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Editorial

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El atentado a Trump

Que la violencia política llegue a la campaña de Estados Unidos es algo sumamente grave para ese país y el mundo. Hay que detenerla.

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El atentado que sufrió el expresidente de Estados Unidos y nuevamente candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, el sábado pasado en Filadelfia, es un hecho sumamente grave para ese país y el mundo, y merece una severa condena. Como Thomas Mathew Crooks, cocinero de un hogar de adultos mayores, de 20 años de edad, fue identificado el posible agresor, abatido por un francotirador del Servicio Secreto segundos después de haber accionado un fusil AR-15 desde una azotea cercana.

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Más allá de cualquier consideración, hay que ser firmes y claros en lo anterior y advertir, de entrada, que cualquier postura que busque matices en la polarización –innegable– del debate electoral estadounidense, en el estilo altisonante y controvertido o en las calidades éticas del expresidente se equivoca rotundamente.
Hay que detenerse en lo peligrosa que resulta la irrupción de la violencia en una campaña ya de por sí marcada mucho más por la pugnacidad que por las ideas. Todo esto en un contexto de bulos, tensión, división e incapacidad de llegar a mínimos comunes entre los dos bandos, demócrata y republicano. Que la necesaria condena al episodio haya sido casi el único hecho que en el pasado reciente haya unido a las figuras de ambos lados del pasillo deja mucho que reflexionar. Como también es necesario preguntarse qué está pasando con el sistema político y, en general, la sociedad del país del norte, otrora referente no solo democrático para el mundo, para que se haya llegado a este punto en el que la campaña se mancha de sangre. Porque pareciera que la violencia poco a poco se abre paso en la vida política de la potencia. No se pueden olvidar hechos como el intento de secuestro de la gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer, en 2022. Un suceso que sorprendió al país y a la misma justicia, que se vio en aprietos para procesar a los responsables.

No puede haber lugar a matices: se equivocan rotundamente quienes no condenan con total firmeza y sin ambages el hecho violento

Y, más allá de la condena de los grandes nombres demócratas y republicanos, sin embargo, el eco de lo sucedido el sábado dista bastante del que tuvieron episodios similares del pasado, como el atentado fallido a Ronald Reagan o el mismo homicidio de John F. Kennedy, que unieron a toda una sociedad en su rechazo. Si bien aquí también se está hablando del presunto responsable, Crooks, como un fanático militante, un “lobo solitario”, son escandalosas y excesivas las posturas en redes sociales, sobre todo las que evitan la condena al agresor e incluso se identifican con su actuar. Esto tiene que ser alarmante en una sociedad que hoy, tristemente, es caldo de cultivo para la violencia por razones políticas, dado su devenir reciente, y con el agravante de la facilidad con la que cualquier ciudadano de este país puede acceder a un arma de fuego. Hoy no faltan los cuestionamientos al Servicio Secreto, no tanto por su rápida respuesta, sino por no haber detectado la presencia del agresor en un techo tan cercano al atril del candidato.
Lo deseable es que este hecho en lugar de atizar la pugnacidad sirva para que Estados Unidos y el mundo reflexionen sobre los riesgos de los discursos que encienden el odio en las sociedades divididas. Esa es una de las nefastas semillas de la violencia política, que debe ser desterrada por toda democracia.
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