Stromboli: días de mar y fuego

Eolo, dios del viento, dio nombre a unas islas en las que ardía la fragua de Vulcano. Pero es el mar de Poseidón el que hace de las Eolias la más divina travesía en velero.

Navegando por las islas Eolias

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

“En breves momentos aterrizaremos en el aeropuerto Vinchenzo Bellini, en Catania”, anuncia el piloto por megafonía. Miro por la ventanilla y ahí está: el majestuoso Etna, el volcán activo más grande de Europa, sobre el que todavía quedan restos de nieve del invierno.

Su altitud, unos 3.329 metros, ha disminuido más de 20 metros en el último siglo y medio debido a las constantes erupciones.

Ante mis ojos, de sus laderas se descuelga una ciudad de barrios residenciales apretujados. Parece que a sus habitantes no les importa demasiado el hecho de vivir tan cerca de un vecino tan temperamental, ni siquiera ahora que lleva años sacando el genio con frecuencia.

Reconozco que tengo muchísimas ganas de pasar unos días aquí: Sicilia ha sido protagonista de numerosos capítulos de la historia, ha acogido a griegos, españoles, franceses, otomanos y ha sabido asimilar la huella dejada por cada gobernante ansioso de gloria y por cada época vivida, lo cual explica el porqué de su rica mezcla de culturas, arquitectura y sabores y de su inconfundible personalidad.

Camino serpenteante hacia el cráter del Etna

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Mientras nos preparamos para explorar la ciudad, caigo en la cuenta de que acabo de llegar a una Italia completamente distinta a la que he conocido en otros viajes. Se respira una sensación de paz, de sosiego rural.

Nuestro amigo Santo se ha comprometido a enseñarnos la mayor atracción de la isla –el volcán–, pero también decide hacernos de guía por los alrededores de Catania.

Así que nos levantamos pronto y comenzamos el día poniendo rumbo a un pueblo cercano para desayunar: primero, un arancini (una especie de croqueta de arroz rellena de carne o queso), seguido por un cipollino (hojaldre de cebolla), un cappuccino y una deliciosa crema. Mientras tanto, observamos el pausado ir y venir de los locales.

A continuación, Santo nos enseña el lugar en el que se crió: una zona afectada por un reciente terremoto en el que su hogar sufrió serios daños. Tanto, que su familia ha tenido que mudarse de manera temporal mientras una comitiva local examina el lugar para decidir si es lo suficientemente seguro para que lo vuelvan a habitar. Santo nos lo cuenta como si esta situación fuese algo cotidiano y habitual.

El velero de Kristina y Niko, autores de este reportaje

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Seguimos conduciendo por paisajes que nos dejan boquiabiertos; parecen importados de la superficie lunar. La extraña belleza que nos rodea es tan hipnótica que no nos hemos dado cuenta de que hemos llegado a nuestro destino, donde nos reciben unas vistas de ensueño a un enorme valle lleno de lava fosilizada.

Solo en lugares como este uno es capaz de presenciar la fuerza todopoderosa de la naturaleza, y estas impresionantes y escalofriantes panorámicas son la lección de que la naturaleza está por encima de cualquier acción humana.

El valle de lava es tan gigantesco que fácilmente se podría llenar con cientos de campos de fútbol o, en su defecto, construir una ciudad del tamaño de Catania. Aun así, a los sicilianos parece no importarles y continúan construyendo nuevas zonas residenciales a las faldas del volcán, como si nada pudiese suceder.

También es verdad que esta actitud despreocupada es recompensada por el hecho de que aquí la tierra es rica en minerales y microelementos, lo que les permite cultivar frutas y verduras llenas de vitaminas y sabor y producir un vino prodigioso.

Niko con la marina de la isla de Vulcano al fondo

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Curiosamente, cuatrocientos nuevos cráteres se han formado alrededor del Etna como resultado de las recientes erupciones. La última fue hace apenas unos meses, en abril, y aunque la emisión de ceniza fue intensa en ciertas zonas, no produjo lava; la anterior, más grande, en diciembre de 2018.

Las islas Eolias, que forman una especie de collar en el mar Tirreno, son nuestro próximo destino y las ganas de verlas por primera vez nos mantienen la noche prácticamente en vilo.

‘Isola’ en italiano significa ‘isla’ y, como en muchos otros idiomas europeos, la raíz de la palabra da significado a términos en inglés como ‘isolation’ (aislamiento).

Nuestra propia pasión por navegar también deriva de nuestro deseo de escapar del enganche de la vida urbana y de su ajetreo, siempre para buscar el delicioso aislamiento.

Kristina bañándose frente al arco volcánico de Punta Perciato, en Salina

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

A la mañana siguiente ponemos dirección a la marina de Portorosa, uno de los puertos deportivos más famosos y mejor equipados de Italia, situado a 38 kilómetros al norte del cabo de Orlando y a 19 al suroeste del cabo de Milazzo.

Es allí donde nos espera nuestro velero, el Oceanis Beneteau, abastecido con las provisiones necesarias para una semana y con nuestra bandera, Sea Soul, aguardando su momento de ser ondeada.

El primer puerto que visitamos es el de la isla de Lipari, a 30 kilómetros del de Portorosa. Con una superficie de unos 37,5 km2, Lipari es la más grande las siete islas que componen el archipiélago y guarda evidencias de asentamientos humanos que se remontan a hace unos 6.000 años.

Decidimos pasar la noche en el puerto de Pignataro, a dos kilómetros del casco antiguo de la ciudadela, para resguardar el barco de las olas, algo que no habría sido posible de haber atracado en otro puerto más cercano, barato y sin el mismo nivel de protección del mar.

Castillo de Lipari

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Tan solo tenemos 24 horas para explorar Lipari y finalizar todas las formalidades de navegación y atraque así que, tras un paseo de media hora por la orilla, pronto nos encontramos a los pies de la muralla de la ciudad, que casi se fusiona con unas empinadas piedras volcánicas.

Una estrecha calle en forma de zigzag nos lleva a la cima de las ruinas de la antigua acrópolis de San Bartolomeo. Mientras caminamos hacia ella, es evidente que estamos ante la presencia de algo magnífico: todo lo que nos rodea es igual de imponente y nos traslada al escenario de una película de Visconti o Fellini.

Los visitantes que se acerquen hasta aquí no deberían dejar de explorar cada uno de los rincones secretos de la muralla, de disfrutar de las vistas panorámicas y de la bahía del pequeño puerto pesquero de Marina Corta.

Iglesia en la isla de Lipari

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Después del paseo nos compramos un cannolo, el famoso dulce siciliano, compuesto por un rollo de masa frita relleno de crema de ricotta con vainilla, cítricos, agua de rosas u otros aromatizadores y un toque de chocolate. La Officina del Cannolo, a cinco minutos de la catedral, es el mejor lugar para probarlos.

A la mañana siguiente, disfrutamos del desayuno en la terraza de nuestro hotelito con de unas vistas estupendas del puerto y el casco antiguo. Mientras tomamos nuestros cafés sin prisa, admiramos el horizonte y entramos en calor con los primeros rayos de sol del día.

Queremos quedarnos aquí hasta la eternidad, pero nos espera el volcán Stromboli y una travesía a vela de cuarenta kilómetros.

Nos acercamos a la mítica isla, con tan solo cuatro kilómetros de diámetro, desde el oeste. Se eleva 925 metros sobre el nivel del mar, mientras que su base se entierra dos mil metros bajo la superficie del agua, dejando a la vista tan solo un tercio del volcán.

Desayuno a base de repostería local

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Unos dos kilómetros al noroeste se encuentra el islote Strombolicchio, una roca que originalmente formaba parte del volcán y que cariñosamente se denomina como “el padre del Stromboli”.

Inmediatamente después nos acercamos a la pendiente del Sciara del Fuoco. Lo que es verdaderamente único del Stromboli es que nunca descansa y uno de sus cuatro cráteres entra en erupción cada cinco minutos –razón por la que siempre se puede ver un velo de ceniza rondándole y los marineros suelen referirse al volcán como “el faro del Mediterráneo”–.

La isla no tiene un lugar designado para atracar los barcos con quilla, tan solo una costa empedrada y con lava congelada que resulta bastante inaccesible, por lo que solo se puede hacer en el extremo noroeste de la isla, cerca de la playa.

La pequeña roca denominada como Strombollichio

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Mientras nos preparamos para empezar un ascenso de tres horas, nos aseguramos de tener suficiente ropa de abrigo, calcetines largos, bastones de senderismo y una antorcha (el calzado se puede alquilar aquí).

También nos dan una lista de instrucciones y un casco. Vale la pena llevar una mochila reforzada para guardar toda la ropa, que estará cubierta de ceniza al volver.

Sin embargo, todas estas formalidades se quedan en el olvido una vez que empezamos a ascender por los caminos serpenteantes del volcán, que nos regalan alucinantes vistas.

Despertando en el Sea Soul con el volcán Stromboli

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Un guía con experiencia en montañismo lidera a nuestro grupo en una especie de movimiento a cámara lenta dominado por el silencio.

Mientras tanto, no podemos dejar de hacer fotografías, intentando captar la rapidez con la que el paisaje cambia de un momento a otro: empiezas pensando que estás en la Tierra, con su exuberante vegetación, el calor del sol y una delicada brisa e, inmediatamente después, te encuentras en la Luna, rodeado de cráteres y superficies desnudas, sin el sol rociándote con su fuerza.

Finalmente, ya en la cima, nos sentimos en el espacio exterior con el viento soplando ceniza hacia nuestros ojos. Dato importante: mete en la mochila unos arancini de carne para merendar una vez que se llega al primer cráter.

Vistas de la isla de Panarea

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Cuando el sol alcanza el horizonte, todo a nuestro alrededor se ilumina con el color naranja típico de Sicilia. Aún nos quedan 50 metros más para alcanzar los cráteres y nuestro guía nos lleva en dirección a uno de los lados.

El sol finalmente desaparece detrás del horizonte y cae la noche. La erupción de ceniza hace que nos duela la garganta, haciéndonos toser. Una densa nube de polvo nos abraza, a la vez que vemos lo que parece ser una gran luz resplandeciente.

Segundos después, presenciamos una erupción de lava salpicando en todas direcciones y nos sumergimos en un silencio colectivo para asimilar el momento, que celebramos con aplausos espontáneos... ¡Es como presenciar la sinfonía de una orquesta!

La isla de Vulcano

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

El Stromboli nos regala unos cuantos ruidos más para, a continuación, entrar en un completo silencio digno del espacio exterior.

Estamos fascinados viendo todo lo que sucede a nuestro alrededor y no podemos apartar la mirada del cráter. Pero tenemos que volver y dos horas caminando por arena volcánica son agotadoras. De vuelta en el velero, vemos la cadena de luces desde la distancia y nos parece imposible haber estado allí arriba tan solo media hora antes.

A la mañana siguiente levamos anclas para zarpar en dirección a Salina con la ayuda de las olas del amanecer. Echamos un último vistazo a la imponente isla de Bergman y Rossellini y prometemos volver en el futuro.

A bordo del velero Sea Soul

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Salina es la segunda isla en tamaño después de Lipari y está formada por dos volcanes que le dan forma: Fossa-delle-Felci (968 metros) y Monte-dei-Porri (860 metros).

Al llegar a Santa Marina, lo primero que vemos es una pequeña plaza con una cafetería cerca de la catedral. En esta zona es imprescindible probar el malvasía que la familia Tasca d’Almerita elabora con sus propias uvas, cosechadas en el terrenos del hotel Capofaro –la familia compró estas tierras para conservar y mejorar la infraestructura de la zona–, ubicado en la parte noroeste de la isla.

Admiramos el faro y ponemos dirección a Ptollara después de pasar el pueblecito de Malfa. La belleza de la bahía se hizo célebre en 1994 gracias a la película El cartero (y Pablo Neruda), y aún hoy se pueden comprar todo tipo de suvenirs con la cara de Massimo Troisi, su director y protagonista.

Faro en el hotel Capofaro Locanda & Malvasia, ideal para degustar vinos locales

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Regresamos a la bahía al día siguiente y disfrutamos del atardecer con la única compañía de una botella de vino blanco local, admirando los últimos destellos de la luz reflejados en el fondo de las aguas del Tirreno.

Al volver, pasamos por Volcano, conocida por su particular olor a ácido sulfhídrico y el lugar donde el dios del fuego y los cíclopes tenían su fragua, según la mitología. Sin dudarlo, nos damos un baño de lodo y visitamos sus manantiales termales.

También tienes la opción de subir hasta el cráter del volcán –a 499 metros de altitud–, que actualmente duerme tranquilo, con la única presencia del vapor que expira, el aroma a ácido sulfhídrico y la lava caliente que recuerda constantemente que en este lugar se cruzan el mar y el fuego.

Pero nosotros preferimos sentarnos en la cima para admirar Salina y Lipari desde la distancia. Es en ese preciso momento cuando, por fin, descubrimos por qué se les conoce como “las islas del collar”.

Vistas del velero de Kris y Niko desde el cielo, en Salina

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

Este reportaje fue publicado en el número 140 de la Revista Condé Nast Traveler (veranol 2020) . Suscríbete a la edición impresa (11 números impresos y versión digital por 24,75 €, llamando al 902 53 55 57 o desde nuestra web) . El número de Condé Nast Traveler de abril está disponible para que podamos disfrutarla todos desde cualquier dispositivo. Descárgala y disfruta.

'Boat life'

Kristina Avdeeva y Niko Tsarev

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