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Ríos de migrantes

Los países no pueden cruzarse de brazos mientras se concreta un esfuerzo internacional coordinado.

Editorial
Coincidió un reportaje publicado en el diario The New York Times con imágenes sobrecogedoras de miles de migrantes irregulares cruzando el tapón del Darién en límites entre Colombia y Panamá, con el inicio del periodo anual de sesiones de las Naciones Unidas en el que el presidente Gustavo Petro se refirió al tema y con la noticia de que por lo menos 10.000 personas provenientes de África llegaron al puerto italiano de Lampedusa en cuestión de días.

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Entre voces que piden mayor apertura y otras que sin rubor creen que se trata de algo parecido a un flagelo, Europa viene demostrando que se debate entre incertidumbres de cara a algo tan cierto y crudo como lo es la llegada por miles de personas provenientes de países sumidos en guerras, de Estados fallidos. Para rematar, surgen versiones sobre una posible instrumentalización de los migrantes por parte de potencias enemigas. Como si no fuera suficiente lo que las mafias hacen y deshacen y se lucran con ellos, ahora surge el riesgo infame de que terminen de peones en el ajedrez geopolítico mundial.
En lo que concierne a esta parte del mundo, aunque después le correspondió al embajador en Washington, Luis Gilberto Murillo, aclarar que las palabras del mandatario colombiano no hacía alusión a una barrera física que estarían buscando imponer otros países, sino a medidas para detener el paso de migrantes, flujo que este año ya superó la cantidad registrada en 2022. Unas 320.000 almas han asumido –entre enero y agosto– el riesgo de emprender dicha travesía.

Colombia acumula varios años de experiencia exitosa en esta tarea, es necesario apelar a ella en la zona del Darién.

Se trata de uno de los grandes desafíos de nuestra era, estrechamente ligado a otros: la crisis climática y al auge del crimen organizado transnacional. Lo que afirma el embajador Murillo es cierto, la responsabilidad frente a este reto tiene que ser “compartida y diferenciada”. Ningún país por su cuenta podrá ser exitoso, cada uno a su manera tiene que aportar pensando en sus intereses, como es lógico, pero con una perspectiva humana y empática en hallar cómo aliviar el sufrimiento de estas personas.
Cuantas veces sea necesario hay que clamar por un esfuerzo entre gobiernos, coordinado y equitativo, para hacerles frente a estos desafíos que desbordan los límites y capacidades de los Estados. Concertar un esfuerzo conjunto, compartido y diferenciado, como lo ha dicho el embajador, es el gran reto de este momento de la historia. Ahora bien, los países deben tener claro que lo anterior no puede implicar cruzarse de brazos, no excluye el hacer lo que esté a su alcance mientras se afina la cooperación.
Colombia, en particular, acumula varios años de experiencia exitosa en la tarea de acoger población migrante, labor que ha sido reconocida y aplaudida en el ámbito internacional. Mientras surge una iniciativa regional inaplazable, el país tiene el reto de darles a las personas que están en nuestro territorio un trato digno y humano, con apoyo en la experiencia acumulada. Para ello, desterrar el crimen organizado a través de una presencia estatal real e integral en la zona es un requisito ineludible. También se requiere una mayor y decidida cooperación internacional que sea consecuente con los esfuerzos colombianos. El riesgo de que este éxodo humano, con el sufrimiento que arrastra, se vuelva paisaje está latente, y esto la historia no lo perdonará jamás. Una visión internacional compartida y articulada es la salida.
EDITORIAL
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