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Camilo Gaitán

Valor excepcional a bajo costo

Sería difícil negar que el mundo ha cambiado y quizás que la educación también, en sus métodos sobre

Camilo Gaitán
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Camilo Gaitán

Venidos del rústico estado de Dakota del Norte, los benedictinos que llegaron a Bogotá el 6 de agosto de 1960 a fundar el Colegio San Carlos venían con el propósito de ofrecer una alternativa diferente para los jóvenes de la ciudad. Inspirada en su carácter religioso y traducida a instalaciones modestas, pero funcionales, profesores con los pergaminos académicos necesarios y sobre todo con capacidad, compromiso y una disciplina férrea, pero justa, forjada en el molde del Ora et Labora que ha distinguido a la comunidad.
Americanos que eran, entendían bien que es el trabajo serio y persistente el que lleva finalmente a lograr lo que se busca. Lejos del entramado de privilegios e influencias tan propio de nuestra sociedad, los padres y hermanas benedictinas que fueron labrando la historia, cuyos primeros 50 años se celebraron el fin de semana pasado, se dedicaron a hacer lo que sabían: educar jóvenes en la disciplina del estudio y del trabajo, formarlos en los valores cristianos y abrirlos al mundo con la enseñanza del inglés y el conocimiento de la cultura norteamericana.
No obstante, entendieron bien que no podían ni querían crear un enclave estadounidense en Colombia. Su lúcida comprensión de nuestra realidad no sólo los animó a mantener las puertas abiertas del colegio para cualquiera que reuniera las condiciones académicas para ser su alumno –independientemente de fortunas o abolengos– sino que en el desarrollo de su misión pastoral fueron más allá del San Carlos, crearon un monasterio para la formación de religiosos colombianos, fundaron otro colegio para atender a los más pobres de barrios vecinos y participaron en la alianza de colegios internacionales que en la administración Peñalosa de Bogotá ayudó a fortalecer un número importante de colegios públicos de la ciudad.
Pudiendo ser una legítima vedette del entorno educativo, su rector, el Padre Francis, dio ejemplo de humildad y agradeció el sábado pasado a los padres, que ‘sin saber muy bien por qué, tuvieron la confianza’ para matricular a sus hijos en el recién fundado colegio el 2 de febrero de 1961. Confianza que hoy en día es más bien orgullo, poniendo de presente que todavía hay mucho por hacer y que cuando se alcanza la cima es cuando menos se puede aflojar.
El colegio se mantiene intacto, igual a como era cuando los que entramos en 1965 estrenamos su sede actual, sin más de lo que entonces tenía, sin otro espíritu diferente a aquel con que nació, a pesar de su historia exitosa y del renombre de varios de sus ex alumnos. Algo que despierta admiración en la mayoría, pero que no deja de estar exento de polémica.
Sería difícil negar que el mundo ha cambiado y quizás que la educación también, en sus métodos sobre todo. Igual las alternativas educativas al San Carlos –su competencia–. Infraestructuras lujosas, tecnología de punta, creciente variedad en las opciones educativas.
Sin duda un escenario diferente en el que cabe preguntarse si la estrategia seguida por el colegio –un reflejo espontáneo del espíritu y los valores de sus fundadores– debe revisarse ahora que ha pasado medio siglo, las personas se van yendo y queda la institución.
Sin proponérselo, tal vez la respuesta nos la daba un joven ex alumno, ahora profesor, cuando nos mostraba cómo ellos mismos y sus alumnos han venido desarrollando alternativas locales a costosas tecnologías informáticas importadas. Pues de lo que se sigue tratando es de ofrecer un valor excepcional al menor costo posible, premisa estratégica ¿o benedictina? que ha hecho del San Carlos el colegio internacional de excelencia académica más incluyente y exitoso de la ciudad.

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