Pueblos del Mediterráneo no tan conocidos para escapar de las masas
¿Quién no sueña con un viaje sin prisas recorriendo los hermosos pueblos del Mediterráneo?
Sospecho que existe una puerta azul secreta en cada orilla del Mare Nostrum y, si la cruzas, podrás llegar a los paraísos que quieras, bien de blanco encalado, buganvillas y sábanas tendidas sobre el mar, por favor. De Sicilia a Cartagena, del mar de Liguria a la Costa de Azahar existen muchos umbrales camuflados. Nosotros te pintamos una puerta azul secreta a esos pueblos del Mediterráneo no tan conocidos que no te puedes perder.
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Adelio Zanotti / UnsplashPollara (Islas Eolias, Italia)
A tan solo una hora en barco desde el norte de Sicilia, el mar Tirreno descubre el archipiélago de las sietes Islas Eolias. El lugar favorito del viento susurra aquí en forma de icónicos volcanes como el Stromboli, yacimientos prehistóricos o pueblos tan deliciosos como Pollara, en Isla Salina.
Un conjunto de casas diseminadas frente al mar entre las que aún puede verse al protagonista de la película Il Postino llevando las cartas a Pablo Neruda con su bicicleta. La extensión de este pueblecito alojado en el cráter de un volcán dormido es un conjunto de antiguas barracas de pescadores que invitan a saltar a un azul eterno.
Alamy Stock PhotoDriopida (Citnos, Grecia)
Las cúpulas azules de Santorini, las terrazas bañadas por el mar en Mykonos o las casitas encaladas de Paros. Las islas Cícladas están llenas de tópicos irresistibles pero también la posibilidad de hacer un island hopping hasta las últimas moradas de los dioses. Un buen ejemplo es Citnos (o Kythnos), una isla donde hasta hace diez años no se podía pagar con tarjeta y las grandes infraestructuras turísticas aún se contienen.
Aguas termales, iglesias blanquiazules y remotas o cerros ocres se concentran en una isla en la que destaca la presencia de pueblos como Driopida, donde un burro aún recorre calles de blanco superlativo y todos los caminos conducen a la cercana cueva de Katafyki. La otra buena noticia es que Citnos es la isla más cercana a Atenas de todas las Cícladas.
Alamy Stock PhotoEze (Francia)
La Costa Azul evoca ecos de jet-set, una sombrilla en Cannes, el
tintineo de las joyas en Saint-Tropez o una terraza a la que parece asomada la mismísima Brigitte Bardot. Sin embargo, tras la cortinilla sofisticada, existen rincones dignos de postal atemporal como Eze.Este pueblo situado entre Niza y Mónaco suspira desde lo alto de un acantilado donde su flamante castillo vigila toda la costa mediterránea. No olvides visitar la antigua iglesia fenicia donde luce una cruz egipcia y descender hacia Eze-Bord-de-mer, la parte baja y costera de este pueblo que invita a tomar una de las tres
corniches, las icónicas carreteras que recorren toda la Costa Azul.
iStockKas (Turquía)
Balcones de madera azules lucen tan camuflados entre la vegetación mediterránea que parecen suspendidos en el aire. Y el mar lamiendo las terrazas de la playa Kucuk Cakil, o las montañas de granadas en un mercado.
Situado en la provincia de Antalya, bastión de la Costa Turquesa de Turquía, Kas fue una vez un puerto famoso por el comercio de esponjas de mar hasta convertirse en un singular retiro para la aristocracia turca.
Hoy, uno de los grandes secretos costeros del gigante turco aún conserva ese encanto genuino gracias, en parte, a la ausencia de aeropuertos cercanos. Un exuberante oasis que invita a perderse por sus callejuelas, acercarse a pie a sus secretos costeros o descubrir las numerosas tumbas licias repartidas por todo el pueblo –e iluminadas por la noche–.
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Alamy Stock PhotoUvala Lucica (Isla de Lastovo, Croacia)
Desde 1976 a 1992, la isla croata de Lastovo fue cerrada a los visitantes por la República Federal de Yugoslavia, estado que tenía aquí su principal base armada. Este factor, sumado a su posición remota –50 km en ferry desde Split– convierten a la isla más verde del Adriático en un espejismo de ensueño.
Un tapiz esmeralda se despliega bajo cielos estrellados y entre playas de cien azules dando forma a reductos como Uvala Lucica, un conjunto de antiguas tabernas de piedra junto al mar reconvertidas en exclusivos alojamientos turísticos donde sentirse un Robinson Crusoe balcánico.
Getty ImagesCalella de Palafrugell (Girona, España)
Despliegas el pareo en la playa urbana de Calella de Palafrugell y te conviertes en invitado no-oficial del pueblo: las puertas de colores de las antiguas barracas excavadas en el propio acantilado despliegan mesas de locales cada domingo y los vecinos comparten chismorreos que flotan de una toalla a otra.
Y dejas atrás el conjunto de restaurantes donde los viajeros ingleses comen paella a las 12 de la mañana para perderte entre arcos, barcas y callejuelas blancas que siempre terminan en el mar. Calella de Palafrugell posiblemente no sea el pueblo remoto de una costa por todos conocida, pero se aproxima bastante.
Getty ImagesEl Jebha (Marruecos)
La costa de Marruecos desvela un conjunto de estampas desconocidas para el turismo de masas. Una de ellas es El Jebha, un pueblo en torno a una enorme playa en forma de lengua azul que se adentra en el litoral, suspira barcas de colores y, a lo lejos, revela las colas de los delfines.
Situado entre Tetuán y Alhucemas, El Jebha es una gema blanquiazul donde la cara B de Marruecos revela un oasis alejado del bullicio de los bazares y medinas de las grandes ciudades del país. Nada mejor que degustar un rico tagine junto al mar, darse un baño en las playas de El Circo o Mónica o dar un paseo nocturno iluminado por la pesca con linterna que aún prolifera en este lugar del Mediterráneo.
iStockPerast (Montenegro)
El Mare Nostrum guardó bajo llave muchos de sus encantos en los Balcanes y, poco a poco, parece revelarlos al mundo. Uno de ellos es Perast, uno de los pueblos más bellos de Montenegro y a 10 km de la famosa ciudad de Kotor. Antiguo bastión del imperio veneciano para contener a los otomanos, Perast es un festín de palacios, iglesias –la de San Nicolás es la más popular– y callejuelas de piedra que se asoman al mar de forma tímida, como el mejor ritual.
La guinda: un chapuzón en un Adriático que nunca dejó de proteger los mejores secretos del Mediterráneo.
Getty ImagesGirolata (Córcega)
A pie o en barco. No existe otra forma de alcanzar uno de los pueblos más aislados y bonitos de la isla de Córcega. L’Alizé, el viento alisio que bautizó a la famosa cantante francesa, susurra aquí entre palmeras, vacas errantes y una ruta a través del Sentier de Facteur que conduce a un pueblo totalmente camuflado con la naturaleza. Solo lo descubren su torre genovesa y el pequeño puerto que atrae a los yates.
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