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Columnistas

Twitter ya no vale la pena

En los incipientes días de Twitter, la interacción con los lectores solía ser escasa pero amable, y se podía hablar con tranquilidad.

Vladdo Vladdo
Cuando aterricé en Twitter, en agosto del 2008, lo hice por curiosidad, sin saber muy bien en qué me estaba metiendo. Aunque por esos días ya existían algunos portales para la interacción social, a mí no me llamaban mucho la atención, y, en cambio, sí me parecía muy atractiva esta idea de entablar una comunicación directa, simple y fluida con la audiencia, como la que tenían ya algunos de los periodistas más reconocidos del mundo y varios de los medios de comunicación más importantes. 

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Desde luego, la actividad no era muy intensa, y era bastante limitado el tiempo que uno invertía leyendo los trinos de los demás o escribiendo los propios. En aquella época, los textos tenían un tope de 140 caracteres, cifra que a mí, acostumbrado a las breves frases de mis caricaturas, me parecía más que suficiente para hilvanar una idea completa o compartir puntos de vista sobre los temas más diversos del momento, en mensajes que uno lanzaba el mundo como quien esparce panfletos desde una avioneta, con la esperanza de que alguien los lea, pero sin tener certeza de nada.
De hecho, cuando le contaba a alguien que tenía cuenta en Twitter, a renglón seguido me tocaba explicarle de qué se trataba y cómo funcionaba esa nueva red, en la que ni siquiera se podían poner fotos ni mucho menos compartir mensajes de voz ni sonido alguno.
En esos lejanos días de incipiente labor tuitera, la interacción con los lectores solía ser escasa pero amable, y se respiraba un ambiente de camaradería, que parecía más propio de una tertulia entre amigos, en la que se podía hablar con tranquilidad, sin las agrias controversias ni las trifulcas malintencionadas que comenzaron a surgir al aparecer en escena los dirigentes políticos de diversos pelambres y, en particular, sus huestes más radicales y tóxicas, que llegaron a contaminarlo todo.

Tras la adquisición de Elon Musk, todo ha empeorado en Twitter, por cuenta de su mal concebida defensa de la libertad de información.

El componente político intensificó las discusiones, multiplicó el tráfico e incrementó la cantidad de seguidores, por supuesto, pero también dio inicio a las pugnas, los insultos, las agresiones, las descalificaciones y otras conductas más propias de un griterío desarticulado que de una discusión con argumentos. Y si la cosa se complicó cuando los tuits se volvieron multimedia, con la eliminación del límite de caracteres el ambiente se volvió más insoportable aún.
Casi simultáneamente, y sin que nos diéramos cuenta, los bots y las bodegas empezaban a hacer de las suyas, acudiendo a toda clase de herramientas para crear perfiles falsos e hiperactivos, llenos de desinformación y mensajes de odio, que no han hecho más que desvirtuar el propósito de una red que se ha convertido en un foco de discordia y desazón.
Los tiempos de los intercambios cordiales o de las discrepancias civilizadas quedaron atrás, sin que los propietarios ni los administradores de la plataforma hicieran mayor cosa por mejorar la experiencia ni para tratar de recuperar algo de la amabilidad inicial. Por el contrario, la tiranía del algoritmo la convirtió en una red insoportable, en la que ya no sale nada de la gente ni de las cuentas que a uno le interesan.
Peor aún: tras la adquisición de la compañía por parte del excéntrico empresario Elon Musk, en el 2022, todo ha empeorado, pues en su mal concebida defensa de la libertad de información no sólo ha relajado los controles sobre los contenidos, sino que él mismo está dedicado a publicar trinos estúpidos e irresponsables que promueven el racismo, la misoginia y otras formas inaceptables de discriminación, y que se han multiplicado desde que Kamala Harris se convirtió en una amenaza para Donald Trump, ídolo del dueño de Tesla, quien además lo patrocina generosamente.
Así las cosas, ya no vale la pena seguir en Twitter, pues quedó literalmente convertida en una plataforma equis.
Vladdo Vladdo
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