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Religión

Colombiana arriesga su vida para construir un orfanato en África

De todos estos viajes, soñaba particularmente con uno, África, porque desde niña lo

De todos estos viajes, soñaba particularmente con uno, África, porque desde niña lo

Foto:Cortesía

La misionera Daniela Fernández visita peligrosos lugares para ayudar a los desamparados.

Diana Ravelo
A sus 26 años la colombiana Daniela Fernández acumula en experiencias más vida que muchos otros que le doblan o triplican su edad.  Ya se salvó de un atentado y logró recuperarse de la malaria cuando estaba en una misión en África. Ha pisado algunos de los rincones más peligrosos del planeta exponiendo su vida para llevar ayudas y un mensaje de esperanza a cientos de personas bajo la premisa de que “hay más gozo en dar que en recibir”.

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Es inquieta y cada vez que se pone su mochila, su fe, su fuerza y las ganas de trascender se juntan para otorgarle una tenacidad sobrehumana. Agradece cada uno de sus rasgos físicos, pues ha confirmado que su aspecto latino le ha permitido pasar desapercibida en lugares de riesgo, cosa que no pasa con varios misioneros nativos americanos.
Con amor cuenta sus experiencias arreglando las uñas a las reclusas de la cárcel El Buen Pastor, dando abrazos gratis en Tunja o viajando en chalupa por el pacífico colombiano para llegar a lo más profundo de la selva y contribuir a las comunidades indígenas. Sabe lo que es andar largos recorridos en burro para subir montañas, caminatas por horas para cruzar los llanos o recorridos en Jeep atravesando áridos desiertos como el de la Guajira.
Todo esto con una misión: compartir ese amor que suple tanto las necesidades físicas (por eso siempre lleva ropa, comida, juguetes, útiles escolares, kits de aseo o lo que logre recaudar), como las espirituales, de ahí que jamás dude en usar sus brazos para abrazar u orar por quién se lo permita en el camino.
Poco a poco siente que se ha ido preparado para ayudar a otros. De hecho, durante sus estudios como fonoaudióloga en la Universidad del Rosario, decidió enfocar su tesis de pregrado en la elaboración de pictogramas que facilitaran la comunicación en los campos de refugiados, sin saber que años después aplicaría su propia investigación en varios lugares del Medio Oriente.
Allí experimentó la adrenalina de infiltrarse sin negar su fe en lugares donde se habla de un cristianismo en vía de extinción, más de una vez durmió a la intemperie o se reunió de manera clandestina en containers con otros creyentes para compartir sobre el Dios de la Biblia y dar auxilios a los desamparados, aún poniendo en riesgo su propia vida (pues el ser creyente en algunas zonas puede pagarse con la persecución o la muerte).

En un país donde hay tanta hermosura, también hay desigualdad. Tenemos la oportunidad de hacer la diferencia

"Los argumentos para defender la teoría de las visas y los territorios se quedan cortos cuando niños inocentes han muerto en mis brazos por desnutrición o lloran desesperados llamando a mamá, la misma que murió por un ataque aéreo", rememora.
Escuchar sus historias es estar en continuo asombro, pero ella es insistente en recordar que los aplausos no son para ella, sino para el Dios que la ha dotado de una valentía titánica y le ha permitido cruzarse con extraños que muchas veces sin conocerla deciden aportar a su iniciativa o salvarle el 'pellejo' en situaciones de peligro. “Créanme, conozco las necesidades de nuestra gente colombiana, de nuestros hermanos venezolanos, de los sirios y afganos, así como las de mis queridos africanos. Por eso, mi visión es hacer cosas por otros aquí y allá, ser de bendición de manera simultánea y motivar a otros a hacerlo”, cuenta.

Viviendo con los niños de Kenia

Aunque entre sus posibilidades no estaba el costearse los gastos para un viaje al otro continente, dice que un milagro hizo realidad su deseo de conocer Kenia en 2016, año en el que a través de Facebook la contactó el pastor Peter Obonyo Odhiambo.
Aunque a veces sentimos que el
dolor nos ahogó, Dios sigue presente, enviando más amor y menos religión.

Aunque a veces sentimos que el dolor nos ahogó, Dios sigue presente, enviando más amor y menos religión.

Foto:Cortesía

Un hombre que alimenta a un grupo de niños huérfanos y, como si se tratara de la multiplicación de los panes y los peces, ha logrado mantenerlos con las pocas monedas que junta trabajando como sastre. Esto despertó en Daniela ese sentido de urgencia por hacer algo para movilizarse: tenía que viajar a África.
Cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de
actuar en amor por la humanidad. ¡A mi igual que a ti nos dieron la oportunidad de elegir!

Cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de actuar en amor por la humanidad. ¡A mi igual que a ti nos dieron la oportunidad de elegir!

Foto:Cortesía

Con mucho esfuerzo llegó a su destino para vivir bajo las mismas condiciones que el pastor Peter y las personas que conviven con él. La comida pasó a ser una diaria y con un menú fijo: ugali y sukuma wiki (harina de maíz y espinacas). Tenía que bañarse una vez cada 15 días con temperaturas que oscilaban los 40°c, usar letrinas, dormir en el piso y aprender a caminar entre la basura que inunda el suelo de esa zona.
También compartió con los estudiantes de algunos colegios en Nairobi. En una de sus visitas, un par de niños llegaron a clase con los zapatos sucios, algo inevitable por las condiciones del suelo, pero que no era bien visto y podía acarrear un castigo en el centro educativo.
En ese momento, cuenta, que sintió una voz que le dijo insistentemente: 
- “Daniela, lávales los zapatos”, por lo que se arrodilló frente a ellos y les lustró el calzado.
- “¿Cómo un blanco se postra ante nosotros, cómo puede alguien limpiar nuestros zapatos?”, decían los dos niños entre lágrimas, pues en la cultura keniana es algo poco común, se ve al Mzungu (hombre blanco) con mucho respeto, como un portador de buenas nuevas que se relaciona con la figura de Jesús. Fe traducida en acciones, amor llevado a los actos, esa fue una de las tantas lecciones que confirmó durante su estadía.

Hay tantos pequeños sin familia que esta cifra se puede comparar con la cantidad de panaderías que hay en Bogotá y aún así no son suficientes

Son muchas las vivencias de alegría y dolor que llenan su cabeza. Desde los rostros de alegría de un grupo de niños que pudo tener un juguete en sus manos por primera vez, los cantos y bailes en medio de una celebración cristiana, hasta el dolor de los afectados por tungiasis, una enfermedad causada por las conocidas pulgas de arena que se alimentan de la piel hasta formar llagas y que, ante el difícil acceso a la salud, en muchas ocasiones termina en deformaciones, necrosis, infecciones o la amputación.
Como transeúnte en las calles confirmó la dolorosa situación de abandono que viven los niños en Kenia, pues “hay tantos pequeños sin familia que esta cifra se puede comparar con la cantidad de panaderías que hay en Bogotá y aún así no son suficientes”.
En el 2019 hizo un segundo viaje a ese país, pero esta vez para construir un hogar para 150 niños huérfanos en zona rural de Ugunja. El Proyecto África se volvió en su meta constante y para lograrla, en 2020 dejó por unos meses la vida nómada, propia de su labor como misionera y teóloga. Lo hizo para trabajar duro en Colombia, tanto en su profesión de fonoaudióloga como de manera independiente recaudando donaciones de todo tipo.
La pandemia lo cambió todo y ella sigue en Bogotá. Mientras cuenta los días para el reencuentro con sus niños africanos, su lucha por juntar dinero para que estos pequeños tengan una casa sigue intacta, así sea de manera remota. Ya tiene la base, unas paredes en ladrillo y la mitad del techo. No se detiene. 
“El pastor Peter está allá monitoreando mientras yo estoy en Colombia tocando puertas para apadrinar a los niños y terminar la construcción, para que no vuelvan a dormir a la intemperie, lograr tener más de una comida al día y permitirles ir a estudiar”, agrega.
Durante el tiempo de pandemia fundó ‘Misiones on fire’ junto a una agrupación de voluntarios para, respetando las medidas de bioseguridad, apoyar a parte de la población que, a causa de las medidas tomadas por el covid-19, está pasando por un momento difícil en varios rincones de Colombia.
Desde hace cerca de 10 años Daniela Fernández empezó un viaje sin regreso. Acepta con orgullo que si dar su vida a causa de sus creencias y los otros es locura, ella agradece que le hayan lavado el cerebro y el corazón.
No se cansa de compartir su testimonio, no buscando vanagloriarse sino para hacer que su iniciativa llegue a más gente. Más amor y menos religión, cada propósito es único y valioso, y esta joven dice que ya encontró el propio.  Añade que seguirá arriesgando lo que sea necesario si eso se traduce en una vida mejor para otros en cualquier lugar del mundo.
Si desea apoyar este proyecto, puede escribir al correo [email protected] o a las redes sociales de la iniciativa (@proyectoafricaorg y @misionesonfire).
DIANA MILENA RAVELO MÉNDEZ
REPORTAJES MULTIMEDIA 
Diana Ravelo
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