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Chagra de Vida, una huerta de Guarne que custodia semillas criollas y nativas

Santiago Gaviria y Zamira Soto le han dedicado sus vidas a la protección de las semillas autóctonas de la región. Ahora enfrentan el desafío mayor de la salud de Santiago.

  • Zamira Soto, Cándida Alzate y Santiago Gaviria enfrentan a diario el proceso de recuperación de él. Santiago y Zamira son los responsables de Chagra de Vida, una huerta agroecológica. FOTO julio césar herrera.
    Zamira Soto, Cándida Alzate y Santiago Gaviria enfrentan a diario el proceso de recuperación de él. Santiago y Zamira son los responsables de Chagra de Vida, una huerta agroecológica. FOTO julio césar herrera.
06 de julio de 2024
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En un segundo piso de una casa del centro de Guarne, Santiago Gaviria Alzate cuenta la historia de Chagra de Vida, una huerta en la que se custodian semillas criollas y nativas. Santiago está sentado en una silla de ruedas, lleva puesta una ruana roja con motivos indígenas estampados. Dice que desde muy pequeño quiso que su vida estuviera enlazada con los cultivos y el cuidado de animales.

De ahí que decidiera estudiar ganadería en el Sena de Caldas. Allá su destino se cruzó con el de Zamira Soto, su actual esposa y madre de su hija de diecisiete años.

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Luego de terminar los estudios y de dar unas vueltas por la vida, la pareja comenzó en una finca alquilada con el negocio de la cría de pollos, pero de una forma agroecológica, que es el nombre técnico del método de trabajo con la tierra que prescinde de los químicos industriales y las prácticas de producción a gran escala. Todo esto se lo cuentan Santiago y Zamira –que tiene un vestido negro con un cinturón multicolor– a un grupo de citadinos, que escucha la historia y toma a sorbos la aromática que la mamá de Santiago repartió hace unos minutos. “Esa aromática es muy buena, es la que tiene a Santiago así”, dice Marcela Fernández, la líder de la ong Cumbres Blancas y la única colombiana incluida en la lista de las mujeres más influyentes de 2023 a criterio de la BBC.

Marcela hace alusión a la recuperación de Santiago. El 26 de mayo, durante un paseo de río, Santiago se fracturó la columna y se lastimó la médula. Durante algunos días los médicos no albergaron esperanza en su recuperación y se encargaron de dejarles en claro a los familiares de Santiago que el pronóstico no era nada alentador.

“En los primeros días él solo movía los ojitos. Fue muy duro verlo así”, dice Cándida Alzate, la mamá de Santiago, mientras en la cocina llena otro pocillo con la aromática. Además de la tragedia que implica perder la movilidad del cuerpo, en el caso de Santiago había una agravante: de no recuperar la salud, se perdería el trabajo de veinte años en la huerta en la que se conservan semillas nativas de maíz, papa y frijol. Por eso los citadinos están aquí: para hacer convites de trabajo en el terreno, mientras Santiago se concentra en sus terapias y en los asuntos médicos. “Nosotros no queremos dejar perder el trabajo de Santiago, aspiramos a replicarlo en otras huerta”, dice Marcela.

En este punto conviene hablar de la huerta y de las semillas. Santiago y Zamira crearon Chagra de Vida en la finca del padre de él, luego de vencer las prevenciones respecto al tipo de cultivo.

En este modelo de fincas las plantas son las encargadas de ayudarse mutuamente, tal como ocurre en la naturaleza. En lugar de emplear químicos industriales, en las huertas agroecológicas se trabaja con ingredientes naturales que ayudan en el crecimiento de las plantas y que mantienen a raya a las plagas. Por lo mismo, se apela a cultivar al tiempo distintas semillas. De esa forma los terrenos no se sobre-explotan ni las producciones se monopolizan. “¿Por qué trabajar así? Primero que todo por la salud de la familia. Todo lo que se necesita para cultivar ya está en la finca”, responde Santiago a una de las preguntas que le formulo. Bien visto, este tipo de cultivo es el que más se parece al modelo de producción de los indígenas de algunas regiones de Latinoamérica y que no pocos expertos consideran el indicado para lograr que toda la población tenga alimento sin afectar gravemente los ciclos de la naturaleza.

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“Apenas se cosecha algo, luego se siembra otra cosa en el mismo terreno”, dice Zamira, para terminar de dar una imagen global de la huerta.

El asunto con las semillas también reviste importancia, máxime en el actual contexto del calentamiento global y la crisis climática. Santiago y Zamira son custodios de semillas criollas y nativas. Las primeras son aquellas que aunque no son originarias de América ya hacen parte de la cultura y la tradición de los pueblos del continente.

El ejemplo clásico de las semillas criollas es el café, una planta originaria de Etiopía que ha moldeado la identidad colombiana hasta el punto de merecer estar en el escudo nacional. Por su parte, las semillas nativas son aquellas que sí son originarias de América. Para los expertos estas últimas son las más expuestas a la extinción por el simple motivo de que no hacen parte de la dieta de los humanos y al no estar ahí son desplazadas por aquellas que sí consumimos.

Un ejemplo sirve para ilustrar esta idea: la mayoría de los antioqueños consumen frijoles de la variedad cargamanto, pero ignora la existencia del frijol petaco. En consecuencia, el primero tiene muchas chances de sobrevivir en la agricultura tecnificada, entre tanto el segundo solo es cultivado en huertas como las de Santiago y Zamira.

Volvamos a Santiago. Desde el accidente él no ha vuelto a su finca, rodeada por invernaderos de tomates. El terreno de acceso está sin pavimentar y la casa de la finca no tiene las condiciones necesarias para la vida con movilidad reducida. Con esto en mente, algunos amigos de Chagra de Vida se han puesto en la tarea de recolectar fondos para aplanar una parte del terreno y ampliar la vivienda. “Nuestra meta es que Santi esté en su finca en un mes y medio”, dice Marcela en la sala de la casa de Guarne. Tanto la gente de Cumbres Blancas como Zamira tienen la convicción de que la recuperación será más integral si pasa tiempo en la huerta a la que le ha dedicado media vida. “Los llamados a la acción son tres. La gente puede apoyar esta causa haciendo una transferencia, puede hacer voluntariado en la huerta o puede comprarle a ellos sus productos, en especial los restaurantes”, dice Marcela.

Las expectativas por la recuperación de Santiago no son infundadas. “A pesar del dictamen médico, él ahora mueve las manos, la cabeza y tiene sensibilidad en los pies”, dice Zamira. Más allá del movimiento, Santiago conserva la lucidez, sostiene conversaciones coherentes y atesora los conocimientos del cultivo de las plantas y del trabajo con la tierra. Todo esto salta a la vista ya en la finca, cuando se mira las terrazas construidas por él para conservar las ondulaciones de la montaña. Ahí crecen las plantas en un orden pensado con lógica ambiental: en una terraza están las plantas que se asocian a la raíz, en otra las que el tallo es lo más visible y en una tercera las de las hojas. También hay una fragmento de la huerta cultivado de forma circular. En esta finca las cosas siguen las pautas de la agricultura respetuosa de las dinámicas de la naturaleza.

“Tengo la fe de que voy a salir adelante”, dice Santiago luego de ser fotografiado al lado de su madre y su esposa. En varios momentos despliega una sonrisa que dulcifica su rostro de campesino. “Esa sonrisa es lo característico de él”, apunta Zamira. En la cara de Santiago conviven el destello de la sonrisa y de las lágrimas. Hay esperanza y temor. Tras cultivar la tierra ahora le corresponde sembrar en sí mismo la paciencia y la valentía. Tal vez esta sea su misión ahora.

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