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Marcela Junguito Camacho
columnista

Si se prohíben los celulares

Una utopía es una comunidad imaginada perfecta. Un colegio sin celulares, para algunos, quizás se acerque a esa imagen.

Marcela Junguito Camacho
POR:
Marcela Junguito Camacho

Este año, además de dirigir un colegio, he decidido dictar una clase: lengua y literatura en inglés. El primer trimestre girará en torno a los conceptos de utopía y distopía, lo que me tiene entusiasmada porque me permitirá leer con mis estudiantes el clásico Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Llevaba semanas pensando cómo dar inicio al tema, hasta que me enteré del proyecto de ley propuesto por un representante a la Cámara por Boyacá, que busca que se prohíba el uso del celular en los colegios. Quiero, entonces, hacer el intento de imaginar lo que pasaría si el proyecto de ley se aprobara, es decir, la utopía imaginada detrás de esta insólita propuesta.

Una utopía es una comunidad imaginada perfecta. Un colegio sin celulares, para algunos, quizás se acerque a esa imagen. Claro, si se prohíben los celulares se acabaría el problema de los estudiantes pendientes de sus teléfonos en clase, su atención dispersa, su concentración en otra parte. Ya no tendríamos que insistir para que no se aislaran en los recreos y para que se fijaran por dónde pisan cuando bajan las escaleras pegados a la pantalla. Nos quitaríamos de encima el lío de las fotos en redes haciendo cara de pato con el uniforme del colegio. Nos libraríamos, al fin, del flagelo de los padres que llaman a sus hijos en medio de la jornada escolar para recordarles que esa tarde tienen que ir a la casa de la abuelita. Mejor aún, del flagelo de los estudiantes reportando cada segundo de su día a sus papás, incluidas las peleas con los amigos, magnificadas por la expresiva gramática del emoticón. Si se prohibieran los celulares, ya no sería asunto nuestro lo que nuestros alumnos consultan en internet, porque no lo hacen en el colegio.

Una distopía es una comunidad imaginada no deseable. No sorprende que, como lo muestra la literatura, todo intento de utopía desencadena en una distopía, porque la perfección no es sostenible si no a la fuerza. Si se prohibieran los celulares, los maestros perderían una herramienta de recursos ilimitados para sus clases; la posibilidad de enseñar a distinguir información autorizada de opinión sin fundamento; un medio para desarrollar el criterio, la curiosidad y la creatividad; un instrumento de investigación, organización y comunicación con el mundo. Además, los celulares son para nuestros jóvenes lo que el diario y el álbum fotográfico fueron para nosotros: una manera de registrar la propia existencia, de consignar la memoria, de construir la identidad.

Nos guste o no, lo entendamos o no, en sus celulares los jóvenes exploran el significado de su vida y a través de él comunican sus más íntimos hallazgos. Para un adolescente el celular no es un medio de comunicación, sino una radiografía, un altavoz y una marca de su paso por el mundo. Es una herramienta de conocimiento y de poder, ambas cosas temibles para los adultos, pero magníficas para una sociedad, si es cierto que busca ser incluyente, plural y democrática.

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