Caravaggio en Roma

Nos adentramos en los ecos de aquel lugar en ebullición de finales del XVI y principios del XVII, envuelto en luces y sombras, siguiendo los pasos de uno de los pintores más importantes y controvertidos de la historia.
'Judit y Holofernes' Caravaggio 1598  1599
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En la nóvela gráfica que el fumettista Milo Manara dedicó a Michelangelo Merisi, fijó su llegada a Roma el verano de 1592. Lo hizo entrando por el Puente Salario, entonces a dos millas de la urbe capitolina, una ciudad violenta llena de contradicciones. Un lugar en ebullición, envuelto en luces y sombras, con Papas-Emperadores, matones y un sinfín de prostitutas. Un submundo hecho carne, capaz de atrapar el alma divina, de manifestar con celeridad las ínfulas de semidios y las cicatrices más angostas de uno de los pintores más importantes y controvertidos de la historia.

La iglesia Santa María della Scala, en Trastevere, no es de las más sugestivas, pero encierra una historia de gran interés, y tiene que ver con Caravaggio, topónimo de la aldea lombarda donde nació el genio. Fue precisamente él quien pintó un lienzo para decorar una de las capillas laterales, pero lo rechazaron los frailes carmelitas por irreverente. La muerte de la virgen, terminado semanas antes de convertirse en fugitivo de la justicia por homicidio, habría sido su séptimo cuadro en una iglesia de Roma.

Trastevere.

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No fue así, porque el pintor no respetó el dogma católico (la Virgen ni muere ni resucita; va al cielo sin sufrir), y decidió pintar lo que le dictaban sus sentidos, sus ojos, su alma, su pasión por la extrema realidad: una Madonna muerta tomando como modelo el cadáver de una prostituta que flotaba en las aguas del Tíber.

Sólo así se comprenden las tinieblas y el talento de Caravaggio, nacido el 29 de septiembre de 1571 (día de San Miguel Arcángel). Con trece años ya trabajaba en el taller de Simone Peterzano, pintor manierista y alumno de Tiziano. Con talento precoz, su vida era un puro empirismo lógico, elevado a la enésima potencia en una Roma en permanente cambio, con reconstrucciones de antiguas basílicas y el perfeccionamiento final de San Pedro, que abandonaba definitivamente la iglesia constantiniana del siglo IV.

La vocación de San Mateo, Caravaggio.

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Aunque rápidamente logrará captar la mirada de la élite eclesiástica, lo cierto es que el pintor siempre se vio atraído por los bajos fondos, las tabernas, las cloacas, las mazmorras de una Roma ambigua y promiscua. Una especie de antecesor de Pier Paolo Pasolini.

Fue en el taller del Caballero d’Arpino donde comenzó a pintar flores y fruta, llamando la atención del cardenal Francesco del Monte, quien le abrirá las puertas de los principales coleccionistas a la vez que lo acogía en Palazzo Madama. Será su residencia durante los primeros años. Una especie de protectorado para poder homologar y legitimar sus continuas correrías.

UN CRISTIANISMO SACADO DE LA CALLE

Caravaggio pintó siempre sobre una base empírica, acentuando el uso del espejo como cámara óptica. Ese naturalismo –contrapuesto al manierismo y el clasicismo– está presente en sus primeros cuadros romanos: Buona Ventura (1594) y Giovane con canestra di frutta (1605). Son sus principales tarjetas de presentación, agasajadas por un público ávido de emociones fuertes.

'Muchacho con cesto de frutas', de Caravaggio.

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El gran encargo de su vida le llegó en 1600: la decoración de la capilla del Cardenal Contarelli, en San Luigi dei Francesi. Caravaggio realizó dos óleos sobre lienzo (El Martirio y la Vocación de San Mateo) y una pala de altar (San Mateo y el Ángel), y en ellas mostró al espectador personajes reales, vivos, al límite del prosaico. Envueltos en esa luz teatral, dramática, simbólica y revolucionaria, que provocó críticas feroces en la opinión pública y un éxito desmedido en círculos de poder.

De hecho, el Monseñor Carisi le comisionó otros dos cuadros para la capilla de familia en Santa María del Popolo: la Crocifissione di San Pietro y Conversione di San Paolo, que capta el preciso instante en que una luz divina ciega a Saulo tirándolo del caballo abajo.

En esos años también pintará para la Iglesia de San Agustín la Madonna dei Pellegrini, que suscitará un oprobio, una ofensa a la moral por aparecer en primera fila la virgen y los peregrinos con los pies sucios. Son los años de mayor fama para un joven e iracundo pintor que, paralelamente, se topará varias veces con la justicia por impagos en su domicilio o trifulcas en las cloacas romanas.

'Madonna dei Pellegnini', de Caravaggio, en la Basilica de Sant'Agostino de Roma.Alamy 

En una de ellas se batió a duelo –espada en mano– con el proxeneta Ranuccio Tomassoni tras un partido de pallacorda, el tenis de la época. Milo Manara cuenta en su magnífico libro que terminó asesinándolo, en realidad, para vengar la violencia recibida por parte de una de las prostitutas que más amaba. Tuvo que huir de Roma, herido, con tan solo 35 años. Esperando, deseando, clamando, quizás, por la gracia de algún Papa sin que fuera demasiado tarde. Era el año 1606.

Le esperaban Nápoles, Sicilia, Malta y la muerte en Porto Ercole, mientras trataba, tras varias vicisitudes homéricas, de volver a Roma al llegarle la noticia que el Papa Paolo V le había revocado su pena de muerte. Murió en 1610 a causa de una infección intestinal.

'La Sagrada Familia con San Juan Bautista', de Caravaggio, 1602–04.Alamy 

SU IMPRONTA EN MUSEOS Y CALLES

Caravaggio anticipó los tiempos del Barroco con su dramatismo, exageración, sus claroscuros y su teatralidad. La Iglesia de Roma, atenazada con el protestantismo, buscaba persuadir con la exageración. La escultura de Bernini, la arquitectura de Borromini, pero sobre todo la pintura de Michelangelo Merisi fueron el hilo conductor del mensaje. Todos en una Roma perturbadora, mágica, fértil, inspiradora y criminal.

Fue en Piazza Navona, de hecho, donde el 29 de julio de 1905 Caravaggio agredió al notario Mariano Pasqualone di Accumoli para defender a su querida Lena (Maddalena Antognetti), una de sus modelos predilectas. Fue su penúltimo pleito, justo antes del homicidio de Tomassoni (el cisma, político y económico, ya venía de atrás) en la actual Via della Pallacorda, encasquetada entre el Senado y el Tíber.

'Baco', de Caravaggio.

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No demasiado lejos de la calle della Maddalena, donde estaba la Osteria del Moro, lugar predilecto de Caravaggio para comer alcachofas. A causa de ellas, en una ocasión le lanzó un plato al camarero cuando a la pregunta del egregius in urbe pictor “¿Cuáles están fritas con aceite y cuáles con mantequilla?”, le respondió lacónicamente que bastaba con olerlas.

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Iba casi a diario a comerlas. Acudía caminando desde su casa, situada en la via del Divino Amore 19 (zona Campo Marzio). Allí vivió de 1604 a 1605. Poco tiempo, ya que acabó desahuciado al no pagar el alquiler. La dueña, Prudenzia Bruni, ya había transigido demasiado con los arrebatos de genio del pintor, quien había perforado el techo para recibir directamente desde la calle esa luz que viene de arriba, y que era la impronta de sus cuadros y el sentido altivo de su vida.

‘Santa Catalina de Alejandría’, 1597, en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Fillide Melandroni fue la prostituta que hizo de modelo, la misma que en el cuadro 'Judit y Holofernes'.Alamy

Cuadros que, precisamente, se encuentran repartidos por toda la urbe capitolina. Desde la enjundiosa Galeria Borghese –que alberga seis obras maestras (a destacar Baco enfermo o David con la cabeza de Goliat)– hasta el Giovanni Battista de los Museos Capitolinos. Entre medias: varias iglesias, la Pinacoteca Vaticana (memorable La Deposizione), las galerías Corsini y Doria Pamphili, con su Maddalena Penitente o Riposo durante la fua in Egitto… Hasta terminar en el Palazzo Barberini, donde se encuentra Giuditta e Oloferne, el cuadro que inaugura la fase de fuertes contrastes entre luces y sombras.

Se han escrito muchas biografías sobre Caravaggio, aunque quizás ninguna con la supina sutileza de Giovanni Bellori, escritor y coleccionista del siglo XVII. Decía que era un artista del engaño (como la vida y la pintura), de una sensibilidad íntima desconcertante. Amaba la libertad más que su propia vida, pero sus excesos impidieron que supiera protegerla bien. Sedujo al espectador haciéndole formar parte de la obra. Humanizó lo sacro. Amó, amó más que nadie. Sobre todo a las prostitutas, sus principales musas. Resistió, cayó, arriesgó, vivió y murió, pero siempre trató de encontrar la paz mediante la luz y el amor. “No hay nada en las tinieblas y todo en la luz. Sí, elijo la luz”, solía decir.

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