-
dial. La paralización de la economía como medida para detener los contagios
ha quebrantado las economías y se calcula que por lo menos 30 millones de
personas entrarán a la línea de pobreza, en tanto que los desempleados se in-
crementarán en más de 44 millones, y, debido a la caída en la productividad,
será hasta 2023 cuando se retornará al nivel de crecimiento que se tenían en
2019, en la antesala de la crisis (Acuña, 2020).
Previamente, durante todo 2019 y principios de 2020, una oleada de pro-
testas emergía en el continente, generalmente motivadas por la crisis del mo-
delo neoliberal, la desconfianza en las instituciones estatales y la corrupción
de las élites políticas. Al expandirse la pandemia, muchas de estas manifesta-
ciones entraron en pausa, mientras que unas pocas pudieron mantenerse ac-
tivas enarbolando sus causas y demandas con la misma fuerza (BBC, 2020).
En Chile, el alza al transporte propuesta por el gobierno piñeirista ocasionó
que miles de personas salieran a las calles para exigir un alto a la desigualdad
social y el cumplimiento de derechos básicos como la salud y la educación.
No obstante el decreto de toque de queda y la represión que lo acompañó, la
manifestación obligó a que el gobierno diera marcha atrás a la medida y el
25 de octubre de 2020, mayoritariamente, los chilenos votaran a favor de una
nueva Constitución, con lo cual se derogaba la constitución pinochetista y se
abría una nueva etapa democrática en el país andino (Anfossi, 2020).
Bolivia fue otra de las naciones convulsionadas después del golpe de Esta-
do perpetrado el 10 de noviembre de 2019, cuando se obligó a la salida de Evo

1 También conocido simplemente como coronavirus o por el nombre de la enfermedad que


produce, COVID-19; en el presente documento utilizamos indistintamente las tres acepciones.

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Morales del país y se constituyó un gobierno de facto que duró once meses.
No obstante, en las elecciones posteriores el Movimiento al Socialismo volvió a
tomar el poder, con Luis Arce, con lo cual se diluyeron las acusaciones de frau-
de en las elecciones anteriores, que habían servido de argumento golpista para
asaltar el poder. Perú, por su parte, enfrentó agitaciones sociales por la estela
de corrupción histórica de sus gobiernos, ocasionando que en tan solo nueve
días tuvieran tres presidentes interinos: Martín Vizcarra, Manuel Merino y Fran-
cisco Sagasti, designado el 17 de noviembre de 2020. Amplias movilizaciones
sacudieron también varias ciudades de Colombia a finales de 2019 y principios
de 2020, convocadas por el Comité Nacional del Paro para protestar contra las
políticas económicas, sociales, ambientales y la corrupción en el gobierno del
presidente Iván Duque, el manejo que le habría dado el gobierno a los acuerdos
de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pue-
blo (FARC-EP), el homicidio de líderes sociales (campesinos, indígenas y rein-
sertados exguerrilleros), a lo que se unió el repudio contra la represión y muerte
de un hombre a manos de la policía cuando protestaba. Algo similar sucedió en
Guatemala cuando el congreso intentó aprobar el presupuesto para 2020, enfila-
do a un mayor endeudamiento y menos inversión (lo cual limitaba los programas
sociales). El mal manejo de la pandemia y el malestar acumulado por la corrup-
ción dieron origen a una intempestiva manifestación el 21 de noviembre de ese
mismo año, que culminó con el incendio del Congreso en la capital y la renuncia
del presidente Alejandro Giammattei, con lo que se logró revertir y rencauzar la
iniciativa (Grinberg, 2020). En todos los casos, las movilizaciones, conformadas
mayoritariamente por jóvenes, han sido originadas por la percepción social de
la corrupción política, las demandas por la igualdad social, la necesidad genera-
lizada de un alto a la represión, así como el derecho a la libertad de expresión.2
En este contexto de movilización social en tiempos de pandemia, resulta
importante analizar cómo resurgieron distintas expresiones de impugnación
del movimiento feminista3 en América Latina, que como movimiento progre-
sista oxigenó las ruta de las protestas sociales, cuyas demandas se centraron
en cuestionar el modelo de sociedad patriarcal, exigir igualdad y autonomía,
alto a la violencia de género, derecho al aborto legal, freno a la violencia
sexual y física, al machismo, a la misoginia y al feminicidio. El colectivo

2 Otro hecho significativo, de carácter global y que ayudó a tensar la relación entre Estado y
sociedad, fue la molestia generalizada que ocasionó el asesinato de George Floyd a manos de
policías estadunidenses, el cual generó masivas movilizaciones en Estados Unidos y en otros
países, donde se demandó “alto al racismo”.
3 Definimos al movimiento feminista como un “conjunto amplio de organizaciones” de mujeres,
con una vasta diversificación de causas, demandas y acciones de movilización, con diversas
formas de identificación y articulación, de largo trayecto o coyunturales, desde las cuales
impulsan estrategias dirigidas a impugnar y transformar las condiciones de género, generar
mayor igualdad entre mujeres y hombres, salvaguardar y ampliar los derechos de las mujeres,
así como intentar erosionar la hegemonía e inercias del sistema patriarcal en los espacios de la
vida social (Álvarez, 2020, p. 149).

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feminista Las Tesis, en Chile, convirtió la performance “Un violador en tu


camino” en el himno de las manifestaciones en pro de los derechos de las
mujeres en varias partes del mundo; otra acción en esta dirección fue la de-
manda articulada de diversos colectivos feministas en Argentina, que culmi-
nó con la aprobación de la Ley de Aborto Legal el 29 de diciembre de 2020,
apoyada por el gobierno de Alberto Fernández.
En el caso particular del movimiento feminista en México, se empren-
dió una nueva etapa de movilización callejera en repudio al incremento de
la violencia contra las mujeres en prácticamente toda la geografía nacional,
frente a un Estado incapacitado para abordar la violencia estructural. Esto
hizo evidente, además, que durante el confinamiento la violencia que expe-
rimentan las mujeres se mantuviera en aumento y se expandieran sin control
los feminicidios. De ello se deriva que, en 2020, de marzo a noviembre, 2781
mujeres fueron asesinadas, cifra similar a la de 2019, cuando 2895 mujeres
fueron ultimadas, lo cual significa que 10 mujeres fueron privadas de la vida
diariamente y que 1 de cada 3 es víctima de violencia física o sexual (Barra-
gán, 2021; SESNSP, 2020).
Cabe destacar que los contenidos del presente artículo contemplan, una
vez expuesta la metodología de investigación, un primer apartado donde se
analizan las dimensiones del Estado en América Latina. Una segunda sección
contempla el manejo político de la información y el contexto material en
que el hecho se efectúa en el hemisferio. El artículo continúa con el análisis
de la instrumentación política de la COVID-19 en los casos de México y
Chile, destacando las particularidades de cada país. El trabajo finaliza con
un apartado de reflexiones finales, centrado en el encuadre de la interacción
Estado-protesta social con las tipologías de Estado formuladas por las cien-
cias sociales en Latinoamérica.

Metodología
La situación sociopolítica previa a la pandemia en América Latina presenta-
ba signos de convulsión regional derivados de los distintos tipos de protesta
social4 en medio de crisis sociopolíticas, que debido al confinamiento por

4 La protesta es entendida como una construcción social, una acción colectiva que emerge frente
a las fallas del Estado, que actúa mediante acciones de descontento y confrontativas para
transformar situaciones adversas para el conjunto o un sector de la población (Castro, 2020,
p. 159). De acuerdo con Weber (2002, p. 21), este tipo de acción social está orientada “por un
sentido (subjetivo) poseído o mentado, no interesa si de manera más o menos inadvertida” por
los “sujetos de la acción”. Las acciones de protesta tienen una duración breve y asumen distintas
fisonomías: institucionalizadas o subversivas, se conforman en torno a identidades colectivas
y sentimientos de solidaridad para promover la transformación de realidades adversas en
benéficas. Aunque la protesta social tiene similitudes fisonómicas con los movimientos sociales
porque reúne objetivos y formas de actuar y emerge de la acción deliberada de grupos de interés
en contextos políticos concretos, se distingue de estos porque presentan grados disímiles en

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la pandemia fueron postergadas. En medio de las crisis de legitimidad que


enfrentaban los gobiernos de la región, la aplicación de medidas disciplinares
implementadas por el Estado y sus gobiernos de izquierda, derecha o centro
como mecanismo de control biopolítico5 se yergue como una nueva coyun-
tura para la vigorización de las acciones colectivas encaminadas a impugnar
todo tipo de dominación y a construir una nueva relación entre el Estado y la
sociedad.6 Considerando esto, el presente artículo ofrece una reflexión teóri-
ca en torno al vínculo Estado-protesta social en México y Chile. La pregunta
rectora del trabajo, por tanto, se formula de la siguiente manera: ¿cuáles fue-
ron las dimensiones simbólicas y organizacionales de esta relación de poder
y sus efectos en la protesta social? Surge, como hipótesis principal, que esta
relación de poder se establece desde distintas dimensiones simbólicas y or-
ganizacionales biopolíticas que originan una gran diversidad de estrategias
populares como respuesta. En este sentido, los estados en México y Chile
emplearon una serie de estrategias biopolíticas de control de la población,
fundadas en la instrumentación política de la pandemia. Para ello, se valieron
tanto de la construcción de opinión hegemónica desde los medios de comuni-
cación dominantes como del empleo del aparato coercitivo del Estado. Sobre

su organización y períodos de visibilidad, ya que mientras los movimientos sociales expresan


una organización sostenida y muestran un diverso y estructurado repertorio de movilización,
las protestas se caracterizan por tener momentos visibles y de confrontación fugaces. De lo
anterior depende que la protesta se ubique como una instancia alternativa —ocasiona— de
grupos de interés, lo que las hace efímeras cuando no logran masificarse.
5 Con esto nos referimos a las distintas formas de dominación que se establecen en una sociedad
disciplinaria, caracterizada por la individualización, el bloqueo, la aniquilación, así como la
supresión de la subjetividad y la corporeidad del ser humano, que da como resultado considerar
a la fuerza de trabajo como clientes o consumidores, mediante el empleo de dispositivos
tecnológicos de vigilancia para normalizar, uniformar y disciplinar la vida del sujeto (Tejeda,
2011, p. 78).
6 El Estado ha sido teorizado desde diversas dimensiones, aunque aquí retomaremos las dos más
ilustrativas. Por un lado, la visión centralista de Weber (2002), la cual sostiene que la acción
política es dominación y el orden político se mantiene a través de este ejercicio y no de la
voluntad de los ciudadanos. Esto implica ubicar al Estado como el centro de dominio político
a través del uso de la fuerza, el derecho, las políticas, la construcción de identidades, etc.
(Velázquez, 2019, p. 33). En sentido adverso, está la dimensión relacional, la cual considera
que la sociedad no es un cuerpo unitario donde se ejerce un solo poder, sino “un archipiélago
de poderes diferentes”, dentro de los cuales se encuentra el Estado (Aziz y Alonso, 2005,
p. 17). En ella se reconoce la existencia de muchos centros de poder y las capacidades
socioestatales o el “conjunto de innovaciones institucionales formales e informales, resultado
de la acción colectiva de la sociedad civil que ha logrado vincular a organizaciones y agentes
estatales, y que proporcionan oportunidades efectivas para la búsqueda de funcionalidades
definidas previamente como objeto de la acción definida” (Hincapié, 2017, p. 76). Esta visión
descentralizada, con la cual coincidimos, nos permite explicar cómo en la construcción
estatal convergen distintas expresiones conflictivas que albergan acciones de protesta que
experimentan éxitos y limitaciones al momento de enarbolar causas y demandas. Este desafío
a la idea de autoridad centralizada nos pone en la perspectiva de entender cómo en un territorio
pueden darse múltiples formas de dominación, interacción e impugnación entre grupos de
interés, ciudadanos e instituciones del Estado.

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esta base, los grupos subalternos respondieron con estrategias de sobrevi-


vencia combinadas con mecanismos digitales y callejeros de protesta social.
La reflexión teórica sobre este vínculo de poder se apoyará tanto en el
debate latinoamericano en torno a la relación Estado y sociedad como en las
experiencias políticas de México y Chile. Para alcanzar este objetivo, nos
valdremos tanto de los aportes procedimentales de la metodología de estudio
de casos (Gundermann, 2013) como del debate politológico en torno a la
investigación comparada (Nohlen, 2008; Landman, 2011). Nuestra idea es
considerar a México y Chile como casos ilustrativos que permitan ejemplifi-
car la reflexión teórica propuesta. La ejemplificación se apoyará en informa-
ción hemerográfica de ambos países. La reflexión se funda en un corpus de
textos de prensa digital, integrados tanto por artículos de opinión, como por
columnas de noticias presentes en estos medios de comunicación. Se trata de
un conjunto de materiales caracterizados por presentar distintos niveles de
opinión medial. Debido a que constituyen un objeto de estudio en sí mismo,
las fuentes serán analizadas desde la perspectiva crítica sobre la prensa y
las representaciones sociales de Jürgen Habermas (2009) e Irene Vasilachis
(2013). Con base en este enfoque se reflexionará sobre este material, consi-
derando tanto las dimensiones de opinión de las fuentes como la dimensión
informativa de estas. De esta manera, dispondremos metodológicamente de
una primera aproximación panorámica7 al vínculo entre Estado y protesta
social en los casos seleccionados.

Discusiones sobre las dimensiones del Estado


La llegada de la pandemia a América Latina ha puesto de relieve la incapa-
cidad de los países para enfrentar los retos que implica, ya que la mayoría
de ellos estaban inmersos en problemas económicos y sociales derivados de
modelos de desarrollo de corte neoliberal, carentes de políticas y estrategias
para renovarse.
De acuerdo con Weber, el Estado ha sido la principal

… asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con


éxito, de monopolizar dentro de un territorio el monopolio de la violencia
legítima como medio de dominación y que, con este fin, ha reunido todos
los medios materiales en manos de sus dirigentes y ha expropiado a todos
los seres humanos que antes disponían de ellos por derecho propio, sustitu-
yéndolos con sus propias jerarquías supremas. (1979, p. 92)

7 Con la idea de “panorama” se hace alusión a la aproximación metodológica panorámica


propuesta por Umberto Eco en Cómo se hace una tesis (2007), en oposición a la investigación
monográfica, propia de los estudios microscópicos, profundos y acotados en su campo
analítico.

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Este carácter omnímodo del Estado le asigna la potestad para mantener el


control, ser el generador de bienestar y el encargado de garantizar los derechos
a la población. Sin embargo, hay que destacar que en la construcción del Estado
también resulta determinante el activismo de grupos opositores al régimen, cuyas
acciones contrahegemónicas propician el rediseño del contrato social y permiten
la emergencia de nuevas relaciones sociales, tal como ha sucedido en la etapa
posdictatorial o de tránsito democrático en América Latina en las últimas tres
décadas del siglo XX (Domínguez, 2016). Esto nos lleva a sostener que este pro-
ceso depende estrictamente de las características sociohistóricas donde se cons-
truye, por lo cual existe una amplia tipología de estas en función del contexto.
En América Latina, la conformación del Estado ha transitado por múl-
tiples facetas que le dan distintas dimensiones, aunque aquí solo nos referi-
remos a la etapa autoritaria y a la de la transición democrática. La primera
tuvo lugar desde la década de los sesenta hasta finales de los ochenta, y se
dio mediante el establecimiento de dictaduras militares, configurándose Es-
tados de excepción (Agamben, 2006) con altos niveles de violencia social.
La segunda, llevada a cabo en la década de los noventa, configuró un amplio
proceso de instauración democrática con interrupciones y regresiones, donde
el Estado se asumió como promotor del desarrollo, bajo los basamentos de
una cultura autoritaria frente a la cual la democracia fue restringida a un “rol
secundario de una ideología subversiva o, en el mejor de los casos, de una
legitimación ficticia” (Lechner, 1977, p. 390).
En estos diversos procesos sociales, políticos, económicos y culturales que
ha vivido el continente, el Estado tuvo un papel central en el control de la eco-
nomía y la sociedad (Kaplan, 1997). Sin embargo, a partir de la década de los
ochenta y noventa enfrentó múltiples problemas derivados del agotamiento neo-
liberal, reflejados en el desbalance ocasionado por la concentración de la riqueza
y el crecimiento exponencial de la pobreza y la desolación social, así como de
las constantes depreciaciones, las devaluaciones, el desempleo y la contracción
económica, que exhibieron su fragilidad para responder con eficiencia a las de-
mandas sociales y consolidar su funcionamiento institucional. Esta crisis del
Estado abrió la puerta a las denominadas reformas de primera generación, diri-
gidas a adelgazar el Estado, a adoptar nuevos patrones económicos y su relación
con el mercado, a sanear la crisis económica sin reformar las instituciones del
Estado, tarea que cumplirían a destiempo las reformas de segunda generación
(García Chourio, 2003), cuyo objetivo fue construir un andamiaje institucional
que replanteara la nueva dimensión del Estado, sus funciones y competencias
tradicionales para enfrentar las nuevas condiciones que generaba el proceso de
globalización (Rivas y Aranque, 2003).8

8 Los resultados de ambas reformas resultaron poco alentadores para los países del continente, ya
que las medidas de ajuste y de reducción del Estado para disciplinar a los agentes económicos
y la creación de instituciones acordes para el funcionamiento del mercado acentuaron la

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La transición democrática de finales de los ochenta se caracterizó por la


traslación hacia Estados democráticos, que comprendía dos etapas: por un
lado, la liberalización política que daba paso a la alternancia en el poder por
la vía electoral y, por otro, el afianzamiento institucional que hiciera efectivo
o consolidara el funcionamiento de ese régimen democrático (Flores, 2013,
p. 49). Este proceso presentó configuraciones diversas en cada país, deriva-
das de las complejas condiciones que el contexto sociopolítico regional y
global le imprimió. Aunque no se configuró la presencia de Estados fallidos,
caracterizados por alcanzar una alta disfuncionalidad que los imposibilita
para normar la vida social y preservar el monopolio legítimo de la violencia
(Zapata, 2014), no podemos sostener que hemos presenciado la construc-
ción de Estados colapsados, incapaces de suministrar identidad jurídica y
seguridad física, que dejaran en manos de entidades políticas privadas algu-
nas de sus funciones (Rojas, 2005), pero sí podemos hablar de la existencia
de experiencias de países internamente conflictuados donde se conformaron
Estados débiles,9 caracterizados por tener funcionalidad media, pues aun-
que no enfrentan una guerra o conflicto violento interno generalizado, tienen
instituciones deficientes en su funcionamiento, pero no se ha llegado a la
parálisis del aparato estatal. En estos tres casos subyace una baja estatalidad
que manifiesta una limitada capacidad para cumplir funciones jurídicas y
regular los altos niveles de impunidad y violencia en territorios completos,
tal como sucedió con algunos países de Centroamérica, como Guatemala, El
Salvador y Nicaragua, sometidos a guerras civiles o presiones externas que
prácticamente colapsaron su andamiaje institucional. En esta debilidad esta-
tal también se inscribe el gobierno de Colombia, que en las décadas de los
ochenta y noventa no tuvo capacidad para enfrentar la violencia generada en-
tre los cárteles de la droga y el Estado. Subyace también el caso de México,
particularmente de 2006 en adelante, cuando el gobierno de Felipe Calderón
les declaró la guerra a los cárteles de la droga, los cuales han logrado con-
trolar territorios completos, han sometido a administraciones locales y han
cooptado instituciones judiciales, con lo cual se constituyeron en una suerte
de Estado paralelo que funciona en la ilegalidad (Rice y Stewart, 2008).
Esta etapa de transición permitió la redefinición del contrato social, que
posibilitó la construcción de nuevas relaciones sociales con una participación
activa de la sociedad civil organizada en colectivos y movimientos oposi-
tores contra el régimen político autoritario, así como contra el desmante-

injerencia de los organismos internacionales en asuntos de políticas públicas nacionales, con


lo cual se comprometió la autonomía de los gobiernos, de sus ciudadanos y se agudizó la
conflictividad social (García Chourio, 2003).
9 América Latina vive procesos sociales conflictivos donde es evidente la debilidad estatal frente
a los poderes ilegales. Ejemplo de ello son los gobiernos de Hondura y El Salvador, incapaces
de hacer frente a la expansión de las bandas o pandillas criminales; en otros casos, como el de
Colombia y México, no tiene capacidad para enfrentar a los cárteles del narcotráfico.

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lamiento del Estado de bienestar ocasionado por la puesta en marcha del


modelo neoliberal, que en los casos de México y Chile representa dos claros
ejemplos de los efectos del proceso privatizador y del debilitamiento esta-
tal. Esta imposición de procesos acelerados de privatización en sectores que
antes estaban bajo el control del Estado los convirtió en una representación
técnico-administrativa que posibilitó el crecimiento de una economía global
corporativa (Sassen, 2007) que “no tuvo por resultado su transformación en
aparatos estatales más eficientes, sino que mermó su capacidad para regular
distintos aspectos de la convivencia comunitaria que se desarrolla dentro de
sus propias fronteras” (Flores, 2013, p. 63).
Si bien es cierto que esta oleada de conflictos internos allanó la construc-
ción de una nueva estatalidad que redefinió el papel de las fuerzas de seguri-
dad estatal y de la sociedad civil en un orden no dictatorial, también propició
que muchos Estados no tuvieran la capacidad de enfrentar las convulsiones
internas con bases democráticas y que, en muchas ocasiones, recurrieran a la
represión social como mecanismo para imponer el orden, tal como ha sucedi-
do en países con gobiernos neoconservadores como los de Chile, Colombia,
Perú y México. Esto dio lugar a la configuración de Estados frágiles, inefica-
ces para cumplir las funciones que la gobernabilidad emergente les demanda-
ba, y en algunos casos tomaron la fisonomía de Estados fracasados (Tedesco,
2007),10 debido a su notoria incapacidad para instaurar igualdad legal, para
combatir los poderes oligárquicos, las prácticas y los valores de una cultura
política clientelar y corporativa, para enfrentar con eficacia los altos niveles
de corrupción en las estructuras políticas y sociales, y consolidar el equilibrio
entre los poderes del Estado.
En este sentido, en la etapa prepandémica, en América Latina ya estaba
establecido lo que Rodríguez (2019) denomina un Estado de malestar, que
se construyó a partir del desmantelamiento del Estado benefactor y derivó
en la normalización de la ineficacia estatal para gestionar el bienestar social.
En una coyuntura de emergencia como la pandémica, el Estado de derecho
y particularmente los derechos humanos quedaron en vilo y sujetos a los cri-
terios establecidos por el Estado, que parece nutrirse del conformismo social
“que inhabilita la conciencia y paraliza la posible acción colectiva en un estu-
por que se presenta como responsable” (Roitman, 2020), lo cual permite que
la gestión de la vida y la muerte dependa estrictamente de quienes detentan
el poder del Estado o están en condiciones de manipularlo.
Esta condición pandémica asemeja una especie de estado de guerra,
donde está ausente la prudencia y el poder se ejerce según criterios de excep-

10 Podemos sostener que la debilidad del Estado permite el establecimiento de Estados frágiles y
fracasados, dada su incapacidad para hacer funcionar las instituciones, generar bienes sociales,
mantener el monopolio y uso legal y legítimo de la violencia que les permitan enfrentar los
poderes fácticos que los desafían.

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cionalidad, más allá de los límites democráticos. En tal sentido, el carácter


monopólico del Estado le otorga toda la capacidad de decidir sobre los cri-
terios de control biopolítico propios de una sociedad disciplinar (Foucault,
2002),11 con medidas de vigilancia y castigo que subyacen en las políticas de segu-
ridad sanitaria. Esto se debe a que los Estados en el mundo, de manera diferencia-
da, asumieron todas las prerrogativas de decisión para el manejo estratégico de la
información, tales como cerrar las fronteras, confinar a la población, segregar a los
individuos contaminados, que propiciaron que la vida privada quedara en manos
de las instancias del poder estatal que distingue, clasifica, ordena, encierra y, por lo
tanto, sujeta, aísla e inmoviliza (Borrillo, 2020).12
Este control estatal que se da mediante el empleo de una narrativa po-
lítica con base en el saber científico constituye una forma de biopoder o de
biologización que se emplea como mecanismo de gobierno. En este sentido,
la emergencia sanitaria genera condiciones de excepción que permite a los
Estados, en el marco de democracias liberales, suspender libertades funda-
mentales y obliga a que los gobernados se conviertan en aliados del Estado
y se ciñan al orden público sanitario, cuyos casos extremos los encontramos
en Brasil o Colombia, donde los gobiernos delegaron la responsabilidad de la
coacción a las fuerzas armadas en la contingencia pandémica (Salazar, 2020).

El uso de la información
En estas condiciones, los ciudadanos comenzamos además a experimentar
una profunda transformación en nuestras formas de vida, donde la tecnología
se ha convertido en la herramienta más importante para la subsistencia. El
mundo está transitando el ascenso del llamado capitalismo digital, donde

Las grandes inversiones aplicadas a los negocios de las nuevas tecnologías


[y] la ampliación significativa de las transformaciones digitales ha forjado
cambios estructurales en la infraestructura global de las TIC para allanar el
camino para la conectividad móvil y la datación masiva. (Salazar, 2020, p. 12)

11 De acuerdo con García Canal, la sociedad disciplinar “es un tipo de sociedad que ha instalado
máquinas de producción de sujetos que actúa sobre los cuerpos de los sujetos […] que aprenden
el sometimiento mediante la inscripción de códigos determinados grabados en sus propios
cuerpos […] generando hábitos, respuestas inconscientes a normas abstractas y positivas, a un
deber ser que los marca y los crea. Más que reprimir, forma, conforma y habitúa” (2010, p. 59).
12 Algunos países de Europa, como Francia, España, Bélgica, Italia y Grecia, aplicaron el toque
de queda parcial o total. Esto se replicó en algunos países de América Latina, como Bolivia,
Ecuador, El Salvador, Honduras, Paraguay, Perú y República Dominicana, en tanto que
en el resto del continente se aplicaron restricciones parciales escalonadas en función de la
expansión de la pandemia. México es un ejemplo de estas medidas de restricción parcial, ya
que el gobierno federal estableció un semáforo de riesgo epidemiológico para monitorear el
comportamiento de la pandemia en los estados, regular el uso del espacio público y reducir el
riesgo de contagio de COVID-19.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 35, n.º 50, enero-junio 2022, pp. 203-232.
214 Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez Jiménez y Jaime González González

Estas transformaciones impactarán a futuro gravemente en los modelos


de productividad económica, así como en los modelos de control y vigilancia
que implementarán los Estados.
El encierro, autoimpuesto por los ciudadanos, por los sistemas de salud,
por casi todos los gobiernos del mundo, responde a una realidad asignada
por la emergencia sanitaria, eso no se cuestiona, pero también ha abierto im-
portantes oportunidades para estimular los negocios digitales. Vemos, desde
hace varias décadas, el ascenso de las redes sociales y de las tecnologías de la
información y la comunicación, y bien sabemos que para las nuevas genera-
ciones eso ya no es una novedad. Lo que sí es novedoso es que la cuarentena,
si bien ha servido para prevenir los contagios, también ha aumentado la plus-
valía de las empresas digitales, “porque [ha transferido] a los trabajadores los
gastos de operación de las oficinas corporativas: luz, internet, agua y hasta
café. Sin traslados ni salidas nos hacemos más productivos” (Salazar, 2020,
p. 242).13 Aunado a esto, y lo que se torna más preocupante, el encierro “ac-
tual nos disciplina para la inmovilidad, para recluir los cuerpos y proyectar
nuestros avatares profesionales a través de plataformas digitales, reformulan-
do la percepción del tiempo y el espacio de la globalización” (Estévez, 2020,
citado en Salazar, 2020, p. 13), incrementando el control sobre la población
mundial y, ante todo, controlando la movilidad personal y colectiva de los
ciudadanos.
En estos contextos ha sido inevitable, también, presenciar el ascenso
de las fake news. Durante meses, los medios de comunicación han intentado
“imponer un relato dominante sobre esta crisis” (Ramonet, 2020, p. 23) y los
estragos ocasionados por esa infodemia se tornan cada vez más profundos.
El miedo al enemigo invisible generó hondas incertidumbres que los usuarios
pretendimos resolver a través de la información que nos brindaban las redes
sociales e internet, y así,

el ansia de entender todo lo relacionado con la plaga ha creado las condicio-


nes para una tormenta perfecta de noticias tóxicas. Estas se han propagado
con igual o mayor velocidad que el nuevo virus. Montañas de embustes han
circulado por las redes sociales. Los sistemas de mensajería móvil se han

13 Además, de acuerdo con Ramonet, “con más de la mitad de la humanidad encerrada durante
semanas en sus casas, la apoteosis digital ha alcanzado su insuperable cenit… Jamás la galaxia
Internet y sus múltiples ofertas en pantalla (comunicativas, distractivas, comerciales) resultaron
más oportunas y más invasivas. En este contexto, las redes sociales, la mensajería móvil y los
servicios de microblogueo —Twitter, Mastodon, Facebook, WhatsApp, Messenger, Instagram,
YouTube, LinkedIn, Reddit, Snapchat, Amino, Signal, Telegram, Wechat, WT: Social10,
etc.— se han impuesto definitivamente como el medio de información (y de desinformación)
dominante. También se han convertido en fuentes virales de distracción pues, a pesar del
horror de la crisis sanitaria, el humor y la risa, como a menudo ocurre en estos casos, han sido
protagonistas absolutos en las redes sociales, nexo privilegiado con el mundo exterior y con
familiares y amigos” (Ramonet, 2020, p. 25).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 35, n.º 50, enero-junio 2022, pp. 203-232.
Estado y protesta social 215

convertido en verdaderas fábricas continuas de infundios, bulos y engaños.


En algunos países, se calcula que el 88% de las personas que acudieron a las
redes sociales para informarse sobre el SARS-CoV-2 fueron infectadas por
fake news. Es conocido que las noticias falsas se difunden diez veces más
rápido que las verdaderas; y que, incluso desmentidas, sobreviven en las redes
porque se siguen compartiendo sin ningún control. (Ramonet, 2020, p. 23)

Sin las menores garantías de credibilidad, los usuarios nos volcamos so-
bre las páginas de internet y las redes sociales, que nos prometen proporcio-
nar información pertinente y de primera mano sobre los contextos mundiales
y nacionales de desarrollo y la propagación de la pandemia, lo que torna cada
vez más urgente la necesidad de estimular (y generar) habilidades informa-
tivas en los usuarios, con las que podamos acceder a información confiable
y objetiva sobre nuestra actualidad, sin ser víctimas (ni difusores involunta-
rios) de las especulaciones sobre la desinformación que circula por la red y
que nos ayude, al mismo tiempo, a ejercer libremente nuestro derecho a in-
formarnos y sin distorsiones. Porque no solo hablamos de las fake news, sino
también de los modelos implementados por las agencias de información do-
minantes que moldean a su gusto y conveniencia lo que denominan opinión
pública, y que no es otra cosa que la construcción de una idea generalizada (y
comúnmente manipulada) que intentan imponer los medios de comunicación
convencionales sobre los aconteceres políticos y sociales de la actualidad
nacional, que, además,

cumplen una función de apuntalamiento social […] modelando socialmente


a un público que de forma pasiva consume contenidos prediseñados, emiti-
dos en una sola dirección, sobre la que no está en condiciones de poder ele-
gir, modificar o devolver al emisor original. (Sádaba y Roig, 2005, p. 108)

Esto último en ocasiones resulta más peligroso, como instrumento de


control y manipulación, que las construcciones de las mismas fake news, ya
que se instrumentalizan y legitiman desde las lógicas de control que estable-
ce el Estado o según las que rigen al mercado. En ambos casos, el resultado
es el entorpecimiento del ejercicio de una participación política activa, real y
debidamente informada.
Y mientras navegamos por internet y nos sumergimos en las redes so-
ciales, ya sea con conocimiento de las tecnologías de la información o sin
ese conocimiento, sabedores de la presencia de las fake news o sin ese saber,
determinados por la dirección de las noticias que los consejos administra-
tivos y de redacción de los medios de información dominantes selección a
discreción, “Vivimos aislados, pero nos observan en su conjunto […] cada
paso nuestro es espiado” (Salazar, 2020, p. 6). Y no, no hablamos de una
reseña de una película de espías y conspiraciones internacionales de Netflix.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 35, n.º 50, enero-junio 2022, pp. 203-232.
216 Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez Jiménez y Jaime González González

Byung-Chul Han (2020), San Miguel y Almeida (2020), Ignacio Ramonet


(2020), así como distintos intelectuales a lo largo y ancho del planeta han
llamado la atención (y con mucha más insistencia durante los últimos meses)
sobre las nuevas realidades que experimentará el mundo pospandémico den-
tro del contexto del ascenso del capitalismo digital y su impacto en la acción
colectiva y los organismos de control del Estado.
Si bien, como ha afirmado Byung-Chul Han (2020), varios de los países
de Asia Pacífico (Japón, Corea, China, Vietnam o Taiwán, entre ellos) tuvie-
ron una respuesta inmediata, efectiva y contundente para la contención de la
pandemia desde los primeros meses de la presencia del virus (algo que para los
países occidentales y de América Latina sigue siendo un inmenso reto, con-
vertido en martirio), es evidente que gran parte de ese control “sanitario”14 ha
levantado serias dudas sobre los usos que se les puede dar a las nuevas tecno-
logías digitales y la información que atesoran los gobiernos mundiales y sus
mecanismos de control sobre los activistas y los movimientos sociales.
Porque tras el telón de fondo florece la antigua sospecha de cuál será
el papel que jugará en la pospandemia y los fines para los que será usada
la vigilancia digital realizada a través de teléfonos celulares y “cámaras de
seguridad en todos los espacios sean públicos o privados, reconocimiento fa-
cial, capacidad absoluta de control poblacional, sumisión completa al Estado
(o confianza si nos gustan los eufemismos)” (San Miguel y Almeida, 2020, p.
4); porque es una realidad que el uso de los datos para control sanitario ya ha
puesto sobre la mesa de discusión la siguiente pregunta: ¿cómo funcionarán
estas nuevas tecnologías para controlar a la población, para anticipar la pre-
sencia de los movimientos sociales y el activismo político, entre otras formas
de control de la población mundial?
En estos contextos de apertura de la información (que incluye la presen-
cia de la biopolítica digital y la formación de corrientes de opinión pública
manipulables), de explosión documental (que incluye las múltiples estam-
pidas de información ocasionadas por las fake news) y de aislamiento físico
(que durante meses dejó el espacio público vacío), ¿cuál es la perspectiva
que les espera a los movimientos sociales? Porque el confinamiento, como
explica Salazar (2020), también ha servido como una herramienta de control
y obediencia, y la pregunta es: “cuánto va a durar y para qué lo van a usar”
(Salazar, 2020, p. 18). La amplia ola de protestas que el mundo estaba expe-

14 En este sentido, Ramonet explica que “desde hace unos años, algunos Estados y los grandes
operadores privados de telefonía móvil han atesorado billones de datos y saben exactamente
donde se encuentra cada uno de sus numerosos usuarios. Google y Facebook también han
conservado montañas de datos que podrían ser utilizados, con el pretexto de la pandemia, para
una vigilancia intrusiva masiva. Y además, aplicaciones de citas con coordenadas urbanas,
como Happn o Tinder, podrían servir ahora a detectar infectados […] Sin olvidar que Google
Maps, Uber, Cabify o Waze también conocen las rutas y el historial de sus millones de
clientes…” (2020, p. 13).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 35, n.º 50, enero-junio 2022, pp. 203-232.
Estado y protesta social 217

rimentando hasta antes de la pandemia cambió radicalmente con la llegada


de la enfermedad, aplacando y apaciguando las movilizaciones que nacían
en múltiples ciudades del mundo y que hoy vemos resurgir sin poder pronos-
ticar al cien por ciento cuáles serán las nuevas rutas que han de seguir y las
estrategias de comunicación y acción digital que las determinarán.
Ejemplo de ello son las protestas que comenzaron a surgir el 28 de fe-
brero de 2021 en varias ciudades de Argentina, ante el escándalo protago-
nizado por la denominada “vacunación VIP”, que dejó al descubierto cómo
personajes influyentes y cercanas al gobierno lograron acceder a la vacuna de
forma anticipada, secreta y, por lo mismo, sin los menores principios de ética
e igualdad, que orilló a dimitir al entonces ministro de Salud. Días después,
el 5 de marzo, en Paraguay, comenzó a surgir una serie de disturbios ocasio-
nados por las protestas de ciudadanos molestos ante el evidente colapso del
sistema sanitario del país sudamericano, que también acarreó la renuncia de
varios ministros del gabinete paraguayo. Tres días más tarde, en México, tal
como había sucedido en 2020, en el marco del Día Internacional de la Mujer,
colectivos feministas se enfrentaron con cuerpos de la Secretaría de Segu-
ridad Ciudadana de la Ciudad de México, dejando un saldo de 81 mujeres
heridas (la gran mayoría de ellas policías). El 28 de abril las protestas contra
la reforma tributaria impulsada por el presidente Duque, en Colombia, ensan-
grentaron a esta nación sudamericana.
En tal contexto, resulta pertinente reflexionar sobre la morfología que el
Estado en México y Chile asumió en la pandemia para establecerse como po-
der hegemónico, frente a las causas y demandas de los grupos y movimientos
sociales, así como sobre el rumbo que tomaron las nuevas experiencias orga-
nizativas en medio del disciplinamiento, donde pareciera que la población se
quedó en casa durante meses, sin protestar, callada, ausente, inmovilizada, y
el Estado concentró cada vez más el núcleo de poder.

México y Chile, ejemplos de instrumentación política ante la COVID-19


La morfología que toma el Estado ante la protesta social bajo el contexto
del COVID-19 se expresa de modo ejemplar en América Latina en casos
como México y Chile. Ambos países presentaban una serie de irrupciones
sociales hasta fines del año 2019 y principios del 2020, producto de la crisis
de legitimidad de los sistemas políticos y de las instituciones sociales que le
daban soporte. Ante el desafío político que implicó tanto el marzo feminista
en México durante el 2019, como el estallido social de octubre de ese mismo
año en Chile, los gobiernos de estos países se encontraron en una difícil si-
tuación de gobernabilidad, trabando la posibilidad de una interacción circular
Estado-sociedad.
En México, en la década de los noventa y como resultado de la imposi-
ción neoliberal, el país experimentó el mayor oleaje de protestas provocadas

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 35, n.º 50, enero-junio 2022, pp. 203-232.
218 Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez Jiménez y Jaime González González

por el desmantelamiento del Estado benefactor. Las movilizaciones tuvieron


como exigencia central la equidad electoral, los derechos y la autonomía de
los territorios indígenas, los derechos laborales y políticos, el endeudamiento
ocasionado por las altas tasas inflacionarias y la devastación de la seguridad
social. Para la década del 2000, en los gobiernos de la transición del Partido
Acción Nacional (2000-2012) y, posteriormente, del Partido Revoluciona-
rio Institucional (2012-2018), se mantuvieron las demandas del derecho a
la educación, al empleo, a la seguridad pública, y emergieron otras, como
la búsqueda de las víctimas desaparecidas por la violencia derivada del nar-
cotráfico y el crimen organizado, el rechazo a la agricultura depredadora y
el saqueo de recursos naturales por parte de las empresas trasnacionales. La
llegada al gobierno de México de Andrés Manuel López Obrador, en 2018,
con un respaldo de 30 millones de votos (que representaban el 53% de la
votación total en ese momento), despertó esperanzas en una amplia franja
de población agobiada por la pobreza y fatigada por la corrupción. Con la
expectativa de reconstruir el país y la relación entre el gobierno y los sectores
sociales marginados, la nueva administración optó por establecer un Estado
centralista y autorreferencial, responsable del bienestar y la justicia social.
Con este fin, el nuevo gobierno puso en marcha “La cuarta transfor-
mación” (eslogan empleado para referirse a modificaciones estructurales en
la vida pública de México), mediante la cual dice impulsar un cambio de
régimen que desplazará al viejo andamiaje neoliberal que había fusionado el
poder económico y el poder político en beneficio de un reducido grupo. Esta
tarea dice querer recobrar la rectoría del Estado sobre la economía, combatir
la corrupción institucional y la impunidad barriendo “de arriba hacia aba-
jo”, mediante la activación de un extenso paquete de políticas sociales que
promete distribuir la riqueza en los sectores empobrecidos. Con este fin, el
gobierno canalizó una mayúscula inversión a la política social, que ascendió
a 2797 millones de pesos, en 2019, a 2797 millones de pesos, en 2020, y a
3317 millones, en 2021, que representa prácticamente la mitad del ejercicio
fiscal de los años respectivos (Aristegui Noticias, 2020).
El derrame dirigido al desarrollo social alcanzó a 24,5 millones de per-
sonas de sectores abandonados: adultos mayores, jóvenes, campesinos, ma-
dres solteras y discapacitados (Forbes, 2020), lo que, asociado al aumento
del 15% del salario mínimo, permitió que algunos sectores sociales damni-
ficados en el período neoliberal pudieran paliar, aunque todavía con muchas
dificultades, la crisis económica que se yergue sobre el país. Sin embargo,
en 2020, el confinamiento de la población y el cierre de la economía por la
pandemia de COVID-19 han ocasionado que la economía tenga un declive
superior al 8%, provocando que cerca de 10 millones de mexicanos hayan
ingresado al círculo de la pobreza y 8,8 millones de alumnos hayan abando-
nado las aulas, impactando severamente en los propósitos gubernamentales
(Enciso, 2020). El derrame económico hacia los más vulnerables ha ocasio-

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Estado y protesta social 219

nado que el gobierno lopezobradorista empiece a enmendar parcialmente la


relación gubernamental con esta población ubicada en la base piramidal de
la economía y que las inconformidades contra el ejecutivo federal, históri-
camente provenientes de estos sectores, momentáneamente bajaran de in-
tensidad, aunque se mantienen activos un sinnúmero de conflictos estatales
y municipales relacionados con el acceso y los usos de recursos naturales,
acaparados por grupos hegemónicos locales y empresas nacionales y tras-
nacionales, así como el movimiento feminista continuamente cuestionado y
veladamente desacreditado por la administración actual.
En este tenor, el mayor reto del gobierno se centra en paliar las secuelas
que genera la disputa territorial sostenida entre 19 bandas criminales organi-
zadas y 400 bandas delictivas locales (Infobae, 2020). Frente a esta hegemo-
nía criminal, el gobierno federal permitió que el Ejército mexicano realizará
tareas de seguridad pública y, en paralelo, creara la Guardia Nacional, cuya
estructura física la conforman 141 cuarteles (de 236 que se proponen cons-
truir) y más de 100.000 elementos, el 80% de ellos provenientes de fuerzas
militares. Sin embargo, la expansión y operación de los cárteles y la crimina-
lidad no cede, pues en 2019 el número de homicidios dolosos alcanzó la cifra
de 37.315 y en 2020 aumentó a 40.863, cifra récord en este rubro.
Esta violencia permanente ha convertido a México en una gran fosa co-
mún, pues el gobierno calcula que de 2006 a 2020 se han localizado 3978 fo-
sas clandestinas (de las cuales 1143 fueron localizadas por la actual adminis-
tración), de donde se han exhumado 6625 cuerpos. Desde 1964, se encuen-
tran desaparecidas 86.663 personas (La Jornada, 2021), lo que ha propiciado
que desde 2009 aparecieran un gran número de colectivos integrados por
familiares de desaparecidos por la guerra del narcotráfico y la desaparición
forzada ejercida por el Estado (Villarreal, 2016). Aunque algunos de ellos
actúan de manera independiente, como los padres de los 43 estudiantes des-
aparecidos de Ayotzinapa, Guerrero, otros, como el Movimiento por Nues-
tros Desaparecidos en México, que aglutina a 49 colectivos familiares, han
mantenido un perfil crítico hacia la administración federal, al mismo tiempo
que han colaborado en el establecimiento de mesas de seguimiento (Animal
Político, 2020). Aunque estos colectivos dirigen sus exigencias de justicia
hacia el Estado, su posición de colaboración y las intermediaciones que el
gobierno ha creado para contenerlos a través de la Ley General en Materia de
Desaparición Forzada de Personas, que permitió crear el Sistema Nacional
de Búsqueda y la Comisión Nacional de Búsqueda, cuyo objetivo ha sido
agilizar y priorizar la búsqueda de personas desaparecidas en México, los ha
mantenido en una posición de colaboración crítica. Sin embargo, la debilidad
del Estado para enfrentar las espirales de violencia que multiplican los casos
de desaparecidos en toda la geografía nacional, aunada a las trabas burocráti-
cas, merma la legitimidad estatal, incentiva y nutre las causas y demandas de
nuevos grupos que reclaman justicia.

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220 Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez Jiménez y Jaime González González

En contraste con la ausencia de movilización ciudadana y de una socie-


dad civil activa que debiera fungir como actor exigente frente al Estado, han
surgido expresiones radicales de derecha, tales como el autollamado Frente
Nacional AntiAMLO (FRENNA), que representa la inconformidad de un
sector reducido de clase media-alta con posiciones ideológicas confesiona-
les. Su demanda irreductible de exigir la renuncia del presidente por el mal
manejo de la pandemia, su breve toma del Zócalo de la capital, acompañada
de una narrativa anticomunista y anti-Foro de San Pablo, los ha colocado
en una posición reduccionista que los aleja de otros sectores antagonistas al
gobierno, incluso de derecha, con los cuales podrían conformar un bloque
opositor sólido y consistente.
En contraposición, el movimiento feminista se ha mantenido y ha vigo-
rizado sus demandas ante la ola creciente de violencia e impunidad contra las
mujeres que aqueja al país. Las movilizaciones del 8 y 9 de marzo de 2020 y
2021 tuvieron resonancia en casi todos los estados del país, donde la muerte
de mujeres y los feminicidios van en aumento. Esto se deriva de la falta de
respuestas del gobierno lopezobradorista frente a la expansión de este fenó-
meno, ya que en 2018 se registraron 3663 homicidios de mujeres (891 fueron
considerados feminicidios), en 2019 ocurrieron 3874 (1006 fueron conside-
rados feminicidios) y en 2020 sucedieron 3752 (940 fueron considerados
feminicidios) (Aristegui Noticias, 2020). A casi la mitad del sexenio, se han
registrado 8496 asesinatos contra mujeres, lo que implica que, en promedio,
10 mujeres, son asesinadas diariamente en el país, de cuyas muertes solo
2125 (25,01%) fueron considerados feminicidios (Gándara, 2021).
El aumento de la violencia y la impunidad contra las mujeres ha provoca-
do que el movimiento feminista haya alcanzado un importante protagonismo
nacional y propiciado un inmenso debate en torno a la violencia de género y la
desigualdad estructural que la sostiene. Este cuestionamiento a la hegemonía
patriarcal, que marca las relaciones sociales en todas las esferas de la vida pú-
blica, ha trastocado al propio Estado y ha sacudido las estructuras normativas
de convivencia. La demanda en sí constituye una oposición contra toda forma
de dominio, por ello, el movimiento feminista al impugnar al poder público
y los micropoderes que articulan las estructuras de dominación, y al ubicarse
como un movimiento fuera de los controles políticos tradicionales del Estado,
ha complicado la posición del gobierno y del presidente mexicano para com-
prender, posicionarse discursivamente y atender sus demandas.
La coyuntura pandémica ha propiciado una construcción diferenciada
del Estado, regularmente centralizada en los gobiernos nacionales. En el
caso de México, esta concentración tiene su basamento en el fuerte liderazgo
que ejerce el presidente Andrés Manuel López Obrador, frente a la posición
marginal de los gobiernos estatales (subnacionales), la falta de credibilidad
e incapacidad de la oposición partidaria para cuestionar y usufructuar las
carencias y los desaciertos gubernamentales en esta crisis.

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Estado y protesta social 221

Esta falta de contrapeso político ha permitido que el gobierno nacional


mantenga el control de las medidas sanitarias. A través de la puesta en marcha
del semáforo epidémico que determina la movilidad en los estados o disposi-
ciones disciplinares para el uso de cubrebocas, el aislamiento obligatorio, la
compra y aplicación de las vacunas, el manejo de cifras de contagios y falle-
cimientos. El gobierno nacional se ha posicionado como el centro decisorio
y diseminador de la información y los bienes sanitarios. Esta concentración
de las decisiones, propias de un régimen presidencialista, constituye un me-
canismo efectivo para fortalecer vínculos entre el Estado y los sectores más
desprotegidos, y para hacer de la pandemia un incentivo electoral indirecto
en favor del partido gobernante.
Sin embargo, la coyuntura sanitaria también ha exhibido las limitacio-
nes que propicia esta centralidad para atender las múltiples acciones de pro-
testa atomizadas contra el manejo de la pandemia, así como otras demandas
y movilizaciones, la feminista entre ellas, frente a la cual el gobierno se ha
mostrado reticente para entenderlas y asumir una narrativa no patriarcal, en
medio de un contexto social permeado por la violencia transversal, donde
subyace la expansión de los feminicidios y distintos tipos de agresiones hacia
las mujeres.
En este contexto, el papel jugado por los medios de comunicación domi-
nantes en México ha entrado en clara resistencia con la narrativa oficial que
defiende, según consideran ellos, la buena gestión de la pandemia. Entre la
óptica del Estado y desde la posición de los medios de información conven-
cionales, dominados por la lógica del mercado, ha iniciado una larga lucha
por imponer un relato dominante que busca establecer las responsabilidades
sobre las consecuencias que dejará la COVID-19. Por un lado, el oficialismo
difunde el mensaje del control absoluto de la emergencia sanitaria, mientras
que sus adversarios, en la prensa y en la oposición política, han insistido en
señalar los alcances de la ruptura social que está siendo encabezada por el
creciente desempleo, el mayor crecimiento de la inseguridad, el incremento
descontrolado de los feminicidios, el masivo abandono de las aulas escolares
y el derrumbe inminente, durante 2020, de la economía nacional.
En el caso de Chile, a su vez, la presencia de la pandemia mostró desde
los inicios una instrumentación política muy precisa, el fin: apagar las llamas
de la creciente irrupción social que experimentaba el país. En la segunda
quincena del mes de marzo de 2020, en el contexto de la declaración de esta
patología como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud,
el gobierno manifestó oficialmente la necesidad de generar políticas de salud
centradas en “cuarentenas dinámicas”, estrategia que posteriormente debió
modificarse por un plan de “cuarentena total” dentro del territorio nacional.
El cierre de las fronteras y el empleo de las fuerzas del orden por parte
del Estado para controlar a la población ante la emergencia sanitaria fueron
acompañados, a diferencia de México, por el uso de los medios de comu-

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 35, n.º 50, enero-junio 2022, pp. 203-232.
222 Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez Jiménez y Jaime González González

nicación convencionales, que ayudaron a instalar una narrativa dominante


sobre la emergencia sanitaria. Fue así como los medios televisivos, junto a
la prensa escrita, abordaron una serie de temáticas de tragedia social ligadas
al creciente desempleo, la quiebra de tiendas y negocios de distinta escala.
De esta manera, la particularidad del caso de Chile estriba claramente en la
instrumentación de los medios de comunicación tradicionales por parte del
gobierno para generar un control biopolítico de la población nacional.15
Desde el siglo XIX el Estado chileno dispuso del monopolio de la vio-
lencia legítima dentro de su territorio. A este hecho se suma el papel de los
medios de comunicación dominantes en el control político de la población,
que en los últimos 45 años se caracterizaron por mantener el control simbó-
lico de la información en el país (Harries, 2009; Santa Cruz, 2010). Este últi-
mo factor explica cómo el sistema político chileno instrumentó a los medios
de comunicación convencionales para afrontar la pandemia. Considerando
que el estallido social del año 2019 constituyó un fenómeno político reciente,
el gobierno se apoyó en esta prensa para señalar bajo la condición de “delin-
cuente” o “irresponsable” a todo aquel colectivo que no se encuadrara con
la política oficial de salud, desacreditando permanentemente a los actores
subalternos de la sociedad. Ante esto, tanto grupos vinculados a la llamada
“Primera línea”16 como sujetos disociados de toda política orgánica formal
respondieron mediante estrategias de contrainformación articuladas desde
las redes sociales digitales, ofreciendo contrapuntos discursivos a las medi-
das sanitarias del gobierno, emplazando tanto al ministro de salud, como al
resto de los miembros del gabinete. Este fenómeno da cuenta de la pérdida
del control total de la llamada “opinión pública” por parte de los medios de
información convencionales —tal como ocurrió en México—, producto de la
creciente digitalización de la “dieta mediática” de los chilenos (Luna, Toro y
Valenzuela, 2021). Junto a ello, se generaron una serie de estrategias sociales
de sobrevivencia en las poblaciones de las ciudades chilenas para enfrentar
la crisis económica y el hambre. Así comenzaron a operar las denominadas
“ollas comunes”17 en distintos barrios populares, sobre todo durante la crítica
estación de invierno (mayo-julio) (Espinoza, 2020).
Ante la crisis económica del grueso de la población, se produjeron dis-
tintas confrontaciones en el Congreso entre los agentes políticos de la opo-

15 Uno de los reportajes que da cuenta de esta estrategia comunicacional se observa en el caso de
la Revista Enlaces, medio de corte empresarial que explicita esta relación de causalidad desde
el terreno de la opinión (ver Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo, 2020).
16 Grupo de individuos que destacó durante el estallido social de 2019 por proteger la protesta
social ante la represión que ejerció Carabineros de Chile, mediante estrategias de choque y
defensa frente a la violencia policial.
17 Estrategia de sobrevivencia popular con larga data en la historia social de Chile. La idea es
generar desde la comunidad al menos una comida diaria para alimentar a la población de un
barrio popular en las urbes del país.

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Estado y protesta social 223

sición y los del gobierno. Estas se vincularon a la generación de iniciativas


políticas para que la población económicamente activa retirara, con el propó-
sito de reactivar la economía nacional, parte de sus ahorros para la jubilación,
conocido en el lenguaje político mediático como el “retiro del 10%” de las
Administración de Fondos de Pensiones (AFP). Esto condujo a una serie de
conflictos entre el poder legislativo y el poder ejecutivo, una relación de es-
tira y afloja que alcanzó a los congresistas del propio gobierno, complicando
temporalmente el margen de acción de la administración en turno. A esto se
sumó el proyecto que impulsó la idea de una nueva Constitución el 25 de oc-
tubre de 2020, proceso donde triunfó por amplia mayoría en las urnas la op-
ción de una convención constitucional, postura contraria a la defendida por el
oficialismo. Este punto es relevante considerando que la pandemia confinó al
grueso de la población en sus hogares, producto tanto del temor al contagio
como de las cuarentenas aplicadas por el Estado dentro del territorio. Frente
a ello, el hecho de que el grueso de la población se movilizara electoralmente
para exigir una nueva Constitución, mediante el mecanismo de la convención
constitucional,18 es una clara muestra de que la inquietud política de la ciuda-
danía no había desaparecido por la pandemia. Estos episodios generaron un
escenario de crisis disciplinar en los partidos de gobierno y en el propio gabi-
nete gubernamental, mostrando la incapacidad de la presidencia de alinear a
sus propias filas un proyecto político común ante la crisis sanitaria.
Finalmente, el movimiento ciudadano vivido desde octubre de 2019
—caracterizado por su desvinculación de los partidos políticos y de las or-
ganizaciones sociales formales e históricas— sufrió un importante impacto
en sus dinámicas de funcionamiento durante el primer semestre de 2020 a
causa de la emergencia sanitaria. No obstante, retomó su presencia de manera
gradual durante el segundo semestre de ese año. En ese período, se generaron
movilizaciones sociales los días viernes en la Plaza Italia —resignificada por
la población durante el estallido como “Plaza Dignidad”— para manifestarse
contra el gobierno. En el mes de marzo de 2021 las manifestaciones en este
lugar atentaron contra el monumento principal de la plaza, la figura de un
general chileno que encabezó el ejército durante la guerra del Pacífico, hito
histórico del país en calidad de cimiento fundador de la identidad nacional.
Los esfuerzos por “tumbar” el monumento por parte de los manifestantes
condujeron a que este fuese retirado temporalmente de la plaza a solicitud
del Ejército y con la orientación del Ministerio de Bienes Nacionales. El
episodio simbolizó una nueva derrota gubernamental en su fallido esfuerzo
por generar control biopolítico sobre la población chilena (Guerra, 2021).19

18 Mecanismo electoral que apunta a que los actores constituyentes provengan de la ciudadanía y
no de los partidos políticos.
19 Incluso, un medio de comunicación de derecha definió el episodio como una “derrota del
Estado” (ver: “La ‘derrota’ del Estado: estatua del General Baquedano podría estar hasta un
año fuera de su pedestal”, El Libero, 2021).

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224 Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez Jiménez y Jaime González González

En síntesis, el caso chileno se caracteriza por una relación Estado-so-


ciedad donde el sistema político instrumenta la pandemia como estrategia de
control biopolítico. Frente a esto, se observan una serie de prácticas ciudada-
nas de contrapunto al poder dominante, desvinculadas tanto de los partidos
políticos como de las organizaciones sindicales. A pesar de que estas últimas
tuvieron oportunidad de reemerger en la escena nacional con la convocatoria
de paralización laboral general del 30 de abril de 2021 —convocada por los tra-
bajadores portuarios y la histórica Central Unitaria de Trabajadores (CUT)—,
la tendencia de la protesta social ha sido ejercer acciones políticas desvincu-
ladas de las organizaciones tradicionales. Esta particularidad podría explicar
el hecho de que el gobierno no haya podido generar un efectivo control sobre
la población. Las actuales vías digitales de información que busca la ciuda-
danía chilena (más autónomas y menos dependientes, tanto de los medios de
comunicación dominantes como del Estado) y la práctica de generar acciones
sociales y políticas desde las redes digitales han puesto en evidencia la amplia
colectividad que ha vivido las consecuencias de la mundialización del capital,
tanto en su estilo de vida como en sus modos de hacer política.

Conclusiones
En los apartados anteriores se analizó la interacción entre el Estado y la so-
ciedad desde el contexto de la pandemia de COVID-19 y su impacto en las
escenas de irrupción social presentes en Latinoamérica desde el año 2019.
De la reflexión se desprendió la constatación de ciertas semejanzas en esta
relación en dos casos específicos —México y Chile—, a pesar de las eviden-
tes particularidades identificadas en cada país. Para el caso de este apartado,
aportaremos una serie de reflexiones finales centradas en las prácticas estata-
les y sociales identificadas, junto a un esfuerzo teórico de encuadre de estos
comportamientos con tipologías clásicas sobre la idea de Estado.
Max Weber (1979) definió conceptualmente al Estado moderno como
aquella entidad que monopolizaba la violencia física legítima dentro de un
territorio. Si bien lo que aportaba el autor alemán era una herramienta heu-
rística, la tipología se formuló desde el contexto material y orgánico de los
países metropolitanos en la segunda revolución industrial. Para el caso de
los países latinoamericanos, la nomenclatura permitía pensar a los Estados
periféricos considerando el papel de los institutos armados en el control terri-
torial en calidad de burocracia militar.
No obstante, la investigación sobre el Estado latinoamericano en el si-
glo XX arrojó una serie de elementos que cuestionaban el encuadre de esta
organización social en la tipología weberiana. La polémica en torno al papel
de los broker en la articulación de los estados en América Latina (Favre,
1987) o el vínculo entre los autoritarismos militares de fines de los años
sesenta con el capital metropolitano (O’Donnell, 2009) daban cuenta de que

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el modelo weberiano presentaba problemas para comprender al Estado en el


subcontinente.
Fue el propio Néstor García Canclini (1990) quien cuestionó la instru-
mentación del concepto de “campo” formulado por Bourdieu, argumentando
que este presentaba un problema empírico: las clases dominantes del sub-
continente jamás han logrado disponer de un control total del territorio y
la población de sus países, hecho que explicaría la alta capacidad creativa
de las clases populares latinoamericanas. Estimamos que esta apreciación es
clave para una reflexión sobre la instrumentación política de la pandemia por
parte de los estados en América Latina. En su afán de apagar las llamas de la
irrupción social de 2019, las élites que encabezan el dominio político en estos
países debieron enfrentar la histórica debilidad del Estado en el hemisferio.
Este hecho se observa en los casos ejemplares de México y Chile, donde se
aprecia cómo el manejo simbólico y orgánico de la población en los territo-
rios presentó dificultades y contrapuntos a su hegemonía, principalmente en
la nación sudamericana.
Las estrategias biopolíticas de control poblacional por parte de los Es-
tados generaron el confinamiento de la población nacional, atenuando sig-
nificativamente los movimientos sociales que azotaban a estos países desde
el año 2019. Sin embargo, la historia social y cultural de los pueblos se hizo
presente a la hora de afrontar la emergencia sanitaria y sus consecuencias
materiales. El caso de Chile resulta arquetípico, considerando el fenómeno
de la “olla común” y la contención de la crisis económica —y del hambre—
que implicó la pandemia en este país. El hecho de que la COVID-19 no extin-
guiera el espíritu del movimiento social de octubre de 2019 y que este ganara
nuevos bríos en el segundo semestre de 2020 hasta la fecha da cuenta de los
límites en el control del que dispone uno de los Estados latinoamericanos
con mayor poder en su territorio. En el caso de México, la narrativa presi-
dencial ha puesto en situación de impase la movilización social, que tradicio-
nalmente habían congeniado con las ideas de izquierda y de Andrés Manuel
López Obrador, cuando fungía como cabeza principal de la oposición, pero
que ahora buscan redefinirse y comprender las nuevas circunstancias bajo las
cuales su existencia será o no será posible (caso aparte merece el estudio del
movimiento feminista, que tiene serias y visibles diferencias con la postura
del oficialismo).
La particularidad del caso chileno en torno a la relación Estado-protesta
social se encuentra en la movilización de un importante volumen de pobla-
ción ciudadana, desvinculada tanto de los partidos políticos como de orga-
nizaciones sociales históricas, como es el caso de la CUT. Se trata de un
fenómeno singular que contrasta no solo con otros casos latinoamericanos:
este constituye un quiebre con la propia historia social y política de Chile.
En su trayectoria, Chile presentó una serie de movimientos sociales organi-
zados mediante mutuales, mancomunales y sindicatos obreros. Estos últi-

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mos, incluso, dieron origen a partidos políticos, como fue el caso del Partido
Comunista. No obstante, entre 2019 y el presente se observa un movimiento
de “individuos” altamente fragmentado, a ratos anómico, pero desafiante al
orden establecido y que se explica por la generalizada crisis de legitimidad de
las instituciones políticas chilenas. Este movimiento “ciudadanista”, como lo
definió Gabriel Salazar (2020), toma distancia de las organizaciones sociales
y políticas del pasado nacional, hecho que explica el uso de banderas, lienzos
y eslóganes ligados tanto a identidades indígenas como a equipos de futbol
nacionales y regionales. Se trata de un movimiento masivo, individualizado,
fragmentado, que resignifica las identidades colectivas mediante estas auto-
adscripciones, rompiendo con la larga historia de identificación con partidos
políticos y organizaciones sindicales.
En el caso de México, a partir de finales de los ochenta, los movimientos
sociales representaron una amplia y diversa fuerza opositora a la privatización
de las empresas estatales, el desmantelamiento de los derechos laborales, la
falta de acceso a la educación, el empobrecimiento y la violencia, al mismo
tiempo que respaldó la demanda de autonomía de los pueblos indígenas. Con la
llegada de López Obrador a la presidencia se dieron importantes cambios que
atenuaron la estridente relación del Estado con los movimientos sociales, debi-
do a que muchos dirigentes sociales fueron incorporados al nuevo gobierno, al
mismo tiempo que la política social ha asistido a amplios sectores empobreci-
dos, con lo cual se ha despresurizado la inconformidad social. En este escena-
rio, en las elecciones intermedias que se avecinan no se vislumbra un cambio
sustancial en la correlación de fuerzas que impacte en la acción del gobierno.
Sin embargo, la vigencia del movimiento feminista y los grupos emergentes
por las secuelas de la violencia empiezan a constituirse en los eslabones que
vigorizarán las nuevas acciones colectivas, que pondrán a prueba la capacidad
del gobierno lopezobradorista y redefinirán la relación Estado-sociedad.
Mientras México presenta movimientos sociales vinculados a identidades
“duras” (Díaz Polanco, 2007) o a la vigencia de un sistema de parentesco de
matriz mesoamericana (Robichaux, 2002), en Chile este tipo de estructuras se
encuentra ausente en las principales áreas urbanas de un país que vive las con-
secuencias de treinta años de globalización en la evolución de su estilo de vida.
En este contexto, está por verse qué estrategias de dominio instrumenta-
rán los Estados cuando finalice la crisis sanitaria en los territorios nacionales.
Si bien la pandemia constituye un desafío diferente a escala planetaria, en el
caso de los espacios controlados por los Estados pueden presentarse esce-
narios futuros complejos al momento en que la COVID-19 sea controlada
mediante el proceso de vacunación. Es altamente probable que el escenario
futuro sea reeditar la irrupción social congelada o pospuesta por la pandemia,
con nuevas demandas y estrategias de contrapunto al Estado. En escenas
nacionales donde el Estado jamás ha dispuesto del monopolio de la violencia
—sea física o simbólica— dentro del territorio que dice controlar, el futuro

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Estado y protesta social 227

político augura situaciones de conflicto de nuevo cuño, vinculadas a fisuras


sociales y políticas de larga data. Solo el manejo político y la capacidad de
diálogo y de negociación de los actores habilitarán una vía que permita gene-
rar un Estado consensuado por los principales agentes sociales, cerrando las
puertas a la emergencia de escenarios de Estado fallido en América Latina,
como ha sucedido hasta la actualidad.

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Contribución de autoría
Este trabajo fue realizado en partes iguales por Rubén Darío Ramírez Sánchez, Daniar Chávez
Jiménez y Jaime González González.

Nota
Aprobado por Paola Mascheroni (editora responsable).

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 35, n.º 50, enero-junio 2022, pp. 203-232.

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