Volver a las Highlands; volver al corazón de Escocia

Paraíso para los amantes de la Naturaleza, las Tierras Altas de Escocia han sabido combinar la aventura con el turismo, la tradición y la vanguardia, para mostrarse al mundo tras sus impenetrables nieblas.

Highlands, el corazón de Escocia

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Caminaba bajo la lluvia sobre las piedras del puente viejo de Stirling, con el paraguas cerrado sirviéndole de bastón. El humo de su pipa luchaba contra la humedad que quedaba atrapada en su chaqueta de tweed bajo la forma de gotitas brillantes mientras sus ojos observaban el castillo de Stirling, puerta de las Highlands y lugar donde comienzan los caminos que conducen a las Tierras Altas de Escocia. Fue su barba pelirroja lo que me llevó a preguntarle por el rumbo a seguir en el país de los monstruos, el whisky y las ovejas. Y él me contestó con el laconismo propio de las gentes norteñas: “el corazón de Escocia se encuentra en el Ben Nevis”.

Siguiendo las palabras del caballero escocés, atravesé un mar de montañas pardas y lagos estrechos como lenguas de pájaro hasta llegar a los pies de un gigante rocoso. El Ben Nevis, la montaña más alta de Escocia y reina de las Highlands (1.345m), se yergue junto al mar muy cerca de la pequeña ciudad de Fort William, y recibe a pecho descubierto todas las borrascas atlánticas que barren el norte de Escocia.

Ben Nevis, la montaña más alta de Escocia y reina de las Highlands

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En su cima descubrí que el corazón de este bello país es frío, opaco e inclemente. Con buen tiempo, el ascenso proporciona unas vistas inolvidables de las Tierras Altas, pero hablar de sol en Escocia es como pedir lluvia en Sevilla. Como socarronamente me contestó la camarera del pub The Crofter, “aquí el tiempo se resume en lluvia, lluvia, y maldita lluvia”.

El agua se encuentra omnipresente en las Highlands y sus habitantes siempre han tratado de domarla. Desde Fort Williams pueden visitarse las escaleras de Neptuno, un interesante complejo de esclusas que forma parte del Caledonian Channel, un canal que atraviesa Escocia de este a oeste a través de sus lagos.

Loch es la palabra escocesa para definir las masas de agua que salpican las montañas, innumerables a medida que avanzamos rumbo al norte. Algunos, como el Loch Ness, tienen su propia leyenda y otros, como el Loch Shiel, comienzan a verlas nacer a sus orillas. Junto a este último lago se encuentra el famoso viaducto por el que circula el Expreso de Hogwarts, el tren literario que transporta a cientos de jóvenes magos hacia el colegio creado por la imaginación de J.K. Rowling, convertido en uno de los lugares más visitados de las Highlands.

Viaducto de Glenfinnan

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Las influencias de la autora son bien visibles al atravesar el agreste paisaje que nos conduce hacia la isla de Skye. Resulta sencillo imaginar hechiceros y alquimistas habitando castillos como los que se asoman a la carretera A87, y que nadie se sorprenda si, en una curva peligrosa, se le aparece una compañía fantasma de soldados españoles. Seguramente provengan del Loch Duich, un bello lago que acoge en sus aguas el célebre castillo de Eilean Donan y los huesos de los hispanos que un lejano día de 1719 se atrevieron a tomarlo para quemar las barbas del rey de Inglaterra.

La expedición española terminó en fracaso, pero los soldados siguen presentes en los pubs de la zona, comiendo haggis y bebiendo pintas de India pale ale. Ninguno me advirtió de que Skye, la isla más famosa de cuantas haya en Escocia, era bella, salvaje, impredecible e independiente, lo suficientemente cercana a tierra como para no estar aislada y demasiado alejada como para formar parte de algo que no sea su propia esencia. Skye es un Marte húmedo, un desierto de agua y musgo salpicado por casas bravuconas que desafían la furia de los temporales.

El puerto de Elgol, en la costa occidental de Skye, es uno de esos lugares que podrían aparecer en las postales enviadas desde el Fin del Mundo. Sus aguas son negras y las montañas y pequeños fiordos que lo rodean no invitan a navegarlas, aunque exista un buen motivo para hacerlo. Frente al puerto se encuentra la isla de Soay, paraíso de focas y aves que habitan bajo sus imponentes acantilados, aferradas a un trozo de tierra inaccesible durante la mayor parte del año.

Acantilados, lagos, cascadas, llanuras... ¡la naturaleza es la dueña y señora de la isla de Skye!

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Si no se sufren mareos, es aconsejable tomar el barco en Elgol que rodea la isla de Soay para averiguar cómo era el mundo, virgen, salvaje y frío, antes de que los humanos nos propusiésemos cambiarlo. A mí, como a la Armada Invencible que naufragó en estas aguas, me frenaron los elementos: el barco que salió de Elgol en pleno temporal tuvo que dar media vuelta, sacudido por negras olas que hicieron replantearme volver a navegar.

La única forma de superar un mal trago en el mar de Escocia es asomarse a un pub local, apoyarse en la barra y seleccionar una de las múltiples cervezas que los escoceses gustan de tomar a cualquier hora del día. Los amantes del lúpulo y la malta encontrarán en Escocia su paraíso, pues no hay pub que no posea un barril de cerveza local y artesana, pudiendo llegar a degustar más de medio centenar en un viaje de menos de una semana.

No es este el lugar para incitar a la bebida, y ni siquiera quien escribe recurrió a ella tras casi caer por la borda del barco que nunca llegó a la isla de Soay, pero son los propios escoceses los que incitan a ello. Si el acento no te huele a turba, estás lejos de ser un highlander. Por eso, cuando pedí un vaso de agua en el King’s Arms de Kyleakin, su camarera río con sorna y, guiñándome el ojo, me sirvió un Scotch acompañado por la siguiente frase: “en Escocia, el whisky se bebe con agua, y el agua, con whisky”.

Atardecer en Old Man of Storr, un auténtico regalo de la naturaleza en la isla de Skye

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Desde lo alto del nublado Ben Nevis se intuye una belleza que se muestra salvaje en la isla de Skye, pero que ha sido domada con la construcción del Caledonian Channel y los puertos de la costa. Sin embargo, a medida que continuamos rumbo norte, la Naturaleza se impone a nuestro afán transformador, y la modernización claudica ante el apabullante imperio del frío, la lluvia y las distancias.

La carretera A837 que conecta los puertos de Ullapool y Unapool atraviesa un paisaje verde y pardo, donde las casas son excepción, salpicado por las ruinas de castillos olvidados y puertos deprimidos por la llegada del Brexit. Tal y como confesó un pescador asentado en la barra del decimonónico Culag’s Hotel de Lochinver, mucho peor que Nessie es el monstruo que ha expulsado de Escocia a los pescadores españoles y franceses, los mismos que dotaban de vida a unos puertos que ya no la tienen.

Para completar la visita a las Highlands resulta imprescindible dormir en un lodge, vivienda típica de la zona caracterizada por su modesto tamaño, tejados de pizarra y ubicación aislada integrada en el entorno. Hay cientos de ellos en las Tierras Altas, algunos ubicados en lugares emblemáticos como el mítico valle de Glen Coe o sobre los acantilados de Durness, refugios donde siempre podremos encontrar un fuego caliente como el que podrá salvaros del frío si visitáis Inchnadamph.

El mítico valle de Glen Coe

Photo by Mikk Tõnissoo on Unsplash

Esta diminuta agrupación de casas a la que no puede siquiera calificarse como pueblo se encuentra perdida y a la vez accesible, aislada del mundo como lo estuvo hace 45.000 años, cuando osos de las cavernas, tigres de dientes de sable y mamuts lanudos caminaron por la orilla de su lago. Sus huesos reposan en las cuevas cercanas a Ichnadamph como un recordatorio de que las Highlands siempre han pertenecido a la Naturaleza. Lo único humano que ha logrado sobrevivir a su belleza es, literaria y literalmente, la cerveza.

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