¿Por qué no estamos todos en la bahía de Kotor?

Guardemos a Montenegro en secreto todo lo que podamos. No hace falta que estemos todos. Es suficiente con que nosotros volvamos

¿Por qué no estamos todos en la bahía de Kotor?

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Cuando llegué a Montenegro envié una foto a un amigo. En ella se veía la bahía de Kotor y dos islas ; en ese momento aún no conocía sus nombres. Aunque era una imagen torpe, en ella también había algo que parecían palacios, unos montes altos y negros, un pequeño restaurante y una barca. Mi amigo me respondió: “¿por qué no estamos todos allí?”. Él no sabía que acababa de regalarme el título de un artículo.

No estamos todos en Montenegro porque no está en nuestro mapa viajero, porque conocemos su nombre, tan bonito, pero siempre hay algún lugar que se adelanta. No estamos en Montenegro, quizás, porque no tenemos por qué estar todos, solo algunos.

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Podemos ir aquellos a los que nos gustan los pueblos mezclados, los que babeamos con un lago con una iglesia minúscula en una isla, o dos, en medio de él, los que buscamos sitios de los que sabemos poco para querer saber más.

Seamos los que seamos, somos cada vez más: este mes de marzo el turismo en esta república de la antigua Yugoslavia había subido un 62,8 % respecto al mismo mes del año anterior.

Montenegro es un país pequeño con gente muy alta; sus habitantes son los que más miden tras los holandeses, con una media de 1,82 metros en hombres y mujeres. Está situado en la costa Adriática, entre Croacia y Albania .

Es un país balcánico que a ratos es veneciano, tiene regusto italiano, playas de azul caribeño y ese aire suspendido en el tiempo de los países que empezaron a abrirse al mundo hace poco (su independencia de Serbia se declaró en 2006 y fue pacífica) pero que llevan siglos siendo ellos.

Montenegro parece suspendido en el tiempo

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Tiene, como Berlín , el peso del pasado reciente encima y a muchos les encanta definirlo como un “Croacia antes de que se llenara de gente”. Montenegro no merece ser comparada con nadie; ni con su vecina, a la que se parece. En Montenegro quizás no estamos todos, pero en los 70 acudían a él estrellas como Elizabeth Taylor y Sofía Loren.

Tras el terrible paréntesis de la guerra de Yugoslavia (1991-2001) , el país quedó encalambrado. Fue, de las seis repúblicas que formaban el país, la que menos sufrió en un conflicto que fue cruento e inmisericorde. Han pasado casi veinte años y el país está listo para un momento más luminoso. Montenegro hoy es un lugar tranquilo, con zonas en las que aún se mira con extrañeza a los visitantes y que tiene mucha belleza que compartir.

Aunque su superficie es la equivalente a la de la provincia de Burgos , Montenegro ofrece cuatro Parques Naturales, patrimonio histórico, precios aún sensatos, más de 100 playas (y en la gran mayoría no hay que pelearse por tumbona) calas escondidas con agua turquesa, pueblos medievales de piedra y 250 días de sol al año.

El país es mucho más que la bahía de Kotor, pero visitándola se entiende y se disfruta muy bien. Solo por ella merece la pena comprar un billete y aparecer allí, en este país que tiene nombre de superhéroe mediterráneo.

Montenegro es mucho más que la bahía de Kotor, pero visitándola se entiende y se disfruta muy bien

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La manera más fácil de llegar a ella es volando a Dubrovnik; aunque Tivat cuenta con aeropuerto también tiene menos opciones de vuelo. En menos de una hora y por una carretera preciosa que la bordea se llega a la bahía. No se percibe como un desplazamiento, sino como una excursión.

Montenegro cuenta con el fiordo más extenso del sur de Europa, que se adentra en la tierra 30 kilómetros. Este fiordo forma una bahía, la de Kotor o Boka Kotorska ; es una bahía rara, con unas bocas pronunciadas e islas en medio, a la manera veneciana. Aquí centraremos nuestro viaje, aunque nos perdamos parte de Montenegro. Viajar es también elegir.

Necesitaremos un coche y/o un barco, que podremos alquilar por buen precio, para recorrer la bahía y acceder a calas, playas y pueblos desde el mar. Hay cuatro lugares interesantes, y muy diferentes entre sí, que articularán nuestro viaje: Kotor, Perast, Herceg Novi y Tivat.

Kotor le da el nombre a la bahía y es, quizás, el más conocido y su núcleo artístico y patrimonial. Es una pequeña ciudad de piedra protegida por la UNESCO, rodeada por cinco kilómetros de muralla y vigilada por la montaña de San Giovanni, que tiene su correspondiente fortaleza en lo alto.

Catedral de San Trifón, en Kotor

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En ella callejearemos, veremos iglesias ortodoxas como la de San Lucas, que data del siglo XII y nos recordará a El Paciente Inglés. Entraremos a ver la Catedral de San Trifón, una de las dos católicas que hay en Montenegro, nos asombraremos de lo bien conservada que está llevando como lleva desde el siglo XII en pie. Reconoceremos la herencia veneciana en fachadas, escudos y rincones.

Cuando nos cansemos, nos sentaremos a comer sopa de pescado y pescado a precio irrisorio para estándares españoles en una terraza como la de Trpeza , entre edificios con mucha vida detrás. Pronto nos daremos cuenta de que la gastronomía es una mezcla de la italiana, la griega y la balcánica; que un día comeremos risotto, otro baclava y otro pan con ajvar, una salsa de pimientos; o njeguski prust, el jamón local. O todo el mismo día.

Kotor tiene muchos rincones fotogénicos, restaurantes con velas y personas. Sí, gente como nosotros que busca lo mismo que nosotros.

Kotor y Perast nos recuerdan a Venecia por algo: fueron parte de lo que se llamaba la Albania veneciana desde 1420 a 1797, durante casi 400 años. Perast es el otro gran lugar de la bahía, y vivió su época de esplendor durante esta dominación, en los siglos XVII y XVIII.

Perast, bonito hasta decir basta

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Puede que sea el más bonito, aunque esta palabra dé miedo escribirla sin mucha explicación. Ahí fue hecha la foto que despertó el, en este punto ya conocido, “por qué no estamos todos allí”. Es un pueblo pequeño (cuenta con unas 1.000 personas y solo cinco niños en la escuela) y con solo un vistazo se aprecia un pasado glorioso en el que no dejó de defenderse: hay 10 torres fortificadas.

Perast cuenta con la arquitectura Barroca mejor conservada del Adriático: tiene pocas casas, y la mayoría son palacios barrocos que contaban con su propio templo; hay unos 20 y el mismo número de iglesias barrocas y ortodoxas. En Perast comprar un palacio es tan caro como un brownstone en el Upper East Side: hay pocos y mucha gente (británicos, rusos…) se encaprichan con ellos. Lógico.

Un país tan singular exige un hotel a la altura, uno que nos permita impregnarnos de su pasado y sus personalidad. Dormir en Perast tiene todo el sentido: nos da acceso directo a la foto más bonita del país y nos deja rodearnos de su espíritu. Además, es práctico.

El Iberostar Grand Perast puede ser el centro de operaciones de este viaje. Lleva pocos meses abierto y está situado en un palacio, el más grande del pueblo, construido a mediados del XVIII y al que solo se llegaba en barco.

Vitas desde el hotel

Iberostar Grand Perast

A su lado, cuenta con su propia iglesia, la de San Marcos, que data del mismo siglo. El palacio fue propiedad de la familia Smekja, comerciantes convertidos en nobles (aún sigue su escudo en la fachada) y fue construido, como la iglesia, con piedras de isla Korčula, en Croacia.

El Grand Perast pertenece al segmento de hoteles con historia, Heritage de Iberostar, el más selecto y el que se asienta en lugares con poso y alma. Y Perast tiene de eso. Marina Radjenovic, la Directora Comercial (alta, por supuesto) y ex-Aman, afirma que en ella “se concentra la vida tradicional del Montenegro”. Está a pie del agua; esto es literal porque está separado de él por solo 5 metros; puedes caminar por su calle principal que es la orilla.

La vida del pueblo transcurre frente a la bahía y durmiendo aquí no nos la vamos a perder. El hotel es tan sereno como el paisaje que se ve desde sus habitaciones, que son muy agradables, y tiene su mismo aire relajadamente majestuoso.

Cuenta con una terraza inmensa en la que se desayuna viendo la bahía y las dos islas: Sveti Dorde (pronto sabremos que Sveti es 'San') , con su monasterio benedictino del siglo IX; y Gospa od Škrpjela, su 'hermana' artificial. Este paisaje es tan espectacular que no se antoja mirar el móvil ni una sola vez mientras se empieza el día tomando huevos y delicias locales.

'LA' foto

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El Grand Perast tiene su Beach Club, un pequeño embarcadero para poder darnos chapuzones en el lago y una piscina exterior; las piscinas son raras en la bahía y la idea de una rodeada de Barroco adriático es muy sugerente.

Si Perast es la guardiana de las esencias de Montenegro, Tivat ha sido durante siglos el lugar de veraneo de artistas y nobles. Ahí está el aeropuerto local, gran parte del comercio, muchos hoteles y restaurantes y el famoso Porto Montenegro , que abrió en 2014 y es una ciudad dentro de Tivat. Es uno de los proyectos de ocio más ambiciosos de Europa y cuenta con una marina que recibe a super yates cuyos dueños nadie se atreve a desvelar.

Ahí, entre multimarcas potentes como Fashion Gallery (¿y si entramos a coquetear con los McQueen?) y apartamentos de más de 6.000 euros por metro cuadrado se concentra el ocio contemporáneo. Lugares como el **restaurante ONE ** son para ver y dejarse ver, pero también para comer rico, algo que aquí no se descuida.

En ella hay dos rarezas (aquí nos gustan) . Una es una piscina infinita de 64 metros de largo y el otro un submarino yugoslavo de los años 60 que se puede visitar. Lo iremos a ver: es más interesante que los super yates y lo más curioso de un lugar que podría ser Cannes o Puerto Banús.

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La última ciudad de las cuatro que mencionamos al principio es Herceg Novi, una de las más interesantes del país y la más cercana a la frontera con Croacia. Fue fundada en la Edad Media colgada en una colina (subiremos muchas cuestas) y es otro ejemplo de lugar con un patrimonio histórico interesante y muchas ganas de ser visitada. Cuenta con 114 iglesias, de las cuales 98 son ortodoxas.

Un dato curioso que gustan de repetir es que fue española durante un año, en 1538; de ahí l a existencia de la fortaleza llamada Spajnola. Esta anécdota nos hará quedar bien cuando volvamos. España no ha dejado mucho más rastro en la ciudad, pero sí Turquía, que la dominó varias veces a lo largo de la historia; y Venecia, que lo hizo durante más un siglo. Herceg Novi también ha estado bajo el dominio ruso, austríaco y francés. La ciudad ha sido codiciada a lo largo de la historia y su carácter defensivo y orgulloso se percibe en un sencillo paseo.

Podemos comer en una de las muchas tabernas que salpican la ciudad; además, tendremos que descansar de subidas y bajadas. Una opción puede ser Feral , frente al puerto, donde sirven unos platos de pasta (¿ya hemos dicho lo de la influencia italiana) bastante memorables.

Herceg Novi

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Si eres amante del turismo político, puedes visitar Villa Galeb, que fue residencia de Tito. De hecho, si te interesa escarbar en la vida de los gobernantes, en Montenegro puedes hacerlo bien porque aquí aún se le rinde culto curioso a su personalidad y querrán enseñarte todo lo que tenga que ver con él.

En cualquier viaje no debería haber nada obligatorio, pero en este nadie debería volver sin sentarse en Perast frente a las dos islas tomando un vino blanco ni sin recorrer la bahía en barco. Las embarcaciones, de tamaños varios, se alquilan en cualquier lugar a un precio ridículo para la felicidad que va a generar.

Navegando se entiende muy bien la geografía del país y podemos acceder a lugares como la Cueva Azul, que tiene un agua difícil de creer; con razón es una de las atracciones de la isla. Si hacemos este minicrucero por la isla (debemos) podemos pedir que nos lleven, aunque lo harán sin pedirlo también, al fuerte de la isla de Mamula, una antigua prisión austrohúngara en medio del agua o a las playas de Zanijce. Fantasearemos, por supuesto, con tener una casa aquí. Qué sería de los viajes sin los sueños que nos disparan.

Tras unos días en Montenegro hice fotos mejores que las que hice con la emoción de la primera mirada. El último día recordé la frase de mi amigo: “por qué no estamos todos aquí”. Guardemos a Montenegro en secreto todo lo que podamos. No hace falta que estemos todos. Es suficiente con que yo vuelva.

Se llama Mamula y se puede visitar

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