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¿De cuánto nos estamos perdiendo?

Al final no son solo medallas lo que estamos perdiendo, sino ¡el potencial desarrollo del país!, por no garantizar lo básico y lo mínimo.

Paula Moreno
Los últimos meses han estado marcados por euforias deportivas que nos han hecho reflexionar sobre lo que valoramos como sociedad.

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En la Selección o las delegaciones deportivas de Colombia, la diversidad se celebra, es necesaria y cada jugador o deportista nos representa. Su esfuerzo, disciplina, creatividad y talento nos inspiran y nos llevan a la victoria. Sin embargo, nuestros deportistas –¡cada uno de ellos!– son un milagro y una excepción si tenemos en cuenta los lugares de donde provienen y lo que han tenido que hacer para lograr un triunfo. Al escucharlos, solo me preguntaba: ¿qué pasaría si invirtiéramos sin malgastar? ¿Si no fuera todo tan difícil? ¿De cuánto nos estamos perdiendo? Al final no son solo medallas lo que estamos perdiendo, sino ¡el potencial desarrollo del país!, por no garantizar lo básico y lo mínimo.
Por ejemplo, en el fútbol, me emocionó ver la recepción de los jugadores desde las tripulaciones en los aviones hasta la recepción a Jhon Córdoba en Istmina (Chocó). Conmovía verlo, con esa humildad y afecto, recibir el reconocimiento de toda una comunidad, sobre todo de niños y jóvenes, que llenaron las calles para celebrar a su referente. No obstante, pocas semanas después un paro armado (uno más de los tantos que ha habido) opacaría la alegría, evidenciando la realidad del aislamiento, de la falta de autoridad y el panorama de muerte de los más inocentes, como la bebé de 16 meses que murió entre la violencia, así como la falta de infraestructura hospitalaria y la suma de todas las carencias.
Ahí es cuando uno comprende las lágrimas de Yeison López, también chocoano, al celebrar su medalla en los Olímpicos. Esas lágrimas que corrían como el Atrato reflejaban el dolor del sacrificio, lo que le costó llegar a ese lugar y obtener esa victoria a pesar de y no gracias a. Su primer mensaje fue un llamado para que, por favor, se invierta en los niños, en el talento. Después de Yeison escuché a Tatiana, de Buenaventura. Ambos, con nobleza e inmenso amor por el país, nos cuestionan sobre lo que lograríamos si la desidia no hiciera todo tan difícil.
Me invadió un contraste de sentimientos. Pensaba en los paros digitales decretados casi semanalmente en el Chocó y en su capital, Quibdó. Cada vez que el internet deja de funcionar, los desarrolladores que hemos capacitado y vinculado al mercado laboral pierden su trabajo. Un mal servicio de energía y de internet, al igual que la falta de condiciones dignas en todo, termina por expulsar a los talentos... lamentable, si se tiene en cuenta que son pocas las posibilidades para generar empleo legal en una capital con un poco más de cien mil habitantes, pero con una de las tasas de desempleo y homicidios juveniles más altas del país.

Cada vez que el internet deja de funcionar, los desarrolladores que hemos capacitado y vinculado al mercado laboral pierden su trabajo

Incapaces (¿o sin voluntad? ¿o a propósito?) de garantizar lo básico y lo mínimo, matamos los múltiples y diversos talentos que tantas glorias pudieran darnos. Y ni hablar del paro educativo en la Universidad Tecnológica del Chocó (UTCH), con una nueva rectora, valiente y la primera mujer, pero que necesita toda la protección y el respaldo para lograr que la UTCH deje de ocupar los últimos lugares en calidad educativa y de ser un fortín de corrupción.
Si así, con poco apoyo, con un país dividido, distraído, de incontables promesas, pero de pocas acciones y con mucha corrupción, resultan tantas historias épicas con personajes absolutamente inspiradores, no quisiera pensar lo que pasaría si nos enfocáramos en hacer que las oportunidades lleguen. Ojalá que más allá de las euforias pasajeras, cada uno de nosotros contribuya a esa Colombia que nos grita: ¡invierta en mí, con confianza, que le daré muchos triunfos! ¿De cuánto nos perdemos? ¿Cuánto sufrimiento nos evitaríamos?
PAULA MORENO
En X: @paulamoreno_z
Paula Moreno
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