Qué hacer en Japón: diario de regreso al país donde nacen los días

¿Qué ha cambiado en Japón en los últimos dos años?
Osaka
JNTO


¿Qué hacer en Japón ahora que el país ha vuelto a abrir al turismo extranjero? Este viaje va precisamente de eso, de ver en primer persona que ha cambiado y que no.

En octubre de 2017 dejé Japón después de 4 años viviendo en Osaka. Tras una pandemia que cerró el país durante más de dos años, volví en noviembre de 2022 sin saber qué me iba a encontrar. La realidad: Japón está deseoso de acoger de nuevo a visitantes dispuestos a perderse entre naturaleza y asfalto. Pero hay cosas que sí han cambiado. Esta es una visión de sus ciudades más conocidas.

DÍA 1 Y 2: TOKIO

Es mediodía y acabo de aterrizar en el aeropuerto de Tokio. La cola para cruzar migración es kilométrica —no sé si es cosa mía, pero me da la sensación de que antes no era así—. A mi lado, antes de que separen a los locales de los visitantes, una mujer japonesa le dice a otra que le asombró mucho que en Europa ya no usemos mascarilla.

“Es como si en Japón no nos la vayamos a quitar nunca”, comenta con un deje triste. Lo cierto es que nada más llegar a territorio japonés tengo una sensación de déjà vu. Todo el mundo lleva mascarilla, tanto dentro como fuera del aeropuerto. Cojo un tren que me acerca a la estación de Tokio, dejo mis cosas en el hotel cápsula Akihabara Bay Hotel —una maravilla para aquellos que no quieran gastar mucho en alojamiento— y me dispongo a empezar mi viaje. El objetivo: comprobar si este país que me acogió durante 4 años ha cambiado mucho después de dos años con las fronteras cerradas.

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Tokio parece la misma ciudad caótica de siempre, eso sí, las mascarillas también aquí están por todas partes. Entro a tomar un café a un pequeño local y le pregunto a la dependienta si es obligatorio su uso. “Fuera no”, me responde. “Pero yo creo que nadie quiere ser el primero en quitársela cuando los demás todavía la llevan”, añade.

El skyline de Tokio.JNTO

Salgo de nuevo a la calle y me dirijo al Tokyo Sky Tree donde he quedado con Iván, un amigo que lleva ya dos décadas viviendo en Japón. “Yo creo que lo que ha pasado es que nos hemos vuelto más paranoicos”, comenta cuando le pregunto si ha notado algún cambio en Japón durante la pandemia. Ante eso, yo le digo que creo que esa es una sensación universal que probablemente mejorará con el tiempo. Él se encoge de hombros. Subimos a lo alto del edificio.

Tokio se expande como una manta de asfalto a nuestros pies, una imagen que, no importa cuantas veces la observes, siempre sobrecoge. Aprovechamos esa visión para tomar un café mirando como las luces de neón se van apoderando de la noche conforme oscurece, y para hablar sobre qué otras cosas han ocurrido mientras Japón dejó de aceptar visitantes.

Muchos sitios han cerrado”, dice Iván. “Te puedo dar una lista”. Le pido que lo haga, y me muestra la decena de sitios icónicos que ya no existen. Entre los que más me llaman la atención está el famoso edificio hecho de cubos Nakagin Capsule Tower, emblema de las construcciones futuristas.

La Nakagin Capsule Tower, diseñada por Kisho Kurokawa.Getty

“Los vecinos estaban preocupados de que no resistiera los terremotos”, comenta mi amigo. A su lado, y quizá uno de los que más me duele, es la famosa noria de Odaiba, Giant Sky Wheel, casi un lugar de parada obligatoria en esta isla artificial; y el Oedo Onsen Monogatari, un baño inspirado en el periodo Edo donde, además de relajarte, podías jugar a juegos y comer algo en sus múltiples restaurantes.

Junto a ellos se han ido el famoso Gudam Café, el centro comercial VenusFort o el increíble parque de atracciones que habría cumplido casi 100 años, Toshimaen. Este último va a ser transformado en un parque de atracciones de Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos, me comenta Iván. Supongo que no todo es cierre.

Y está claro que no, porque también han abierto lugares nuevos en estos dos años de parón. Iván también me ofrece otra lista sobre ello. “Además de las reaperturas de sitios que estuvieron cerrados durante la pandemia, como es lógico, hay algunos sitios nuevos”, comenta mi compañero mientras observa la noche tokiota.

La noche en Tokio vuelve a vibrar.Unsplash

“Tienes el Art Aquarium Museum en el barrio de Ginza, el parque temático Small Worlds en
Odaiba, un bar casi secreto dedicado a Nintendo en Shibuya (84 Hashi Cafe) o una cafetería dedicada a Harry Potter. “Supongo que la clave es que está ciudad está siempre en movimiento”, termina Iván.

Antes de volver al hotel, Iván me invita a tomar unas cervezas en uno de los Izakayas del centro (que tampoco parecen haber cambiado mucho) y finalmente cenamos en Sushi Yasu, en Ueno. “¡Está más caro que nunca!”, me comenta Iván. “Y eso que el yen está débil. Supongo que eso es bueno para los turistas”, se ríe.

Al día siguiente, aprovecho el soleado día de noviembre que me ha tocado para pasear y observar por mí misma qué otras cosas no son las mismas. Me da la sensación de que el barrio de Akihabara ya no vibra con la misma energía que hace unos años, y la Takeshita Street de Harajuku parece más dedicada a souvenirs de lo que recuerdo.

A Odaiba, sin embargo, la siento más viva que mis primeros años en el país. Quizá la desaparición de la noria no haya sido tan dramática como esperaba.

Osaka, siempre un placer.Lino Escuris

DÍA 3 Y 4: OSAKA

Tras un viaje en shinkansen a toda velocidad, llego a Osaka con una mezcla de melancolía e ilusión difícil de controlar. Osaka es algo así como mi segunda casa, conozco casi cada uno de sus recovecos, así que creo que aquí voy a ser más consciente de qué cosas no son las mismas.

Mi primera parada es mi antiguo barrio, Showacho, una zona poco turística pero llena de bares y restaurantes fantásticos. Aprovecho el viaje para visitar a mi amiga Shizu, que acaba de abrir una cafetería cerca del bar donde solía trabajar, un restaurante de temática hawaiana llamado Luana, y que ahora sólo abre por las noches.

“Decidí abrir un lugar por mi cuenta”, me cuenta Shizu desde el otro lado de la barra de su minúsculo pero precioso local en el mercado cubierto de Fuminosato. “Le puse Hana en honor a mi gata”, me comenta, ilusionada. Mientras tomo uno de sus deliciosos cafés, aprovecho para preguntarle qué tal la reapertura para los japoneses.

“Teníamos muchas ganas, por lo menos la gente de por aquí. Aunque realmente sí había algunos turistas, sobre todo chinos. Ahora hay muchos locales de comida china pensados para ellos”, asegura. Yo le dijo que, sin embargo, he visto menos visitantes que nunca. “Sí, pero yo creo que ya era hora de que se abrieran las fronteras. No queríamos estar cerrados eternamente, algunos propietarios estaban empezando a quejarse”.

La gente de Osaka, más calmada y atenta.Alamy

El local no tarda en llenarse de conocidos, y pronto aparece Haruko, otra de mis amigas en la ciudad. Ella comenta lo mismo, que se alegra de que por fin hayan abierto el país a extranjeros y me dice que ha sido duro para su profesión como actriz de teatro. “Todavía hay muchos teatros que siguen cerrados, pero yo creo que poco a poco todo va a volver a la normalidad”.

Me despido con la intención de recorrer la ciudad a pie. Y debo decir que tengo la sensación de que Osaka ha cambiado menos que su hermana mayor. Casi todo sigue igual con algunas excepciones, y la gente en esta ciudad usa menos mascarilla que en la capital.

Me encuentro solo un lugar emblemático cerrado, una de las tiendas de mangas y anime más grandes de Osaka, Mandarake, ha dejado de tener sede en el barrio de Amemura. Cuando le pregunto qué ha pasado con ella a Graham, un amigo de Irlanda del Norte que tiene un bar de juegos de mesa en el barrio de Namba, The Hearth, me dice que simplemente ha cambiado de sitio.

“No han cambiado mucho las cosas por aquí”, asegura. “Hasta las mascarillas parecen empezar a relajarse por fin. ¡Ah! Y ahora tenemos el mundo Nintendo en Universal Studios Japan, ¡tienes que ir!”, me anima. Su bar es un lugar fantástico para tomar unas cervezas y jugar a cualquier tipo de juego de mesa o hablar de series y videojuegos. Una parada obligatoria para aquellas personas interesadas en estos temas.

¿Imaginas protagonizar una carrera de Mario Kart? ¡Lo han hecho posible!Getty Images

Antes de volver a mi hotel, Da Inn, decido visitar una vez más a Haruko en el restaurante que ha abierto con su pareja Kyan, Kiseki. Él es chef especializado en teppanyaki, un tipo de comida japonesa que utiliza una plancha de acero para cocinar delante del cliente. Me invitan a comer una de las cenas más deliciosas que disfruto en Japón.

Al día siguiente me saluda de nuevo un día cálido para ser noviembre. Recorro los lugares que ya conocía y corroboro que casi todo está como recordaba. Antes de coger el tren con dirección a Kioto desde la estación de Tennoji, observo que al Zoo de Doubutsuenmae le han dado un lavado de cara pero me quedo con la curiosidad de si el cambio ha sido también por dentro del recinto.

DÍA 5 Y 6: KIOTO Y NARA

No conozco a nadie que esté viviendo en Kioto, así que hago la visita por mi cuenta. Kioto es quizá uno de los sitios que menos han cambiado desde la pandemia porque el flujo de turistas japoneses no cesó en ningún momento.

De hecho, me impacta la cantidad de gente que está visitando la ciudad. Es casi imposible ver los tejados curvos y las lámparas de papel entre las cabezas de tanta gente. Pero, por lo menos la vista del monte Otowa, llena de árboles con hojas de otoño, no la puede tapar la marea de
personas que suben y bajan por las calles de la parte antigua de la ciudad. El templo Kiyomizu, sin
embargo, casi ni se puede visitar.

Kioto y su famoso santuario Fushimi Inari.JNTO

Decido que la mejor forma de saber qué sigue abierto y qué no es preguntar en un puesto de información. Una mujer sonriente me asegura que casi todo sigue igual. “Kioto no ha dejado nunca de ser la ciudad más visitada del país”, me comenta. “De hecho, lo que ha ocurrido es que se ha aprovechado para repintar y arreglar algunos edificios históricos”.

Así descubro que el tejado del templo Kiyomizu acaba de ser reformado y que al emblemático templo dorado Kinkaku-ji se le ha dado una nueva capa de oro en la fachada. Eso me alegra, pero no puedo evitar marcharme de Kioto con la sensación, por primera vez en todo el viaje, que quizás estaría bien que el número de visitantes hubiese disminuido un poco en estos dos años.

Antes de coger un nuevo tren, tomo un café en Hachi Record Shop and Bar. Mi siguiente parada es Nara, otra de las ciudades más emblemáticas de Japón, famosa por sus ciervos. Estos animales, que son considerados un tesoro nacional de esta ciudad histórica, fueron los que quizá más sufrieron cambios durante la pandemia.

El famoso Pabellón Dorado.Alamy

“Los ciervos están acostumbrados vivir a base de la comida que les dan los turistas”, me comenta un hombre que vende galletitas de arroz precisamente para ellos. “Durante la pandemia había muy poca gente y se tuvieron que buscar la vida. Creo que llegaron a robar en algunos establecimientos”, se ríe.

Ahora, sin embargo, los ciervos parecen actuar como los recordaba, persiguiendo al que les da comida y rogando a aquellas personas que prefieren ignorarlos. Por lo demás, Nara sigue siendo la misma ciudad acogedora y un poco tomada por las tiendas de souvenirs de siempre. Por la noche duermo en Uji, la cuna del Genji Monogatari, y ahí sí que puedo decir que todo sigue exactamente igual.

DÍA 7: DESPEDIDA

Vuelvo a Tokio con la convicción de que Japón sigue siendo el mismo país seguro y acogedor para el turismo que conocía. Había aterrizado con miedo a recibir una bienvenida fría por parte de un lugar que ha tenido sus puertas cerradas por más de dos años, pero ha ocurrido justo lo contrario.

Ciervo en el parque de Nara.JNTO

Y, aunque además de la apertura y cierre de algunos locales, sí ha habido cambios en la sociedad, estos no han sido los que yo esperaba. Las máscaras se han multiplicado, eso es cierto, pero también ha empezado a proliferar el pago con tarjetaalgo que antes era minoritario—, las bolsas de plástico se han vuelto de pago —antes daban bolsas con cualquier compra sin importar el tamaño— y algunas personas han comenzado a trabajar en remoto —aunque menos de las que se podría esperar.

Ahora sólo queda que más personas vuelvan de visita pero, eso sí, siempre respetando las costumbres de un país lleno de historia.

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