Aún quedan días de verano… en El Puerto de Santa María 

La apodada "Ciudad de los 100 palacios” abraza al viajero con su historia, su patrimonio y su saber disfrutar de la vida. Nos dejamos llevar por los encantos de este pedacito de sur, en Cádiz.
El Puerto de Santa María Cdiz.
Javier Romera / Alamy Stock Photo

El verano va llegando a su fin (o casi) aunque hay ciudades, como El Puerto de Santa María, con acento gaditano, en las que la vida al amparo del calorcito sureño se celebra sin mirar el calendario. Es casi mediodía y por las calles las temperaturas se sienten bien altas. Quizás por eso, muchas de ellas estén desiertas.

Ver fotos: Playas para enamorarse de Cádiz

Otra razón puede ser —y tal como la escribimos esta versión toma fuerza— porque tanto locales como foráneos se hallen a estas horas apurando la tortilla de patatas y su buena ‘tajá’ de sandía en la playa. 

Nosotros, sin embargo, hemos reservado la jornada para caminar por su centro urbano, para explorar, para conocer el pasado que es también presente de esta urbe marítima patria de Alberti, del Toro de Osborne, de una gastronomía que quita el sentío y de un buen puñado de casas-palacio que acumulan siglos de historia. Precisamente son estas las que nos dan la bienvenida a una ciudad tranquila aunque llena de vida, porque si de algo puede presumir El Puerto es de no parar jamás.

Patio Interior del castillo de San Marcos.

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VIAJES A LAS AMÉRICAS Y GRANDES FORTUNAS

Construidas durante los siglos XVII y XVIII por los acaudalados cargadores de Indias que hicieron fortuna comerciando con las Américas, hoy gran parte de aquellas casas-palacio que les sirvieron de morada se mantienen en pie rememorando épocas de bonanza económica. Es por algo que el Puerto de Santa María es apodado “la Ciudad de los 100 Palacios”… pero queremos saber más.

Callejeamos sin rumbo determinado y, al pasar por la calle Cruces, nos topamos con uno de ellos, el Palacio de Villareal y Purullena: levantado en el siglo XVIII, que hoy acoge la sede de la Fundación Luis Goytisolo. La escasa ornamentación de su fachada contrasta con la suntuosidad de sus interiores, donde el poderío quedó desplegado a través de pinturas, lujosos muebles, cristalerías o cerámicas. Precisamente aquí se alojó la mismísima Isabel II en su visita a la ciudad.

La fachada de la Casa de Los Leones es un ejemplo del barroco gaditano.

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Algo más allá, en la vecina calle Placilla, sorprende la Casa Palacio de Los Leones, donde se esmeraron en una fachada que refleja la riqueza de sus propietarios. Hoy transformada en apartamentos turísticos, la construcción del siglo XVII conserva su diseño y estilo arquitectónico barroco original. 

A solo unos pasos, en la calle Pagador, otro añadido a nuestra ruta: la Casa de la Marquesa de Candia, del siglo XVIII, es hoy el Museo Municipal, que junto a la las casas de los Rivas, de los Oneto, de los Reinoso Mendoza o los Voss, siguen dando forma a ese patrimonio histórico que es esencia y parte de la idiosincrasia portuense. No hay manera más amable de recrearnos la vista.

Y si con algo comerciaban aquellos cargadores de Indias en sus viajes era, en parte, con los ricos vinos que se elaboraban —y se siguen elaborando— por estas tierras: solo hay que seguir caminando por la ciudad para darnos cuenta de que las bodegas —o lo que queda de muchas de ellas— se cuentan por decenas.

Las centenarias Bodegas Osborne se fundaron en 1772.

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A LA SALUD DEL PUERTO

Algunas son auténticos gigantes arquitectónicos cuyas fachadas desconchadas y descoloridas se aferran al presente a duras penas: muchos de los edificios luchan por mantenerse en pie en pleno corazón de El Puerto de Santa María, mientras otros, sin embargo, permiten su visita para descubrir así el secreto tras los vinos que componen el Marco de Jerez. Porque es El Puerto el tercer vértice del triángulo geográfico que, unido a Jerez de la Frontera y a Sanlúcar de Barrameda, conforman el reino de ese tesoro líquido tan apreciado en el sur.

Y si en el reino hay que hablar de una catedral, esa es, sin duda, Osborne: la Bodega de Mora lleva desde 1772 siendo el hogar de la mejor colección de vinos VORS del Marco, y una visita guiada por sus instalaciones, paseando entre botas centenarias y descubriendo su sistema de elaboración a partir de criaderas y soleras, es todo un must.

Además de la debida cata —hombre, por favor—, aquí hacemos parada en un sorprendente rincón: la Toro Gallery, una galería dedicada al Toro de Osborne —sí, ese que cuenta con hasta 92 vallas publicitarias repartidas por la geografía española— que resulta toda una revelación.

En Toro Gallery hay obras de Dalí y fotografías de Leibovitz, Avedon, Helmut Newton…

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¿Y qué aprendemos aquí? Pues curiosidades como que el diseño del toro de Osborne es de 1956, cuando las bodegas encargaron una valla publicitaria para promocionar su brandy Veterano; que en 1988 el reglamento de carreteras prohibió la publicidad en cualquier lugar visible desde estas, pero el movimiento social por no retirar los toros fue tal que el Tribunal Supremo acabó por “indultarlo”, y que no solo existen toros de Osborne en España: también han llegado a México, Japón o Dinamarca. ¿Cómo te quedas?

Se puede visitar algún otro templo del vino como Bodegas Gutiérrez Colosía, en este caso ocupando un enorme espacio junto a la desembocadura del Guadalete desde 1838, algo que le otorga un extra de humedad que facilita la crianza biológica de sus finos bajo el famoso “velo de flor”.

Para descubrir —y catar, que vuelve a apetecer—, otra alternativa es aunar patrimonio, vinos e historia con una visita al Castillo de San Marcos, en el corazón de la ciudad. ¿La razón? El monumento pertenece a Bodegas Caballero, ¿qué mejor dos por uno que este?

El castillo de San Marcos, en el corazón de la ciudad, es otra visita obligatoria.

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Sin embargo, vinos aparte, lo primero que impresiona al entrar en él —ya sea con audio-guía o en visita guiada— es, como siempre, lo inesperado: la mezquita sobre la que mandó construir Alfonso X esta fortaleza reluce como nunca en pleno siglo XXI.

Pero, mientras admiramos los arcos de la sala de oración, aprendemos algo más: los verdaderos cimientos del castillo son de época romana y, tras diversas excavaciones, algunas columnas y muros han quedado expuestos en diversas zonas del castillo… Solo hay que abrir bien los ojos.

Admiramos el mihrab del siglo X, oculto durante ocho siglos tras las paredes del castillo y descubierto por casualidad en los años 40 durante unas obras de restauración, y continuamos el paseo: la capilla original de estilo gótico, la sacristía que antes fue madrassa, el Patio de los Naranjos o sus imponentes torres con inscripciones en latín.

Según dicen, Colón se alojó en una de ellas durante dos años mientras preparaba el primero de sus viajes de ultramar. Los Duques de Medinaceli, dueños del castillo en aquella época, contribuyeron a la gesta con uno de los tres barcos con los que zarpó el descubridor. ¿Cuál de ellos? La Santa María, por supuesto.

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Pero como lo prometido es deuda, allá va: ampliar la visita con una cata de los mejores vinos del Grupo Caballero es tarea obligada. La empresa, propietaria del castillo desde 1959, propone conocer la antigua bodega, anexada al propio castillo, donde saborear algunos de sus caldos.

Antes de partir, atravesamos la tienda, donde hay expuesta una réplica del mapamundi que el portuense Juan de la Cosa dibujó: el primero del mundo.

Un heladito de los de Da Massimo, reconocidos por su exquisitez y por su atrevimiento a la hora de probar nuevos sabores —los elaborados a partir de las tradicionales tejas de El Puerto y los de queso Payoyo son éxito asegurado— es el mejor acompañante para esta ruta cuya siguiente parada nos mantiene aún en el corazón de la ciudad: tiremos de literatura, que ya íbamos echándola de menos. Nos vamos a la casa natal del portuense Rafael Alberti, claro que sí.

Monumento a Alberti, en la plaza Polvorista.

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Convertida hoy en la Fundación Rafael Alberti, sus más de 2.000 metros cuadrados invitan a realizar un recorrido de cien años por la literatura española.

El que fue uno de los mayores exponentes de la Generación del 27 dejó un legado inmenso a su pueblo que incluía no solo su obra, sino también dibujos, cartas, poemas, documentos audiovisuales e incluso una extensa biblioteca.

Visitarlo es rememorar y homenajear a uno de los personajes más señalados del último siglo viajando por su propia vida, que le llevó a exiliarse durante nueve años fuera de España para después regresar a su tierra. Hechos los honores, será el momento de otro homenaje muy diferente: el gastronómico.

EL LAÚL Y OTRAS DELICIAS

Podemos por supuesto darnos el festín sin movernos del centro —Los Portales y sus fideos a la marinera; La Taberna del Chef del Mar o el Restaurante Puerto Escondido son grandes aciertos—, pero, en nuestro caso, nos movemos algo más allá: El Laúl nos espera con la mesa puesta.

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Es este el proyecto gastro de Eduardo “Yayo” Siloniz, chef y uno de sus propietarios, quien descubrió su pasión por los fogones mientras estudiaba Matemáticas: empezó a trabajar en un catering los fines de semana y supo que esa era  su vocación.

Se apuntó entonces a la Escuela de Hostelería de Cádiz, se preparó, viajó y trabajó de la mano de los más grandes hasta que se lanzó, hace dos décadas, a crear un pequeño bar de tapas en el corazón de El Puerto.

¿El Laúl? Es el nombre que recibían las barcazas que cargaban los vinos desde El Puerto hasta los grandes navíos que partían a las Américas, y la barra de aquel primer bar, estaba hecha con la madera de una de ellas.

Pronto se unirían al proyecto Willy, su hermano, procedente del mundo de las bodegas y encargado del marketing y las relaciones públicas, y también María, su mujer, a la que se puede ver, pizpireta y enérgica, controlando los salones y tratando con los clientes.

Se lanzaron a comprar un chalé con jardín en la zona de Vistahermosa y se trasladaron hasta allí con idea de transformarlo en algo grande. 

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Con mimo y esmero, El Laúl es hoy todo un referente gastronómico que apuesta por el producto local y de calidad, al que Yayo da forma con propuestas creativas y muy personales que respetan la base tradicional.

El chef confiesa que escucha mucho al cliente, quien le ha ayudado a convertir su restaurante en lo que es hoy: un templo a los sabores del sur con todas las letras.

Y para comprobarlo, lo primero que hay que hacer es decantarse por uno de sus espacios, tarea harta complicada: ¿comer en su acogedor jardín en un ambiente más glamuroso, o de manera más informal en la jaima marroquí? ¿Hacerlo en la barra a base de tapas, o en el salón interior? Cada lugar tiene su propia alma, y de todas ellas se han encargado la interiorista Cristina Larrañaga.

¿Y en el plato? Pues también estará la cosa difícil, pero aquí va una recomendación: el tartar de pargo —si lleva 20 años en la carta, por algo será—, la alcachofa a la plancha con huevo de codorniz y ortiguilla o la tosta de sardina van bien para abrir boca, aunque después el despliegue deberá llegar de la mano de sus tallarines al curri con carrillada ibérica, de su costilla de Angus glaseada o de cualquiera de sus propuestas en la parrilla. Ya lo avisamos… no quedará ni una miga.

Las aguas de la playa de La Calita invitan a practicar paddle surf. 

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Y AHORA… A DESCANSAR

Ya llevábamos rato mirando de reojillo las playas de El Puerto y es que, si hay ganas, por estos lares el bañito es bienvenido durante todo el año. Y como con todo, en este rincón gaditano también habrá para elegir: de arenas doradas y finas, de aguas frescas y cristalinas, y con un sol que luce bien alto gran parte del tiempo, sus diversas playas se desparraman por una costa de 16 kilómetros de largo.

Desde Valdelagrana a La Puntilla —la más cercana al centro urbano—, desde la Playa de Levante a la de Fuentebravía, nosotros nos quedamos con la de La Muralla, llamada así por contar con restos defensivos del antiguo Castillo de Santa Catalina, o incluso por la recogidita Playa de la Calita, muy cerca una de otra.

Playa de Valdelagrana.

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Allí es donde extendemos la toalla, clavamos la sombrilla y nos deleitamos en el placer inigualable de dejar pasar las horas entre bañitos en el mar y vuelta y vuelta bajo el sol. Y si nos encarta, hasta nos zampamos la merienda con un buen pastel de la mano de sus vendedores ambulantes. Y con el atardecer de fondo, ea. Porque aquí, en El Puerto de Santa María, aún quedan días de verano… y hay que saber aprovecharlos. 

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