100 cosas que hay que hacer en Galicia al menos una vez en la vida

Generando morriña desde tiempos inmemorables.
Faro en cabo Ortegal
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Por mucho que creas conocerla, Galicia mantiene siempre la capacidad de sorprender. Hecha de piedra y agua, con su complejo mundo rural, sus ciudades llenas de personalidad, una naturaleza que deja sin palabras y una gastronomía aferrada al mar, esta tierra que combina historia, belleza natural y autenticidad te está esperando con infinidad de experiencias genuinas que no podrás vivir en ningún otro lugar del mundo. Si no sabes bien por dónde empezar, aquí va un listado con un centenar de ideas:

1. Flipar en la rapa das bestas de Sabucedo. Un espectáculo atávico de los que te devuelven a un estado anímico en el que no recordabas haber estado jamás. Animal, hombre, el curro, el polvo, los relinchos al aire, el corte de crines y el aliento contenido.

2. Que el Camino de Santiago te cambie la vida. Sea el Francés, el del Norte o el Portugués, todos sabemos que este es el único camino.

3. Aterrorizarse en el entroido (carnaval) de Laza. Los Peliqueiros son una cosa única, ancestral, apasionante desde el punto de vista antropológico… y terrorífica.

4. Discutir sobre si la de Rodas, en Cíes, es la mejor playa del mundo o no. Terminar discutiendo sobre la existencia de los rankings en general, concluir que son absurdos y acabar elaborando uno propio de playas preferidas. Y que la de Rodas salga, naturalmente.

Playa de Rodas, Islas Cíes.

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5. Teñirse las puntas de los dedos de negro pelando castañas en un magosto popular, festividad que celebra -generalmente en el mes de noviembre- la generosidad de la tierra y la cosecha, y consiste en asar estos frutos en las brasas de las hogueras para después comerlos en comunidad.

6. Subir al mirador de la Curota y entrecerrar los ojos para distinguir incluso las rías más lejanas, de Arousa a las Rías Baixas, pasando por la ría de Muros y Noia.

7. Empaparse de la vida mariñeira en los puertos de pescadores que permanecen, vivos y útiles, resistiéndose a ser piezas de museo etnográfico. Malpica, Cariño, Burela o Bueu, en diferentes tamaños e importancia, son buenas muestras de esta realidad.

8. Visitar los monasterios de la Ribeira Sacra fascinándose con la naturaleza, el románico y el vino. Sirvan como ejemplo, el arte herreriano del Monasterio de Santa María de Montederramo, del siglo XII, y las vistas al río Sil desde el Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, cuyo origen se remonta al siglo VI y es hoy un elegante Parador Nacional del mismo nombre.

9. Tener un rapto místico en San Pedro de Rocas, uno de esos lugares mágicos gallegos ineludibles. De hecho, este conjunto monacal, situado en el monte Barbeirón, está considerado el más antiguo de toda Galicia.​

Monasterio de San Pedro de Rocas.

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10. Confundir a veces la calle García Barbón de Vigo con la Gran Vía madrileña.

11. Regodearse en el glamour old school a lo Battle Creek en las instalaciones belle-epoque (supervivientes de un incendio que las dejaron hechas unos zorros) del Balneario de Mondariz.

12. Darlo todo con las orquestas de una de las incontables verbenas populares y terminar desgañitándose con “Galicia cada día mais linda mais linda cada día melhor e melhor”.

13. Sobrecogerse con las procesiones de la Semana Santa ferrolana, que se remonta al siglo XVIII y ha sido declarada de Interés Turístico Internacional. Quizás con la del Santo Encuentro, que tiene lugar en la plaza de Armas, o con la emocionante, nocturna y silenciosa procesión de los ‘Caladiños’.

14. Dejarse los gemelos y los embragues en las cuestas de Vigo, que ocupa siempre un puesto destacado en nuestros corazones, así como en los listados de las ciudades con mejor calidad de vida en España.

15. Hacer el salvaje en el desembarco vikingo de Catoira.

Barco vikingo en Catoira.

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16. Comer (y sobre todo beber) en un furancho: esas casas privadas en donde antaño el vino joven que se cosechaba servía como pretexto para compartir (y vender) platos y que hoy en día se han convertido en parte de la identidad gastronómica gallega. Embutidos, quesos, pimientos de Padrón, oreja, chorizo, zorza o empanada son algunas de las ‘especialidades’ que sirven durante los pocos meses que les permite la ley estar abiertos.

17. Darse cuenta de que la vida nunca deja de sorprenderte al encontrar el lugar en el que el avión de Leslie Howard (Ashley Wilkes, en Lo que el viento se llevó) se estrelló durante la Segunda Guerra Mundial, frente a la costa de Cedeira.

18. Montarse unas cuantas rutas literarias: visitar el pazo de Otero Pedrayo, en Trasalba, bien de fidalguía acomodada. Y hacer la ruta de A Esmorga leyendo A Esmorga, en Ourense. Con sobredosis etílicas pero sin violaciones. Y conocer la casa museo de Emilia Pardo Bazán, en A Coruña.

19. Pensar que los acantilados de A Capelada son más vertiginosos que cualquiera que hayas visto en Irlanda.

20. Sentarse en esa punta pedregosa al lado del faro de Fisterra y sentir que estás, literalmente, en el fin del mundo.

Fisterra: muerte, puesta de sol, fin del mundo y renacimiento.

Félix Lorenzo

21. Sí, el pazo de Meirás ya se puede visitar en un extenso recorrido por los exteriores y jardines de las Torres de Meirás, para conocer los cambios acaecidos en los siglos XIX y XX, de la mano de Emilia Pardo Bazán, así como los añadidos y la ampliación de la finca.

22. Y rendir tributo a Rosalía de Castro dedicándole un “adiós ríos, adiós fontes; adiós regatos pequenos” (o tal vez algún verso menos conocido pero más combativo) en su casa de Padrón.

23. Y continuando en Padrón, evocar a Camilo José Cela, genio y figura, en su fundación.

24. Y en Santiago, visitar ‘La casa de la Troya’, la pensión decimonónica real que inspiró una novela de estudiantes retrato de la ciudad y de su tiempo.

25. Y en Vilanova de Arousa, recorrer los escenarios de la vida y obra del irredento Valle Inclán.

26. Y ya en Vilanova, no olvidarse de Julio Camba, periodista de los de pluma luciferina capaz de ser hipercosmopolita y localísimo a la vez sin despeinarse.

Estatua de Valle Inclán en Vilanova de Arousa.

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27. Sobrecogerse con los dibujos de Castelao sobre la Guerra Civil, herederos directos de los Desastres de la Guerra de Goya, en el Museo de Pontevedra.

28. Peregrinar a San Andrés de Teixido porque temes tener que hacerlo tres veces muerto si no lo haces en vida, y una vez allí alucinar con la situación al borde del acantilado del santuario.

29. Comprar allí mismo el souvenir más folkie, más auténtico y colorista: las figuritas de pan.

30. Buscar la sonrisa de Daniel en el pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago.

31. Aspirar el incienso que emana el Botafumeiro para distraernos del olor a humanidad de los peregrinos. El Botafumeiro, hoy como hace mil años, siempre necesario.

32. Aplaudir a los tiraboleiros cuando detienen su recorrido en seco con un certero salto.

33. Contagiarse de la emoción de las generaciones de peregrinos que durante mil años han recorrido el camino al divisar las torres de la Catedral de Santiago desde el Monte do Gozo.

Tiraboleiros deteniendo el Botafumeiro.

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34. Esquiar (lo poco que se pueda) en Cabeza de Manzaneda y, si no se puede, dedicarse a realizar cualquier otro tipo de actividad al aire libre en la estación de montaña más occidental de España y la única de Galicia.

35. Contemplar la catedral de Tui iluminada de noche. Consagrada en tiempos del rey Alfonso IX, su apariencia y sus torres almenadas nos recuerdan más una fortaleza que a un templo religioso románico.

36. Cruzar el Miño de Tui a Valença (Portugal) por el viejo puente. El nuevo no tiene el mismo encanto.

37. Probar el pan de Cea, de corteza crujiente y miga densa y compacta.

38. Probar la tortilla de patatas de Betanzos, dorada en el exterior y poco cuajada por dentro, razón por la que ha sido apodada tortilla coulant.

39. Probar el pulpo de la isla de Ons. También el de las pulpeiras de Carballiño. No saber con cuál quedarse.

Pulpo á feira.

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40. Darse, de vez en cuando, el homenaje de una mariscada y pensar que por cosas como esta la vida, pese a todo, vale la pena. Direcciones en las Rías Altas aquí y en las Rías Baixas aquí.

41. Salir de tapeo en Lugo y llevarse alegrías constantes al tiempo que se bendice el concepto de tapas gratis. Y deliciosas.

42. Tomar lamprea, ese animal superviviente de la evolución que podría estar en el grupo del dodo, en forma de empanada o cocinado en su propia sangre (mucho más prehistórico) en Arbo.

43. Tomarle el pulso a la cocina de vanguardia gallega. Empezando por aquí, por ejemplo.

44. Recorrer a Illa de Arousa en bicicleta, desde el puerto o el centro de la villa hasta praia Secada o la playa de Carreirón, en el Parque Natural homónimo, un área protegida que es un paraíso para la observación de aves.

45. Pasar alguna noche acampado en Ons o Cíes y sentir envidia por los Robinsones.

46. Recorrer la muralla romana de Lugo.

47. Encontrar un día (imprescindible fuera del verano) en el que la playa de las Catedrales no esté atestada.

48. Pasearla con los pies descalzos (si se puede) pensando que ha merecido la pena esperar a que baje la marea.

Playa de las Catedrales.

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49. Encontrar por todas partes ejemplos del feísmo en Galicia. Y acabar hasta por encontrarlo entrañable.

50. Identificar los dibujos en piedra de los petroglifos de Campolameiro.

51. Participar en alguna fiesta religiosa en la que el catolicismo se mezcla con el animismo y las creencias más ancestrales, como Santa Marta de Ribarteme, con gente saliendo en procesión dentro de ataúdes.

52. Botar como si no hubiera un mañana escuchando las gaitas del Festival de Ortigueira.

53. Conocer Viveiro durante la Semana Santa. Fuera de ella también merece la pena.

54. Enamorarse de Allariz, un pueblo tan cuidado, tan limpio y coquetón que provoca aplausos y premios internacionales.

55. Meterse en la piel de Pedro Madruga en el Castillo de Soutomaior, con sus vistas y sus arcos medievales.

56. Navegar por el río Sil entre los impresionantes cañones que su serpenteo dibuja en la tierra.

Río Sil desde el mirador de Cabezoás.

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57. Ponerse romántico nivel Alejandro Dumas hijo asistiendo al florecimiento de la camelia, esa flor delicada y frágil como una prostituta tísica, por ejemplo en el Pazo Quiñones de León de Vigo o en la alameda de Santiago.

58. Recorrer los jardines del Pazo de Oca y pensar que, con sus setos, sus puentes y sus flores, sí merece el apelativo de ‘El Versalles gallego’.

59. Elogiar el talento para la localización que tenían los habitantes de la Galicia pre-romana en el Castro de Santa Tecla o en el de Baroña.

60. Acordarse todo el rato de El bosque animado recorriendo algunos de los bosques más hermosos, esos en los que la magia parece posible, como As Fragas do Eume o A Marronda.

61. Pasar una noche de San Juan dándolo todo en las playas de Coruña, viendo cómo las hogueras se reflejan en las galerías blancas de sus viviendas típicas.

62. No olvidar la ruta por faros gallegos, siempre en situaciones espectaculares (el de la Illa de Arousa, el de Fisterra, el de Ons), ni la Torre de Hércules, legendaria construcción símbolo de la ciudad de Coruña.

63. Enmudecer ante la contemplación de los percebeiros que trabajan bajo los envites de las olas en la Costa da Morte.

Percebeiro en la Costa da Morte.

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64. Constatar que, efectivamente, en Galicia hay agua en todas partes bañándose en una poza natural como las da Chavasqueira, en Ourense, o Mougas, en Oia.

65. Constatar que, efectivamente, en Galicia hay agua en todas partes contemplando una fervenza (cascada) natural como la de Silleda, la de Belelle, en Neda, o la de Vieiros.

66. Constatar que, efectivamente, en Galicia hay agua por todas partes siguiendo alguna de las rutas por molinos, ya casi todos en desuso, como los de Barosa, O Folón o Guitiriz.

67. Constatar que, efectivamente, en Galicia hay agua por todas partes disfrutando de los balnearios más reconfortantes, relajantes y sanadores, como el de A Toxa, Lobios o Lugo.

68. Sentir que el concepto playa paradisíaca desierta está mucho más cerca de lo que pensamos al encontrar lugares como las playas de Valdoviño, Cabo Udra y Cabo Home, Carnota, Ortigueira o Muros.

69. Sí, el tiempo no va a ser caribeño siempre y la temperatura del agua no invitará al baño, pero jo, son realmente lugares increíbles.

Playa de Carnota.

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70. Vivir una vendimia en la zona del albariño, un momento de trabajo arduo, pero también de celebración y alegría, en el que los viticultores y amantes del vino se unen para crear vinos excepcionales que capturan la esencia única de la tierra y el clima de Rías Baixas.

71. O catarlo el resto del año en cualquiera de sus bodegas o en la plaza de Fefiñáns de Cambados.

72. Navegar por las rías sorteando bateas, riscos y acantilados y sufrir un pasmo de belleza al contemplar los paisajes desde una perspectiva opuesta a la habitual.

73. Presenciar un conxuro da queimada, con su invocación a todos los seres invisibles y su bola de fuego en forma de aguardiente que se abre paso hasta tu estómago.

74. Experimentar las delicias y horrores del licor café. Casero, a ser posible.

75. Acercarse hasta el denominado “banco más bonito del mundo” en Loiba, ubicado estratégicamente en el borde del acantilado y con una vista panorámica absolutamente impresionante del océano Atlántico.

76. Pensar que este tipo de títulos tan grandilocuentes están bien si logran llamar nuestra atención sobre lugares tan especiales como este.

El banco más bonito del mundo, en Loiba.

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77. Experimentar por qué el monte Pindo (pese a los incendios) era considerado un lugar sagrado. Conocido como Olimpo Celta, se cree que estaba asociado con deidades y figuras míticas en la tradición celta y que podría haber sido utilizado como un observatorio astronómico por las culturas antiguas que habitaban la zona.

78. Tener una reminiscencia de Astérix ante las pallozas de Piornedo u O Cebreiro.

79. Ponerse medievaloide en la Festa da Historia de Ribadavia. Encontrarse mientras se da un paseo por el monte (por cualquier monte) caballos, vacas e incluso ciervos y zorros que viven en libertad. Encuentros que no pueden planearse y que se recuerdan siempre.

80. Observar el sincretismo cultural y religioso que ‘cristianiza’ rocas, fuentes y elementos anteriores a la romanización, herederos de creencias ancestrales. El santuario de A Lanzada o a Virxe da barca de Muxía son buenos ejemplos.

Ver fotos: Los pueblos más bonitos de Galicia

81. Morir de ganas de trepar y deslizarse por las dunas de Corrubedo. No, no se puede, han sido declaradas Parque Natural y están protegidas para preservar su fragilidad ecológica y su belleza natural.

82. Localizar al santo con gafas en la fachada de la basílica de Santa María, en Pontevedra.

83. Hacer una pausa de los monasterios románicos y completar la visión de Galicia con ojos de arquitecto en la iglesia de Panxón, diseñada por Antonio Palacios, única en su estilo.

84. Contar hórreos, bateas y turistas en Combarro.

Combarro.

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85. Seguir la huella de los indianos más exitosos en forma de sus casas espectaculares en Ribadeo o en el inclasificable, kitsch y encantador Parque del Pasatiempo de Betanzos.

86. Hacer el camino de ronda propio del pasado militar del castillo de San Felipe de Ferrol.

87. Hacer la ruta París-Dakar de Santiago. Una ruta por los bares de la rúa do Franco convertida ya en itinerario mítico que pone a prueba la resistencia de los bebedores más recalcitrantes.

88. Bajar a la Cova do Rei Cintolo, en Mondoñedo, la cueva más grande de Galicia, evocando sus leyendas y sus reminiscencias de regresar al útero materno.

89. Paradorear a lo grande en el centro de una ciudad en el elegante Hostal dos Reis Católicos de Santiago.

90. Paradorear a lo grande en un entorno marítimo único en el Parador de Bayona.

91. Paradorear a lo grande en un pueblo de interior lleno de sabor en el Parador de Monforte de Lemos.

92. Paradorear a lo grande en un espacio vanguardista en el Parador Costa da Morte, con su arquitectura integrada en el entorno, sus cubiertas vegetales y esa piscina infinita que parece fundirse con las olas del mar.

Parador Costa da Morte.

Paradores

93. Contemplar las vistas de Verín desde el castillo de Monterrei, que mezcla diversos estilos arquitectónicos y cuyos elementos más antiguos datan del siglo X. Reconvertido en Parador, en su restaurante podrás descubrir los sabores del interior de Galicia.

94. Recitar la cantiga homónima en la isla de San Simón, en el corazón de la ría de Vigo.

95. Ir al norte del norte en tren, por la Ruta de los Faros ideada por Renfe, que parte desde Ferrol y llega hasta Ribadeo, en una excursión que dura de 12 horas y realiza paradas estratégicas en cabo Ortegal, la serra da Capelada, los acantilados Vixía Herbeira, Os Aguillóns, el santuario de San Andrés de Teixido, el faro de Estaca de Bares o el de Illa Pancha.

96. Dormir en un faro, allí donde antaño se prendía la luz para guiar a los barcos en la oscuridad y proteger a los navegantes de las corrientes fuertes y las condiciones marítimas desafiantes. El de Isla Pancha fue el primero en convertirse en hotel en España y el nuevo en abrir sus puertas en la costa gallega ha sido Faro Lariño, en Punta Ínsua, un enclave estratégico de Costa da Morte, entre villa de Muros y Fisterra.

Faro de Isla Pancha.

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97. Ver las estrellas en el cielo (y en el plato) en Serpe, desde alguna de las mesas del restaurante Pepe Vieira, rodeado de bosques, jardines y terrazas.

98. Flipar con el arte urbano del festival DesOrdes Creativas de Ordes, que lleva más de una década sirviendo de escaparate para algunos de los mejores muralistas del mundo.

99. Sentir el cansancio y el salitre sobre las mariscadoras de Muros, la más septentrional de las Rías Baixas. Mujeres dedicadas al marisqueo que salen a faenar con sus propias manos, sin importar el tiempo que haga.

100. Empaparse del concepto enxebre recorriendo cualquiera de los pueblos de costa o interior de Galicia. Encontrar un lugar único y especial para ti que no figure en ninguna lista de imprescindibles a visitar. Siempre aparece.

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