Valentino suele ser una de sus casas habituales. Y Pierpaolo Piccioli no podía haber elegido mejor lienzo para algunas de las poesías de su última colección que el tul, la materia prima a la que recurre a menudo como punto de partida para sus vestidos. Como también lo han hecho Rodarte, Christian Cowan, Dolce & Gabbana o Monique Lhuillier. Como también ha demostrado la alfombra roja: sin ir más lejos,la de los Oscar 2019 fue un desfile de intrincados vestidos elaborados en tul, desde los múltiples volantes de Miranda de Tavira o Linda Cardellini, al delicado Rodarte asimétrico que lució, con mucha expectación, la actriz Yalitza Aparicio. De la misma firma se presentó Rowan Blanchard a la fiesta de Vanity Fair, con unas monumentales mangas a juego con los volantes del vestido. ¿Y quién puede olvidar, acaso, el enorme Giambattista Valli que lució Jennifer Lopez en la presentación de su película Second Act? A título anecdótico, necesitó un coche XXL para poder llevarlo.

El tul siempre ha tenido un hueco omnipresente en las colecciones, pero de un tiempo a esta parte, parece que diseñadores y por ende, figuras relevantes de Hollywood, convergen en un punto en común. La cuestión es, ¿por qué la moda está de repente tan fascinada con él? Para tratar de dar respuesta, primero hay que conocerlo a fondo.

Anatomía del tul   

El tul puede estar elaborado en diferentes materiales, como la seda, que le da un aspecto más vaporoso, o sintéticos, como por ejemplo el poliéster, con una apariencia más rígida. Más allá de su materia prima, la cuestión distintiva radica más bien en su estructura: si se mira de cerca una pieza de tul con una lupa, se puede apreciar una forma de pequeños rombos o hexágonos, como los de un panal de abejas.

Aunque en el colectivo popular su uso pueda parecer relativamente reciente, la realidad es que su historia está ligada a la de los encajes. Lucina Llorente, experta en tejidos del Museo del Traje, explica para Vogue España que el tul comenzó a hacerse con bolillos como fondo para los encajes : “Normalmente en lino o seda, el tul suponía el fondo sobre el que se apoyaban los nutridos para hacer los motivos del encaje”. El tul de fondo, junto con el encaje, eran labores artesanales, por lo que estaba reservado “para las clases más altas; la gente que vivía en la corte”. Con la Revolución Industrial ambos dejaron de ser un exclusivo privilegio al alcance de unos pocos. A finales del s. XVIII, expone Llorente, empiezan a hacerse a máquina: “Conviven los manuales con los mecánicos, lo que ayuda a que se popularicen mucho. Para abaratar precio, se hacen de materiales menos caros, como el algodón”.

El tul forma parte de este diseño de Jay Thorpe que fotografió Erwin Blumenfeld en 1946.

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La estrecha vinculación entre el encaje y el tul justifica que haya ciertas regiones que se hayan especializado en ambas labores de artesanía. En el caso de Francia, una de ellas es sin duda la de Calais y Caudry, al norte del país. Aquí llegaron desde Reino Unido en el s. XIX los primeros oficios relacionados con el tul mecánico, originado por John Heathcoat y perfeccionado por John Leavers. En territorio francés se desarrollaron compañías artesanas cuyos nombres están estrechamente vinculados a los de grandes creadores de la historia, como Cristóbal Balenciaga. Entre los más de 70 proveedores textiles del modisto español figuraron varias empresas francesas que se centraron en abastecer el tul de sus diseños, como Brivet, Dognin o Gaston Adolphe-Raysa. Otro ejemplo es, Hurel, responsable de las famosas rosas en tul de aquel primer vestido rojo de Valentino (1959). A día de hoy, sigue colaborando con casas como Dior.

Si hay una enseña vinculada a los desfiles más recientes, esa es sin duda Sophie Hallette. Con sede central en Caudry, sus talleres están detrás de los encajes del vestido de novia de Kate Middleton o Amal Clooney. Su vinculación a la moda y la alta costura es casi innata: está en posesión de otros proveedores textiles históricos como Marescot  (desde 1997) y cuenta con el respaldo de Chanel, que en 2016 se convirtió en un inversor minoritario.

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Además del encaje, Sophie Hallette es responsable de los tules de colecciones como las de Dolce&Gabbanna o Valentino (por ejemplo, el tul ilusión que apareció en un vestido verde de su desfile de primavera 2019). El CEO de la compañía francesa, Romain Lescroart, explica para Vogue España que su producción en este material no ha cambiado demasiado desde su fundación hace más de 130 años, pero sí que lo ha hecho su notoriedad: “Hasta hace poco, era raro ver un vestido entero de tul, de hecho, era un apoyo para los bordados por su fuerza. Ahora, crear uno entero entero de tul es muy popular”.

El suyo, hecho en telares, utiliza una técnica de tejido basada en nudos que es más robusto: “ el tul de bobina es tan fino que resulta casi transparente, y es altamente resistente. A día de hoy, es uno de los tules de mayor calidad ”. ¿Y cómo funciona el hecho de suministrar tul para un desfile? El espectro que abarcan, desde el de seda al tul en pointe, es un abanico de posibilidades para los creadores: “tenemos un amplio rango de diferentes tipos, por lo que ellos suelen elegir entre nuestros diseños”, comenta Lescroart.

La actriz Loretta Young con un vestido de tul (1934).

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A día de hoy, uno de los sectores que más consume tul es lógicamente, la moda nupcial, principalmente por los velos. Desde el Museo del Traje, Lucina Llorente explica que su uso vino también de la mano del encaje: “Todo un velo de encaje floral era carísimo, por eso se dejaban grandes superficies solo con el tul y luego se ponía un remate de encaje, una blonda o chantilly, porque si no sería muy caro de pagar”. En esa misma línea se movería una forma de incorporar el tul en la vida diaria que estuvo muy presente, menciona esta experta, hasta bien entrados los años 60: los velos de misa. “Los más baratos solo llevaban tul, nada de encaje. Todo el mundo tenía el suyo en forma cuadrada para ponérselo por la cabeza, había que llevarla cubierta ”, explica. Unos velos que no difieren demasiado, por cierto, de los que desfilaron en las colecciones de primavera de Rodarte o de Simone Rocha.

Mujer española con velo (1940)/ Simone Rocha primavera verano 2019.

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Chanel Alta Costura otoño invierno 1997.

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El tul como ADN

A pesar de su uso en otros sectores, desde  Sophie Hallette  nos cuentan que, al menos en su caso,  es la pasarela  la que les solicita más tul: “A día de hoy, a los diseñadores les gusta crear exclusivamente con tul. De hecho, vemos más vestidos exclusivamente de este material, tanto en Alta Costura como en Ready-to-Wear”. Cuando les preguntamos si han notado una mayor demanda, Romain Lescroart nos responde que han visto “ muchos más pedidos de tul en estos últimos años tanto de Francia como de Italia, pero también de todas las partes del mundo ”.

En varias firmas de moda el tul supone ya una forma de expresión inherente a sus creaciones. Un elemento más del ADN de las casas. Resulta, por ejemplo, inconcebible entender los vestidos monumentales de  Giambattista Valli  o los arquitectónicos de ** Viktor & Rolf**  sin tener en cuenta el tul. En el caso del dúo holandés, en 2017 sacaron hasta una colección excusiva, llamada Tul, en conmemoración al aniversario de la marca.

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Otras compañías (relativamente) emergentes como Molly Goddard  también lo tienen como punto de partida. Pero, ¿ qué lleva a una firma de moda a decantarse por el tul como uno de sus materiales principales ? La diseñadora inglesa cuenta para Vogue España que cuando estaba estudiando quiso crear “toneladas de volumen” por lo que encontró “algunos tules no muy caros en colores geniales, lo que me permitió usar grandes cantidades (más de 50 metros) y experimentar con todas las técnicas que me interesaban”. Usa una combinación de ellos, dependiendo mucho de la prenda “y de lo cerca que esté de la piel, por comodidad”.

Diseño de Molly Goddard otoño/invierno 2019-20.

Filippo Fior / Gorunway.com

A la hora de hablar de las propiedades del tul, resulta interesante cómo  Molly Goddard  nos remite a la característica que ya destacó en su tiempo  Christian Dior:  “Es el  material ideal para los vestidos de noche románticos. Ofrecen una agradable impresión de transparencia y livianidad ”, comentó una vez el modisto francés. En el caso de Goddard, alude a su “versatilidad” y sobre todo, a su ligereza: “Me encanta el exceso de prendas con mucha tela en ellas, y como el tul es relativamente liviano puedes usar mucho sin esa sensación de pesadez”, nos explica.

Además de la maestría del taller, es la razón que también le permite a  Giambattista Valli  crear un vestido con  350 metros de tul (más que la altura de la Torre Eiffel), y que parezca hecho sin esfuerzo: “Quiero algo que parezca que está hecho en cinco minutos, que te lo pongas y digas ¡wow! Los vestidos de Alta Costura deben flotar en el aire, como los sueños o las pesadillas ”, confesaba el modisto italiano en una entrevista de 2015. Los volúmenes dramáticos de volantes, heredados de su mentor Roberto Capucci, son los que le permiten crear esos colosales diseños que ya integran el sello de la casa: “Tengo que decirte, lo que más vendemos son estos vestidos enormes, imposibles. Les encantan”, apuntaba hace unos meses para Vogue Australia.

Más allá del tul existe otro material con las mismas propiedades que a menudo se confunde en su apariencia: la organza. Desde el Museo del Traje nos explican que aunque a nivel de trato resulta prácticamente lo mismo, es su estructura lo que les distingue: cuadrangular, “como un tafetán muy abierto”, en vez de romboidal o hexagonal. Este material fue el punto de partida para otro de los diseñadores que más ruido está haciendo estas últimas semanas. Hablamos de Tomo Koizumi, responsable de que Miley Cyrus o Sophie Turner (en el último videoclip de los Jonas Brothers) ya hayan lucido estos monumentales volúmenes que han fascinado a Instagram.

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En unas escuetas líneas, el diseñador japonés nos especifica que él utiliza organza japonesa de poliéster : “Aunque el tul es bueno para crear volumen, no tiene tantos colores. La organza [japonesa] tiene 170 y es realmente fácil de usar”. ¿Qué le gusta de ella? Su “tensión” y “su ligereza”, la misma cualidad a la que apuntan Goddard y Dior (en su día) con el tul.

A fin de cuentas, no es baladí que sea el material más vinculado al ballet. Antes de que Patricia Field lo inmortalizase en la intro de Sexo en Nueva York, aquel primer tutú creado, según referencian algunas fuentes, por Eugenio Lami, fue una especie de revulsivo. Frente a los pesados terciopelos, ver aparecer por primera vez a Maria Taglioni en 1832 para la obra La Sílfide con una falda hecha de tul tuvo que marcar un antes y un después para los bailarinas en la forma de moverse, por su ligereza y también por su delicadeza.

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La diseñadora Valentina con un peinado de tul de diseño propio (1946).

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¿Qué implica el tul en 2019?

Inevitablemente, el tul forma parte de esas connotaciones que integran los códigos que se han vinculado a la feminidad tradicional. Aunque puede verse más allá de los vestidos de novia en los años 30, vivió una especie de época dorada a mediados de los años 50, cuando pasó a integrar siluetas muy ladylike en la línea del New Look de Dior. Desde el Museo del Traje, Lucina Llorente nos explica que el tul se utilizaba mucho en los cancanes, para dar volumen interno a las faldas.

Durante esta época diseñadores como Balmain, Fath o Dior (y otros menos conocidos como Valentina  o Ann Lowe ) crearon amplios vestidos de Alta Costura que servían a la flor y nata de la sociedad para sus eventos de postín. El tul también se convirtió en uno de los puntos de partida comunes entre las socialités y las debutantes, aquellas jóvenes casaderas que eran presentadas en sociedad. El aspecto etéreo, romántico, y el gran volumen que otorgaban, al más puro estilo de princesa, eran rasgos propios de los diseños que aparecieron entre las páginas de revistas como Life.

Horst P. Horst inmortalizó a la socialité Anne Bullitt con un vestido de tul para las páginas de Vogue en 1941.

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Vestido en tul blanco, lentejuelas doradas y plumas de faisán, de Balmain (1960).

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Giambattista Valli o Rodarte son algunas de las firmas que nos remiten precisamente a esos códigos normativamente femeninos, con el tul y otros elementos como el rosa, los volantes o los lazos. La cuestión es, ¿qué implicaciones tiene esta vuelta? El primer punto que aclara Patrícia Soley-Beltran, doctora en sociología del cuerpo por la Universidad de Edimburgo y Premio Anagrama de Ensayo en 2015 por ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, es que no nos encontramos ante una moda híper femenina en un sentido clásico: “ Escogen un elemento híper femenino y precisamente lo subvierten al mezclarlo con cosas que no tienen nada de híper femeninas ”. Hablamos con esta investigadora sobre el hecho de que estos códigos regresan completamente descontextualizados del pasado: “Los mezclamos con tejanos, con blazer, con botas, con bambas… No estoy recuperando lo que mi madre se pondría. Si fuera lo mismo de antes, no nos gustaría. Estamos en otro momento. Lo que vemos es como una feminidad del s. XXI ”, explica.

De hecho, el tul fuera de la pasarela se nutre prescisamente de estas combinaciones descontextualizadas. Al igual que Viktor & Rolf, la diseñadora Molly Goddard se reafirma en que tiene plena cabida entre nuestros looks de diario: "Mi primera colección en 2014 incluía vestidos de tul sobre camisetas y vaqueros, y me sigue gustando llevarlo así. El tul es una manera genial de jugar con las capas llevándolo por debajo o por encima de prácticamente cualquier cosa. Algunas piezas son un poco más difíciles de llevar a diario, pero definitivamente es posible", asegura para Vogue España.

Eva Chen llevando un vestido de tul de Oscar de la Renta.

Diego Anciano

Para Laura Suárez, profesora en historia y sociología de moda en el IADE, el concepto de “híper femenino” en realidad es una construcción social que puede cobrar otro significado: “La ropa deportiva, que para muchos es una nueva versión de la vanguardia en el terreno de la moda, ha establecido una relación con la idea de elegancia, que está reinventando no solo el concepto de belleza o feminidad. Estas nuevas ‘conversaciones’ más fluidas, entre modas, estilos y cuerpos, no invalidan las anteriores, más clásicas y por qué no decirlo, más sexistas. Coexisten con ellas en un imaginario de la moda marcado por una multiplicidad de discursos y de relatos amplios sobre el sentido de lo masculino y lo femenino ”, nos explica.

Según esta experta, si llevamos varias temporadas asistiendo a un “desencorsetamiento de la masculinidad en términos de estilo” (con el ejemplo de Billy Porter en la alfombra roja de los Oscar, toda una “declaración de intenciones que nos recuerda que la moda también es política”), la moda femenina “ integra elementos de funcionalidad y confortabilidad mucho más coherentes con el estilo de la vida del siglo XXI ”.

Llevar un vestido de espíritu romántico, a fin de cuentas, no quiere decir casar con los ideales que ha transmitido históricamente. Como explicaba María José Pérez en un tema analizando precisamente el uso de este tipo de prendas en pleno 2018, el rechazo en rotundo por parte de algunas teóricas a estas características sería una eliminación demasiado simplista. En Teoría King Kong (2006) Virginie Despentes comentaba que “el patinaje artístico es muy bonito, pero no nos piden a todas que seamos patinadoras”. La cuestión radica precisamente en la oportunidad de elección : “ Puedo ir vestida súper andrógina si me apetece o ir con un tul, y a la vez darle la vuelta, llevarlo a mi terreno de la comodidad ”, puntualiza Soley-Beltran. “Lo que me parece interesante es que cojan el código clásico y lo reviertan con cosas que no tienen nada de clásicas. Me parece muy feminismo s. XXI ”, concluye.

Quizá sea eso, acudir al tul, como hace Eva Chen, y contrastarlo con un calzado que no tenga nada que ver. Quizá sea tener a Villanelle, de la serie Killing Eve, con un vestido de tul de Molly Goddard y botas moteras de Balenciaga. O quizá ninguna de ellas: el fondo radica precisamente en las opciones, y poder decantarse por una o por otra . Es una cuestión, como en todo lo que nos atañe, de tener la libertad para elegir.