Buenos Aires de mis raíces: una vuelta a los orígenes

Esta es la historia de un regreso a las calles de la ciudad donde todo comenzó para recorrerla con ojos nuevos, los de aquellos que ahora la viven.
La autora de este artículo en Buenos Aires .
Carla Mouriño

Uno de mis primeros recuerdos de infancia es en un avión con una manta roja que había traído de casa volando a Buenos Aires, al otro lado del mundo, así que era justo que escribiese esto que ahora lees desde un avión de regreso desde ese mismo lugar. 

Vuelvo a Madrid después de haber pasado unas semanas en la capital argentina y en mis auriculares suena ‘En La Ciudad de la Furia’ de Soda Stereo en bucle porque a Buenos Aires llego con nostalgia y me voy con añoranza. He vuelto a la ciudad de mis raíces en pleno verano para recorrerla con ojos nuevos, los de aquellos que ahora la viven, con la intención de acariciar con la yema de los dedos lo que un día fueron las calles en las que nació y creció mi padre.

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Vuelvo por quinta vez a este caos gigantesco y vibrante para verla brillar al sol más caliente. Para encontrarme a mí entre sus enredos porque uno vuelve a lo que fue para lograr entender lo que es.

Mishiguene (Buenos Aires).Mishiguene

Quedo con Miguel, dermatólogo porteño y orgulloso habitante del barrio de Retiro, para tomar un aperitivo en el Palacio Paz, recién estrenado con un espacio en su patio interior y perfecto para sofocar el calor de la tarde. Entre un aperol spritz y otro me cuenta: “para mí, este barrio es una jungla romántica. Lo que me fascina de Buenos Aires es su eclecticismo. Esa nostalgia mezclada con soberbia”.

Cae el sol mientras paseamos por la plaza San Martín e improvisamos una cena en Mishiguene, un restaurante judío que practica la ‘cocina de inmigrantes’ y en el que la música tradicional y la iluminación tenue nos llevan por un viaje único. El día lo cierran los sabores intensos y un pastrón con huevo frito y papas absolutamente imperdible. Es probable que no hayas probado nada igual nunca, merece el paseo.

Cuervo Café, Buenos Aires.Patria Studio

Débora, que nació en Buenos Aires pero pasó unos años de su adolescencia fuera de la ciudad, me aseguraba que cuando volvió le costó acostumbrarse a su ritmo trepidante. Ahora trabaja en una consultoría de diseño en el barrio de Palermo y es una auténtica enamorada de la zona. Quedo con ella a cenar pero antes descubro el Cuervo Café, dónde el café de especialidad, unas ventanas gigantes y una playlist encajada a la perfección lo convierten en el espacio para pasar la hora más calurosa de la tarde.

A la salida, paseando (lo mejor que puedes hacer en Palermo es callejear), me encuentro de bruces con Eterna Cadencia, una librería que parece pequeña pero se estira hacia dentro del edificio en la que puedes encontrarlo literalmente todo, incluido un bar que se hace llamar eterno, como si a veces existiesen las palabras justas.

Vamos a cenar a Lo de Jesús, en una esquina entre Gurruchaga y José A. Cabrera, donde espera una terraza a la luz de las velas y un olor a carne del que es imposible escapar. En la puerta puedes comprar un ramo de flores por si te has despistado. En la acera pasan, uno detrás de otro, músicos callejeros que te calentarán el alma.

Pedimos, como siempre, mollejas y empanadas y acabo con un bife de chorizo que me recuerda exactamente dónde estoy. “Buenos Aires me apasiona, tiene cultura, respira arte, vive las 24 horas y a mí, digan lo que digan, lo que me encanta es pasearla” me cuenta. Esa noche estaba para caminarla hasta el amanecer.

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Lucila, porteña trotamundos que siempre acaba volviendo, me lleva a tomar un café que se acaba transformando en cerveza al bar del Museo de Arte Decorativo. Hablamos del mundo, de como el resto vemos a los argentinos y de como ellos nos ven al resto. Me doy cuenta de que hay cosas que traspasan generaciones y la mirada hacia Europa es una de ellas, la balanza entre la crítica y el orgullo patrio es otra.

Cuando le pregunto acerca de qué es Buenos Aires para ella, me responde con la parte final de un poema de Borges, precisamente llamado ‘Buenos Aires’, que me siento en la obligación de reproducir en crudo porque se explica solo: “Sombra final se perderá, ligera / No nos une el amor, sino el espanto / Será por eso que la quiero tanto”. El día siguiente me manda un tango que se llama Siempre se vuelve a Buenos Aires. Me despido sabiendo que la volveré a ver.

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Con Fran, arquitecto y artista plástico porteño que se mudó a Barcelona hace 3 años pero pasa temporadas en la ciudad, recorremos Recoleta andando para llegar a la Isla, un rinconcito del barrio con escalinatas elevadas con vistas desde las alturas a la Avenida Libertador. A las 7 de la tarde está repleto de gente haciendo deporte pero nosotros decidimos comernos un helado de dulce de leche por justicia poética. Nunca es suficiente dulce ni hay nada mejor que las facturas (pero ese es otro debate).

“La elegancia de Buenos Aires es algo que me sorprende cada vez que voy. Para mí esta ciudad es un gran reflejo de lo que somos los argentinos como sociedad, una sociedad de inmigrantes que bebe de culturas diferentes. Y eso también se ve con claridad en la arquitectura” me explica mientras repasamos los edificios que tenemos alrededor. Una mezcla característica: elegante y caótica.

Dejo a Fran con unas acuarelas en la plaza de Vicente López y me voy a acabar la tarde en una mesita esquinera leyendo a Leila Guerriero. Libro comprado en Eterna Cadencia, por supuesto.

Malloys Bar de Costa, Buenos Aires.Malloys

Acabo con Micaela, estudiante de Traducción e Interpretación, en una tarde de mucho calor, que me lleva directamente a la orilla del río, a Malloys Bar de costa. Micaela sueña con vivir alguna temporada en Europa y entre tragos anochece mientras me cuenta que es lo que más le gusta de vivir aquí: “me encanta que el ruido de la calle no cese hasta las 3 de la mañana cualquier día”. Su lugar favorito son los lagos de Palermo. Nos pasamos el resto de la noche con clases de jerga porteña. Ahora sé un poquito más, posta.

Todos me hablaron del verde de sus árboles. Y es que quizás no sea la misma, quizás eso es imposible, pero hay algo implícito en la esencia de la ciudad que la impregna y que sigue a pesar de los golpes de los años. Buenos Aires arrolla y empuja a vivir más alto, a respirar verdad y a querer quedarse.

Cerati cantaba: Me verás volver / a la ciudad de la furia. Ahora y siempre.

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