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Carlos Gustavo Álvarez
columnista

Pato rico, pato pobre

Jeff Bezos, el genio de Amazon, ha multiplicado su fortuna en el tiempo en que la pandemia ha empobrecido al resto de la humanidad.

Carlos Gustavo Álvarez
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Carlos Gustavo Álvarez

Cuando era niño presenciaba atónito las zambullidas de Tío Rico Mc Pato en su cúmulo de dólares, piedras preciosas y monedas esplendentes. Yo leía las aventuras de los personajes de Disney en los cuentos o comiquitas que colgaban de las cabuyas y que uno alquilaba en lugares insólitos, que propiciaron sin esguinces el hábito de la lectura.

También las disfrutaba en los días afortunados en que hacía parte del grupo de alumnos escogidos por el Padre Ángel, que ejercía, enfundado en un overol de labores, un apostolado impecable en su habitación del colegio, agregando a los cuentos el regalo de una colombina y el lustral embetunado de nuestros zapatos.

Mc Pato era, en realidad, un personaje admirable. Nacido en Escocia en 1867, comenzó a trabajar a los 10 años en el mismo oficio que el Padre Ángel ejercía en el silencio de los atardeceres bartolinos cumpliendo alguna promesa sacra. Su historia fascinante de self made man llegó al apogeo entre 1899 y 1902, cuando el palmípedo se convirtió en el (iba a decir hombre) pato más rico del mundo.

Cómo se transformó en un avaro solitario y codicioso no me incumbe, pues, como todo buen pato, y mucho más si es rico, puede hacer lo que le dé la gana. A mí me llamaba la atención que tuviera tanto –y lo acaparara de una manera tan desmedida y maniática–, frente a la indigencia feliz de su sobrino Donald.

Nunca comprendí por qué Ariel Dorfman y Armand Mattelart terminaron confabulando el libro “Para leer al pato Donald” –develándolo como un agente patógeno del imperialismo yanqui–, cuando yo creía que al que verdaderamente había que diseccionar era al potentado de la familia. El tiempo de esos cuentos se traspapeló en el crepúsculo de la infancia y hoy, tanto el ánade rico como el pobre, como el carrusel de criaturas de Walt Disney y de Hanna-Barbera, están siendo guillotinados por racistas, xenófobos, violadores, machistas, acosadores y pervertidos.

Los ricos de verdad, alumbrados todos los años en una fulgurante pasarela de Forbes, no solo tienen más plata que todos sus familiares cercanos y lejanos juntos, sino que se han encumbrado en un Everest de riqueza inefable.

Jeff Bezos, el genio de Amazon, el hombre más pero más rico del mundo, ha multiplicado su fortuna en el tiempo en que la pandemia ha empobrecido al resto de la humanidad. Lo que gana en un segundo no lo obtendrán jamás millones de personas trabajando toda la vida y, con lo que tiene en el bolsillo podría empacar algunos países en el carrito de compras. Por eso resulta aleccionador lo expresado por su exesposa Mackenzie Scott, que arañó por semanas el título de la mujer más rica del mundo y que se ha descolgado al puesto 18, por haber donado más de US$6.000 millones. “Tengo una cantidad desproporcionada de dinero para compartir”, dijo. Me pareció ver al pato de marras.

Carlos Gustavo Álvarez
Periodista
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