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Alejandro Fernández

Pensar: ese difícil e infrecuente acto

Alejandro Fernández
POR:
Alejandro Fernández

Nunca la humanidad se ha enfrentado a los cambios a la velocidad que ocurren hoy y tampoco la educación formal estuvo menos preparada para adecuarse a ellos.

Con la instrucción que muchos alumnos reciben hoy, tal vez sería una buena idea pedirles que, para que tengan una mejor opción de éxito, dejen sus estudios, tal como Steve Jobs, Bill Gates, Richard Branson y muchos otros.

Y es que el salón de clases podría estar destruyendo una de las mejores cosas que nos dio la evolución: la capacidad de pensar.

El culpable parece ser el alto nivel de memorización que aún se usa para educar y las pocas horas que reciben los alumnos en algún tipo de instrucción para adquirir pensamiento crítico.

Esto no sería tan terrible si el cerebro funcionara como una computadora a la que se atiborra de información para luego apretarle una tecla y hacerla funcionar.

El problema es que la “materia gris” trabaja diferente. Sus neuronas forman conglomerados que definen su propio cableado en los primeros años escolares.

Si el cerebro se ha ido formando desde el inicio para que funcione como una máquina repetidora de conceptos, será muy difícil transformarlo después.

Esto lo ignoran muchos pedagogos, pues mientras las neurociencias han avanzado a una gran velocidad desentrañando los misterios del cerebro, muy poco o nada de eso se ha incorporado a la educación. Muchos profesores encaran sus clases sin entender cómo funciona lo que se oculta debajo del cráneo de sus alumnos.

Esto es igual a ser piloto sin saber de aviación, lo cual es un desastre en potencia. Nuestros centros de estudio fueron creados hace siglos para enseñar verdades indiscutibles dictadas por personas incuestionables.

Esa combinación convierte poco a poco a sus receptores en pusilánimes de la innovación intelectual.

Esta rigidez educativa es totalmente contraria a lo que se requiere hoy.

Nadie más atinado que Alvin Toffler al recordar nuestro reto actual, cuando dijo que “los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”.

El resultado de nuestra pésima educación se refleja en una fuerza de trabajo que no quiere/sabe/puede pensar. En un mundo cada vez más necesitado de estructuras horizontales en las que los mandos medios tomen decisiones, la educación crea un personal capacitado solamente para dejar todo el pensamiento a su jefe: tenemos un recurso humano que delega hacia arriba.

El trabajador busca desesperadamente evitar riesgos y acumular años de labor con la menor cantidad de heridas posibles. Su fin es obtener un currículum que diga: “20 años de experiencia en…”, aunque en realidad no le haya servido de nada, pues solo ha sido el mismo año repetido 20 veces.

¿Cómo cambiar? Entre otras cosas, a través de una educación que incorpore el pensamiento crítico desde temprano.

En los tres primeros años de la escuela deberíamos, en vez de tratar de acaparar una gran cantidad de material, aprender muy bien lo básico. Incluyendo el debate, que debería ser tan importante para los niños como sumar, restar, leer y escribir.

En secundaria, la mitad de una clase debería ser para presentar nuevos conceptos y la otra para debatirlos.

Así se obligaría al maestro a ser solo un facilitador, no Dios. Esto no garantiza que todos los que salgan del colegio sean fanáticos de pensar, pero al menos convertirá este hecho supremamente humano en un acto maravillosamente común.

Alejandro J. Fernández

Director de Phocus Branding

[email protected]

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